miércoles, 15 de octubre de 2014

El Estado es el fundamento del Capitalismo


 


En el libro “La democracia y el triunfo del Estado” analizo ateóricamente los orígenes del capitalismo, concluyendo que fue el Estado quien desempeñó el papel principal en su génesis. En “El giro estatolátrico” muestro que aquél, por sí mismo, se habría derrumbado en el plano mundial en la crisis iniciada en 2008 de no ser por la intervención de los diversos Estados, que rescataron (y continúan haciéndolo) a una porción determinante de los grandes bancos y grandes empresas. Así les aportan el capital dinero que aquéllos desesperadamente necesitan, el cual proviene de la explotación fiscal de las clases populares.

Este último texto, terminado de redactar en 2009, no recoge datos de los años posteriores, por eso ahora se entrará en esta cuestión.

En 2010 los grandes bancos de Alemania recibieron del Estado alemán 164.500 millones de euros, el 7,2% del PIB de ese país. Las entidades financieras de Italia percibieron 91.500 millones de euros, el 8,65% del PIB. Los bancos irlandeses 361.000 millones de euros, el 235% del PIB. En España la donación del Estado a la banca fue, en ese año, de 87.145 millones de euros, el 8% del PIB.

Todos los países de la UE conocieron tales prácticas. En Gran Bretaña el Estado dispensó a los bancos 200.100 millones y en Francia 91.500 millones. En la totalidad de la UE la banca privada percibió 1,1 billones de euros de los Estados en 2010. Si estudiamos a EEUU nos encontramos con análoga situación. En 2009 sucedió lo mismo, sin ir más lejos, el ente estatal español aportó al capitalismo financiero 57.400 millones de euros. Cuando se den a conocer los datos de 2011 conoceremos una situación similar. Igual está sucediendo en 2012. Y lo mismo tendrá lugar en años sucesivos, o sea, siempre.

Por supuesto, lo dicho requiere de muchas matizaciones: una parte de las aportaciones llegan por vías indirectas, los organismos financieros de la UE, un consorcio de Estados que han puesto en común una parte de sus actividades económicas; se supone que los entes estatales recuperarán esa masa monetaria cuando los bancos queden “saneados” (aunque pasan los años y eso no sucede, salvo en algún caso aislado); las transferencias de capital dinero no equivalen necesariamente a aportaciones reales de riqueza, por ejemplo, en la forma de medios de producción, y algunos asuntos más. Cierto, pero en lo sustantivo sin la intervención estatal año tras año el sistema bancario de Occidente se habría desmoronado y con él el capitalismo en todo el planeta.

Lo indudable es que el capitalismo mundial se mantiene gracias a la intervención de los Estados, un año sí y otro también. Hay que añadir que la ayuda económica que los entes estatales otorgan a la gran banca es mucho más variada, múltiple y voluminosa que la anteriormente cuantificada, aunque ahora no podemos detenernos en ello.

Los Estados operan como una tremenda bomba de succión, que explota a las clases asalariadas a través del sistema fiscal, reuniendo de ese modo una enorme masa monetaria que, en parte, entrega luego a la gran banca, y a la gran empresa, a través de un embrollado sistema de subsidios y aportes a descomunal escala, por lo general difícil de conocer con exactitud, pues la opacidad protege al orden constituido.

Un procedimiento particular es el régimen de la Seguridad Social, que acumula en su caja de reserva una masa monetaria enorme, proveniente de la parte de los salarios que el ente estatal se apropia como cotizaciones (unos 8.500 euros anuales por asalariado y asalariada). Estos fondos son manejados por el Estado de manera absolutamente autónoma-despótica, sin dar cuentas de ellos a sus legítimos dueños, los asalariados explotados fiscalmente, y los suele utilizar, además de para autofinanciarse (pensemos en el gasto militar-policial), para “rescatar” al gran capital bancario.

De ese modo quienes respaldan al Estado de bienestar dan su apoyo a un mecanismo cardinal para la supervivencia de la clase empresarial.

Ciertamente, los hechos descritos apenas nada tienen que ver con lo que las teorías clásicas arguyen sobre la naturaleza del capitalismo. Desde “La riqueza de las naciones”, de Adam Smith, hasta el último libro publicado de doctrina sobre economía, todos, con muy escasas excepciones, ofrecen una imagen ajena a la realidad: una cosa es lo que exponen o teorizan y otra muy diferente lo que es realmente el capital.

Adam Smith no describió lo que era el capitalismo en su etapa inicial sino que formuló el sistema de creencias que el poder necesitaba que el sujeto medio interiorizase sobre aquél. Sus textos son ideología y carecen de objetividad y verdad. A Smith y a todos los teóricos de la economía no les interesa la realidad económica, carecen de interés en analizarla y se concentran en la propaganda y el adoctrinamiento.

Quienes creen que tales escritos exponen lo que es el capitalismo manifiestan al mismo tiempo su tremenda ignorancia y su patética credulidad. Uno de los campeones del fideísmo más cándido fue Marx, que admitió los dogmas fundamentales de la economía política clásica sin cuestionar su falta casi completa de objetividad y realismo. Eso explica que, allí donde ha sido aplicado, el marxismo haya fracasado en el ámbito de la economía. Y, ¿cómo puede ser tenido por revolucionario quien se limita a practicar la credulidad más penosa?, actitud que manifiesta además una ignorancia enorme, descomunal. Marx, en lo más importante, es un economista burgués, e incluso un burgués dedicado a la economía como aleccionamiento y propaganda. Y sus conocimientos de lo que es la economía real del capitalismo resultan ser menos que escasos. Marx fue un teórico, esto es, un ignorante.

Quien cree en las teorías cree en la mentira, y quien construye teorías construye mentiras. Mentiras que anulan la libertad de conciencia del sujeto. Para eso son creadas.

El fin comprobable de los textos clásicos sobre economía, escritos desde el siglo XVIII en adelante, era instaurar el conformismo, anular el pensamiento libre y arrojar un gigantesco puñado de arena a los ojos del pueblo pero no mostrar la verdad sobre la economía. La causa es obvia: tal verdad es peligrosa para el orden constituido. Es a destacar que anteriormente las cosas fueron algo diferentes. Por ejemplo, la Escuela de Salamanca de economía, que estuvo activa sobre todo en el siglo XVI, al tener un método experiencial apegado a la realidad logró proporcionar algunas verdades parciales de interés. Su gran acierto en lo epistemológico fue no crear un cuerpo de doctrina. La modernidad ilustrada y progresista ha establecido el Reino de la Mentira, vale decir, el universo de las teorías.

Hablando en plata: las teorías económicas son un gran error, o más exactamente, una formidable falsedad. Smith literaturiza la economía, lo mismo que los demás teoréticos.

El desacierto, llamémosle así, principal de los teóricos ortodoxos, en sus muchas escuelas y escuelitas, es ignorar, o en el mejor de los casos minimizar, sin respeto por la realidad, la función siempre decisiva (hoy más decisiva que nunca) del Estado en la vida económica.

El axioma central de todas estas escuelas, que el capitalismo es una realidad autónoma y autocreada que opera por sí misma según leyes inmanentes, careciendo de importancia la función del Estado, es un fiasco y un engaño del principio al fin. La realidad muestra que no hay capitalismo sin ente estatal, que no hay mercado sin legislación positiva, que no hay sistema capitalista sin orden político-jurídico, cuyo fundamento último es la fuerza, esto es el ejército y la policía.

Lo real es que el sistema capitalista, también en lo económico, lejos de regirse por leyes económicas impersonales, que nadie ha dictado, que están ahí y que son independientes de la voluntad humana, resulta estar gobernado, a fin de cuentas, por un aparato de poder que se llama Estado. Para los apologetas del capitalismo es el mercado, como potencia neutral y objetiva, quien gobierna la economía, y por tanto el capitalismo, según aquéllos, es un orden sin tiranías, un régimen económico “libre”. Eso es irreal. El mercado opera en el marco que el orden estatal establece, de manera que no hay mercado sin Estado y a fin de cuentas todo precio es un precio político.

Las nociones de sistema económico y de modo de producción son parcialmente verdaderas o rotundamente falsas según se las interprete. Si se las concibe como creaciones complejas-finitas de las elites del poder en el ámbito de lo económico tienen una cierta consistencia cognoscitiva. Si se les otorga una naturaleza objetiva, autosuficiente y en sí, son meros disparates con un significado político mixtificador y reaccionario. Lo comprobable es que las más fundamentales leyes económicas son las que recoge la legislación positiva.

No hay que acudir a conspiraciones para explicar por qué y cómo la denominada ciencia económica ha incurrido en tales dislates: basta referirse a su errada epistemología. Desde Adam Smith en adelante el método empleado para estudiar la vida económica ha sido el axiomático y deductivo: se formulan axiomas de forma caprichosa y tendenciosa, para desde ellos ir extrayendo cadenas de reflexiones lógicas (esto es, logradas según la lógica de la mente, operando conforme a formalismos que, por lo general, no es la lógica de lo real), y eso es todo.

Lo que falta en tan falaces juegos académicos es el estudio ateórico de la realidad, de la situación económica como parte de la realidad política, en lo sustantivo estatal. Eso no lo ha hecho ni lo hace ni lo hará ningún teórico, ningún doctrinario, ningún premio Nobel, nadie que opere a la sombra del sistema actual.

Hay, cierto es, libros mucho más modestos, que no pretenden construir sistemas doctrinales y que no se proponen atrapar a las mentes con teorías o magnas construcciones doctrinales, que describen empíricamente tales o cuales partes de la realidad económica. Basta luego unir reflexivamente esas partes para irse haciendo una idea de cómo es realmente el capitalismo, el que de verdad existe, no las ficciones propagandísticas de los teóricos, tan útiles al sistema de dominación.

Que hoy la fusión dialéctica entre Estado y gran capital bancario sea una realidad clamorosa pone, una vez más, en evidencia a los doctrinarios y a sus discípulos, los papanatas que, incapaces de pensar e incluso de observar por sí mismos, les siguen servilmente. También desenmascara a quienes contraponen el Estado al capitalismo, haciendo del primero el remedio, o al menos el paliativo, de los males inherentes al segundo.
Lo que existe es un sistema de Estado-capital, en el cual ninguna de las dos partes puede ser considerada de forma aislada. Por ejemplo, a mediados de 2012 la banca española era el principal tenedor de la deuda estatal de España, 195.000 millones de euros. Eso significa que hay una corriente bidireccional de fondos, que van del Estado a la banca como subsidios y de la banca al Estado como adquisición de deuda. Esto es: existe el par Estado-capital pero no uno u otro aisladamente. Esa íntima unión económica entre ente estatal y poder empresarial es la clave, en lo económico, del actual modo de producción.

Se añadirá algo más: los bancos, aisladamente, carecen de sustancia pues no son ni en sí ni por sí. Se dice, por ejemplo, que la banca alemana exprime a Grecia, pero lo cierto es que tal banca no se da como tal al margen del Estado alemán (exento y como parte de la UE). Sin las cuantiosas transferencias de fondos realizadas año tras año por el Estado alemán a los grandes bancos germanos éstos ni siquiera existirían…

Por tanto, quien saquea a Grecia es el complejo formado por el Estado alemán y la banca alemana, dualidad en la que hay un componente principal, el primero, y uno secundario, la segunda. Ambos son responsables, y ambos han de ser considerados como realidades interdependientes.

Antes se apuntó que los bancos españolas son los principales tenedores de deuda del ente Estado español. Conviene precisar que lo son porque toman fondos del Banco Central Europeo al 1% y los prestan al Estado a un interés variable, que podemos situar en un 4-5% de media. Ese es su negocio, el hacer de intermediarios entre una institución estatal, el Banco Central Europeo, que es el banco de los Estados que admiten el euro como moneda, siendo el emisor oficial de dicha moneda, y los Estados particulares. Por tanto, dependen de las estructuras estatales para adquirir y para colocar el capital dinero, lo que indica que dependen de manera doble de aquéllas, lo que les sitúa muy lejos de dominarlos, como afirman los economicistas de toda laya. Cuando aquel Banco presta directamente a los Estados la función de la banca privada se esfuma. Y no lo hace siempre porque los artefactos estatales necesitan del capital bancario, y por eso los mantienen con operaciones como las descritas, bastante inútiles y artificiosas en sí.

Veamos otro error: Se dice que los bancos son más fuertes que los Estados, y que los dominan (tal es la ortodoxia del economicismo socialdemócrata más “radical”) porque están endeudados con la banca. Pero ¿cómo es eso posible si los bancos no existen, nunca han existido y jamás podrán existir por si mismos? Si el Estado griego está endeudado con la banca alemana, siguiendo con el ejemplo de arriba, lo que en realidad sucede es que está endeudado en primer lugar con quien sustenta  y nutre año tras año a la banca alemana, el Estado alemán, ¿o no?

La fuente primera de ingresos de los Estados es el sistema fiscal, la explotación directa de los trabajadores (aquí faltaría decir contribuyentes, los trabajadores son una parte solamente) por el régimen tributario. El endeudamiento con los bancos es siempre secundario, pues de ser principal, ¿cómo podrían aquéllos recuperar los créditos otorgados a los entes estatales si no hubiera otra fuente determinante de ingresos para éstos, los impuestos?

Por tanto: a) los aportes tributarios son lo decisivo de todo Estado, y el endeudamiento lo secundario, b) los bancos, al exprimir a los Estados débiles operan como agentes e intermediarios de los Estados fuertes.

No comprender que siempre, y hoy más que nunca, el sistema económico toma una forma dual, Estados más gran capital inextricablemente unidos, lleva a la política socialdemócrata a loar lo público, esto es, al Estado, como positivo y remedio de lo privado, esto es, del capitalismo. Pero dividir en el discurso lo que en la realidad está unido, es más, fusionado, es un error morrocotudo. Quienes defienden lo público, por ejemplo, las empresas de capitalismo de Estado, las Cajas de Ahorro en su versión clásica, las Fundaciones estatales, etc. forman la burguesía de Estado, que explota a los trabajadores a través del sistema fiscal y de la plusvalía extraída en las compañías públicas, medran y se enriquecen con el incremento del poder económico del ente estatal. Los partidos de la izquierda son en los que se organiza la burguesía de Estado y quienes desean formar parte de la burguesía de Estado.

El Estado, además de ser un formidable poder político, militar, policial, judicial, mediático, educativo, aleccionador, funcionarial, religioso, administrativo y de otros tipos es el primer poder económico de las sociedades contemporáneas. Se apropia de entre el 40% y el 60% del Producto Interior Bruto, según el país, lo que logra a través de la explotación fiscal y de la explotación directa de quienes trabajan en empresas públicas (estatales), que hoy en España emplean al 25% de la mano de obra asalariada. Ningún banco, ninguna gran familia, ninguna sociedad secreta o semi-secreta, tiene el poder que tiene el Estado, ni siquiera en lo económico.

En consecuencia, todo “anticapitalismo” que no sea antiestatal, y que no actualice su comprensión del capitalismo, pasando del doctrinarismo al realismo, es un modo de defender el capital, al salvaguardar su fundamento último, el Estado. A éste le respaldan: a) quienes le apoyan, b) quienes no lo denuncian y le combaten, c) quienes le ponen la etiqueta apologético de público. Los que se encasillan en los puntos b y c son los mejores defensores del aparato estatal en la hora presente, por tanto, del sistema capitalista.

Una conclusión más se extrae de lo expuesto: el capitalismo no se derrumbará jamás mientras siga existiendo el Estado, pues éste, como hizo en 2008, les dará sustento y lo mantendrá en pie incluso cuando esté exhausto y en ruinas. Lo cierto es que el Estado ha existido sin el capitalismo, por ejemplo en Roma, en el siglo XV, etc., pero no se conoce ningún caso en que el capitalismo pueda existir sin el Estado. Eso es del todo imposible. En este asunto no se da la aporía sobre quien fue antes, el huevo o la gallina: el Estado fue antes, mucho antes, que el capitalismo. Y ha sido su principal causa agente.

No hace falta añadir que la revolución integral se declara antagónica con el par Estado-capital, cuya aniquilación busca. Va contra el Estado y va contra el capital para crear una sociedad razonablemente libre, autogobernada por medio de asambleas y con una economía autogestionada y cooperativista, en la cual la verdad sea parte de la experiencia diaria de los seres humanos. Esto supone derrocar el Reino de la Mentira en que hoy nos obligan a malvivir como seres ya no del todo humanos.

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