jueves, 23 de abril de 2015
La centralidad es la ruptura
Emmanuel Rodríguez, Sociólogo y Doctor en Historia
“La posibilidad de construir esta opción de ruptura, que se constituya como alternativa al régimen del ’78, nos remite una y otra vez a la necesidad de construir una organización amplia y democrática que llegue hasta el último rincón social y que gracias a ello sea capaz de ofensiva”.
Las Memorias de un estadista son siempre más interesantes por lo que callan y por sus medias verdades que por aquello que quieren hacer pasar como las claves de su tiempo. Ayer Pablo Iglesias publicaba en este medio un artículo acerca de la evolución de Podemos, seguramente crucial para el ciclo político que atraviesa al país.
Comenzaba con un largo comentario sobre el libro, todavía reciente, de Rodríguez Zapatero: El Dilema, un análisis en primerísima persona de su caída como presidente del gobierno. Quizás azuzado por la lectura del fracaso del último gobierno “progresista”, el secretario general de Podemos daba un vuelco a lo que ha sido la tónica más bien anodina de la formación en los últimos meses.
El título del artículo lo decía casi todo, como si no no mereciera más que un breve párrafo aclaratorio: “La centralidad no es el centro”. Con ello reivindicaba la necesidad de recuperar la “irreverencia” de los primeros tiempos, de insistir en señalar a los culpables de la crisis –“base de todo proyecto político de irrupción plebeya”– y de devolver el protagonismo a la “cuestión social” frente al expolio de lo público-común.
Su propósito: no confundir el “centro ideológico”, esa posición políticamente inane que se ha situado históricamente entre la izquierda y la derecha, con la oportunidad política que ha abierto la crisis del régimen. Podemos sólo puede apelar a una mayoría social precisamente porque está dispuesto a ir más allá de la regeneración y el recambio de élites.
Para quien quiera una interpretación más clara de lo que sólo se deja leer entre líneas, en estas semanas se juega el debate estratégico en Podemos. Hasta ahora, este ha sido clausurado en pro de una hipótesis que hoy se desemorona, la de llegar al gobierno en un único ciclo electoral por medio de un discurso calculadamente moderado capaz de seducir a amplios sectores sociales (una crítica aquí).
Por eso la discusión política no debía ir más allá de la denuncia de la corrupción y el desgaste de los viejos partidos. Y por eso también la ruptura, el descaro, la reivindicación de un proyecto constituyente fueron progresivamente sustituidos por imágenes más propias del marketing electoral que de un proyecto político innovador.
Diseñada hasta el detalle por el número dos del partido, Iñigo Errejón, la hipótesis populista se sostuvo mientras la encuestas daban resultados al alza y ha empezado perder fuerza tan rápido como estos han comenzado a darlos a la baja. Enfrentado al fracaso de una estrategia que nunca dejó de tener una factura demasiado académica, Pablo ha decidido virar y con razón. Al fin y al cabo, antes que politólogo, Pablo quiere ser político.
La cuestión es que para este retorno al Podemos que conocimos en las europeas vuelva a entusiasmar, a ser creíble hasta el punto de remontar hacia una posición de “mayoría” con todo en contra (los medios, Ciudadanos, los poderes de siempre), se requiere de algo más que de un cambio en el discurso.
En cierto modo, el error de Podemos, y en general de todas las culturas activistas que han tratado de intervenir sobre la coyuntura que ha abierto el 15M, ha sido el de remitirse a un imagen social tan abstracta como la “ciudadanía” o, en una versión todavía más simple, la “gente”.
Congruentemente, la tabula rasa de diferencias sociales se ha asimilado con una “norma” inspirada en lo que los círculos activistas tienen más a mano: las clases medias. Sobra decir que entre estas y el “centro ideológico” apenas cabe una hoja de papel, normalmente con forma de papeleta electoral.
Un proyecto de mayorías supone, por contra, pensar –y todavía más difícil articular– alianzas entre segmentos sociales heterogéneos y poco conectados. Implica facilitar la organización de un “pueblo” que apenas se conoce y que está formado mucho más por los retazos de esa gigantesca minoría silenciosa y abstencionista que forman los residuos de la antigua clase obrera y las nuevas figuras del trabajo precario, que por las jóvenes élites profesionales, universitarias y culturales, por desplazadas y marginadas que éstas se sientan. Curiosamente la composición social de los mil círculos que componen la base de Podemos resultó ser una prefiguración de las potencias de esta alianza.
De forma congruente, la posibilidad de construir esta opción de ruptura, que se constituya como alternativa al régimen del ’78, nos remite una y otra vez a la necesidad de construir una organización amplia y democrática que llegue hasta el último rincón social y que gracias a ello sea capaz de ofensiva. Lo decía recientemente Víctor Alonso Rocafort, el “error Vista Alegre” debe ser reversible.
El jacobinismo y el centralismo de Podemos se ha levantado sobre demasiados cadáveres: el despilfarro de un esfuerzo y un potencial de inteligencia colectiva preciosos por miedo al desbordamiento interno y en aras de un blitzkrieg (una guerra relampago) que se ha demostrado imposible. O en otras palabras, la recuperación de Podemos pasa por su refundación: una suerte de ingeniería inversa de Vista Alegre que permita una amplia descentralización y democratización interna, al tiempo que se da paso a una modalidad organizativa fundada en el protagonismo de los círculos y de direcciones colegiadas, plurales y complejas.
Ayer fue un día esperanzador, además del artículo de Pablo, Toni Negri, el viejo militante del operaísmo (obrerismo) y la autonomía italianos culminó su gira ibérica en Madrid. Negri es uno de los mejores maestros si uno quiere acercarse a aquella época, la de los setenta, la penúltima en la que fue posible cambiarlo todo. En sus conferencias en Zaragoza, Madrid y Barcelona insistía en una vieja máxima de la autonomía: la estrategia no compete al partido, sino al movimiento.
Por este entendía no los “movimientos sociales”, con sus culturas militantes y sus límites a veces insorteables, sino (parafraseando a Marx) al “movimiento de lo real” que se realiza en las luchas, las resistencias y las aspiraciones que en toda sociedad expresan potencia, deseo, posibilidad constituyente.
El 15M ha procurado, en este terreno, tanto la oportunidad como las líneas estratégicas que debieran servir de guía a Podemos. Si esta formación quiere seguir siendo una opción política viable deberá atender a un ciclo político en el que sólo le corresponde su momento táctico. O dicho de otro modo, la organización de las tareas concretas que permitan a los elementos de ruptura hoy presentes en la sociedad encontrar un modelo organizativo y político eficaz.
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