miércoles, 30 de diciembre de 2015

El espíritu de la navidad

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En estos tiempos de crisis es fundamental recordar que las semillas de una sociedad mejor yacen incrustadas en las contradicciones de la actual.
Al menos en el mundo occidental, la Navidad es una época profundamente esquizofrénica. Por un lado, estos días festivos reúnen algunos de los mejores aspectos de lo que significa ser humano: las personas se reúnen para compartir mantel y regalos en un espíritu comunal que rompe temporalmente con la alienación de la vida cotidiana. Pero, al mismo tiempo, los días de fiesta hacen brillar con más fuerza algunos de los peores elementos del consumismo y la falsa pretensión que han llegado a impregnar el tejido social: filas interminables de seres humanos zombificados tropiezan, sin verse, unos con otros mientras deambulan por centros comerciales pretenciosamente decorados en busca del último e inútil artilugio o tarjeta de regalo, lo que confirma una vez más que la única manera de expresar el valor en la sociedad del capitalismo tardío es a través de la acumulación de mercancías enteramente inútiles, incluso cuando sabemos que incontables seres humanos duermen en la gélida calle todas las noches.
Cuando Charles Dickens se puso poético sobre la muerte, la codicia y la avaricia en su clásico “Cuento de Navidad”, sin duda tenía en mente el desbarajuste social del capitalismo industrial temprano. Por supuesto, la crítica al capitalismo de Dickens, no incluía un análisis económico y político profundo, y al final no pudo ir más allá de la indignación moral ante la pobreza y la quiebra de la virtud humana. Pero, dicho esto, incluso Karl Marx opinaba que “en sus tiempos Dickens proclamó al mundo las verdades más crudas sobre la política y la sociedad que no habían sido dichas ni por los miembros de la casta política profesional, ni por cronistas ni moralistas juntos”. “Un cuento de Navidad” se publicó en 1843, sólo cinco años antes del Manifiesto Comunista y la oleada revolucionaria de 1848. Si tuviésemos que escribir “un cuento de Navidad” para nuestro tiempo, ¿sería realmente una historia muy diferente?
Feliz Navidad y próspero año del miedo.
El personaje de Scrooge parece todavía omnipresente entre los ricos inversores de Wall Street que no han pagado ni un céntimo por el huracán financiero que crearon en el período previo a la crisis actual, en la casta política ávida de poder, que literalmente está rodeada de oro mientras anuncia una era de austeridad para todos los demás. La miseria y la muerte son moneda corriente una vez más mientras las redes de la seguridad social son sacrificadas en el altar del mercado y millones de personas trabajan como esclavos en cualquier tipo de trabajo, cada vez más precario, sólo para poder llegar a fin de mes sin dejar de pagar sus deudas e impuestos cada vez más altos. Y, sobre todo en esta época del año, en que lo que cuenta no es solo la privación material, sino también el trauma psicológico por la inseguridad económica persistente y la fragmentación social que causan estragos a una escala que apenas si nos podemos imaginar (un asesino silencioso que se lleva miles de vidas sin que ni siquiera oigamos hablar de ello).
Hace poco me mudé a Atenas, donde la descripción que hacía Dickens del crudo capitalismo, se representa todo los días: la gente común durmiendo delante de los bancos y supermercados como perros callejeros, decenas de miles de rótulos de ”Se alquila” cubren las fachadas; inmigrantes escondidos entre los restos de edificios en ruinas, muertos de miedo por las redadas de la policía y los ataques de la escoria racista neonazi. Una capa de niebla se cierne sobre la ciudad, donde la gente recurre a quemar leña, cartones o plásticos para calentarse. Los propietarios de los pisos en alquiler han apagado las calderas de la calefacción central en todo el país, sencillamente porque los inquilinos no pueden pagar los gastos de la comunidad de vecinos. Una niña de 13 años murió a causa de la inhalación de monóxido de carbono, debido a que la madre trató de defenderse del frío polar que se dejaba sentir en su apartamento. La electricidad había sido cortada por no pagar los gastos de comunidad. Estos no son hechos aislados. La pobreza similar a la que llamamos “tercermundista” se está abriendo camino hasta el mismo núcleo del Occidente “desarrollado”. El hambre y la desigualdad están aumentando en toda Europa y América del Norte. Una cifra récord de 48 millones de estadounidenses –de los cuales 22 millones son niños– depende de los cupones para alimentos como única forma de supervivencia. Oxfan advirtió que Europa se enfrenta a una “década perdida” de pobreza y marginación social, y el director de la ONG lamentaba que cuando “nuestra organización se fundó en 1942 debido al hambre en Grecia, nadie hubiera creído que estaríamos aquí 70 años después, encontrando a Grecia en esta terrible situación”. Y, de nuevo, Grecia no es la excepción –la llamada cuna de la democracia no es más que la concreción de lo universal de una tendencia aterradora en todo el mundo, donde regímenes nominalmente democráticos recurren cada vez más al autoritarismo y a tomar medidas inhumanas para hacer cumplir su dogma neoliberal, que se puede resumir en una fórmula simple: privatizar ganancias y socializar pérdidas. Scrooge se cierne hoy sobre todos nosotros blandiendo porras, gases lacrimógenos, balas de goma y algunas de plomo.
No es casualidad, por tanto, que los manifestantes que abarrotaron las calles de Atenas y otras ciudades de Grecia en diciembre de 2008, tras el asesinato policial de Alexis Grigoropoulos de 15 años de edad, atacaran e incendiaran el enorme árbol de navidad que había sido colocado de inmediato y ostentosamente en la plaza Syntagma frente al Parlamento. Unos días más tarde aparecieron garabateadas en una pared las palabras: ¡feliz crisis y próspero año nuevo del miedo!
El comunismo cotidiano y las crisis de nuestro tiempo
Pero esta no es la historia completa. Al igual que la Navidad, las épocas de crisis tienden a ser profundamente esquizofrénicas al producir los dos peligros extremos: desintegración social y oportunidades sin precedentes para el cambio social radical, ninguno de los cuales parecía posible en el estado anterior de normalidad. Incrustado entre las propias contradicciones del capitalismo, se encuentra el potencial latente tanto para su desintegración en la monstruosidad y su disolución, como para su transformación en un sistema mejor. En griego antiguo la palabra crisis significaba exactamente esto: el momento de separación, resolución o sentencia, como un punto de inflexión en una enfermedad que determina el destino del paciente (un momento que decide entre la vida y la muerte). Fundamentalmente la palabra implica conflicto: delante de nosotros se encuentran dos resultados posibles, nuestras acciones de hoy determinarán el mundo en que viviremos las próximas décadas.
Al mudarme a Atenas, descubrí rápidamente por qué el paciente ha logrado sobrevivir a su crisis hasta ahora. Obviamente no ha sido gracias a los recortes presupuestarios o los rescates de la UE y el FMI. Todo se debe a la ayuda mutua y la solidaridad comunitaria. Sin la gente común sencillamente ayudándose unos a otros para ir tirando hacia delante, la sociedad griega estaría aún en peores condiciones. Si no fuera por los padres que se traen de nuevo a casa a sus hijos veinteañeros, los comedores de la beneficencia que ofrecen comida a los hambrientos, las clínicas autónomas que prestan asistencia médica gratuita a las personas sin cobertura de la seguridad social y los centros sociales que distribuyen ropa gratis a aquellos que lo necesitan, es difícil imaginar cómo hubiese podido la gente hacer frente a la catástrofe humanitaria. Lo cual nos lleva a una conclusión irónica: si no fuera por el sentido comunal y la ayuda mutua (condiciones ambas que desafían la lógica del interés propio de Adam Smith y Hayek) el capitalismo probablemente no podría sobrevivir. En verdad, ninguna sociedad puede funcionar sin una buena dosis de solidaridad. El truco, entonces, consiste en manejar esa solidaridad no como un medio para sostener al capitalismo, sino como arma para acabar con él.
“David Graeber se refiere a esta roca del fondo social de la solidaridad comunal como “el comunismo cotidiano”. “Basándose en el trabajo del antropólogo francés Marcel Mauss, Graeber distingue entre tres tipos de relaciones sociales: relaciones jerárquicas basadas en antecedentes, relaciones formalmente iguales basadas en el intercambio y relaciones genuinamente igualitarias basadas en compartir, o el viejo principio comunista “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Estos diferentes tipos de relación social nunca son monolíticos y no deben por tanto ser totalizados. Ninguna sociedad está solo basada en los antecedentes, en el intercambio o en compartir. En lugar de ello, los tres modos conviven en diferente medida según el modelo de sociedad. Las sociedades feudales pueden ser calificadas predominantemente por la jerarquización, las sociedades capitalistas por el predominio del intercambio y las sociedades genuinamente comunistas, por compartir. Pero incluso en este último tipo de sociedad, la jerarquía y el intercambio nunca desaparecerán por completo, sino que estarán subordinadas a una lógica cultural y sistémica diferente: la lógica de compartir llegará a prevalecer cuando las prioridades sociales se reorganicen radicalmente.
Por supuesto que las cosas no son tan simples. Pero en esta época del año y en este momento de crisis, Mauss y Graeber dirigen nuestra atención hacia algo muy importante: incluso en la sociedad capitalista, las relaciones “comunistas” (de solidaridad y de compartir) siguen existiendo. De hecho, en muchos sentidos, “ya somos comunistas” – especialmente con la familia y los amigos y sobre todo en un día como este. Sería inconcebible para cualquiera de nosotros presentar a nuestros padres, hermanos o hijos la cuenta por la cena de Navidad que acabamos de cocinar para ellos, del mismo modo que sería totalmente absurdo que las madres cobrasen a sus hijos los gastos de crianza y lactancia. De la misma manera, es totalmente absurdo que hoy Scrooges –aduciendo una crisis de su propia creación – tratara ahora de socializar sus pérdidas cerrando las gargantas de los demás con las garras de la austeridad y ponerle precio a los bienes comunes como el agua y el conocimiento. Si se llevan a su extrema lógica, esta lógica Randiana de descarnada codicia individualista, llevaría directamente a la desintegración social y a eso es precisamente a lo que el neoliberalismo está empujando al mundo actualmente.
El Espíritu de la Navidad aún está por llegar
Estamos viviendo un momento en el que la sentencia del juicio sobre el destino de la humanidad está aún por decidir. En estos días oscuros, cuando toda esperanza parece perdida y hasta el más comunista de los rituales sociales se está sometiendo al espectáculo del consumismo de mente yerma, resulta fundamental recordar que las semillas para la creación de un mundo mejor ya están sembradas en la tierra arrasada del mundo actual y nuestro reto como “radicales” o “revolucionarios” no es necesariamente la creación de una nueva sociedad partiendo de cero, sino más bien la liberación y la adecuación de las potencialidades ocultas de la solidaridad y la vida en común, que actualmente están siendo reprimidas con el cañón de una pistola. Esto debería proporcionar esperanzas y ánimos para la lucha: no tenemos necesariamente que esforzarnos en innovar lo nuevo tanto como lo hemos hecho para aplastar el pasado e intensificar lo que ya existe.
En “Un cuento de Navidad”, Scrooge se transforma finalmente en un hombre mejor, abrazando el espíritu de la Navidad y el sentimiento de gozo comunal que representa –pero no antes de recibir la visita de tres espíritus: el de las Navidades pasadas, el de la Navidad presente y el de la Navidad aún por venir. El primero le mostró su propia versión del pasado, el niño dentro que había disfrutado en el espíritu de compartir; el segundo lo enfrentó con el hombre totalmente despreciable en que se había convertido, aferrándose a su dinero como si no hubiera un mañana y con una imagen aterradora de lo que le esperaba si persistía en su camino de codicia y ruindad: El espíritu se acercó lenta y gravemente, en silencio. Cuando llegó cerca de él, Scrooge se inclinó sobre sus rodillas, porque el aire a través del cual se movía el Espíritu parecía dispersar la oscuridad y el misterio. Estaba envuelto en una prenda de profundo color negro que ocultaba su cabeza, su cara, sus formas y no dejaba nada de él al descubierto salvo una mano extendida. Le conmocionó con un horror vago e incierto, vio que detrás del velo oscuro había unos ojos fantasmales intensamente fijos en él, mientras que aunque estiraba su propio cuerpo al máximo, no podía ver nada más que una mano espectral y un gran bulto negro.
Seamos ese espíritu sombrío, el fantasma envuelto en oscura vestimenta que atormentaba al avaro antes de acostarse. Seamos el espíritu de la navidad aún por venir –el fantasma del inquietante comunismo ya existente que recorre el presente capitalista–. Seamos el Espíritu de la Revolución reencarnado, azote de los Scrooges de nuestro tiempo justo cuando la oscuridad parece envolver el mundo.
 Jerôme Roos

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