A veces en la noche
me despierto y me da por pensar que aquí, nunca cambia nada, todo permanece
inmutable, por los siglos de los siglos: los jornaleros en paro, las duquesas
explotadoras, los políticos corruptos, los exiliados de dentro y los exiliados
de fuera,
y paso largas horas
oyendo a los estúpidos que dirigen el cotarro, oyendo sus estupideces,
escuchando sus mentiras, blablabla, siempre las mismas, siempre nuevas,
y paso largas horas oyendo
a los mediocres, que esparcen por doquier su mediocridad, por los cuatro puntos
cardinales de esta tierra secular, tierra de fenicios y romanos, tierra de
filósofos y doctores árabes, que ahora yace sumida en la oscuridad,
y paso largas horas
preguntándome el porqué de tanta ignominia, el porqué de tanta pasividad, el
porqué de tanta miseria moral (y también económica) y el porqué de tanta
estupidez,
por qué nos vamos
pudriendo, más de ocho millones de cadáveres, más de ocho millones de mujeres y
hombres, en esta tierra llamada Andalucía, por qué se pudre todo a nuestro
alrededor.
Dime, ¿quién se
aprovecha miserablemente de tanta podredumbre? ¿Quién obtiene beneficios de
nuestra quietud, de nuestra incapacidad, de nuestra mediocridad? ¿Quién abona su
huerto con nuestro dolor y nuestra putrefacción?
Hace siglos que tus
fértiles tierras de cultivo permanecen inertes, yermas, vacías, mientras ocho
millones de cadáveres vamos dejando un rastro de hedor a nuestro paso, mientras
ocho millones de cadáveres nos vamos muriendo, una y otra vez, una y otra vez, y
ya no se ve ningún pequeño rosal de día,
y todas las azucenas
se han vuelto letales en Andalucía.
Nota: este poema está basado en el poema “Insomnio”, que abría el libro Hijos de la ira, de Dámaso Alonso.
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