Uno de los españoles que aparece en los “Papeles de Panamá” es el espía de los servicios secretos españoles y mercenario de los GAL Francisco Paesa Sánchez.
Paesa creó una empresa “offshore” a través del bufete panameño en el verano de 1998, dos semanas después de fingir su propia muerte.
En 1995 Paesa vendió a Luis Roldán, director de la Guardia Civil y prófugo por quedarse con dinero de los fondos reservados con los que el gobierno del PSOE financiaba el terrorismo de los GAL.
El espía se quedó con el dinero que Roldań había robado y, además, el gobierno del PSOE le recompensó con otros 300 millones de pesetas de la época.
Tras ello, en julio de 1998 fingió su muerte e incineración en Bangkok, la capital tailandesa. Incluso publicó su propia esquela y encargó 30 misas gregorianas por su alma en un convento de Burgos.
Dos semanas después de su muerte, a través de Mossack Fonseca, Paesa registró en las Islas Vírgenes Británicas la empresa Regus Assets, en la que figuraba como único director con el nombre de Francisco P. Sánchez.
En menos de un año y medio, el espía había convertido las islas en su centro de negocios y, además, creó otras seis empresas más para operar en los sectores inmobiliarios y de las comunicaciones en Marruecos.
Pero seis años después, en 2004, el periodista Antonio Rubio le “resucitó” por vez primera (*). En realidad, Paesa había residido durante todo ese tiempo en Luxemburgo junto a su sobrina Beatriz García Paesa, encargada de administrar las sociedades “offshore”. Utilizaba un pasaporte argentino a nombre de Francisco Pando Sánchez.
Paesa empezó su carrera en el espionaje en Guinea Ecuatorial, que entonces iniciaba su etapa neocolonial. Para eludir sospechas, el espionaje español, entonces en las manos del almirante Carrero, manejaba su dinero desde la antigua colonia africana.
En 1976 fue detenido por la Interpol en Bélgica, encarcelado en Suiza y a su salida le encargaron misiones de guerra sucia contra las organizaciones antifascistas, que luego el PSOE reconvirtió en los GAL.
Se hizo pasar por un traficante de armas para vender dos misiles antiaéreos a ETA. Era una trampa. Los misiles llevaban un geolocalizador y el vendedor era otro colaborador del
servicio secreto.
La operación sirvió para localizar, por primera vez, un importante zulo en Sokoa, el País Vasco francés, donde ETA almacenaba gran cantidad de armamento y documentación.
Para tapar aquella y otras turbias historias, el juez Garzón le dió una vuelta de 180 grados a la realidad y en 1988 procesó a Paesa por colaboración con... ETA, nada menos.
Paesa creó una empresa “offshore” a través del bufete panameño en el verano de 1998, dos semanas después de fingir su propia muerte.
En 1995 Paesa vendió a Luis Roldán, director de la Guardia Civil y prófugo por quedarse con dinero de los fondos reservados con los que el gobierno del PSOE financiaba el terrorismo de los GAL.
El espía se quedó con el dinero que Roldań había robado y, además, el gobierno del PSOE le recompensó con otros 300 millones de pesetas de la época.
Tras ello, en julio de 1998 fingió su muerte e incineración en Bangkok, la capital tailandesa. Incluso publicó su propia esquela y encargó 30 misas gregorianas por su alma en un convento de Burgos.
Dos semanas después de su muerte, a través de Mossack Fonseca, Paesa registró en las Islas Vírgenes Británicas la empresa Regus Assets, en la que figuraba como único director con el nombre de Francisco P. Sánchez.
En menos de un año y medio, el espía había convertido las islas en su centro de negocios y, además, creó otras seis empresas más para operar en los sectores inmobiliarios y de las comunicaciones en Marruecos.
Pero seis años después, en 2004, el periodista Antonio Rubio le “resucitó” por vez primera (*). En realidad, Paesa había residido durante todo ese tiempo en Luxemburgo junto a su sobrina Beatriz García Paesa, encargada de administrar las sociedades “offshore”. Utilizaba un pasaporte argentino a nombre de Francisco Pando Sánchez.
Paesa empezó su carrera en el espionaje en Guinea Ecuatorial, que entonces iniciaba su etapa neocolonial. Para eludir sospechas, el espionaje español, entonces en las manos del almirante Carrero, manejaba su dinero desde la antigua colonia africana.
En 1976 fue detenido por la Interpol en Bélgica, encarcelado en Suiza y a su salida le encargaron misiones de guerra sucia contra las organizaciones antifascistas, que luego el PSOE reconvirtió en los GAL.
Se hizo pasar por un traficante de armas para vender dos misiles antiaéreos a ETA. Era una trampa. Los misiles llevaban un geolocalizador y el vendedor era otro colaborador del
servicio secreto.
La operación sirvió para localizar, por primera vez, un importante zulo en Sokoa, el País Vasco francés, donde ETA almacenaba gran cantidad de armamento y documentación.
Para tapar aquella y otras turbias historias, el juez Garzón le dió una vuelta de 180 grados a la realidad y en 1988 procesó a Paesa por colaboración con... ETA, nada menos.
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