@Montagut5
| El golpe del 17-18 de julio de 1936 obedece a la conjunción de dos
tramas o conspiraciones. Por un lado, estaría la conspiración civil y
militar que había nacido con la propia República y que tuvo su gran
protagonismo con la Sanjurjada de 1932, de fuerte raigambre monárquica
alfonsina. Por otro lado, habría una conspiración puramente militar que
nacería después y que, en principio, no tenía tanta carga ideológica
como la otra. Dado el escaso éxito de la primera vía terminó por
imponerse la conspiración militar pura, aunque incorporando a los
elementos civiles, pero siempre en una posición subalterna. Los
militares capitanearon la trama y no permitieron durante su preparación
que los civiles tuvieran el protagonismo de antaño. Pero como, en
realidad, el golpe fracasó, porque no se consiguió tomar el poder del
Estado, los militares tuvieron que replantear sus relaciones con los
elementos civiles afines, especialmente al ser conscientes de que
necesitaban apoyos de sus organizaciones porque podían movilizar a las
masas en la causa común. Esa es la causa de que las organizaciones
carlistas y, sobre todo, la Falange, comenzaran a tener una participación muy destacada ya en los inicios de la Guerra Civil.
La jerarquía eclesiástica, gran movilizadora de masas, también
prestaría su valiosa aportación al bando sublevado después de comenzada
la contienda.
El fracaso del golpe de Sanjurjo de 1932 no desalentó a los enemigos de la República. Simplemente hizo replantearse la forma de llevar a cabo la conspiración, en línea con lo que apuntábamos más arriba. Las posturas ideológicas contrarias a la República se exacerbaron y se planteó abiertamente la necesidad de que el Ejército interviniera para hacer frente a la supuesta deriva revolucionaria que estaría padeciendo España. Por otro lado, en los años treinta surgió el fenómeno de la militarización de muchas organizaciones políticas y sindicales para defender sus posturas al margen del juego político estrictamente legal, un fenómeno común a media Europa. Entre los alfonsinos cundió también esta tendencia. Si se armaban podían ayudar a los militares pero también ejercer su propio control. Para ello necesitaban quien les armara y se volvió a la opción italiana. Esta vez encontraron mucha más receptividad por parte del fascismo. En marzo de 1934 se llegó a un acuerdo en Roma, mediante el cual Mussolini se comprometía a entregar armas y ayudar a formar milicias monárquicas. Pero el otro sector monárquico español, el carlista, no se quedó atrás. En realidad, fue el que mejor organizó sus milicias, los requetés, consiguiendo el apoyo de algunos destacados militares, como Varela, para su instrucción. Por fin, no podemos olvidar la importancia de la Falange en este ámbito, aportando el elemento fascista.
Mientras las organizaciones políticas se militarizaban y se intentaban armar, los militares comenzaron a plantear los pormenores de la conspiración. En un primer momento fue importante el protagonismo de los oficiales de la UME, es decir, la Unión Militar Española. Esta organización nació en el seno de la oficialidad radicalmente contraria a Azaña. Estuvo dirigida por el capitán Barba, y se articulaba en pequeñas células en los cuarteles. A raíz de la Revolución de 1934 creció considerablemente, ya que muchos oficiales ingresaron en la misma. Ese fue el momento en el que el teniente coronel Galarza adquirió gran protagonismo en su seno porque se convirtió en el enlace con los monárquicos alfonsinos. Rodríguez Tarduchy, por su parte, desempeñó el mismo papel con los falangistas. El problema de la UME era que no contaba con generales, necesarios para que triunfase la insurrección y, además, la situación tampoco era favorable porque gobernaba el centro-derecha y la Revolución se había abortado. Pero la aportación de la UME a la conspiración final fue muy importante porque dispuso las bases de su organización, al estar extendida por numerosas guarniciones por toda la geografía española.
Todo cambió con el triunfo del Frente Popular porque atizó el miedo de la oficialidad más alta; de hecho, en esos días de febrero estuvo a punto de producirse una intervención militar para establecer el estado de guerra de la mano del propio Franco. Así pues, la nueva situación política aceleró la conspiración y adquirió más calidad organizativa gracias al protagonismo y dirección del general Mola, uno de los militares más capacitados. En ese momento ya estaba claro que los civiles se encontraban subordinados a los militares. El día 8 de marzo de 1936, es decir, pocas semanas después de las elecciones, se produjo el hecho que supuso el pistoletazo de salida del proceso que llevaría al 17-18 de julio. En Madrid se celebró una reunión de altos mandos donde se tomó la decisión de derribar al Gobierno a través de un golpe. El hecho estaría dirigido y organizado por una Junta Militar que debía presidir Sanjurjo, ahora exiliado en Portugal, y en la que estarían Mola, Goded, Franco, Saliquet, Fanjul, Ponte, Orgaz y Varela. Por ahora no se establecía ninguna alternativa política, es decir, no se pensaba que habría que instaurar. El golpe se programó para muy pronto, para el 20 de abril, pero hubo que posponerlo cuando fueron detenidos Orgaz y Varela.
El Gobierno era consciente del ruido de sables pero optó por tomar medidas muy leves, algo que ha generado mucho debate político e historiográfico. En realidad, se limitó a destinar a los militares más sospechosos a lugares alejados de los centros de poder. Franco fue enviado a las Islas Canarias, Goded a las Baleares y Mola a Navarra. Esta última decisión no parece que fuera muy acertada porque allí se puso en contacto con los carlistas que habían llegado a un grado de organización militar altísimo. Mola se puso a trabajar de forma frenética para preparar la sublevación. Sus Instrucciones Reservadas son documentos de gran valor porque explican cómo se montó la insurrección. Pero también establecían una primera organización institucional de España, con una especie de Directorio Militar con Sanjurjo en su cabeza, y se tomarían una serie de medidas pero sin un modelo claro de Estado, quizás para no comprometerse claramente en ningún sentido, dada la diversidad ideológica de los componentes, sobre todo, de la parte civil de la trama donde había alfonsinos, carlistas, falangistas, miembros de la CEDA, etc.. Una serie de factores trastocarían los primeros planes políticos: el estallido de una larga guerra, la muerte de Sanjurjo y Mola, y el protagonismo absoluto de Franco.
La trama se aceleró a medida que avanzaba la primavera y llegaba el verano. Se incorporaron más generales como Queipo de Llano y se limaron las asperezas con los tradicionalistas y los falangistas, que habían presentado objeciones de tipo político, ya que deseaban imponer sus criterios, y eran dispares.
La insurrección debía comenzar en Marruecos y después en todas las guarniciones, implantando el estado de guerra. Mola avanzaría hacia Madrid, y si había problemas, Franco llegaría por el sur con el potente ejército de Marruecos. Pero, como es sabido, ocurrieron otras cosas.
El fracaso del golpe de Sanjurjo de 1932 no desalentó a los enemigos de la República. Simplemente hizo replantearse la forma de llevar a cabo la conspiración, en línea con lo que apuntábamos más arriba. Las posturas ideológicas contrarias a la República se exacerbaron y se planteó abiertamente la necesidad de que el Ejército interviniera para hacer frente a la supuesta deriva revolucionaria que estaría padeciendo España. Por otro lado, en los años treinta surgió el fenómeno de la militarización de muchas organizaciones políticas y sindicales para defender sus posturas al margen del juego político estrictamente legal, un fenómeno común a media Europa. Entre los alfonsinos cundió también esta tendencia. Si se armaban podían ayudar a los militares pero también ejercer su propio control. Para ello necesitaban quien les armara y se volvió a la opción italiana. Esta vez encontraron mucha más receptividad por parte del fascismo. En marzo de 1934 se llegó a un acuerdo en Roma, mediante el cual Mussolini se comprometía a entregar armas y ayudar a formar milicias monárquicas. Pero el otro sector monárquico español, el carlista, no se quedó atrás. En realidad, fue el que mejor organizó sus milicias, los requetés, consiguiendo el apoyo de algunos destacados militares, como Varela, para su instrucción. Por fin, no podemos olvidar la importancia de la Falange en este ámbito, aportando el elemento fascista.
Mientras las organizaciones políticas se militarizaban y se intentaban armar, los militares comenzaron a plantear los pormenores de la conspiración. En un primer momento fue importante el protagonismo de los oficiales de la UME, es decir, la Unión Militar Española. Esta organización nació en el seno de la oficialidad radicalmente contraria a Azaña. Estuvo dirigida por el capitán Barba, y se articulaba en pequeñas células en los cuarteles. A raíz de la Revolución de 1934 creció considerablemente, ya que muchos oficiales ingresaron en la misma. Ese fue el momento en el que el teniente coronel Galarza adquirió gran protagonismo en su seno porque se convirtió en el enlace con los monárquicos alfonsinos. Rodríguez Tarduchy, por su parte, desempeñó el mismo papel con los falangistas. El problema de la UME era que no contaba con generales, necesarios para que triunfase la insurrección y, además, la situación tampoco era favorable porque gobernaba el centro-derecha y la Revolución se había abortado. Pero la aportación de la UME a la conspiración final fue muy importante porque dispuso las bases de su organización, al estar extendida por numerosas guarniciones por toda la geografía española.
Todo cambió con el triunfo del Frente Popular porque atizó el miedo de la oficialidad más alta; de hecho, en esos días de febrero estuvo a punto de producirse una intervención militar para establecer el estado de guerra de la mano del propio Franco. Así pues, la nueva situación política aceleró la conspiración y adquirió más calidad organizativa gracias al protagonismo y dirección del general Mola, uno de los militares más capacitados. En ese momento ya estaba claro que los civiles se encontraban subordinados a los militares. El día 8 de marzo de 1936, es decir, pocas semanas después de las elecciones, se produjo el hecho que supuso el pistoletazo de salida del proceso que llevaría al 17-18 de julio. En Madrid se celebró una reunión de altos mandos donde se tomó la decisión de derribar al Gobierno a través de un golpe. El hecho estaría dirigido y organizado por una Junta Militar que debía presidir Sanjurjo, ahora exiliado en Portugal, y en la que estarían Mola, Goded, Franco, Saliquet, Fanjul, Ponte, Orgaz y Varela. Por ahora no se establecía ninguna alternativa política, es decir, no se pensaba que habría que instaurar. El golpe se programó para muy pronto, para el 20 de abril, pero hubo que posponerlo cuando fueron detenidos Orgaz y Varela.
El Gobierno era consciente del ruido de sables pero optó por tomar medidas muy leves, algo que ha generado mucho debate político e historiográfico. En realidad, se limitó a destinar a los militares más sospechosos a lugares alejados de los centros de poder. Franco fue enviado a las Islas Canarias, Goded a las Baleares y Mola a Navarra. Esta última decisión no parece que fuera muy acertada porque allí se puso en contacto con los carlistas que habían llegado a un grado de organización militar altísimo. Mola se puso a trabajar de forma frenética para preparar la sublevación. Sus Instrucciones Reservadas son documentos de gran valor porque explican cómo se montó la insurrección. Pero también establecían una primera organización institucional de España, con una especie de Directorio Militar con Sanjurjo en su cabeza, y se tomarían una serie de medidas pero sin un modelo claro de Estado, quizás para no comprometerse claramente en ningún sentido, dada la diversidad ideológica de los componentes, sobre todo, de la parte civil de la trama donde había alfonsinos, carlistas, falangistas, miembros de la CEDA, etc.. Una serie de factores trastocarían los primeros planes políticos: el estallido de una larga guerra, la muerte de Sanjurjo y Mola, y el protagonismo absoluto de Franco.
La trama se aceleró a medida que avanzaba la primavera y llegaba el verano. Se incorporaron más generales como Queipo de Llano y se limaron las asperezas con los tradicionalistas y los falangistas, que habían presentado objeciones de tipo político, ya que deseaban imponer sus criterios, y eran dispares.
La insurrección debía comenzar en Marruecos y después en todas las guarniciones, implantando el estado de guerra. Mola avanzaría hacia Madrid, y si había problemas, Franco llegaría por el sur con el potente ejército de Marruecos. Pero, como es sabido, ocurrieron otras cosas.
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