domingo, 27 de abril de 2014

SOCIALISMO y NACIONALISMO. Artículo de Josemari Lorenzo Espinosa


   Hay un debate crónico, en la escena política que parece difícil, sino imposible de resolver. Se trata de la aparente, a veces  real, oposición entre socialismo y nacionalismo. En ocasiones, los esfuerzos teóricos y prácticos de la izquierda parecen superarlo, incluso solucionarlo. Pero es un espejismo. Es cuestión de tiempo, a veces años, que vuelva a presentarse, a separar y a confundir a viejos y nuevos militantes. Entre nosotros, en los últimos tiempos se viene empleando un argumento de prioridades, sobre este asunto. Según el cual no es hora, no toca, ocuparse de los pueblos o de las naciones, sino de los problemas económicos. Es hora de la crisis social, no de la nacional. Y en  este aspecto, coinciden los tertulianos oficiales del sistema con los Rajoy, Pere Navarro, Urkullu, algunos blogeros izquierdosos y ciertos infiltrados de casa-cuartel.

  Este asunto no tiene nada de nuevo. Desde que uno empezó a leer y releer sobre estas cosas, recuerdo esta discusión como uno de los principales puntos del orden del día, nada menos que en la V Asamblea de ETA (1966-67). La misma convocatoria de la Asamblea se debió al sesgo “excesivo” de clase, que estaban adoptando las posiciones de la dirección de ETA, en perjuicio del nacionalismo o independentismo vasco. Uno de los principales objetivos fundacionales de la organización, gracias al que todavía se mantenían en la misma organización personas tan distintas como Txillardegi, Bilbao, Etxabe, Krutwig,. Etxebarrieta, Eskubi, Onaindia etc..

  Ya entonces unos eran partidarios de separar, y relegar a un segundo plano en el tiempo y el espacio, las cuestiones nacionales vascas, y hacer frente común con los movimientos sociales y progresistas españoles, para derribar la dictadura y procurar la mejoría de la situación política y social española. Como es sabido, había otro grupo, empeñado en creer que ambas cosas podían hacerse a la vez. Mas aún, que no era posible separarlas, sin perjuicio de la parte vasca. Y, en todo caso, si había que pactar con alguien era con la propia burguesía nacionalista vasca. Siempre, claro, que estuviese interesada en la misma cuestión de liberación nacional vasca y que los intereses de los trabajadores estuvieran debidamente representados en la hipotética coalición, que se llamaba Frente Nacional, a semejanza de otros similares surgidos en diversas partes del mundo.

    El asunto se resolvió de la única manera posible entonces. Cada uno se fue por su lado. Y cada uno terminó, donde sus ideas le llevaron. Pero quién tenía razón? Cuál era la estrategia mas adecuada a las necesidades del “pueblo trabajador vasco”. Concepto, este, creado por Txabi, con la inestimable ayuda de su hermano, para condensar en una idea la solución al problema. Esta solución, todavía no sabemos si fue acertada, o si retraso de alguna forma la revolución vasca, siempre pendiente. Lo cierto es que, hoy, casi cincuenta años después, a pesar de las numerosas aportaciones teórico-prácticas de aquella asamblea, o de los escritos contemporáneos de los Krutwig, Txillardegi, Argala, Beltza, Eskubi y otros, este asunto recurrente aparece una y otra vez. Se renueva en cada generación de vascos que pretenden abordar al mismo tiempo el nacionalismo y el socialismo. Es decir, la emancipación social y nacional de los trabajadores vascos. Que tienen problemas sociales comunes y no comunes, con sus colegas hispanos, franceses, catalanes, andaluces etc. Pero también con alemanes, italianos, cubanos o senegales. Es decir, de vascos que son trabajadores, quieren acabar con el capitalismo y aspiran a una sociedad socialista, comunista, anarquista etc. o como quiera que se llame el recambio, sin por ello dejar de ser vascos. O sea, sin tener que ser españoles, franceses etc.

    Yo creo que siempre hemos estado en crisis. Quiero decir, el capitalismo es un modo de producción en permanente crisis. No es que esto no les pasara a los modos de producción anteriores, pero es ahora cuando tenemos mas datos, mas instantáneos, y mas o mejor conciencia de lo que pasa. Y de qué tenemos que hacer, para que no pase. Algunas crisis, o fases críticas, del capitalismo son mas visibles y  dañinas que otras, pero siempre están latentes y siempre son  negativas para los obreros y las clases mas desfavorecidas. También sabemos, y sobre esto ningún listillo defensor del capitalismo nos va a demostrar lo contrario,  que la única forma de acabar con las crisis y con sus nefastas consecuencias, es acabar con el sistema mismo. El capitalismo debe ser sustituido. Debe desaparecer, cuanto antes mejor. Y mucho nos tenemos que será por las malas. Esto es bastante aceptado y demostrado empíricamente a través de la sucesión en la historia y del estudio de los otros sistemas de producción. Y todos tenemos, mas o menos idea, de lo que hay que hacer para acabar con el. Pero resulta complicado ponerse de acuerdo, en ello. Lo cual no demuestra, como quieren los becarios del sistema, que el capitalismo sea el fin de la historia, que no haya forma de superalo, sino que tenemos que seguir discutiendo y avanzando en su sustitución. Teórica, pero sobre todo práctica.

      Hay muchos que piensan que una premisa para acabar con el capitalismo es conseguir la unidad de los trabajadores. Y que esa unión debe de hacerse en el marco de los actuales estados, mas o menos reconocidos. Otros creen que la unidad y la cooperación de los trabajadores puede hacerse en el plano de las relaciones internacionales de los trabajadores. Es decir, según lo que llamamos internacionalismo proletario. Estos últimos, creen que deben de ser respetadas las opciones nacionales propias de cada grupo de trabajadores. Y no forzarles a perderlas y tener que adoptar forzosamente otras procedentes del pais ocupante o colonial.

   En el caso vasco, Argala escribió con claridad sobre esto, mostrando su sorpresa por las exigencias mas o menos solapadas, de los sindicatos y organizaciones obreras españolas, que creían que las reivindicaciones nacionalistas de los obreros vascos, eran un obstáculo, en el camino revolucionario de los años setenta. Argala, por el contrario, pensaba que los obreros vascos, podían ejercer al mismo tiempo la lucha nacional propia y la lucha social universal, coordinada con la clases obreras revolucionaria del Estado. Siempre que los derechos nacionales de todos fuesen aceptados y respetados.

    Desde entonces, siempre que se plantea una lucha social revolucionaria, entre nosotros, aparece al mismo tiempo el problema del marco nacional. Es decir, el lugar donde se encuadra, o debe encuadrarse para ser mas eficaz, la lucha de clases, la toma de decisiones, incluso el idioma o la cultura en la que se deben escenificar las reivindicaciones. Y, en los casos de estados multinacionales, como el de España, la cuestión se decanta siempre del lado de la nacionalidad mayoritaria. Del grupo mas fuerte. Esto equivale a la pérdida paulatina o desaparición de la identidad de los obreros, de la  nación débil que  no está reconocida como tal, ni por el Estado, ni por el capitalismo del Estado dominante. Y solo a regañadientes, por el movimiento obrero del mismo Estado. 

   El paso siguiente es identificar este deseo de muchos trabajadores por conservar la identidad nacional propia (idioma, cultura, costumbres...), o sea la que le han trasmitido sus padres, su familia, su entorno social colectivo, con el mismo deseo manifestado por la burguesía, o una parte de ella, de la nación oprimida. Sin advertir ni admitir que no son precisamente los obreros los que no tienen patria, sino que es la burguesía la que es apátrida y está dispuesta a venderse al mejor mercado y cambiar de cultura, de costumbres incluso de lengua y hasta de apellidos, por el mejor postor.

   La culpabilidad histórica del capitalismo, en su versión imperialista, en la configuración  de los actuales estados nacionalmente opresores, está fuera de duda. Es la expansión del capitalismo industrial europeo, desde el s. XVIII en adelante, la culpable de la unificación forzada del muchos estados, y específicamente del territorio estatal español. En el caso vasco, este proceso fue mas tardío que en otras partes y quizá mas confuso, por el interés de su oligarquía en formar parte de España. Pero no hay ninguna discusión sobre los intereses de las burguesías industriales,  y su connivencia con las oligarquías y linajes hispanos, en la formación unitaria y obligada de España.

  En este origen histórico del problema vasco han coincidido cualquiera de los sectores del nacionalismo de izquierda y de la izquierda estatalista. Pero donde no se han puesto nunca de acuerdo es en la necesidad de una lucha conjunta socialista y nacionalista. La falsa cuestión de prioridades y la no menos equivocada  actitud de poner por delante lo mismo el frente nacional, que el frente de clase, según quien opine, ha impedido una visión de unión y de conjunto en este problema. Salvo en los mejores años de la llamada izquierda abertzale.

      Sin embargo, para mi este asunto que ya se planteó en los años veinte y treinta con Aberri, Jagi-Jagi o ANV,  está resuelto y bien resuelto, en el plano teórico, desde finales de los sesenta. Los escritos de Txabi, Krutwig, Argala, Beltza, Apalategi y otros, antes o después, han demostrado que no es necesario, que no hay ningún motivo de peso, para marginar la lucha nacional por la social. Ni al revés. Es todo lo contrario. Cuando se produce la toma de conciencia conjunta, o acumulativa según Beltza), la capacidad dinámica de lucha es asimismo doble. Los que sienten el peso objetivo de los dos problemas, se sienten oprimidos en su condición social como trabajadores explotados y en su identidad nacional, como vascos impedidos, han constituido durante medio siglo una de las minorías nacionales mas reivindicativas de Europa. Y no ven ni hay  ninguna razón por la que tengan que olvidarse, en su lucha revolucionaria independentistas, de uno de los dos aspectos en favor del otro. Hay miles de ejemplos prácticos, de militancias personales y colectivas, que así lo han hecho y siguen haciendo entre nosotros. Y la unió de ambas cuestiones ha ejercido de poderoso motor de militancia.

     Por otra parte, incluso desde el punto de vista táctico, práctico o como se quiera, está demostrado que esta separación, en cambio, conduce a una derrota segura de ambos objetivos de liberación nacional y de emancipación social. Si creemos que con la desaparición del capitalismo y el triunfo de una sociedad socialista, justa y solidaria, desaparecerá también el problema de las nacionalidades reprimidas, no veo ninguna razón para establecer diferencias, niveles y prioridades entre ambas. No hay razón para hablar de estos problemas separándoles por orden de importancia o de prioridad. La doble explotación, social y nacional, debe resolverse conjuntamente. Porque son lo mismo. Y asi lo siente y lo ha sentido, desde los años sesenta al menos, el pueblo trabajador vasco.

   Resulta en este supuesto que, en una hipotética alianza de clase internacional, si una de las nacionalidades aliada prevalece sobre las otras, se estaría produciendo un problema de negación y prohibición de identidades que afecta y perjudica no solo a las pequeñas burguesías sino también a los trabajadores en cuestión. No hay ningún motivo estratégico ni táctico que autorice a creer que los trabajadores, que no tienen “nada que perder mas que sus cadenas”, en un proceso de emancipación social, deban perder su nación, su territorio de origen, su pertenencia a un colectivo nacional y sus rasgos familiares y étnicos mas personles. Es decir su lengua, cultura, costumbres, historia y otros elementos. Tampoco, que esta renuncia garantice una mayor velocidad o un atajo en la lucha universal contra del despotismo capitalista.

    Otra cosa es la necesaria y deseable hermandad universal, por encima de razas y naciones, que sin duda traerá la futura (y próxima) sociedad socialista con la desaparición de la propiedad de los medios de producción, la explotación de seres humanos y no humanos, el egoísmo irracional capitalista, el mercantilismo etc. Y otra que los obreros, precisamente los que han sido despojados de todo, tengan que renunciar también a sus principales y mas personales rasgos de identidad nacional.

                                                          

                                                                                                          Josemari Lorenzo Espinosa

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