«Hemos caído tan bajo que la reformulación de lo obvio es la primera obligación de un hombre inteligente». George Orwell
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¿Te
has preguntado alguna vez por qué nadie reacciona ante la infame oleada de
opresión y abusos de todo tipo que estamos sufriendo?
¿No
te produce perplejidad el hecho de que tras tantas y tantas revelaciones sobre
casos de corrupción, injusticias, robos y burlas a la ley y a la población en
general, a la cual se le ha robado literalmente el presente y el futuro, no
suceda absolutamente nada?
¿Te
has preguntado por qué no estalla una Revolución masiva y por qué todo el mundo
parece estar dormido o hipnotizado?
Estos
últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían
haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin
embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial.
Y
esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo
justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención.
El
hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA
Parece
increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario.
La
información ya no tiene relevancia
Desvelar
los más oscuros secretos y sacarlos a la luz ya no produce ningún efecto,
ninguna respuesta por parte de la población. Por
más terribles e impactantes que sean los secretos revelados.
Durante
décadas hemos creído que los luchadores por la verdad, los informadores capaces
de desvelar asuntos encubiertos o airear los trapos sucios, podían cambiar las
cosas. Que
podían alterar el devenir de la historia. De
hecho, hemos crecido con el convencimiento de que conocer la verdad era crucial
para crear un mundo mejor y más justo y que aquellos que luchaban por
desvelarla eran el mayor enemigo de los poderosos y de los tiranos.
Y
quizás durante un tiempo ha sido así. Pero
actualmente, la “evolución” de la sociedad y sobretodo de la psicología de las
masas nos ha llevado a un nuevo estado de cosas. Un
estado mental de la población que no se habría atrevido a imaginar ni el más
enajenado de los dictadores. El
sueño húmedo de todo tirano sobre la faz de la tierra: no tener que ocultar ni
justificar nada ante su pueblo.
Poder
mostrar públicamente toda su corrupción, maldad y prepotencia sin tener que
preocuparse de que ello produzca ningún tipo de respuesta entre aquellos a los
que oprime.
"El mundo no será destruido por quienes hacen el mal, sino por aquellos que los contemplan sin hacer nada" |
Ésta
es la realidad del mundo en el que vivimos. Y
si crees que esto es una exageración, observa a tu alrededor.
El
caso de España es palmario.
Un
país inmerso en un estado de putrefacción generalizado, devorado hasta los
huesos por los gusanos de la corrupción en todos los ámbitos: el judicial, el
empresarial, el sindical y sobretodo el político. Un
estado de descomposición que ha rebosado todos los límites imaginables, hasta
salpicar con su pestilencia a todos los partidos políticos de forma
irreparable.
Y
sin embargo, a pesar de hacerse públicos de forma continuada todos estos
escándalos de corrupción política, los españoles siguen votando
mayoritariamente a los mismos partidos, derivando, como mucho, algunos de sus
votos a partidos subsidiarios que de ninguna manera representan una alternativa
real.
Ahí
está el alucinante caso de la Comunidad Valenciana, la región más
representativa del saqueo desvergonzado perpetrado por el Partido Popular y
donde, a pesar de todo, este partido de auténticos forajidos y bandoleros sigue
ganando las elecciones con mayoría absoluta.
Una
vergüenza inimaginable en cualquier nación mínimamente democrática. Y
desgraciadamente, el caso de Valencia es solo un ejemplo más del estado general
del país: ahí tenemos el indignante caso de Andalucía dominada desde hace
décadas por la otra gran mafia del estado, el PSOE, que junto con sus socios de
los Sindicatos y el apoyo puntual de Izquierda Unida han robado a manos llenas
durante años y años.
O
el caso de Cataluña con Convergencia y Unió, un partido de elitistas ladrones
de guante blanco, por poner otro ejemplo más.
Y
es que podríamos seguir así por todas las comunidades autónomas o por el propio
gobierno central, donde las dos grandes familias político-criminales del país,
PP y PSOE, se han dedicado a saquear sin ningún tipo de recato.
Y
a pesar de hacerse públicos todos estos casos de corrupción generalizada; a
pesar de revelarse la implicación de las altas esferas financieras y
empresariales, con la aquiescencia del poder judicial; a pesar de demostrarse
por activa y por pasiva que la infección afecta al Sistema en su generalidad,
en todos los ámbitos, imposibilitando la creación de un futuro sano para el
país; a pesar de todo ello, la respuesta de la población ha sido…no hacer nada. La
máxima respuesta de la ciudadanía ha sido “ejercer el legítimo derecho de
manifestación”, una actividad muy parecida a la que hace la hinchada cuando su
equipo de fútbol gana una competición y sale en masa a la calle para
celebrarlo.manifestaciones y celebraciones deportivas.
Es
decir, nadie ha hecho nada efectivo por cambiar las cosas, excepto picar
cacerolas.
Y
el caso de la corrupción política desvelada en España y la nula reacción de la
población es solo un ejemplo de entre muchos tantos a lo largo y ancho del
mundo.
Ahí
está el caso del deporte de masas, azotado como está por la sospecha de la
corrupción, de la manipulación y del dopaje y por la más que probable
adulteración de todas las competiciones bajo el control comercial de las
grandes marcas…y a pesar de ello, sus audiencias televisivas y su seguimiento
no solo no se ve afectado, sino que sigue creciendo cada vez más y más y más…
Pero
todos estos casos empequeñecen ante la gravedad de las revelaciones hechas por
Edward Snowden y confirmadas por los propios gobiernos, que nos han dicho, a la
cara, con luz y taquígrafos, que todas nuestras actividades son monitoreadas y
vigiladas, que todas nuestras llamadas, nuestra actividad en redes sociales y
nuestra navegación en Internet es controlada y que nos dirigimos
inexorablemente hacia la pesadilla del Gran Hermano vaticinada por George
Orwell en “1984”.
Y
lo que es más alucinante del caso: una vez “filtradas” estas informaciones,
nadie se ha preocupado de rebatirlas. ¡Ni
mucho menos!
Todos
los medios de comunicación, los poderes políticos y las grandes empresas de
Internet implicadas en el escándalo han confirmado públicamente este estado de
vigilancia como algo real e indiscutible. Como
mucho han prometido, de forma poco convincente y con la boca pequeña que no van
a seguir haciéndolo…¡Incluso
se han permitido el lujo de dar algunos detalles técnicos!
¿Y
cuál ha sido la respuesta de la población mundial cuando se ha revelado esa
verdad?
¿Cuál
ha sido la reacción general al recibir estas informaciones? Ninguna.
Todo
el mundo sigue absorto con su smartphone, todo el mundo sigue revolcándose en el dulce fango
de las redes sociales y sigue navegando las infestadas aguas de Internet sin
mover ni una sola pestaña…
Así
pues, ¿de qué sirve saber la verdad?
En
el caso hipotético de que Edward Snowden o Julian Assange sean personajes
reales y no creaciones mediáticas con una misión oculta, ¿De qué habrá servido
su sacrificio? ¿Qué
utilidad tiene acceder a la información y desvelar la verdad si no provoca
ningún cambio, ninguna alteración, ni ninguna transformación?
¿De
qué sirve saber de forma explícita y documentada que la energía nuclear solo
nos puede traer desgracias, como nos demuestran los terribles accidentes de
Chernobyl y Fukushima, si tales revelaciones no surten ni el más mínimo efecto?
¿De
qué nos sirve saber que los bancos son entidades criminales dedicadas al saqueo
masivo si seguimos utilizándolos?
¿De
qué nos sirve saber que la comida está adulterada y contaminada por todo tipo
de productos tóxicos, cancerígenos o transgénicos si seguimos comiéndola?
¿De
qué nos sirve saber la verdad sobre cualquier asunto relevante si no
reaccionamos, por más graves que sean sus implicaciones?
No
nos engañemos más, por duro que sea aceptarlo. Afrontemos
la realidad tal y como es. En
la sociedad actual, saber la verdad ya no significa nada. Informar
de los hechos que verdaderamente acontecen, no tiene ninguna utilidad real. Es
más, la mayoría de la población ha llegado a tal nivel de degradación
psicológica que, como demostraremos, la propia revelación de la verdad y el
propio acceso a la información refuerzan aún más su incapacidad de respuesta y
su atonía mental.
La
gran pregunta es: ¿POR QUÉ?
¿Qué
nos ha conducido a todos nosotros, como individuos, a este estado de apatía
generalizado?
Y
la respuesta, como siempre sucede cuando nos hacemos preguntas de este calado,
resulta de lo más inquietante. Y
está relacionada, directamente, con el condicionamiento psicológico al que está
sometido el Individuo en la sociedad actual. Pues
los mecanismos que desactivan nuestra respuesta al acceder a la verdad, por más
escandalosa que ésta resulte, son tan sencillos como efectivos. Y
resultan de lo más cotidiano.
Simplemente
todo se basa en un exceso de información. En
un bombardeo de estímulos tan exagerado que provoca una cadena de
acontecimientos lógicos que acaban desembocando en una flagrante falta de
respuesta. En
pura apatía. Y
para luchar contra este fenómeno, resulta clave saber cómo se desarrolla el
proceso…
¿CÓMO
SE DESARROLLA EL PROCESO?
Para
empezar, debemos entender que todo estímulo sensorial que recibimos está cargado
de información. Nuestro
cuerpo está diseñado para percibir y procesar todo tipo de estímulos
sensoriales, pero la clave del asunto radica en la percepción de información de
carácter lingüístico, entendiendo por “lingüístico”: todo sistema organizado con
el fin de codificar y transmitir información de cualquier clase. Por
ejemplo, escuchar una frase o leerla implica una entrada de información en
nuestro cerebro, de carácter lingüístico. Pero
también lo implica ver el logo de una empresa, escuchar las notas musicales de
una canción, ver una señal de tráfico u oír la sirena de una ambulancia, por
poner algunos ejemplos…
Una
persona en el mundo actual, está sometida a miles y miles de estímulos lingüísticos de este tipo a lo largo de un día normal, muchos de ellos
percibidos de forma consciente, pero la inmensa mayoría percibidos de forma
inconsciente, que deben ser procesados por nuestro cerebro.
El
proceso de captación y procesamiento de esta información lo podríamos dividir
básicamente en 3 fases: percepción, valoración y respuesta.
Percepción
Sin
lugar a dudas, formamos parte de la generación con mayor capacidad de
procesamiento de información a nivel cerebral de la toda historia de la
humanidad, con muchísima diferencia, sobretodo a nivel visual y auditivo.
Es
más, a medida que nacen y crecen nuevas generaciones, éstas adquieren una mayor
velocidad de percepción de información. Una
muestra de ello la podemos encontrar en el propio cine.
Visualiza
un antiguo western de John Wayne, en una secuencia cualquiera de acción, como
por ejemplo, un tiroteo. Y
después visualiza una secuencia de un tiroteo o de una persecución de coches en
una película actual.
Cualquier
secuencia de acción de una película actual está trufada de sucesiones
rapidísimas de planos de corta duración. En
tan solo 3 o 4 segundos verás diferentes planos: la cara del protagonista conduciendo,
la del acompañante gritando, la mano en el cambio de marcha, el pie pisando el
pedal, el coche esquivando un peatón, el perseguidor que derrapa, el malo que
agarra la pistola, como dispara por la ventanilla, etc... y cada plano habrá
durado apenas décimas de segundo. Las
imágenes se suceden a toda velocidad como los disparos de una ametralladora. Y
sin embargo eres capaz de verlas todas y procesar el mensaje que contienen.
Ahora
ponte la película de John Wayne. No encontrarás sucesiones de planos a ritmo de ametralladora, sino sucesiones de
planos mucho más largos en duración y con mayor tamaño de campo visual. Probablemente,
un espectador de la época de John Wayne se habría mareado viendo una película
actual, pues no estaría acostumbrado a procesar tanta información visual a
tanta velocidad.
Esto
es un ejemplo sencillo del bombardeo de información al que está sometido el
cerebro de alguien en la actualidad, en comparación con el de una persona de
hace tan solo 50 años.
Añádele
a esto todas las fuentes de información que te rodean, como la televisión, la
radio, la música, la omnipresente publicidad de todo tipo, las señales de
tráfico, los diferentes y variados ropajes que viste cada una de las personas
con las que te cruzas por la calle y que representan, cada uno de ellos una
serie de códigos lingüísticos para tu cerebro, la información que ves en tu
móvil, en la tablet, en Internet y añádele, además, tus compromisos sociales,
tus facturas, tus preocupaciones y los deseos que te han programado tener, etc,
etc, etc…
Se
trata de una auténtica inundación de información que debe procesar tu cerebro
continuadamente.
Y
todo ello en un cerebro del mismo tamaño y capacidad que el de ese espectador
de los westerns de John Wayne hace 50 años.
Por
lo visto, parece que nuestro cerebro tiene capacidad suficiente para percibir
tales volúmenes de información y comprender los mensajes asociados a esos
estímulos. Ahí
no radica el problema. De
hecho parece que nuestro cerebro disfruta con ello, pues nos hemos convertido
en adictos al bombardeo de estímulos. El
problema aparece en la siguiente fase.
Valoración
Es
cuando debemos valorar la información recibida, es decir, cuando llega la hora
de juzgar y analizar sus implicaciones, que nos topamos con nuestras
limitaciones. Porque,
literalmente, no disponemos de tiempo material para hacer una valoración en
profundidad de esa información. Antes
de que nuestra mente, por sí misma y con criterios propios, pueda juzgar de
forma más o menos profunda la información que recibimos, somos bombardeados por
una nueva oleada de estímulos que nos distraen e inundan nuestra mente. Es
por esta razón que nunca llegamos a valorar en su justa medida, la información
que recibimos, por importantes que sean sus posibles implicaciones.
Una persona en la sociedad actual está sometida a gran cantidad de estímulos sensoriales, sociales y lingüísticos. Para nosotros, toda información recibida es rápidamente digerida y olvidada, arrastrada por la corriente incesante de información que entra en nuestro cerebro como un torrente.
Porque
vivimos inmersos en la cultura del twit, un mundo donde toda reflexión sobre un
evento dura 140 caracteres. Y
esa es la profundidad máxima a la que llega nuestra limitada capacidad de
análisis.
Es
por esta razón, por nuestra impotencia a la hora de valorar y juzgar por
nosotros mismos el volumen de información al que estamos sometidos, que la
propia información que nos es transmitida lleva incorporada la opinión que
debemos tener sobre ella, es decir, aquello que deberíamos pensar tras realizar
una valoración profunda de los hechos.
Es
decir, el emisor de la información le ahorra amablemente al receptor el
esfuerzo de tener que pensar. Ese
es el procedimiento que utilizan los grandes medios de comunicación y que en un
mundo con individuos auténticamente pensantes sería calificado de manipulación
y lavado de cerebro
La
televisión es un claro ejemplo de ello. Fijémonos
en un noticiario cualquiera.
Todas
las noticias de todos las cadenas están narradas de forma tendenciosa, de
manera que contengan en su redactado y presentación no solo la información que
debe ser transmitida, sino la opinión que debe generar en el espectador. O
más claramente aún, el ejemplo de las omnipresentes tertulias políticas, donde
los tertulianos son calificados como “generadores de opinión”.
Es
decir, su función es generar la opinión que deberías fabricar por ti mismo.
Así
pues, el bombardeo continuo e incesante de información en nuestro cerebro nos
impide juzgar adecuadamente el valor de los hechos, con criterio propio y según
nuestros códigos internos. Nos
quita el tiempo que deberíamos tomarnos para sopesar las consecuencias de un
acontecimiento y lo fragmenta en pedacitos de 140 caracteres y con ello,
convierte en breve y superficial cualquier juicio que emitamos sobre una
información recibida.
Resumiendo:
nos hace pensar “en titulares” y por norma general, esos titulares ni tan solo
los pensamos nosotros mismos, sino que nos son inoculados con la propia
información.
Respuesta
Una
vez reducido a la mínima expresión nuestro tiempo de valoración personal de los
hechos, entramos en la fase decisiva del proceso, aquella en que nuestra
posible respuesta queda anulada.
Aquí
entran en juego las emociones y los sentimientos, el motor de toda respuesta y
acción. Y
es que al fragmentar y reducir nuestro tiempo dedicado a juzgar una información
cualquiera, también reducimos la carga emocional que asociamos a esa
información.
Observemos
nuestras propias reacciones: podemos indignarnos mucho al conocer una noticia
cualquiera, ofrecida en un noticiario, como por ejemplo el desahucio forzoso de
una familia sin recursos, pero al cabo de unos segundos de recibir esa
información, somos bombardeados por otra información distinta que nos lleva a
sentir otra emoción superficial diferente, olvidando así la emoción anterior.
Para
decirlo de forma gráfica y clara: de la misma manera que nuestra capacidad de
juicio y análisis queda reducida a un twit, nuestra respuesta emocional queda
reducida a un emoticono.
Y
aquí es donde reside la clave del asunto. Es
en este punto donde queda desactivada nuestra posible respuesta. Una
respuesta que en momentos como el que vivimos, intuimos debería ser mucho más
contundente y que, sin embargo, no llegamos a generar porque carecemos de
energía suficiente para hacerlo. Y
todos observamos desesperados a los demás y nos preguntamos “¿Por qué no
reaccionan? ¿Por que no reacciono yo?”
Y
esa impotencia desemboca, al final, en una sensación de frustración y apatía
generalizadas. Ésta
parece ser la razón básica por la que no se produce una Revolución cuando, por
la lógica propia de los acontecimientos, debería producirse. Se
trata pues, de un fenómeno meramente psicológico.
Éste
es el mecanismo básico que aborta toda respuesta de la población ante los
continuos abusos recibidos. La
BASE sobre la que se sustentan todas las manipulaciones mentales a las que
estamos sometidos actualmente. El
mecanismo psicológico que mantiene a la población idiotizada, dócil y sumisa, lo
podríamos resumir así: El
excesivo bombardeo de información nos impide tomarnos el tiempo necesario para
otorgar el valor adecuado a cada información recibida y con ello, nos impide
asociarle la suficiente carga emocional como para generar una reacción efectiva
y real
¿CONSPIRACIÓN
O FENÓMENO SOCIAL?
Poco
importa si todo esto forma parte de una gran conspiración para controlarnos o
si hemos llegado a este punto por la propia evolución de la sociedad, porque
las consecuencias son exactamente las mismas: los más poderosos harán lo
posible por mantener estos mecanismos en funcionamiento; incluso fomentarán
tanto como puedan su desarrollo, simplemente porque les beneficia.
De
hecho, la propia revelación de la verdad favorece estos mecanismos. A
los más poderosos ya no les importa mostrarse tal y cómo son ni desvelar sus
secretos, por sucios y oscuros que éstos sean. Revelar
estas verdades ocultas contribuye en gran medida a aumentar el volumen de
información con el que somos bombardeados. Cada
secreto sacado a la luz crea nuevas oleadas de información, que puede ser
manipulada e intoxicada con datos adicionales falsos, contribuyendo con ello a
la confusión y al caos informativo y con ello a nuevas oleadas secundarias de
información que nos aturdan aún mas y nos suman más profundamente en la apatía.
Si
combinamos esta apatía, fruto de la poca energía emocional con la que
intentamos responder, con las tremendas dificultades que el propio sistema nos
pone a la hora de castigar a los responsables, se generan nuevas oleadas de
frustración, cada vez más acusadas, que nos llevan, paso a paso, a la rendición
definitiva y a la sumisión absoluta.
Así
pues, no lo dudes: a las personas que ostentan el poder les interesa
bombardearte con enormes volúmenes de información lo más superficial posible. Porqué
una vez instaurada en la sociedad esta forma de interactuar con la información
recibida, todos nosotros nos convertimos en adictos a ese incesante intercambio
de datos. El
bombardeo de estímulos representa una auténtica droga para nuestro cerebro, que
cada vez necesita más velocidad en el intercambio de informaciones y exige
menos tiempo para tener que procesarlas.
Nos
sucede a todos: cada vez nos cuesta más dedicar tiempo a leer un artículo largo
cargado de información estructurada y razonada. Exigimos
que sea más resumido, más rápido, que se lea en una sola línea y que se ingiera
como una pastilla y no como un ágape decente.
Nuestro
cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un
yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser, pensados y
analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de
fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia.
Porque
odiamos la duda, pues nos obliga a pensar. Ya
no queremos hacernos preguntas. Solo
queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos
y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros
espejos que rebotan imágenes externas. Pero
los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan
proviniendo del exterior. Hacia
ahí se dirige el ser humano de forma acelerada. ¿Vamos
a permitirlo?
CONCLUSIÓN
Quizás
todo lo expuesto anteriormente no es lo que querías escuchar. Es
poco estimulante y resulta algo complicado y farragoso, pero las realidades
complejas no pueden reducirse a un ingenioso titular en forma de twit.
Para
emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una
auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor,
deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de
máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras
acciones y movimientos. Ahí
es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad.
Nadie
nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una
sociedad más justa y equitativa. Nadie
nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros
secretos de los poderes en la sombra.
Como
acabamos de ver, la información y la verdad ya no tienen importancia, porque
nuestros mecanismos de respuesta están averiados. Debemos
descender hasta ellos y repararlos; y para conseguirlo, debemos saber cómo
funcionan. Para
ello no será necesario hacer un complejo curso de psicología: observando con
atención y razonando por nosotros mismos podemos conseguirlo.
Porque
no se trata de algo esotérico ni fundamentado en creencias extrañas de carácter
Místico, Religioso o New Age. Es
pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de
nuestra psique a nivel individual. Porque
nuestra mente está programada por el Sistema. Y
por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos
desinstalarlo de nuestra mente.
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