viernes, 2 de enero de 2015

LLEGÓ LA HORA DE DERRIBAR MUROS INVISIBLES

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Los pájaros no lo saben.
Los árboles y las plantas no lo notan.
Ni tan solo tu gato se ha dado cuenta de ello.
Pero ha sucedido un acontecimiento al que los seres humanos otorgamos una gran importancia: hemos cambiado de año.


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Y con el salto de numerito en el calendario, llegan los habituales propósitos de cambio de costumbres y hábitos.
El típico tópico de cada inicio de año, del que nos hablarán incluso en las noticias de la tele, dándonos una nueva lección de “periodismo” moderno: gente que se propone dejar de fumar, hacer más ejercicio, adelgazar, abandonar vicios o aprender algún idioma…
Una rutina que se reproduce cada temporada y que todo el mundo considera como algo natural.
Pero hagámonos una pregunta bien simple: ¿por qué razón las personas, con el cambio de año, se hacen tantos propósitos de enmienda y mejora?
¿Hay alguna razón lógica por la que debamos actuar de esta manera?
¿Por qué un simple salto de número en el calendario nos hace sentir como si traspasáramos una frontera real e iniciáramos un período totalmente nuevo?
¿Realmente ese día en concreto marca el renacimiento de algo?
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Como decíamos al principio, los pájaros, las plantas o tu gato no notan la diferencia entre el 31 de diciembre y el 1 de enero.
A los árboles no se les caen las hojas viejas el 31 de diciembre para iniciar un “nuevo ciclo de la vida” con el 1 de enero, ni los planetas se resituan en su órbitas para empezar un nuevo período de rotación alrededor del Sol.
El cambio de año solo representa un cambio para ti.
Y eso sucede porque esa frontera imaginaria solo existe dentro de tu cabeza.
Es una burda invención sin ningún reflejo tangible en el mundo real.
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Ésta es la auténtica realidad: creamos un límite imaginario dentro de nuestra mente, celebramos por todo lo alto que lo cruzamos como si fuera un acontecimiento real y de gran importancia y al hacerlo sentimos tan intensamente ese cambio imaginario de ciclo, que decidimos proponernos una renovación vital, como si no pudiéramos hacerlo en cualquier otro momento del año.
Nuestro cerebro está repleto de barreras y muros absolutamente imaginarios que determinan nuestra forma de vivir y nuestra forma de actuar, a pesar de no tener ningún reflejo en el mundo real y tangible.
Es así de absurdo. Éste es el mundo que hemos creado los seres humanos y del que tanto nos enorgullecemos.
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MUROS IMAGINARIOS
Lo cierto es que nos sucede a todos.
Hay días del año que visualizamos en nuestra mente de forma claramente diferenciada del resto.
Por ejemplo, cuando pensamos en el “1 de enero” de forma genérica, nuestra psique lo concibe como si ese tipo de día en concreto “brillara” de forma diferente y fuera un día especial.
Y algo similar nos sucede con los días de la semana.
Cuando alguien piensa en un “lunes” o en un “sábado”, no los visualiza de la misma manera en su mente.
La mayoría de gente percibe los lunes como días grises y agobiantes y los sábados como días ilusionantes y luminosos.
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Es como un molde psíquico que vamos aplicando, como máquinas programadas, una y otra vez, sobre el flujo continuo de días que configuran nuestras existencias, creando una realidad paralela conformada por sucesiones de ciclos repetitivos que solo existen en nuestras mentes y que acabamos considerando como la auténtica realidad, a pesar de que solo es una ficción sin ninguna relación con el mundo real.
Nos levantamos por la mañana y nos decimos a nosotros mismos “buf, hoy es lunes” y con ello, accionamos una serie de mecanismos psicológicos que convierten un día único e irrepetible en “un lunes más”.
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Pero la auténtica realidad es que saldrás a la calle y las nubes surcarán el cielo creando una configuración y unas formas que jamás volverán a producirse; el sol nos bañará con unos rayos que nunca más cruzarán el espacio y los pájaros realizarán vuelos y se posarán sobre las ramas de maneras irreproducibles; los planetas jamás volverán a ocupar las mismas posiciones en el universo, pues el sol no volverá a hollar el mismo camino, mientras circula por la galaxia sumida en continua transformación; en tu cuerpo morirán millones de células y nacerán millones de nuevas y ninguna de ellas será exactamente igual a ninguna de las anteriores; ni tan solo volverás a ver una mirada como la de esa chica desconocida que te has cruzado por la calle.
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Sin embargo, para ti hoy no es un día único e irrepetible de tu existencia.
Es un “lunes más”. Y crees que es así porque, tu cerebro, programado por el sistema, ha decidido percibirlo así.
Y si alguien se te acerca y te dice “¡Para un momento! ¡Mira al cielo! ¡Esa nube con esa forma tan fantástica nunca más volverá a estar ahí!”, tú lo considerarás un lunático y seguirás tu camino, pensando “¡Cuánto loco suelto hay!”
Sin embargo, ese “loco” te habrá dicho una verdad real y perceptible, mientras tú, la persona “cabal y responsable”, has decidido creer en una ficción imaginaria llamada “lunes” que como un velo psíquico cae sobre tus ojos y te obliga a verlo todo de color gris, a pesar de que en el mundo real brille el sol en un día que jamás volverás a vivir.
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Así pues, ¿quién es el loco?
¿El que es capaz de ver y apreciar la realidad tal y como es o el que es incapaz de distinguir entre la realidad tangible y esa ficción generada en su mente por la programación del Sistema?
Métetelo en la cabeza.
Los “lunes” no existen.
Son una fábula, como el Papá Noel o el Hada Madrina.
Como los “sábados”, los “eneros”, o el año “2015”.
Son solo inventos, conceptos imaginarios con una utilidad concreta.
En todo caso, hoy es un día único, al que tú, por convención social y para poder comunicarte con los demás de forma efectiva, has decidido clasificar como “lunes”, mediante una herramienta llamada “calendario”.
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Y es que hay una enorme diferencia entre pensar y sentir que “hoy ES lunes” y pensar que “hoy es un día único de mi existencia, al que por causas funcionales etiqueto como lunes”.
En el primer caso, se produce una identificación absurda entre la realidad tangible, que es el día real que vivimos, y la herramienta de clasificación temporal que utilizamos por motivos prácticos, que es la etiqueta de clasificación llamada “lunes”. “hoy ES lunes”, en nuestra mente acaba significando hoy=lunes (hoy es igual a lunes) y eso es un disparate sin sentido.
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En el segundo caso, sin embargo, se establece la debida diferenciación entre la realidad y el instrumento abstracto instalado en nuestra mente y eso nos permite seguir manteniendo el control de nuestra psique y de nuestra percepción de la realidad.
Puede parecer una perogrullada, pero hay mucha diferencia entre una actitud y la otra.
Desgraciadamente, en el mundo en el que vivimos, todos hemos acabado cayendo en esa identificación entre las etiquetas que utilizamos para clasificar elementos individuales y los propios elementos en sí.
Eso nos lleva a que días únicos e irrepetibles de nuestra vida, que forman parte de una sucesión temporal ininterrumpida, en nuestra mente se conviertan en insípidas raciones de “lunes”, “miércoles” o “domingos”; de la misma forma que individuos únicos e irrepetibles se convierten en “alemanes”, “musulmanes” o “comunistas”.
Y ya sabemos lo que sucede cuando dejamos de ver a los individuos como tales y solo vemos las etiquetas con las que los clasificamos: es muy fácil odiar y matar etiquetas, tan fácil como disparar contra uniformes vacíos.
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Con los días sucede algo similar: una vez les aplicamos una etiqueta, una vez les ponemos el uniforme, podemos asesinarlos sin remordimientos.
Porque esa es la verdad del mundo que hemos creado.
Nos han enseñado a quemar nuestros días de vida con la lógica de un matadero industrial.
Desde pequeños nos educan para empaquetarlos en packs de 7 con el fin de consumirlos por raciones semanales hasta el día de nuestra muerte.
Esos individuos diferenciados y únicos que son nuestros días de existencia en la tierra y que tanto deberíamos amar y apreciar, se han convertido en eslabones clónicos de una cadena herrumbrosa que nos aprisiona.
Lo que antaño se concibiera como una práctica herramienta de clasificación del tiempo, se ha transformado al final en una fuente de esclavitud y dependencia.
Y todo ello basándose en un simple mecanismo psicológico de identificación erróneamente aplicado.
Uno más de los muchos cortocircuitos que provoca el Sistema en nuestra mente y mediante los cuales consigue convertirnos en sus servidores.
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GOBERNAR EL CALENDARIO
Así pues, debemos recuperar el control sobre nuestro tiempo de vida.
Evidentemente, no estamos invitando a las personas a dejar de usar calendarios y horarios, ignorando los mecanismos de organización temporal de la sociedad.
Eso sería absurdo y solo nos conduciría al aislamiento social.
Tratamos, simplemente, de recuperar el control sobre nuestras mentes. Ser capaces de conectar y desconectar a voluntad nuestros mecanismos psíquicos, cuándo y cómo queramos.
Y eso implica que debemos ser conscientes todo el tiempo de que esos mecanismos están ahí, algo que empieza por identificarlos adecuadamente.
El ejemplo del calendario es una muestra diáfana de como el Sistema domina nuestra psique.
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Hoy en día hay muchas personas que hablan de “liberarse de la Matrix” o de “despertar la conciencia”.
¿Pero de qué sirve tanto “despertar de conciencia” si no somos capaces de neutralizar eficazmente los mecanismos más cotidianos que tenemos delante de las narices y que rigen nuestra existencia día tras día?
Habrá gente que considere que todas las elucubraciones mostradas en este artículo son simplistas y que no llevan a ninguna parte, pues están centradas en aspectos corrientes “sin importancia”.
Pero precisamente son estos mecanismos que parecen tan ordinarios, los que en realidad sostienen todo el Sistema en pie.
Es algo que resulta curioso.
Hay muchas personas capaces de discutir y poner en duda todas las ideologías políticas, las leyes, el dinero, la religión o a Dios mismo sin pestañear.
Pero si a esas mismas personas se las enfrenta con la falta de sentido de los mecanismos cotidianos que rigen sus existencias, como son las tradiciones, las costumbres o los calendarios, reaccionan como si les arrancaran el alma de cuajo.
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Estos hábitos psicológicos son su salvavidas, la última barrera de creencias que las separa del vacío existencial.
Preferirán matar antes a Dios que poner en duda el calendario o las tradiciones con las que cumplen escrupulosamente año tras año.
Y esto sucede porque los mecanismos de programación cotidiana son el elemento clave que cohesiona todo el Sistema; si el Sistema fuera el muro de una gran represa que embalsa el agua de un río, estos mecanismos cotidianos serían el hormigón.
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La mayoría de gente se empeña en derribar el muro del Sistema invocando a las masas para que embistan la pared con todas sus fuerzas, mientras se envuelven en gloriosas proclamas centradas en la “igualdad”, la “justicia social” o el “despertar de las conciencias”.
Pero es ridículo pensar que un muro que ha sido concebido para embalsar millones de litros de agua y soportar su peso, se pueda derribar solo empujando.
Ese muro se debe reventar desde dentro, en silencio y sin hacer ruido.
Como una semilla en el asfalto que hecha raíces hasta resquebrajarlo de arriba a abajo.
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Si queremos cambiar el mundo, debemos ser como millones de semillas esparcidas por el hormigón de la presa, cada una de las cuales genera una imperceptible grieta que poco a poco se va ensanchando hasta provocar, cada una de ellas, un enorme boquete.
Se trata de una revolución cotidiana, íntima y personal, sin líderes, doctrinas ni predicadores.
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Una revolución de individuos que en lugar de envolverse en banderas y frases pomposas, optan por despojarse de las “vestimentas” que los cubren.
Individuos que toman conciencia de que los “lunes” no existen y optan por desnudarse de sus calendarios, amando sus días de vida como tesoros irrepetibles…
Individuos que se desprenden de sus creencias, de sus ideologías y de sus religiones; y de todas las líneas imaginarias que generan fronteras en su mente…
Individuos que se despojan de todo uniforme…
¿Cómo manipulará el Sistema a individuos que se deshacen de sus “ropajes” si su única forma de manipularnos siempre ha sido ofrecernos un vestido nuevo?
¿Cómo manipulas a una marioneta que ha cortado sus hilos?
¿Cómo compras a una persona que sabe que un abrazo o el beso de un ser querido es más valioso que las llaves de un Ferrari?
¿Cómo subyugas a un individuo que aprecia más un sorbo de agua fresca que un anillo de diamantes o que sabe que un minuto de su vida vale más que todo el oro del mundo?
Sin duda, estamos ante un muro enorme, una presa capaz de soportar el empuje de miles de toneladas.
¿Pero sabes una cosa?
No puede luchar contra una minúscula grieta…
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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