La pregunta que deben responder los Hollande, Obama, Cameron, Merkel, etc. es cómo ha sido posible que desde 1978, año en que, coincidiendo con la invasión soviética de Afganistán, los países imperialistas empezaron a financiar a grupos islamistas en aquel país, éstos hayan terminado instalándose, e incluso brotando, en sus propias metrópolis.
Ninguno de esos monigotes al servicio del capital transnacional va a responder a esa pregunta, pero nosotros sí.
La desaparición del socialimperialismo soviético aceleró dos de los rasgos inherentes al sistema de desarrollo capitalista en su fase imperialista:
Por un lado, la lucha, cada vez más cruenta, por la dominación de los sectores primarios de los países semicoloniales.
El control de las materias primas esenciales para seguir manteniendo en pie "nuestro sistema de convivencia", ha sido la base de las frecuentes guerras imperialistas impulsadas por el bloque OTAN-UE desde 1991 (Iraq I y II, Afganistán, Somalia, Libia, Siria, etc.). El efecto inmediato de esas guerras ha sido la destrucción de regímenes políticos de países arabo-islámicos que no sólo constituían un auténtico muro de contención frente al islamismo, sino que también garantizaban la gobernabilidad y estabilidad de dichos países y de las regiones en que están enclavados.
Para convertir a países como Iraq o Libia en lo que sus ideólogos denominan "Estados fallidos" -en realidad, Estados en los que el imperialismo puede saquear con total impunidad-, los países imperialistas han creado y financiado los grupos islamistas que hoy se vuelven contra sus propios artífices; les han dado cobertura política internacional -recordemos el reconocimiento diplomático francés, como "legítimo representante del pueblo sirio", de la llamada "oposición" de ese país, de la que forma parte el Estado Islámico; han contribuido directamente a asesinar a dirigentes como Saddam Husein y Muammar El Gaddafi, quienes, en todo momento, aplicaron políticas de puño de hierro contra el islamismo; y han asesinado a cientos de miles de árabes en sus invasiones y bombardeos. Además, han aplaudido sin excepción la criminal política sionista contra el pueblo palestino.
Ello implicaba abaratar drásticamente la mercancía fuerza de trabajo. Y uno de los medios más eficaces consistía en crear un enorme ejército de reserva mediante la masiva incorporación de trabajadores de los países semicoloniales a los sectores "productivos" que se encuentran en la base de las economías especulativas de los países imperialistas. La primera y única consideración era servir, ante todo, a los intereses materiales inmediatos de la clase parásita dominante en las sociedades imperialistas. Cualquier otro criterio, como la seguridad -así se pudo comprobar el 11-M en España- o los efectos sociales de una agudización de la explotación eran o secundarios o despreciables.
Es decir, el imperialismo ha sentado las bases, por un lado, de un gran conflicto a escala internacional, una guerra de redivisión interimperialista; y por otro, ha permitido, cuando no fomentado, que se enarbole el banderín de enganche ideológico del fascismo en ciernes, la islamofobia y el odio al extranjero.
Es el imperialismo el causante y responsable único no sólo de todos los recientes acontecimientos en Francia sino de la gigantesca crisis en que está inmerso. A su vez, la solución que ofrece es más guerra imperialista y fascismo. No tiene otra cosa que ofrecer más allá de redoblar el horror, la explotación y la represión.
Nuestro deber como comunistas es oponernos a tales designios.
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