sábado, 20 de febrero de 2016

Para trabajar pensando.


                               Colectivismo y lucha de clases.


Ya va siendo hora de desbrozar la maraña de zarzas hegemónicas que, en la segunda mitad del siglo XX,

el Capital ha impuesto a la mentalidad de la clase obrera. Comenzamos una nueva época, una nueva

fase de dominación, con la entrada del nuevo siglo. La clase obrera no se ha enterado. Con este artículo

tratamos de sacudir vuestras conciencias y situaros en la posición que ocupamos en el nuevo (viejo)

campo de antagonismos sociales.

Para que no quede lugar a dudas de la vigencia del concepto de clase obrera: nos referimos con ello al

conjunto de familias1 que no disponen de los medios de subsistencia necesarios para la competencia en

las formas burguesas de socialización (el mercado y la mercancía); es decir, que no tienen los medios de

producción ni poseen territorio, no tienen propiedad, son (somos) la clase de los desposeídos. Bajo este

concepto caen las siguientes categorías sociales: mujeres, hombres y niños que se ven obligados a

trabajar para otros, obligados a mantener a flote, afectivamente aislados de las demás familias, a su

propia familia (reproducción burguesa), y en el desempleo, obligados a obedecer todo lo que venga del

poder burgués y del Estado; junto con ellos, también millones de pensionistas que son superfluos a un

sistema cuyo centro de socialización es el trabajo, y para el cual ya no son competitivos, por lo tanto,

inútiles en términos burgueses; caen también bajo el concepto de clase trabajadora autónomos sin

empleados a su cargo, así como autónomos con empleados pero que dependen de la financiación de los

créditos para sacar adelante su pequeña plataforma productiva; la práctica totalidad de los

cooperativistas que no tienen capacidad real para la producción de excedente más allá de sus salarios; y

tendencialmente siempre, pequeñas y medianas empresas en su totalidad que se encuentren

endeudadas ante el Capital financiero.

En general la clase obrera, es decir, la clase desposeída y apartada de la libertad política y el poder

material, en definitiva, la clase condenada a trabajar para reproducir su situación, frente a la clase que

posee la libertad política y el poder material. La clase Capitalista está compuesta en la superficie del

sistema por grandes empresarios, banqueros, terratenientes, grandes inversores y accionistas, élites

políticas, militares y religiosas del mundo, y todos los gestores e intermediarios de ellos (medianos

empresarios, directivos de empresa, jerarquías burocráticas, trepas y traidores de la clase obrera que

abrazan el poder). La clase Capitalista no es la clase ociosa, la oposición no es entre los vagos y los

industriosos, sino entre los que trabajan para sí y los que trabajan para otros. En caso de que el

capitalista desarrolle algún tipo de actividad productiva, lo hace siempre explotando el trabajo de los

demás, transformando el trabajo ajeno en más dinero para sí, en más poder. Toda su actividad tiene por

objetivo acrecentar su poder, porque tiene medios sobrados para ello, porque es la clase propietaria del

tejido productivo y de la organización de los marcos de decisión.

En su conjunto, la sociedad está polarizada entre el Capital y el Trabajo, los que poseen la propiedad, y

los que no tienen más remedio que ofrecer su fuerza de trabajo para constituir más propiedad ajena, o

vagan errantes por el mundo porque nadie quiere disponer de esa fuerza de trabajo. Este antagonismo

no significa tanto que unos trabajan y otros no, sino que unos trabajan para otros en una sociedad de

propiedad privada, forma de propiedad que no es universal, porque no pertenece a todos, y que

tampoco es eterna, porque apareció sobre la tierra hace aproximadamente medio milenio, y

desaparecerá bajo una forma superior, la colectiva, que sí es universal.

De tal modo que ese antagonismo de clase significa que el poder social, en último término, pertenece a

una minoría social. La capacidad de definir cómo va a ser el territorio, qué inversiones se van a priorizar,

cómo va a pensar la gente, cómo se va a relacionar la gente recíprocamente, qué forma adquieren las

ciudades, el campo y la línea de costa, cuánta gente sobra o falta en cada territorio, quién es el enemigo

y a quién se puede castigar, cómo se va a castigar,… todos estos atributos de la soberanía y la libertad

pertenecen, en su totalidad, estructuralmente, a la clase que posee, bajo la forma compleja del dinero,

la propiedad privada del poder social. Todo ello mientras subsiste el modo de producción capitalista,

basado en la propiedad privada, exclusiva y atomizada, de los medios de producción, y en su síntesis a

través del mercado y el Estado.

Todos los antagonismos endémicos de la sociedad moderna burguesa, proceden de la dinámica propia a

esta diferencia estructural en el plano de las formas básicas del poder social: propiedad y ausencia de

ella. El patriarcado moderno, la división sexual del trabajo, las distintas fases de organización de la

sexualidad misma, el racismo, el esclavismo moderno, el colonialismo, la subordinación del niño a

sistemas penitenciarios, la construcción del adolescente como sujeto subordinado y en crisis, la

exteriorización y subordinación de la naturaleza, la hegemonía cultural de occidente, la destrucción

sistemática de culturas, lenguas y razas, son todos ellos consecuencia de la imposición a escala global de

la sociedad de clase del modo de producción capitalista. Es decir, todos estos antagonismos son fruto de

la constitución de la propiedad privada, separada pero relacionada de forma especial con la ausencia de

ella, con el trabajo; de la clase capitalista con la clase trabajadora.

Pero la polarización entre Capital y Trabajo, tiene su origen, precisamente, en la relación de uso que el

Capital tiene con respecto al trabajo, con respecto a la fuerza de trabajo. Marx llamó a esto ‘relación de

Capital’ (Kapitalverhältnis).

Es de importancia crucial entender esto. Porque el Capital no paga ni un fragmento del trabajo del

obrero a través del salario. No se trata de un beneficio repartido, en ningún caso. La totalidad del

producto, la mercancía, pertenece exclusiva y absolutamente al capitalista. La totalidad del trabajo es

capturado por el Capital (entendido el Capital como dinero que engendra más dinero, a través del

proceso de circulación de las mercancías en el mercado). Uno de los componentes del dinero

desembolsado inicialmente por el capitalista, entre las materias primas, la infraestructura inmobiliaria y

los instrumentos de trabajo, es el salario.

El salario representa no la parte del trabajo que el capitalista paga al trabajador, sino el gasto de

producción que a la sociedad entera le cuesta producir al trabajador en cuanto trabajador.2 El salario lo

paga además no sólo el capitalista individual, sino toda la clase capitalista en general, a través de

prestaciones sociales del Estado, instituciones de asistencia de diversa índole, y gastos culturales para

mantener una infraestructura ideológica que subyugue, que hunda en la obediencia mental a la clase

obrera. El objetivo; pagar, con una parte de la inversión anual, la reproducción del ejército de familias

trabajadoras, que son (somos) posesión exclusiva de la clase capitalista en su conjunto. La clase

trabajadora, a diferencia de otras clases dominadas de la historia, lo que produce es la forma general

del poder: el valor, que a través del dinero, se define como ‘poder de mando sobre el trabajo’. Es decir,

produce continuamente sus propias cadenas, y entrega continuamente a sus dominadores, a través del

puesto de trabajo, el poder social para ser dominada.

El salario se compone de cuatro elementos: 1- Paga los gastos de producción del trabajador mismo como

individuo (comida, ropa, habitación, etc.); 2- Paga los gastos de reproducción del trabajador, es decir, de

la familia (niños, y el resto: en ciertas fases es la mujer la que ‘trabaja’, en otras el hombre, a veces, los

más viejos, otras los más jóvenes, y por detrás, todo el trabajo reproductivo, que suele descansar bajo

los hombros de la mujer); 3- Paga los gastos de formación de los trabajadores para que sean producidos

(escolarización y formación profesional o universitaria), y 4- Paga la obediencia del obrero, y aquí se

establece toda la lucha sindical por la reducción de la jornada laboral, por la subida del salario, por todo

tipo de prestaciones estatales, etc. Cuanto más amplia es esta parte, más acceso al poder social tienen

los obreros, pero a su vez, más subordinados y pacificados en la obediencia, en la constitución del poder

ajeno que los domina a través de las formas del valor.

Por lo tanto, todo el planeta, subordinado al modo de producción capitalista, está atravesado hoy, más

que en la época de los colectivistas clásicos (Marx, Engels, Bakunin, etc.) por la lucha de clases, lucha de

clases que los trabajadores y los capitalistas libran en ese último apartado del salario: el precio de la

obediencia. Pero ese último apartado, al contener la lucha de clases, contiene también, en todas partes

donde es fruto de confrontación, la apertura ideológica de la clase trabajadora a la posibilidad de no sólo

luchar por aumentar el precio de su obediencia, sino de romper con ésta, y con ella, con todas las

formas capitalistas de organizar la sociedad: el valor, el dinero, la competencia, la propiedad privada, el

Capital.

De este modo, la lucha de clases contiene en su seno la permanente apertura a la transformación

histórica del modo de producción capitalista, que está basado en la separación de la mayor parte de la

población por un lado y la minoría que monopoliza los medios de producción y la propiedad del poder

social. La lucha de clases contiene por lo tanto la apertura al Colectivismo.

Todo el globo terráqueo está ahora fragmentado en marcos parciales de lucha de clases. Los marcos

parciales, autónomos para la lucha de clases, son aquellos en los que la clase capitalista y la clase obrera

se han dotado de estructuras organizativas propias para afrontar la guerra estructural que

indefinidamente libran en el campo del salario, o lo que es lo mismo, en ese apartado número cuatro del

salario; el precio de la obediencia. Así, los capitalistas se dotan de patronales, de partidos políticos, de

constituciones, de organizaciones militares de clase (policía y ejército regular), de fondos comunes para

pagar las conquistas de los trabajadores (seguridad social, sistemas sanitarios, sistemas educativos), en

suma, de marcos de estado, etc… mientras que los trabajadores se dotan de organizaciones sindicales,

de organizaciones militares para la lucha de clases, y en su caso, de partidos, de organizaciones de

solidaridad, etc… en general, para dotarse colectivamente de instrumentos para llevar a cabo la lucha

por el salario. Esto provoca que el salario, junto con todas sus determinaciones (prestaciones sociales,

asistencia estatal, etc.) constituya magnitudes tan distantes de un marco de lucha de clases a otro; por

ejemplo, de Alemania a Estados Unidos de América, o de Chile a Noruega. Pero también de una

empresa a otra. ¿Por qué esto último?

Los Capitalistas siempre tratan de reducir la amplitud de miras de los obreros que se organizan a la

misma escala social que ellos, para ganar ventaja; de este modo, mientras que ellos se organizan a nivel

estatal o mundial, por sociedades, fondos de inversión de accionistas, multinacionales o foros

económicos, pretenden que los obreros se organicen sólo a escala de fábrica o empresa, o como

máximo, a escala de rama productiva, con convenios, etc… aunque en esto siempre tienden a

desarticular por completo todo rastro de organización obrera, a aislar a los trabajadores a su propia

casa, a confinarlos y enemistarlos entre sí, mediante toda serie de argucias.

Mediante este truco de los capitalistas de imponer a la clase obrera escalas menores a la suya en la

organización para la lucha de clases, pretenden dominar en todos los ámbitos y tener mayor capacidad

de determinar en toda coyuntura el precio del trabajo, en sumo, el precio de la obediencia. El

eurocomunismo, el postmodernismo, y el movimiento social demócrata obrero han colaborado

activamente, como formas de pseudo-conciencia obreras, con las pretensiones de la clase capitalista,

hasta dejar, en los inicios del nuevo milenio, a la clase obrera de los centros imperialistas totalmente

desarticulada y subordinada, sin capacidad de defensa alguna.

Pero el segundo truco de la clase capitalista, el mayor de los trucos, consiste en ceñir la perspectiva de

organización obrera a la óptica de la lucha por el salario; en determinar la lucha de clases y el campo de

visión de los trabajadores sobre la neutralidad y eternidad de las relaciones de producción capitalistas,

que producen y reproducen continuamente la acumulación en manos privadas del poder social. En

definitiva, esta segunda estratagema, consiste en condenar a la obediencia eterna a la fuerza de trabajo.

Lo que bajo todo punto de vista teme la clase capitalista, es la alianza organizativa de la fuerza de

trabajo, alianza que viene fundamentada en la solidaridad universal entre los que trabajan y los

desempleados, y cuyo resultado inmediato es la apuesta por la construcción la propiedad común del

territorio, de los medios de producción de la vida, etc. En efecto, es la lucha por la expropiación de los

expropiadores, de las expropiación de toda la infraestructura productiva de la vida, y la desarticulación

de la forma valor bajo la que se haya secuestrada, para construir la sociedad colectivista, en la que el

acceso a la propiedad social no esté fundamentado en la transformación en propiedad privada, en la

exclusión.

Es decir: lo que verdaderamente teme la clase dominante, es que la lucha de clases se desplace, de la

lucha por el precio de la obediencia (lucha por el salario), a la lucha por la disolución de todas las

formas de poder privado sobre las que descansa su superioridad de clase. O lo que es lo mismo: la lucha

por construir el modo de producción colectivista (o comunista, como se quiera decir) y la propiedad

colectiva de los medios de vida.

Este es el esquema fundamental de la lucha de clases, y es muy importante que el velo ideológico que

se ha vertido sobre él caiga. Es muy importante que la conciencia de clase, que no es otra cosa que la

conciencia de la posición que se ocupa en la estructura real del poder, sea recuperada. Pero lo que por

encima de todo urge, es recuperar la perspectiva colectivista, la apuesta colectivista, porque el modo de

producción capitalista está entrando definitivamente en una fase de barbarie absoluta.

A lo largo del Siglo veinte, se ha establecido e impuesto a la mentalidad de los trabajadores desde las

universidades, desde los movimientos de izquierda intervenidos y asimilados, desde todas las esferas de

emisión ideológica, en las escuelas, el espacio mediático, etc. una comprensión política falaz: que el

fracaso de la unión soviética significaba el fracaso del marxismo (Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo…),

que el fracaso del marxismo significaba el fracaso de la crítica de la economía política (Marx), y que el

fracaso de Marx, significaba el fracaso de toda la clase obrera, en su apuesta por el colectivismo, por

superar el capitalismo y su condición de esclavitud moderna. Pero nosotros, la clase de los desposeídos,

tenemos algo muy importante que decir: el fracaso de la unión soviética no es el fracaso del marxismo

en general, mucho menos el fracaso de la crítica de la sociedad capitalista, y muchísimo menos la

condenación de todo intento de transformarla en su totalidad en una nueva esperanza para nuestra

raza.

Tenemos mucho que pensar sobre esto, antes de que nuestra lucha como pueblo trabajador se enrumbe

definitivamente en cauces de asimilación y nuestra sumisión sea ya irreversible. No echemos por la

borda todo nuestro potencial político, hagamos una apuesta por la transformación colectivista, definamos

nuestra perspectiva de la lucha de clases, una lucha a la que, fuera de toda posibilidad de decisión, nos

han condenado.

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