Todos tenemos que dar algo para que unos pocos no lo den todo. Es una frase extendida y conocida en Euskal Herria. El caso es que no ha habido en todo el mundo, jamás en la historia de la liberación nacional y social, un solo ejemplo donde se haya cumplido como bien lo sabía el que acuñó la frase con la intención de aumentar el compromiso de las masas.

Allá donde unos pocos lo han dado todo y los demás nada, se ha fracasado, allá donde todos han dado algo también se ha fracasado y solo donde unos pocos lo han dado todo y los demás han dado algo ha habido éxitos. Y esto es así porque el género humano es así. Ni todo el mundo tiene el mismo nivel de compromiso y capacitación, ni ante las poderosas fuerzas de la reacción de poco sirve no maximizar las propias fuerzas, pues nunca se ha llegado sobrado a subvertir lo previamente instalado porque si se estuviera sobrado precisamente nunca se hubiera instalado. Las tablas rasas difícilmente pueden generar suficiente energía sin los picos electrizantes. Es por ello que gestionar siempre los diferentes tipos y grados de implicación y capacitación sin cortapisas se hace necesario.
Esto llevado al plano organizativo nos lleva hasta el histórico debate de la izquierda entre masas y cuadros. Y aquí hay que constatar una evidencia inapelable. Jamás se ha producido una victoria popular por las masas sin cuadros o por los cuadros sin masas. Las revoluciones del hambre se han acabado en la primera panadería y lo espontáneo nunca ha tenido alcance estratégico. Alcanzar una armonía adecuada entre cuadros y masas también es otro de los debates históricos.
El término cuadro político proviene en realidad del lenguaje militar. Y son las dotaciones de oficiales que en tiempos de guerra tienen la responsabilidad de organizar, movilizar e incorporar soldados al ejercito y en tiempos de paz de preparar y poner a punto a los reservistas para la guerra.
También proviene del lenguaje militar la palabra hegemonía. Hegemonía deriva del griego eghesthai, que significa “conducir”, “ser guía”; o tal vez del verbo eghemoneno, que significa “guiar”, “conducir”. Hegemonía en la antigua Grecia se entendía a la dirección del ejercito. Egemone era el conductor de la guerra. En la guerra del Peloponeso se hablaba de la ciudad hegemónica que era la que dirigía alianzas en guerra.
En términos políticos, pese a que la política en realidad sería sinónimo de guerra, esté teóricamente activa o no, las organizaciones de cuadros serían las organizaciones revolucionarias para asentar la hegemonía, que básicamente significa la victoria en la guerra o la política. Es decir, la maximización de niveles de compromiso y capacitación de militantes, y el ascenso cuantitativo y cualitativo de las masas. Por supuesto, militante político y militar políticamente obviamente también provienen del lenguaje militar.
En torno a todo este debate histórico han existido dos puntos de fricción destacados.
El que se produjo entre bolcheviques y mencheviques, que después se ha repetido y reproducido con distintas variaciones interminablemente en la izquierda. Por una parte los bolcheviques defendiendo la organización de cuadros y su interrelación con las masas y organizaciones de masas y por otra parte los mencheviques que teóricamente querían eliminar las organizaciones de cuadros,  pero en realidad querían una organización de masas controlada por sus propios cuadros. Y esto acabaría siendo el paradigma organizativo de la socialdemocracia moderna. Los cuadros de la burocracia corporativista suplantando a los cuadros revolucionarios junto a la supresión de las organizaciones de cuadros.
Y el otro punto de fricción no menos destacado y no menos reproducido, el entender las organizaciones de cuadros revolucionarias como un grupo de iluminados auto-eregidos que tienen como misión el dirigismo del rebaño hacia el paraíso. El entender a los cuadros como “los que mandan”. Cuando verdaderamente el único mandato debe ser el del ejemplo y el servicio, no el de las presiones o comer la oreja estilo lobby burgués.
Lo cierto es que no ha existido ni hay proceso revolucionario sin vanguardias, sin organizaciones de cuadros, sin organizaciones de masas y sin masas. La receta que deje en su punto exacto todos estos factores será la que tenga posibilidades de ganar la política, o sea la guerra, la lucha de los pueblos y la lucha de clases. Aunque las posibilidades no sean solo suficientes sin una teoría y praxis adecuada también, sin las cuales los modelos organizativos son un brindis al sol.
La causa no está por encima de la militancia y de las masas, la causa son esas personas con sus virtudes y defectos. Ese punto de partida es el pilar de creación válido para encarar el problema organizativo en la izquierda abertzale o en cualquier otro movimiento.Autor: Borroka garaia da!