Y si vistiésemos a las niñas de azul y a los niños de rosa, ¿qué pasaría? ¿Por qué nos obcecamos en resaltar el sexo de nuestros bebés? ¿Es niña o niño? ¿Tan importante es?
A los pequeños, por ahora, parece que no les importa. La “obsesión” de la sociedad por identificarnos y asociar a cada uno de los sexos unos patrones determinados de conducta, nos marca desde el minuto 0 de nuestra vida. De hecho, la pregunta más repetida a una embarazada es: ¿Esperas a un niño o a una niña? Y en función de su sexo puede que le regalen un tipo de ropita u otra y complementos de unos colores u otros. También, muy probablemente, las expectativas asociadas a ese nuevo bebé serán distintas.
Normativizadas desde el útero materno
La sociedad heteropatriarcal, nos otorga
una serie de roles y funciones dependiendo de nuestros genitales. Nos
normativizan ya desde muy pequeños, yo diría incluso desde el útero
materno, construyendo un ideal de masculinidad y feminidad, con una
clara diferencia y desigualdad entre sexos. A los hombres se les otorga
un rol masculino, a las mujeres un rol femenino, con toda la carga
social y cultural que ambos conllevan. No hay libertad para poder
sentir, explorar, escoger y decidir. Estamos condicionados socialmente, y
a menudo de la manera más sutil. La norma es la norma también en lo que
al género se refiere. Pensamos algunas, ilusas de nosotras, que seremos
capaces de combatirlo. No es tan fácil.
Las niñas y los niños no solo socializan
y construyen sus identidades a partir de lo que ven en casa, que no
siempre es perfecto ni coherente aunque se intente, sino también a
partir de sus vivencias en la escuela, junto a familiares y amigos o
viendo la televisión. Nuestro decálogo “impoluto” de la igualdad entre
sexos, se hace añicos cuando topa con la realidad. Me lo comentaba
recientemente una amiga: “Mi hija me pide vestir de rosa. Dice que es el
color de las niñas”. Y añadía: “Y mira que en casa nunca le hemos
comprado ropa de ese color”. No es la primera vez que oigo una historia
parecida. Nuestra sociedad está más interesada en establecer las
diferencias entre un género y otro, con las consiguientes desigualdades,
que fomentar la equidad y la libertad.
Mi tortazo con este “día a día”, vino
justo antes de parir, a la hora de ir a comprar ropa para el bebé que
esperábamos. Cuál fue mi sorpresa al ver que muchas tiendas y centros
comerciales dividen la ropa entre niñas y niños. Y no me refiero solo a
la sección de unos pocos años para arriba, cuando tal vez uno puede
empezar a identificar a primera vista, o no, el sexo del pequeño, sino
al vestuario del recién nacido. Así en las tallas de la 50 a la 80, de 0
a 12 meses de vida, tal vez puedas encontrar un pelele o un body o una
manta o un gorrito de color crema o blanco, pero el mundo de la
indumentaria del bebé está dominado, sin lugar a dudas, por el rosa y el
azul. La paleta de colores se reduce a dos para que quede bien claro
quien es niño y quien es niña. Lo que no quita que cada vez más, poco a
poco, pequeñas tiendas intenten combatir esta dinámica mainstream, dando una alternativa a aquellas familias que no quieren reproducir los estereotipos de género en la vestimenta infantil.
Del blanco a los colores por género
Pero, la distinción entre niñas y niños con el rosa y el azul no siempre ha sido así. La historiadora Jo B. Paoletti lo deja claro en su libro ‘Pink and Blue: Telling the Boys from the Girls in America’ (Rosa y azul: distinguiendo los niños de la niñas en América),
donde cuenta cómo durante siglos en Estados Unidos los pequeños, hasta
los seis años, llevaban vestidos, con falda incluida, algo impensable
hoy en día, y de tono blanco. Se trataba de una “cuestión práctica”, la
ropa y los pañales de algodón eran fáciles de blanquear y quedaban más
limpios. Algo habitual en la época, donde, por contra, se consideraba de
mal gusto vestir a los recién nacidos como niña o niño. Una tendencia
que les permitía tener identidad propia, como bebés, al margen de su
sexo.
Los colores como identificadores
del género no se empezaron a utilizar hasta principios del siglo XX,
poco antes de la I Guerra Mundial, aunque ya en el XIX emergieron
algunos tonos pastel, con el rosa y el azul entre ellos. Sin embargo,
hace cien años cuando se empezó a vestir a los niños de un color y a las
niñas de otro, la tendencia no era la actual. A veces incluso era la
contraria: se vestía a los niños de rosa y a las niñas de azul. Lo
explica el artista surcoreano JeongMee Yoon en su proyecto ‘The Pink and Blue Project‘ (Proyecto azul y rosa),
donde retrata de manera extraordinaria a decenas de pequeños rodeados
de sus juguetes monocolor: “El rosa fue tiempo atrás un tono vinculado a
la masculinidad, se apreciaba como un ‘rojo aguado’ y se consideraba
que mantenía la fuerza de este último color. En 1914, el periódico
estadounidense Sunday Sentinel llegó a recomendar a las madres ‘utilizar
el rosa para los niños y el azul para las niñas’, si querían seguir las
convenciones”.
Lo mismo cuenta Jo B. Paoletti en su
obra al citar un artículo del año 1918 de la revista Earnshaw’s Infants’
Department que decía: “La norma generalmente aceptada es el del rosa
para los niños y el azul para las niñas. La razón es que el rosa, siendo
un color más fuerte y decidido, es más adecuado para los varones,
mientras que el azul, más delicado y exiquisito, es mejor para ellas”.
Aunque la misma autora aclara que dicha tendencia no fue tan universal
como la que existe actualmente y que “el rosa nunca fue considerado un
‘color de niño’ como ahora se considera al rosa para las niñas”. Otras
publicaciones de la época, según Paoletti, decían que el azul era para
los bebés con ojos azules y el rosa para los que los tenían marrones o
que el azul favorecía más a las rubias y el rosa a las morenas. Como
vemos, el color asociado a un sexo u otro no es nada más que una
convención social y cultural y varia en función de la geografía y el
tiempo.
A partir de los años 40, el rosa y el
azul tomaron el significado que tienen en la actualidad, como resultado
de lo que los fabricantes y minoristas consideraron las preferencias de
los compradores norteamericanos, aunque su generalización entre los
consumidores no fue ni rápida ni lineal. A partir de los 60, en Estados
Unidos, y a raíz del auge del movimiento feminista, las cosas cambiaron
temporalmente. La moda infantil unisex volvió a hacer acto de presencia,
y durante unos pocos años algunos catálogos comerciales retiraron el
color rosa de la ropa para los más pequeños. Una moda “unisex” que no
solo incidió en el vestir infantil sino también en el de hombres y
mujeres. Según el artista JeongMee Yoo: “Como sociedad moderna entrada
en la corrección política del siglo XX, emergió el concepto de igualdad
de género y, en consecuencia, se acabó con la perspectiva de los colores
asociados a cada género”.Hoy, el rosa y el azul, como colores
vinculados a lo femenino y a lo masculino, se imponen como nunca antes
lo habían hecho. Según Jo B. Paoletti, haciendo referencia a los Estados
Unidos, dicha tendencia se generalizó especialmente a partir de
mediados de los años 80 con el desarrollo de las técnicas de diagnóstico
prenatal que detectaban el sexo del feto. Una técnica que
indirectamente abrió grandes oportunidades de negocio, ya que al saber
con antelación el sexo del pequeño se podían individualizar mucho más
las compras y aumentar las ventas, ante unos padres ansiosos por decorar
la habitación infantil. A partir de entonces, y con el auge del
consumismo, ya no solo empezamos a encontrar ropa de color azul o rosa
sino todo tipo de gadgets, desde biberones pasando por cunitas
hasta chupetes, tronas, cambiadores, bañeras, cochecitos…, que no
dejaban dudas del sexo del bebé gracias a su color.
Moda sexista
Sin embargo, la moda infantil no solo se
limita a los colores. ¿Sabías que la ropa de topos es para las niñas y
las rayas para los niños? Yo no, me lo contó mi suegra que de moda sabe
un montón. A esto súmale los clásicos de hadas, lazos, princesas y
flores para ellas y dinosaurios, coches, súperhéroes y barcos para
ellos. El fervor por identificar el género del pequeño con la ropa no
tiene límites, llegando incluso a rechazar lo que nos gusta si no es
“catalogado” como suficientemente masculino o femenino. Les cuento el
caso de una señora que vi en una tienda de ropa. La mujer con una
camiseta en mano, no recuerdo ahora ni el color ni el estampado, se
acercó a una dependienta y le preguntó: “Perdona, ¿esta ropa es para
niña?”. La dependienta toda servicial le contestó: “No, es de niño. La
ropa de niñas está justo enfrente”. La mujer suspiró y con aire
apesadumbrado dejó la tela al lado de la empleada y dijo: “Qué lástima,
con lo que me gustaba”.
Visto lo visto, la moda es sexista y
contribuye a crear el estereotipo de la “auténtica mujer” y el
“auténtico hombre”, donde tenemos que encajar. La sociedad patriarcal
nos normativiza, queramos o no, desde nuestra más tierna infancia y nos
discrimina según el género. Algunas marcas lo consideran del todo
normal. Así, el año pasado, Hipercor comercializaba, sin ningún tipo de
rubor, unos bodies infantiles con el siguiente eslogan:
“Inteligente como papá” (en su versión masculina y, obviamente, azul) y
“Bonita como mamá” (en la femenina… y rosa). Zara también, este mismo
año, sacó a la venta, unos bodies para los más pequeños donde ponía ‘Pretty & perfect. It’s what daddy said’ (Guapa y perfecta: eso dice papá) para las niñas y ‘Cool & clever. It’s what mummy said’ (Genial y listo: eso dice mamá)
para los niños. Afortunadamente, la movilización y las denuncias a
través de las redes sociales, hizo que las empresas se vieran obligadas a
retirar las prendas de sus catálogos.
Los juguetes no escapan tampoco al
monocolor. Un simple paseo por el departamento de juguetes de una gran
superficie nos lo muestra. Más allá del sexismo que encontramos en
muchos de los juegos infantiles (cocinitas, muñecas y peluquería por un
lado; coches, héroes y ordenadores por el otro), su color deja claro a
quien va dirigido. Incluso compañías como Lego, que desde su fundación
en 1934 se habían caracterizado por tratar indistintamente a niños y
niñas, sacó ya en 1971 una línea destinada estrictamente a las pequeñas:
Lego homemaker, con figuras de entregadas mamás, abuelas e hijas
cuidando de los hombres de la casa. Su versión moderna se lanzó en 2012
con el nombre de Lego friends, donde, bajo un sexismo más sutil, muchas de sus piezas están teñidas de rosa.
Incluso el huevo Kinder Sorpresa, tan
popular entre los pequeños, no escapa a dichos colores. En 2013, la
compañía italiana Ferrero, propietaria de la marca, lanzó en Gran
Bretaña un serie limitada de huevos kinder en rosa, con muñecas en su
interior, y en azul, con coches. La compañía se defendió de las
acusaciones de “sexismo” alegando que de esta manera se facilitaba a los
padres la compra en función de los intereses de sus hijos. Pero si esto
no es sexismo, que alguien me cuente qué lo es. Lo que está claro es
que para muchas empresas, lo unisex ya no vende y sale más rentable
consolidar los roles y las consiguientes desigualdades de género.
En nuestras manos está ser cómplices de
dicha normativización social o decir “ya basta”. Ni colores ni roles ni
tópicos donde encasillarnos desde pequeños. Crecer en libertad implica
hacerlo al margen de las imposiciones de una sociedad heteropatriarcal
que nos dicta qué y cómo ser. Ni rosa ni azul sino libres y únicas. Sí
se puede.
Esther Vivas
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