"Todos nos sorprendemos al comprobar que Podemos obtuvo un
18,59% en las autonómicas madrileñas, por encima del apabullante éxito
de Ciudadanos el 27S con un 17,93%", sostiene Martínez Abarca
Hugo Martínez Abarca
- Diputado autonómico de Podemos en Madrid
La gente que se mueve en bicicleta por una ciudad
como Madrid tiene continuamente que explicar que no, que no es
peligroso, que las estadísticas muestran que es un medio de transporte
bastante seguro. Que hay una alta percepción de riesgo pero que la
realidad es que el riesgo es equivalente o menor al de otros medios de
transporte por la ciudad. La realidad va por un lado y la percepción de
la realidad por otro. Y, frente a la frase hecha, la percepción de la
realidad es mucho más tozuda que la realidad.
Eso
mismo sucede claramente con los resultados electorales en un ciclo en el
que tenemos elecciones cada trimestre. La percepción de la realidad va
por un lado y la realidad de los resultados por otro. Un ejemplo claro
es el PSOE. El 24 de mayo el PSOE obtuvo en municipios y autonomías un
mal resultado, perdiendo 600.000 votos, casi 1.000 concejales y
muchísimos diputados autonómicos en una bajada casi uniforme por todo el
país. Sin embargo la sensación es que salió vivo. Más evidente aún es
el resultado del PSC de las elecciones catalanas, en las que obtuvo el
peor resultado de su historia y sin embargo consiguió transmitir la
sensación de que los bailes de Miquel Iceta habían supuesto un éxito
electoral. El PSOE se desmorona mientras percibimos su supervivencia.
En esa misma línea cualquier observador tiene la
sensación, por ejemplo, de que Podemos obtuvo un resultado discreto,
poco más que digno, en las elecciones autonómicas de Madrid en mayo; y
que Ciudadanos fue el gran triunfador de las recientes elecciones
catalanas. Todos nos sorprendemos al comprobar que Podemos obtuvo un
18.59% en las autonómicas madrileñas, por encima del apabullante éxito
de Ciudadanos el 27S con un 17.93%. Podemos recopilar justificaciones
para esa percepción (Podemos nació para ganar, no para obtener buenos
resultados) o también para una percepción contraria (no hay unas
elecciones más favorables para Ciudadanos que unas autonómicas
catalanas, especialmente si están polarizadas en torno a la cuestión
nacional). Pero la realidad es que el magnífico resultado de Ciudadanos
en Cataluña es un resultado objetivamente peor que el discretamente
digno resultado de Podemos en la Comunidad de Madrid. La encuesta
postelectoral del CIS, por cierto, ahonda la diferencia entre percepción
y realidad incluso desde una percepción subjetiva: Podemos es el único
partido madrileño al que recuerdan haber votado el 24M un porcentaje
bastante mayor del que realmente lo votó (si el recuerdo de voto
autonómico respondiera al voto real Cifuentes no sería presidenta y
podría serlo José Manuel López).
Tras unas
elecciones, la realidad es lo relevante. Antes de unas elecciones lo
importante es la percepción de la realidad. Y estamos antes de las
elecciones que todos esperábamos: las generales. Por eso nos encontramos
encuestas pintorescas, interpretaciones fantasiosas de los datos,
filtraciones de supuestas encuestas internas de partidos… Todo sea por
dar la imagen de caballo ganador a cuyo lomo se subirían muchísimos
votantes en caso de duda.
La realidad es que el magnífico resultado de Ciudadanos en Cataluña es un resultado objetivamente peor que el discretamente digno resultado de Podemos en la Comunidad de Madrid
Es relevante que la larga campaña electoral comience con
una sensación más o menos generalizada de que el PSOE sobrevive (pese a
su imparable caída cada vez que hay urnas), que lo único que pone en
cuestión el bipartidismo es lo que Ciudadanos pueda disputar al PP y que
el cambio que representa Podemos en el imaginario popular fue una
bonita ilusión a la que ya no estamos jugando.
A esa
sensación ha ayudado, sin duda, el fracaso en el intento de lograr una
candidatura unitaria de cambio. De nuevo hay realidades y percepciones
de estas enfrentadas. Frente a la idea de eterna fragmentación, lo
cierto es que Podemos parece estar logrando encontrarse con casi todos
los referentes relevantes del cambio (Equo, ICV, Compromís, Anova… otros
actores locales de menor peso cuantitativo e incluso con EUiA y
Esquerda Unida, las organizaciones catalana y gallega de IU) salvo con
IU y que probablemente Izquierda Unida consiga encontrarse en Ahora en
Común con aquellos otros espacios que por lo que sea no han terminado
llegando a un acuerdo con Podemos o simplemente no han identificado a
Podemos como el vehículo del cambio aquí y ahora. Sin duda la percepción
del fracaso (muy superior que la realidad del fracaso) se verá
acrecentada si alguien tiene la tentación por cálculos electorales de
centrar la campaña en señalar supuestas miserias del otro intentando
generar una mezcla de melancolía e identidad resentida en los espacios
de cambio. Sería un error para todos y para cada uno en un momento en
que lo que toca es cambiar el país para que lo recupere la gente.
Este ciclo electoral nos ha demostrado que la unidad por sí misma no
tiene por qué multiplicar aunque tampoco resta, que el resultado no
depende de fórmulas jurídicas ni es tan dependiente de marcas o
identidades organizativas. Ni para bien ni para mal. La unidad que se
buscaba (y que parcialmente se ha conseguido) era electoral. La “unidad
popular” es un proceso político de más calado hacia el que sin duda se
avanzará en 2016 tanto por que Podemos tiene una organización
estructurada para el 'sprint' electoral de 2014 y 2015 como por el
horizonte electoral previsible para otros actores. En 2016 será
inevitable en cualquiera de los escenarios, sea óptimo o modesto el
resultado electoral de diciembre, una reconfiguración y reestructuración
de los espacios políticos del cambio. La siguiente evidencia no se nos
puede olvidar, es una obviedad estratégica: tras diciembre, viene enero.
La realidad política con la que afrontamos las elecciones no tiene por
qué invitar a ese pesimismo sobre la falta de unidad electoral que, sin
embargo, está claramente instalado en el ambiente. Y sin duda sí es
relevante generar esa ilusión que alguien llamó optimismo de la
voluntad, imprescindible para ganar.
Hay un montón de
factores para que percibamos de forma pesimista la realidad: no pocos
de ellos favorecidos por quienes son perfectamente conscientes de que
una forma de frenar el cambio es trasladar la sensación de que ese
cambio es imposible. Por eso han matado mil veces a Podemos, que siempre
ha salido vigoroso de sus anunciadas muertes.. Sin embargo, no hay un
solo dato que empuje hacia la resignación: ni un solo dato que nos diga
que el cambio que ya se cobró importantísimas plazas en las elecciones
municipales no vaya a continuar alcanzando metas en las elecciones del
20 de diciembre y más allá. No olvidemos que cabe que la partida
electoral no termine ese día del mismo modo que no parece que el 27S
haya conseguido su objetivo de resolver definitivamente de qué lado caía
el balón catalán.
Las cartas con las que se va a
jugar de aquí al 20 de diciembre están casi totalmente repartidas. Si
paramos un minuto más en reprocharnos cómo se ha producido el reparto de
cartas estaremos favoreciendo la victoria de un rival que, no lo
dudemos, va de farol. A pocos filósofos debemos un pensamiento más
fértil que a Isabel Pantoja. Apliquemos su máxima: de aquí al 20 de
diciembre “¡dientes, dientes, que es lo que les jode!”. Sonreíd, porque
vamos a ganar.
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