ANNA GRAU | 22/1/2014
Que no me lo creo. Que no. Que a mí esto de las primarias socialistas me suena a timo, a engañabobos, a despistaincautos. Tómese un partido abierto en canal, con todos echándose la culpa de todo, todos gritando quítate tú que me pongo yo, y véndase eso como un ejemplo de pluralidad y de democracia interna. Que no, que eso en España no funciona así. Que aquí los partidos políticos mayoritarios pasaron sin respirar de la clandestinidad al abrazo del oso. Como China pasó en un suspiro de la Edad Media a Mao Tse Tung.
Para bien o para mal (en mi humilde opinión, más lo segundo), aquí venimos de una tradición de partidos políticos mayoritarios inmensamente acaparadores de poder, verdaderos aparatos trituradores de la libertad individual. En su día se justificó como un necesario fortalecimiento de los instrumentos de participación política después de la larga noche del franquismo. Vale. Pero Franco lleva la tira muerto y seguimos igual.
Yo no es que no me alegre de que el PSOE haga primarias. Lo que me sulfura es que me lo quieran vender como si estuvieran haciendo una revolución que no me creo. Miren, aquí lo que hay que hacer es ir a las Cortes y reformar de una vez por todas, y muy a fondo, la ley de partidos y la ley electoral. Cambiar de arriba abajo todo aquello que permite que las cosas sigan como están. Y obligar por ley a todos los partidos a aplicarse el cuento. A hacer primarias de verdad, reguladas por ley, y no como a ellos les da la gana. Hasta entonces, todo serán aspavientos y paripé. En el mejor de los casos, poner a la zorra a guardar a las gallinas.
¿Pero de verdad alguien se cree que las primarias socialistas van en serio, que todo el mundo puede presentarse a ellas, que se pueden ganar sin el apoyo de todo o parte del aparato, que si por un azar se ganan con todo en contra, que el candidato así elegido llegaría a puerto? ¿No saben que Josep Borrell fue muy seriamente amenazado de muerte política la misma noche que contra todo pronóstico derrotó a Joaquín Almunia? ¿Y qué pasó?
Aquí sobra gente marcando paquete y falta verdadera democracia interna en los partidos. Por un lado tenemos a los aparatos implacables que además practican la selección natural al revés, promocionando al peor sobre el mejor. Por el otro lado están los que en lugar de arrimar el hombro para democratizar más se tiran en plancha y van por libre más allá de lo que la ética quizás resguarda. Como estos diputados catalanes del PSC que se creen que pueden decir blanco donde su partido dice negro, y conservar el acta.
¿Es malo imponer la disciplina de voto hasta el punto de expulsar de un partido a uno, a dos o a tres que no han querido votar como la mayoría, por cierto, una mayoría de un 86 por ciento, pues ese fue el porcentaje del PSC que apoyó votar en contra de la delirante propuesta del Parlament de Cataluña de pedir permiso al Congreso de los Diputados para celebrar una consulta ilegal? Esto es como si te piden permiso para ponerte los cuernos.
La libertad de voto es muy romántica pero necesariamente tiene que tener sus límites para que un partido político tenga sentido como tal. ¿Alguien se imagina un partido donde unos estén a favor de la pena de muerte y otros en contra, unos a favor de irse de España y otros de quedarse? Ah, en el tema catalán hubo un tiempo en que los matices eran posibles, en que se podía y hasta se debía ser transversal. Que las lealtades a Cataluña y España se fundían gradual y hasta armoniosamente. Ahora todo eso se lo han cargado, nos han obligado a todos a elegir si se quiere el todo o la parte. Hasta que la cosa se vuelva a serenar, si es que se serena algún día, caben pocas componendas.
En fin, que menos falsas primarias y más seriedad. Quien se tenga que ir pues que se vaya, sea porque le echan, sea porque por una vez es coherente con la idea elemental de que si en un club no piensan lo mismo que tú, y además estás en minoría, lo lógico (y lo decente) es borrarse y apuntarse a otro. Y es desde ese nivel de exigencia ética, de acreditado desinterés político, que se podría reivindicar con mucha mayor credibilidad el ejercicio de verdaderas primarias o lo que se tenga que ejercer para garantizar candidaturas de buena ley.
Hasta entonces, todo es ruido y dolor de cabeza.
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