Ya va siendo hora de desbrozar la maraña de zarzas hegemónicas que, en la segunda mitad del siglo XX,
el Capital ha impuesto a la mentalidad de la clase obrera. Comenzamos una nueva época, una nueva
fase de dominación, con la entrada del nuevo siglo. La clase obrera no se ha enterado. Con este artículo
tratamos de sacudir vuestras conciencias y situaros en la posición que ocupamos en el nuevo (viejo)
campo de antagonismos sociales.
Para que no quede lugar a dudas de la vigencia del concepto de clase obrera: nos referimos con ello al
conjunto de familias1 que no disponen de los medios de subsistencia necesarios para la competencia en
las formas burguesas de socialización (el mercado y la mercancía); es decir, que no tienen los medios de
producción ni poseen territorio, no tienen propiedad, son (somos) la clase de los desposeídos. Bajo este
concepto caen las siguientes categorías sociales: mujeres, hombres y niños que se ven obligados a
trabajar para otros, obligados a mantener a flote, afectivamente aislados de las demás familias, a su
propia familia (reproducción burguesa), y en el desempleo, obligados a obedecer todo lo que venga del
poder burgués y del Estado; junto con ellos, también millones de pensionistas que son superfluos a un
sistema cuyo centro de socialización es el trabajo, y para el cual ya no son competitivos, por lo tanto,
inútiles en términos burgueses; caen también bajo el concepto de clase trabajadora autónomos sin
empleados a su cargo, así como autónomos con empleados pero que dependen de la financiación de los
créditos para sacar adelante su pequeña plataforma productiva; la práctica totalidad de los
cooperativistas que no tienen capacidad real para la producción de excedente más allá de sus salarios; y
tendencialmente siempre, pequeñas y medianas empresas en su totalidad que se encuentren
endeudadas ante el Capital financiero.
En general la clase obrera, es decir, la clase desposeída y apartada de la libertad política y el poder
material, en definitiva, la clase condenada a trabajar para reproducir su situación, frente a la clase que
posee la libertad política y el poder material. La clase Capitalista está compuesta en la superficie del
sistema por grandes empresarios, banqueros, terratenientes, grandes inversores y accionistas, élites
políticas, militares y religiosas del mundo, y todos los gestores e intermediarios de ellos (medianos
empresarios, directivos de empresa, jerarquías burocráticas, trepas y traidores de la clase obrera que
abrazan el poder). La clase Capitalista no es la clase ociosa, la oposición no es entre los vagos y los
industriosos, sino entre los que trabajan para sí y los que trabajan para otros. En caso de que el
capitalista desarrolle algún tipo de actividad productiva, lo hace siempre explotando el trabajo de los
demás, transformando el trabajo ajeno en más dinero para sí, en más poder. Toda su actividad tiene por
objetivo acrecentar su poder, porque tiene medios sobrados para ello, porque es la clase propietaria del
tejido productivo y de la organización de los marcos de decisión.
En su conjunto, la sociedad está polarizada entre el Capital y el Trabajo, los que poseen la propiedad, y
los que no tienen más remedio que ofrecer su fuerza de trabajo para constituir más propiedad ajena, o
vagan errantes por el mundo porque nadie quiere disponer de esa fuerza de trabajo. Este antagonismo
no significa tanto que unos trabajan y otros no, sino que unos trabajan para otros en una sociedad de
propiedad privada, forma de propiedad que no es universal, porque no pertenece a todos, y que
tampoco es eterna, porque apareció sobre la tierra hace aproximadamente medio milenio, y
desaparecerá bajo una forma superior, la colectiva, que sí es universal.
De tal modo que ese antagonismo de clase significa que el poder social, en último término, pertenece a
una minoría social. La capacidad de definir cómo va a ser el territorio, qué inversiones se van a priorizar,
cómo va a pensar la gente, cómo se va a relacionar la gente recíprocamente, qué forma adquieren las
ciudades, el campo y la línea de costa, cuánta gente sobra o falta en cada territorio, quién es el enemigo
y a quién se puede castigar, cómo se va a castigar,… todos estos atributos de la soberanía y la libertad
pertenecen, en su totalidad, estructuralmente, a la clase que posee, bajo la forma compleja del dinero,
la propiedad privada del poder social. Todo ello mientras subsiste el modo de producción capitalista,
basado en la propiedad privada, exclusiva y atomizada, de los medios de producción, y en su síntesis a
través del mercado y el Estado.
Todos los antagonismos endémicos de la sociedad moderna burguesa, proceden de la dinámica propia a
esta diferencia estructural en el plano de las formas básicas del poder social: propiedad y ausencia de
ella. El patriarcado moderno, la división sexual del trabajo, las distintas fases de organización de la
sexualidad misma, el racismo, el esclavismo moderno, el colonialismo, la subordinación del niño a
sistemas penitenciarios, la construcción del adolescente como sujeto subordinado y en crisis, la
exteriorización y subordinación de la naturaleza, la hegemonía cultural de occidente, la destrucción
sistemática de culturas, lenguas y razas, son todos ellos consecuencia de la imposición a escala global de
la sociedad de clase del modo de producción capitalista. Es decir, todos estos antagonismos son fruto de
la constitución de la propiedad privada, separada pero relacionada de forma especial con la ausencia de
ella, con el trabajo; de la clase capitalista con la clase trabajadora.
Pero la polarización entre Capital y Trabajo, tiene su origen, precisamente, en la relación de uso que el
Capital tiene con respecto al trabajo, con respecto a la fuerza de trabajo. Marx llamó a esto ‘relación de
Capital’ (Kapitalverhältnis).
Es de importancia crucial entender esto. Porque el Capital no paga ni un fragmento del trabajo del
obrero a través del salario. No se trata de un beneficio repartido, en ningún caso. La totalidad del
producto, la mercancía, pertenece exclusiva y absolutamente al capitalista. La totalidad del trabajo es
capturado por el Capital (entendido el Capital como dinero que engendra más dinero, a través del
proceso de circulación de las mercancías en el mercado). Uno de los componentes del dinero
desembolsado inicialmente por el capitalista, entre las materias primas, la infraestructura inmobiliaria y
los instrumentos de trabajo, es el salario.
El salario representa no la parte del trabajo que el capitalista paga al trabajador, sino el gasto de
producción que a la sociedad entera le cuesta producir al trabajador en cuanto trabajador.2 El salario lo
paga además no sólo el capitalista individual, sino toda la clase capitalista en general, a través de
prestaciones sociales del Estado, instituciones de asistencia de diversa índole, y gastos culturales para
mantener una infraestructura ideológica que subyugue, que hunda en la obediencia mental a la clase
obrera. El objetivo; pagar, con una parte de la inversión anual, la reproducción del ejército de familias
trabajadoras, que son (somos) posesión exclusiva de la clase capitalista en su conjunto. La clase
trabajadora, a diferencia de otras clases dominadas de la historia, lo que produce es la forma general
del poder: el valor, que a través del dinero, se define como ‘poder de mando sobre el trabajo’. Es decir,
produce continuamente sus propias cadenas, y entrega continuamente a sus dominadores, a través del
puesto de trabajo, el poder social para ser dominada.
El salario se compone de cuatro elementos: 1- Paga los gastos de producción del trabajador mismo como
individuo (comida, ropa, habitación, etc.); 2- Paga los gastos de reproducción del trabajador, es decir, de
la familia (niños, y el resto: en ciertas fases es la mujer la que ‘trabaja’, en otras el hombre, a veces, los
más viejos, otras los más jóvenes, y por detrás, todo el trabajo reproductivo, que suele descansar bajo
los hombros de la mujer); 3- Paga los gastos de formación de los trabajadores para que sean producidos
(escolarización y formación profesional o universitaria), y 4- Paga la obediencia del obrero, y aquí se
establece toda la lucha sindical por la reducción de la jornada laboral, por la subida del salario, por todo
tipo de prestaciones estatales, etc. Cuanto más amplia es esta parte, más acceso al poder social tienen
los obreros, pero a su vez, más subordinados y pacificados en la obediencia, en la constitución del poder
ajeno que los domina a través de las formas del valor.
Por lo tanto, todo el planeta, subordinado al modo de producción capitalista, está atravesado hoy, más
que en la época de los colectivistas clásicos (Marx, Engels, Bakunin, etc.) por la lucha de clases, lucha de
clases que los trabajadores y los capitalistas libran en ese último apartado del salario: el precio de la
obediencia. Pero ese último apartado, al contener la lucha de clases, contiene también, en todas partes
donde es fruto de confrontación, la apertura ideológica de la clase trabajadora a la posibilidad de no sólo
luchar por aumentar el precio de su obediencia, sino de romper con ésta, y con ella, con todas las
formas capitalistas de organizar la sociedad: el valor, el dinero, la competencia, la propiedad privada, el
Capital.
De este modo, la lucha de clases contiene en su seno la permanente apertura a la transformación
histórica del modo de producción capitalista, que está basado en la separación de la mayor parte de la
población por un lado y la minoría que monopoliza los medios de producción y la propiedad del poder
social. La lucha de clases contiene por lo tanto la apertura al Colectivismo.
Todo el globo terráqueo está ahora fragmentado en marcos parciales de lucha de clases. Los marcos
parciales, autónomos para la lucha de clases, son aquellos en los que la clase capitalista y la clase obrera
se han dotado de estructuras organizativas propias para afrontar la guerra estructural que
indefinidamente libran en el campo del salario, o lo que es lo mismo, en ese apartado número cuatro del
salario; el precio de la obediencia. Así, los capitalistas se dotan de patronales, de partidos políticos, de
constituciones, de organizaciones militares de clase (policía y ejército regular), de fondos comunes para
pagar las conquistas de los trabajadores (seguridad social, sistemas sanitarios, sistemas educativos), en
suma, de marcos de estado, etc… mientras que los trabajadores se dotan de organizaciones sindicales,
de organizaciones militares para la lucha de clases, y en su caso, de partidos, de organizaciones de
solidaridad, etc… en general, para dotarse colectivamente de instrumentos para llevar a cabo la lucha
por el salario. Esto provoca que el salario, junto con todas sus determinaciones (prestaciones sociales,
asistencia estatal, etc.) constituya magnitudes tan distantes de un marco de lucha de clases a otro; por
ejemplo, de Alemania a Estados Unidos de América, o de Chile a Noruega. Pero también de una
empresa a otra. ¿Por qué esto último?
Los Capitalistas siempre tratan de reducir la amplitud de miras de los obreros que se organizan a la
misma escala social que ellos, para ganar ventaja; de este modo, mientras que ellos se organizan a nivel
estatal o mundial, por sociedades, fondos de inversión de accionistas, multinacionales o foros
económicos, pretenden que los obreros se organicen sólo a escala de fábrica o empresa, o como
máximo, a escala de rama productiva, con convenios, etc… aunque en esto siempre tienden a
desarticular por completo todo rastro de organización obrera, a aislar a los trabajadores a su propia
casa, a confinarlos y enemistarlos entre sí, mediante toda serie de argucias.
Mediante este truco de los capitalistas de imponer a la clase obrera escalas menores a la suya en la
organización para la lucha de clases, pretenden dominar en todos los ámbitos y tener mayor capacidad
de determinar en toda coyuntura el precio del trabajo, en sumo, el precio de la obediencia. El
eurocomunismo, el postmodernismo, y el movimiento social demócrata obrero han colaborado
activamente, como formas de pseudo-conciencia obreras, con las pretensiones de la clase capitalista,
hasta dejar, en los inicios del nuevo milenio, a la clase obrera de los centros imperialistas totalmente
desarticulada y subordinada, sin capacidad de defensa alguna.
Pero el segundo truco de la clase capitalista, el mayor de los trucos, consiste en ceñir la perspectiva de
organización obrera a la óptica de la lucha por el salario; en determinar la lucha de clases y el campo de
visión de los trabajadores sobre la neutralidad y eternidad de las relaciones de producción capitalistas,
que producen y reproducen continuamente la acumulación en manos privadas del poder social. En
definitiva, esta segunda estratagema, consiste en condenar a la obediencia eterna a la fuerza de trabajo.
Lo que bajo todo punto de vista teme la clase capitalista, es la alianza organizativa de la fuerza de
trabajo, alianza que viene fundamentada en la solidaridad universal entre los que trabajan y los
desempleados, y cuyo resultado inmediato es la apuesta por la construcción la propiedad común del
territorio, de los medios de producción de la vida, etc. En efecto, es la lucha por la expropiación de los
expropiadores, de las expropiación de toda la infraestructura productiva de la vida, y la desarticulación
de la forma valor bajo la que se haya secuestrada, para construir la sociedad colectivista, en la que el
acceso a la propiedad social no esté fundamentado en la transformación en propiedad privada, en la
exclusión.
Es decir: lo que verdaderamente teme la clase dominante, es que la lucha de clases se desplace, de la
lucha por el precio de la obediencia (lucha por el salario), a la lucha por la disolución de todas las
formas de poder privado sobre las que descansa su superioridad de clase. O lo que es lo mismo: la lucha
por construir el modo de producción colectivista (o comunista, como se quiera decir) y la propiedad
colectiva de los medios de vida.
Este es el esquema fundamental de la lucha de clases, y es muy importante que el velo ideológico que
se ha vertido sobre él caiga. Es muy importante que la conciencia de clase, que no es otra cosa que la
conciencia de la posición que se ocupa en la estructura real del poder, sea recuperada. Pero lo que por
encima de todo urge, es recuperar la perspectiva colectivista, la apuesta colectivista, porque el modo de
producción capitalista está entrando definitivamente en una fase de barbarie absoluta.
A lo largo del Siglo veinte, se ha establecido e impuesto a la mentalidad de los trabajadores desde las
universidades, desde los movimientos de izquierda intervenidos y asimilados, desde todas las esferas de
emisión ideológica, en las escuelas, el espacio mediático, etc. una comprensión política falaz: que el
fracaso de la unión soviética significaba el fracaso del marxismo (Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo…),
que el fracaso del marxismo significaba el fracaso de la crítica de la economía política (Marx), y que el
fracaso de Marx, significaba el fracaso de toda la clase obrera, en su apuesta por el colectivismo, por
superar el capitalismo y su condición de esclavitud moderna. Pero nosotros, la clase de los desposeídos,
tenemos algo muy importante que decir: el fracaso de la unión soviética no es el fracaso del marxismo
en general, mucho menos el fracaso de la crítica de la sociedad capitalista, y muchísimo menos la
condenación de todo intento de transformarla en su totalidad en una nueva esperanza para nuestra
raza.
Tenemos mucho que pensar sobre esto, antes de que nuestra lucha como pueblo trabajador se enrumbe
definitivamente en cauces de asimilación y nuestra sumisión sea ya irreversible. No echemos por la
borda todo nuestro potencial político, hagamos una apuesta por la transformación colectivista, definamos
nuestra perspectiva de la lucha de clases, una lucha a la que, fuera de toda posibilidad de decisión, nos
han condenado.
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