El pensamiento dialéctico es de un origen antiquísimo. Ya el pensamiento primitivo se hallaba presidido por la conciencia del desarrollo, de la dialéctica. La filosofía del Oriente antiguo y la de Grecia crearon modelos no superados de teorías dialécticas. La dialéctica griega, basada en la percepción sensorial viva del cosmos material, ya desde sus primeras manifestaciones formuló toda la realidad como algo en proceso de formación, como algo que incluye contrarios en su seno, como algo que se mueve eternamente y tiene existencia en sí.
Todos los filósofos en absoluto del primer período de la época clásica griega mantenían el carácter general y eterno del movimiento, al mismo tiempo que se representaban el cosmos como un todo perfecto y hermoso en forma de algo eterno y que permanece en reposo. Era la dialéctica universal del movimiento y del reposo. Los primeros filósofos clásicos griegos enseñaban también la mutabilidad general de las cosas como resultado de la transformación de un elemento fundamental (tierra, agua, aire, fuego y éter) en otro. Era la dialéctica universal de la identidad y la diferencia.
Siguiendo adelante, todos, los primeros filósofos clásicos griegos concebían el ser como materia sensorialmente percibida, viendo en ella unas u otras leyes. Los números de los pitagóricos, por lo menos en la época inicial, son completamente inseparables de los cuerpos. El logos de Heráclito es el fuego mundial que se enciende y se apaga rítmicamente. El pensamiento en Diógenes de Apolonia es el aire. Los átomos de Leucipo y Demócrito son cuerpos geométricos eternos e indestructibles que no están sujetos a ningún cambio, pero de ellos se compone la materia percibida sensorialmente. Toda la primera filosofía clásica griega enseña la identidad, la eternidad y el tiempo: todo lo eterno transcurre en el tiempo, y todo lo temporal contiene en sí una base eterna, de donde se deriva la teoría de la rotación eterna de la materia. Todo ha sido creado por los dioses; pero los propios dioses no son sino la generalización de los elementos materiales, de tal modo que, en última instancia, el cosmos no fue creado por nadie ni por nada, sino que surgió por sí mismo y surge constantemente en su existencia eterna.
La Grecia antigua
Así, ya en los primeros tiempos de la filosofía clásica griega (siglos VI y V de n.e.) se meditaba sobre las categorías fundamentales de la lógica dialéctica, aunque, bajo el imperio del materialismo dialéctico, permanecía lejos del sistema de estas categorías y de la separación de la lógica dialéctica como una ciencia especial.
Heráclito y otros filósofos de la naturaleza dieron las fórmulas del devenir eterno como unidad de contrarios. Aristóteles consideraba como primer dialéctico al eleata Zenón. Precisamente los eleatas fueron los primeros en enfrentar netamente la unidad y la multiplicidad, o el mundo concebido o el mundo sensorial. Sobre la base de la filosofía de Heráclito y de los eleatas, en un ambiente de creciente subjetivismo, en Grecia surgió como lógico la dialéctica puramente negativa de los sofistas, los cuales en la mutación constante de cosas eternas y de conceptos veían la relatividad del saber humano y reducían la lógica dialéctica hasta un nihilismo completo, del que tampoco se salvaba la moral.
Por lo demás, conclusiones de la dialéctica para la vida sacaba ya Zenón. En este ambiente es como Xenofonte, presenta a su Sócrates, el cual trata de dar la doctrina de los conceptos puros, pero sin el relativismo sofista, buscando en ellos los elementos más generales, dividiéndolos en géneros y especies, sacando de ahí obligatoriamente conclusiones morales y valiéndose del método del diálogo: “La propia palabra ‘dialéctica’ -decía- tuvo su origen en que los hombres, al cambiar opiniones en las asambleas, dividen los objetos en géneros…;“
Sócrates y los sofistas
En ningún caso hay que reducir el papel de los sofistas y de Sócrates en la historia de la lógica dialéctica. Ellos precisamente, apartándose de la lógica dialéctica excesivamente ontológica de los primeros clásicos, condujeron a un vertiginoso movimiento del pensamiento humano con sus contradicciones eternas, con sus incansables búsquedas de la verdad en una atmósfera de encarnizadas disputas en persecución de categorías del pensamiento cada vez más sutiles y exactas. Este espíritu de la heurística y la teoría de preguntas y respuestas de la dialéctica comenzó desde entonces a penetrar en toda la filosofía antigua y en toda la lógica dialéctica que le era propia. Este espíritu emana de los diálogos de Platón, con su intensa actividad pensante, de las diferencias de Aristóteles, de la lógica formalista de los estoicos e incluso de los neoplatónicos, los cuales, con toda su inspiración mística, penetraban hasta el fondo de la heurística, en la dialéctica de las categorías más sutiles, en la interpretación de la vieja y sencilla mitología, en la sistemática rebuscada de todas las categorías lógicas. Sin los sofistas y sin Sócrates no se puede concebir la lógica dialéctica antigua ni siquiera allí donde no tiene nada de común con ellos por su contenido. El griego era un hombre siempre dispuesto a hablar, a discutir, un equilibrista de la palabra. Así era su lógica dialéctica, surgida sobre la sofística y el método socrático del diálogo dialéctico.
El idealismo de Platón
Prosiguiendo el pensamiento de su maestro e interpretando el mundo de los conceptos o ideas como una realidad especial independiente, Platón entendía por dialéctica no sólo la división de los conceptos en géneros netamente diferenciados y no sólo la búsqueda de la verdad con ayuda de preguntas y respuestas, sino también el conocimiento de lo relativamente existente y de lo verdaderamente existente. Esto creía posible alcanzarlo sólo con ayuda de la reducción de las partes contradictorias en lo integral y común. Magníficos modelos de este género de lógica dialéctica idealista antigua tenemos en los diálogos de Platón Sofista y Parménides.
En el primero de ellos encontramos precisamente la dialéctica de las cinco categorías dialécticas fundamentales: movimiento, reposo, diferencia identidad y ser, como resultado de lo cual este último es interpretado por Platón como la separación coordenada que se contradice por sí misma activamente. Cualquier cosa es idéntica, a sí misma y a todas las demás, y diferente a sí misma y a todas las demás, y también en estado de reposo y movimiento por sí misma y con relación a todo lo demás. En Parménides esta lógica dialéctica es llevada al grado máximo de detalle, de sutileza y sistematización. En un principio se da la dialéctica de lo único como unidad absoluta e inseparable, y luego la dialéctica del todo único-separado tanto en relación a sí mismo como en relación a todo lo demás de lo cual depende. Las reflexiones de Platón sobre las distintas categorías de la lógica dialéctica aparecen en todas sus obras; podemos indicar siquiera sea la dialéctica del devenir puro o la dialéctica de la unidad cósmica, que se encuentra por encima de la unidad de las distintas cosas en su conjunto, y también por encima de la propia oposición del sujeto y el objeto. No en vano Diógenes Laercio (III,56) consideraba que el inventor de la dialéctica había sido Platón.
La dialéctica en Aristóteles
Aristóteles, que insertaba las ideas platónicas dentro del marco de la propia materia, convirtiéndolas así en formas de las cosas, y que además incorporaba aquí la teoría de la potencia y la energía (lo mismo que algunas otras teorías análogas), elevó la lógica dialéctica hasta su nivel más elevado, si bien este apartado de la filosofía no lo llama lógica dialéctica, sino primera filosofía. El término de lógica lo conserva para la lógica formal, y por dialéctica entiende la doctrina de los juicios y conclusiones probables o apariencias.
La significación de Aristóteles en la historia de la lógica dialéctica es inmensa. Su doctrina de los cuatro principios -material, formal (más exactamente, de sentido eidético), motriz y de finalidad- es interpretada de tal modo que todos estos cuatro principios existen en cada cosa completamente separados e idénticos con la propia cosa. Desde el punto de vista moderno se trata, sin duda, de la unidad de los contrarios por mucho que Aristóteles llevase a primer plano la ley de la contradicción (más exactamente, la ley de la no contradicción) lo mismo en el ser que en la conciencia. La teoría de Aristóteles acerca de la fuerza motriz primaria que piensa por sí misma, es decir, que es para sí sujeto y objeto, no es sino un fragmento de la misma lógica dialéctica. Cierto, Aristóteles examina sus famosas diez categorías por separado y de manera puramente descriptiva. Pero en su primera filosofía todas estas categorías son interpretadas con un criterio bastante dialéctico. Finalmente, no se puede rebajar la circunstancia de que él mismo llama dialéctica al sistema de conclusiones en la región de las hipótesis probables. Aquí, en todo caso, Aristóteles da la dialéctica de la formación, por cuanto la propia probabilidad sólo es posible en el campo de la formación. Lenin dice: “La lógica de Aristóteles es petición, búsqueda, acceso a la lógica de Hegel, y de ella, de la lógica de Aristóteles (que por doquier, a cada paso, plantea precisamente la cuestión de la dialéctica), han hecho una escolástica muerta, han prescindido de todas las búsquedas, fluctuaciones y métodos de planteamiento de los problemas“.
La lógica estoica
En los estoicos, sólo el sabio es dialéctico, la dialéctica es definida por ellos como la ciencia de dialogar acertadamente acerca de los juicios por medio de preguntas y respuestas y como ciencia de lo verdadero, lo falso y lo neutral. Si consideramos que en los estoicos la lógica se dividía en dialéctica y retórica, su concepción de la lógica dialéctica no era ontológica en absoluto.
Contrariamente a esto, los epicúreos entendían la lógica dialéctica como canónica, es decir, de manera otológica y materialista.
No obstante, si tomamos en consideración no la terminología de los estoicos, sino su doctrina real del ser, en lo fundamental nos encontramos con la cosmología de Heráclito, es decir, con la doctrina de la eterna formación y de la transformación recíproca de los elementos, la doctrina del logos-fuego, de la jerarquía material del cosmos, y la diferencia principal de Heráclito se presenta en la teleología insistentemente aplicada. De este modo, en la doctrina del ser de los estoicos también encontramos no sólo materialistas, sino partidarios de la lógica dialéctica. La línea de Demócrito-Epicuro-Lucrecio tampoco se puede entender en modo alguno de una manera mecanicista. La aparición en ellos de cada cosa partiendo de los átomos es también un salto dialéctico, por cuanto cada cosa posee una cualidad que la diferencia por completo de los átomos de los cuales procede. Se conoce también la equiparación antigua de los átomos a las letras: la cosa integral viene de los átomos de la misma manera como la tragedia y la comedia surgen de las letras. Está claro que los atomistas concebían aquí la dialéctica del todo y de las partes.
Los neoplatónicos
En los últimos siglos de la filosofía antigua, la dialéctica de Platón adquirió particular desarrollo. Plotino tiene un tratado especial sobre la dialéctica; y conforme el platonismo se va desarrollando hasta fines del mundo antiguo, tanto más sutil, escrupulosa y escolástica se hace la lógica dialéctica. La jerarquía neoplatónica fundamental del ser es completamente dialéctica: lo único, que es la unidad absoluta de todo lo existente, que funde en sí todos los sujetos y objetos y que por ello es inseparable en sí; la separación numérica de este único; el complemento cualitativo de estos primeros números, que representa la identidad del sujeto universal y del objeto universal (tomada de Aristóteles) o mundo de las ideas; el paso de estas ideas a la formación, que es la fuerza motriz del cosmos o alma mundial; el producto y resultado de esta esencia móvil del alma mundial, o cosmos; y, finalmente, la reducción gradual en su contenido de sentido de la esfera cósmica, empezando por el cielo y acabando en la tierra. En el neoplatonismo es también dialéctica la doctrina misma de la gradual y constante efusión y división del único inicial, es decir, lo que en la filosofía antigua y medieval se suele llamar emanacionismo (Plotino, Porfirio, Yámblico, Proclo y otros muchos filósofos de los siglos III a VI). Aquí nos encontramos con un sinfín de concepciones dialécticas productivas, pero todas ellas, debido al carácter específico de la época, son presentadas a menudo en forma de reflexiones místicas y de una sistemática escrupulosamente escolástica: Dialécticamente tiene valor, por ejemplo, la concepción del desdoblamiento de lo único, el reflejo recíproco del sujeto y el objeto en el conocimiento, la doctrina de la movilidad eterna del cosmos, de la formación pura, etc.
Como resumen de la lógica dialéctica antigua, hay que decir que en ella fueron meditadas casi todas las categorías principales de esta ciencia sobre la base de la relación consciente hacia el elemento de la formación. Pero ni el idealismo ni el materialismo de la antigüedad pudieron hacer frente a esta tarea debido a su espíritu contemplativo, a la fusión de la idea y la materia en unos casos y a la separación de las mismas en otros; debido a la primacía de la mitología religiosa en unos casos y al relativismo ilustrador en otros; debido a la débil conciencia de las categorías como reflejo de la realidad y a la incapacidad constante para comprender la acción creadora del pensamiento sobre la realidad. En medida considerable esto se refiere también a la filosofía medieval, en la que la mitología anterior fue sustituida por otra mitología aunque también aquí la lógica dialéctica seguía trabada por un ontologismo demasiado ciego.
La filosofía medieval
El predominio de las religiones monoteístas en la Edad Media desplazó la lógica dialéctica al campo de la teología, utilizando a Aristóteles y el neoplatonismo para crear la doctrina escolástica del absoluto personal.
En el sentido del desarrollo de la lógica dialéctica esto era un paso adelante, ya que la conciencia filosófica se acostumbraba gradualmente a sentir su propia fuerza, aunque fuese surgida de lo absoluto interpretado con un criterio personalista. La doctrina cristiana de la trinidad (por ejemplo en los capadocios Basilio el Grande, Gregorio Nazianzin, Gregorio Nisski y en general, en numerosos padres y maestros de la Iglesia, por ejemplo, San Agustín) y la doctrina árabe-judía del absoluto social (por ejemplo, en Ibn Roshd (El autor se refiere al filósofo cordobés Averroes, el nombre castellanizado de Ibn Roshd) y la Kabbala) se construían preferentemente según los métodos de la dialéctica. El símbolo de la fe, afirmado en los dos primeros concilios universales (325 y 381) proclamaba la substancia divina expresada en tres personas con la identidad completa de esta substancia y de estas tres personas y con su completa diferencia, y también con el desarrollo independiente de las mismas personas: el seno inicial del movimiento eterno (el padre) la ley desmembrada de este movimiento (el hijo o Dios verbo) y la eterna formación creadora de esta ley inmóvil (espíritu santo). En la ciencia hace ya tiempo que se ha puesto en claro el vínculo de esta concepción con la lógica dialéctica de Platón y Aristóteles, de los estoicos y del neoplatonismo. Donde más profundamente se encuentra expresada esta lógica dialéctica es en el tratado de Proclo Elementos de teología y en las llamadas Areopagíticas, que constituyen una compilación cristiana del proclismo y tuvieron gran significación en toda la lógica dialéctica medieval.
Un precursor: Nicolás de Cusa
Esta lógica dialéctica, basada en el pensamiento religioso-místico, llegó hasta Nicolás de Cusa, quien construyó su doctrina precisamente sobre la base de Proclo y las areopagíticas. Tales son las teorías de Nicolás de Cusa sobre la identidad del saber y el no saber, sobre la coincidencia del máximo y el mínimo sobre el movimiento eterno, sobre la estructura trinitaria de la eternidad, sobre la identidad del triángulo, el círculo y la esfera en la teoría de la divinidad, sobre la coincidencia de los contrarios, sobre cualquiera en cualquiera, sobre la reducción y el desenvolvimiento del cero absoluto, etc. Además, en Nicolás de Cusa el neoplatonismo antiguo y medieval se junta a las ideas de los primeros gérmenes del análisis matemático, ya que en el concepto de lo absoluto se pone la idea de la formación eterna, y el propio absoluto empieza a entenderse como integral peculiar y que lo abarca todo o, en dependencia del punto de vista, como diferencial. En él figuran, por ejemplo, conceptos tales como ser-posibilidad (posse-fieri). Esto es el concepto de eternidad como formación eterna, como posibilidad eterna de todo lo nuevo y de lo nuevo que es su auténtico ser. De este modo, el principio infinitesimal, es decir, de lo infinitamente pequeño determina la característica del ser del propio absoluto. Tal es también, por ejemplo, su concepto de possest, es decir de posse est, o concepto de potencia eterna que engendra todo lo nuevo, de tal suerte que esta potencia es el último ser. Aquí, la lógica dialéctica con un matiz infinitesimal se convierte en una concepción muy neta. Con relación a esto hay que recordar a Giordano Bruno, panteísta a la manera de Heráclito y materialista pre-spinoziano, que también enseñó la unidad de los contrarios, la identidad del mínimo y el máximo (comprendiendo este mínimo también de manera semejante a la teoría del infinitamente pequeño que entonces aparecía), la infinitud del Universo (interpretando de un modo completamente dialéctico que su centro se encuentra en todos los sitios, en cualquiera de sus puntos), etc. Filósofos como Nicolás de Cusa y Giordano Bruno seguían aún hablando de la divinidad y de la unidad divina de los contrarios, pero estas concepciones ya adquieren en ellos un matiz infinitesimal; y al cabo de cien o de ciento cincuenta años aparece ya el auténtico cálculo de los infinitamente pequeños, que representa una etapa nueva en el desenvolvimiento de la lógica dialéctica.
La época moderna
En la Edad Moderna, en relación con la formación capitalista en ascenso y en dependencia de su filosofía individualista, en el período de la dominación del análisis racionalista metafísicamente matemático (Descartes, Leibniz, Newton, Euler), que operaba con variables, es decir, con funciones y magnitudes que se forman infinitamente, fue una región de la lógica dialéctica que maduraba sin cesar, aunque no siempre se tuvo conciencia de ello. Porque lo que en matemáticas se denomina variable, en filosofía es el punto de vista de formación de la magnitud; y como resultado de esta formación surgen unos u otros valores límites, que en el sentido completo de la palabra resultan la unidad de contrarios, como, por ejemplo, la derivada es la unidad de contrarios del argumento y la función, sin hablar ya de la formación misma de las magnitudes y de la transición de las mismas al límite.
Es necesario tener en cuenta que, a excepción del neoplatonismo, el término de lógica dialéctica o no se empleaba en absoluto en sistemas filosóficos del Medievo y de la Edad Moderna que por su esencia eran dialécticos, o se utilizaba en un sentido cercano a la lógica formal. Así, por ejemplo, los tratados del siglo IX de Juan de Damasco “Dialéctica“, en la teología bizantina, y “De la división de la naturaleza“, de Juan Escoto Erígena, en la filosofía occidental. Las teorías de Descartes sobre el espacio heterogéneo, de Spinoza sobre el pensamiento y la materia o sobre la libertad y la necesidad, o de Leibniz sobre la presencia de cada mónada en cualquiera otra mónada, contienen indudablemente unas construcciones dialécticas muy profundas, aunque sus autores no hablan para nada de lógica dialéctica.
Toda la filosofía de la Edad Moderna fue también un paso adelante hacia la comprensión de lo que es la lógica dialéctica. Las empíricos modernos F. Bacon, Locke, Hume, a pesar de todo su espíritu metafísico y de dualismo, gradualmente, de una manera o de otra, enseñaban a ver en las categorías un reflejo de la realidad. Los racionalistas, a pesar de su subjetivismo y de su metafísica formalista, enseñaban a encontrar en las categorías cierto movimiento autónomo. Hubo incluso intentos de ciertas síntesis de lo uno y de lo otro, pero no podían verse coronados por el éxito por el excesivo individualismo, dualismo y formalismo de la filosofía burguesa de la Edad Moderna, que había surgido sobre la base de la iniciativa privada y del enfrentamiento demasiado acusado del Yo y el no-Yo, en el cual la primacía correspondía siempre al Yo en oposición al no-Yo, que se entendía como algo pasivo.
El panteísmo de Spinoza
Los éxitos y los reveses de tal síntesis en la filosofía prekantiana pueden ser ilustrados con el ejemplo de Spinoza. Las primeras definiciones de su “Ética” son perfectamente dialécticas. Si en la causa coinciden en sí esencia y existencia, esto es la unidad de contrarios. La substancia es lo que existe por sí mismo y se representa a través de sí mismo. Es también la unidad de contrarios: el ser y la noción sobre él determinada por él mismo. El atributo de substancia es lo que la mente concibe en ella como su esencia. Es la coincidencia en la esencia de lo que en ella es esencia y de su reflejo mental. Los dos atributos de la substancia, pensamiento y extensión, son una misma cosa. La cantidad de atributos es infinita, pero en cada uno de ellos se refleja toda la sustancia. Indudablemente, lo que aquí encontramos no es otra cosa sino lógica dialéctica. Y sin embargo, la doctrina de Spinoza adolece de una excesiva ceguera ontológica, habla con demasiada imprecisión del reflejo y comprende demasiado poco el reflejo inverso del ser en el propio ser. Y sin esto resulta imposible construir una lógica dialéctica correcta y sistemáticamente comprendida.
Kant o el nacimiento de la filosofía clásica alemana
La forma clásica para la Edad Moderna de la lógica dialéctica la proporciona el idealismo alemán, que empezó con su interpretación negativa y subjetivista en Kant, y que a través de Fichte y Schelling pasó al idealismo objetivo de Hegel. En Kant la lógica dialéctica no es sino la denuncia de la ilusiones de la razón humana, deseosa de alcanzar obligatoriamente el conocimiento integral absoluto. Considerando que el conocimiento científico, según Kant, sólo es el conocimiento que se apoya en la experiencia sensorial y se basa en la actividad del raciocinio, y el concepto supremo de razón (Dios, el mundo, el alma, la libertad) no posee estas propiedades, la lógica dialéctica, siempre siguiendo a Kant, no revela las contradicciones inevitables en que la razón se confunde en su deseo de alcanzar la integridad absoluta. Sin embargo, esta interpretación puramente negativa de la lógica dialéctica por Kant tuvo la enorme significación histórica de que descubrió en la razón humana su necesaria contradicción. Y esto condujo posteriormente a la búsqueda de la superación de estas contradicciones de la razón, lo cual sirvió de base a la lógica dialéctica ya en el sentido positivo.
Debemos señalar también que Kant empleó por primera vez el término mismo de lógica dialéctica: tal era el sentido independiente que atribuía a esta disciplina. Pero lo más interesante es que también Kant, lo mismo que toda la filosofía mundial, sin él mismo advertirlo, se mantuvo bajo la impresión del inmenso papel que la lógica dialéctica cumple en el pensamiento. A pesar del dualismo, a pesar de su metafísica, a pesar de su formalismo, sin él mismo advertirlo, utilizó con gran frecuencia el principio de la unidad de los contrarios. Así, en el capítulo “Del esquematismo de los conceptos puros de la razón” de su obra fundamental, “Crítica de la razón pura“, se pregunta súbitamente: ¿de qué manera estos fenómenos sensoriales se someten al raciocinio y a sus categorías? Porque está claro que entre el uno y los otros debe existir algo común. Lo que hay de común, que él llama aquí esquema, es el tiempo. El tiempo relaciona el fenómeno que transcurre sensorialmente con las categorías del raciocinio, es decir, es empírico y apriorístico. Kant cae aquí en la confusión, naturalmente, porque según su doctrina fundamental el tiempo no es en absoluto algo sensorial, sino apriorístico, de tal manera que este esquema no proporciona en absoluto ninguna unificación de lo sensorial y del raciocinio. Es indudable, sin embargo, que lo no consciente para sí mismo es aquí para Kant el tiempo de formación en general; y en la formación, indudablemente, cada categoría surge en cada momento y en ese mismo momento desaparece. Así, la cansa de un fenómeno dado, que caracteriza su origen, obligatoriamente, en cada momento de este último se manifiesta de manera diferente y diferente, es decir, constantemente surge y desaparece. De este modo, la síntesis dialéctica de la sensoriedad y del raciocinio, justamente en el sentido de la lógica dialéctica, fue construida de hecho ya por el propio Kant, aunque los prejuicios metafísicos dualistas le impidieran dar una concepción clara y sencilla.
De los cuatro grupos de categorías, la calidad y la cantidad, indudablemente, se funden dialécticamente en el grupo de categorías de relación; el grupo de categorías de modalidad es sólo una precisión del grupo de relación obtenido. Incluso dentro de los distintos grupos, las categorías son dadas por Kant según el principio de la tríada dialéctica: la unidad y la pluralidad se funden en la unidad de esos contrarios, que Kant denomina integridad; en cuanto a la realidad y a la negación, es indudable que su síntesis dialéctica es la limitación, por cuanto para esta última es necesario fijar algo y hace falta tener algo que rebasa esta realidad para delimitar la frontera entre lo afirmado y lo no afirmado, es decir, delimitar lo afirmado. Finalmente, incluso las famosas antinomias de Kant, (por ejemplo: el mundo es limitado e ilimitado en el espacio y en el tiempo), en última instancia son también salvadas por el propio Kant con ayuda del método de la formación: el mundo realmente observado es finito; sin embargo no podemos encontrar este fin en el tiempo y el espacio; por esta razón el mundo es no finito y no infinito, y lo único que existe es la búsqueda de este fin según la exigencia regulativa de la razón. “La Crítica de la síntesis del juicio” es también una síntesis no consciente de la “Critica de la razón pura” y de la “Crítica de la razón práctica“.
El idealismo subjetivo de Fichte
Fichte facilitó al momento la posibilidad de la lógica dialéctica sistemática con su interpretación de las cosas en sí como categorías también subjetivas, desprovistas de toda existencia objetiva. Esto era ya subjetivismo absoluto, y por tanto, no eradualismo, sino monismo, con lo que se facilitaba la separación sistemática y armónica de unas categorías partiendo de otras y acercaba la lógica dialéctica al monismo antimetafísico. Bastaba introducir en este espíritu absoluto de Fichte la naturaleza -lo cual encontramos en Schelling- y también la historia -como encontramos en Hegel- para que surgiese el sistema del idealismo objetivo de Hegel, el cual, dentro de esté espíritu absoluto, proporcionaba una lógica dialéctica irreprochable por su monismo, que abarcaba todo el campo de la realidad, desde las categorías puramente lógicas, pasando por la naturaleza y el espíritu, hasta la dialéctica categorial de todo el proceso histórico.
Hegel o la cumbre de la dialéctica idealista
La lógica dialéctica hegeliana, sin referirnos a las demás regiones del conocimiento, aunque, según Hegel, también son movimiento de unas u otras categorías creadas por el mismo espíritu mundial, es una ciencia desarrollada sistemáticamente en la cual se da un cuadro completo y sustancioso de las formas generales del movimiento de la dialéctica. Hegel tenía toda la razón desde su punto de vista, cuando dividía la lógica dialéctica en ser, esencia y concepto. El ser es la primera y más abstracta definición del pensamiento. Se concreta en las categorías de calidad, cantidad y medida (entendiendo por esta última la cantidad determinada cualitativamente y la calidad limitada cualitativamente). Hegel comprende su calidad como el ser inicial que después de su agotamiento pasa al no ser, y la formación como síntesis dialéctica del ser y no ser (por cuanto en cualquier formación el ser surge siempre, pero en ese mismo momento se destruye). Después de agotar la categoría del ser, Hegel examina ese mismo ser, pero ya oponiéndolo a sí mismo. De manera natural, de aquí nace la categoría de esencia del ser, y en esta esencia, Hegel, siempre de completo acuerdo con sus principios, encuentra la esencia por sí misma, su aparición y la síntesis dialéctica de la esencia inicial y el fenómeno en la categoría de realidad. Con esto se agota su esencia. Pero la esencia no puede permanecer apartada del ser. Hegel estudia el grado de la lógica dialéctica en el que figuran las categorías que contiene en sí por igual el ser y la esencia. Es el concepto. Hegel era idealista absoluto y por esta razón es en el concepto donde encuentra la expansión máxima del ser y de la esencia. Examina su concepto como sujeto, como objeto y como idea absoluta; la categoría de su lógica dialéctica es la idea y lo absoluto. Además, el concepto hegeliano se puede interpretar como lo hizo Engels, de un modo materialista: como naturaleza general de las cosas, o, como lo hizo Marx, como ley general de la producción, o, como lo hizo Lenin, como conocimiento. Y entonces este apartado de la lógica hegeliana pierde su carácter místico y adquiere un sentido racional. En general, no obstante, todas estas categorías que se mueven por sí mismas han sido estudiadas por Hegel con tanta profundidad y de manera tan completa que, por ejemplo, Lenin, al terminar sus apuntes de la Ciencia de la Lógica hegeliana, dice: “En esta obra de Hegel, la más idealista de todas, es en la que hay menos idealismo y más materialismo. ¡Es ‘contradictorio’, pero es un hecho!“
En Hegel tenemos la cumbre de toda la filosofía occidental en el sentido de la creación de la lógica de la formación, cuando todas las categorías lógicas son tomadas invariablemente en su dinámica y en su generación recíproca, y cuando las categorías, aunque producto exclusivo del espíritu, como tal principio objetivo en el que se hallan representadas la naturaleza, la sociedad y toda la historia.
De entre la filosofía del siglo XIX anterior a Marx, un gran paso adelante fue el que dieron los demócratas revolucionarios rusos -Belinski, Herzen, Chernishevski y Dobroliubov-, cuya teoría y práctica revolucionaria no sólo permitió pasar del idealismo al materialismo; sino que los condujo a la dialéctica de la formación, ayudándoles a crear las concepciones más avanzadas en diversas regiones de la historia de la cultura. Lenin escribe que la dialéctica de Hegel fue para Herzen “el álgebra de la revolución“. La profundidad con que Herzen comprendía la lógica dialéctica, por ejemplo, en relación con el mundo físico, se advierte en estas palabras suyas: “La vida de la naturaleza es desarrollo constante, desarrollo de lo simple abstracto, no completo, espontáneo, a lo completo concreto, complejo, desarrollo del germen del desmembramiento de todo lo que se encierra en su concepto, y de la eterna aspiración a llevar ese desarrollo hasta la correspondencia completa, dentro de lo posible, de la forma con el contenido: esto es la dialéctica del mundo físico“. También Chernishevski enunció profundas ideas sobre la lógica dialéctica. Atendidas las condiciones de su tiempo, los demócratas revolucionarios no pudieron más que acercarse de lleno a la dialéctica materialista.
Extraído de “Materialismo dialéctico y lógica dialéctica” de A.G.Spirkin. Grijalbo, México, 1969, pgs.114 a 129.
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