La tremenda pitada contra el himno franquista fue lo mejor de la final de la Copa del Rey, antes llamada del Generalísimo, mientras el jefe de estado de la familia nombrada a dedo por el Caudillo fascista no sabía hacia donde mirar y, con seguridad, lamentaba tener que estar ahí, escuchando la voz del pueblo, en vez de poder seguir tocándose las pelotas reales a costa de los impuestos de los trabajadores y dedicado a los suculentos negocios sucios heredados de su padre.
No obstante, las frecuentes finales entre Bilbao y Barcelona en los últimos años han servido de expresión a la voz silenciada de millones de españoles que, por pertenecer a algunos de los pueblos sometidos por la ideología de la España Una, Grande y Libre o por seguir sin aceptar la España surgida de los tejemanejes de la élite franquista en la transición, no han tenido ningún problema, a pesar de las amenazas, en demostrar el poco respeto existente en nuestro país a este himno impuesto y a todos los símbolos que solo representan a la mafia de delincuentes que nos gobiernan (que son los herederos directos, sin solución de continuidad, de aquellos que ahogaron en sangre a la República y construyeron la actual sobre miles de fosas comunes llenas de olvidados luchadores por la libertad).
Por todo ello, y aunque no estuve en el Camp Nou, yo también pité al himno de España.
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