jueves, 21 de enero de 2016

Investidura

 
Nadie tiene como diseño ideal para sus intereses partidistas del futuro próximo una repetición inmediata de elecciones.

Entre los objetivos de los defendidos por cada cual, con la composición actual del Congreso cabe un gobierno de “gran coalición” (sin necesidad de que sea explícita) que defienda los intereses de quienes siempre han mandado hasta ahora: PP+PSOE+Ciudadanos podrían formar gobiernos de dos de esos partidos si el otro diera el beneplácito incluso mediante una cómoda abstención. También cabría un goberno del cambio análogo al portugués. Para eso haría falta que el PSOE por primera vez en demasiadas décadas no se sometiera a los poderes ilegítimos (incluido el mediático) y decidiera responder al discurso que siempre hace en campaña en vez de a las prácticas que siempre ha hecho desde el gobierno. Más allá de los discursos de consumo interno, los primeros pasos del PSOE no van en absoluto en esa dirección: han llegado a acuerdos con PP y Ciudadanos tanto para la composición de la mesa del Congreso de los Diputados como en la restrictiva interpretación del reglamento para la composición de grupos; en el Senado tal acuerdo se ha ampliado a PNV (para que esté en la mesa en vez de Podemos) y con Convergencia y Esquerra para una aplicación generosa del reglamento. Todo esto conlleva consecuencias importantes pero sobre todo permite ver qué alianzas tiene en mente el PSOE para una potencial mayoría de gobierno. No, no están pensando en una mayoría de cambio (ni su problema para ello es la cuestión territorial, como evidencian los acuerdos en el Senado).
¿Quiere esto decir que está cerrada la investidura? Ni mucho menos. Los tres partidos que tienen que ponerla en marcha están en colapso interno. El del PSOE es el más evidente. El de Ciudadanos, que está siendo el partido que más ha durado siendo “nuevo” y más rápidamente se ha convertido en muy “viejo”, es más bien el de quien ha cumplido parte de su objetivo (permitir un imaginario de cambio sin cambio) pero no tiene más recorrido ante la evidencia de para quién sirve. El del PP es un colapso silencioso propio de su estructura y cultura política tendente a la omertá, pero la guerra sorda interna es segura, especialmente tras la pérdida de poder institucional (sueldos que silencien a gente que sabe muchas cosas, vías de financiación…) y ante la catarata de juicios que vienen este año.
Todo ello hace que los actores llamados a escenificar una “gran coalición” que en la medida de lo posible simule no ser tal puedan no comportarse como actores racionales. Pero si no cumplen esa función no sólo se agigantará la crisis de régimen (y por tanto la posibilidad del cambio) mediante una inestabilidad prolongada sino que será un claro síntoma de que los pilares que permitían la conservación de las políticas de todos estos años ya no funcionan: el equivalente a un fallo multiorgánico de un enfermo al que suponíamos con una salud menos destrozada.
Lo previsible es que haya investidura y que se escenifique de la forma menos dañina fundamentalmente para PP y PSOE. Pero puede que no les salga porque estén peor de lo que imaginamos. Veremos.

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