Cuando
alguien utiliza el término “golpe de estado”, la idea general, la más común y
extendida entre la mayoría de los habitantes de este país, la que probablemente
primero se nos viene a la mente, es la imagen de un guardia civil bigotudo, con
cara de cabrón, con su uniforme de teniente coronel, incluido el tricornio —no
debemos olvidar que en toda obra que se precie, el attrezzo juega un papel
primordial— pistolón en mano, gritando a los cuatro vientos “Se sienten, coño”
y un numeroso grupo de diputados tirándose al suelo, cagados de miedo, pensando
que aquel era su último día en la tierra. Al menos esa es la imagen que, como
digo, la mayoría de los españoles tenemos asociada a la expresión golpe de
estado.
No
obstante, si tratáramos de establecer una tipología de golpes de estado,
veríamos que, el arriba mencionado, conocido en el mundo entero como el “Tejerazo”,
y que debe su nombre al tristemente célebre Antonio Tejero que, junto a otros
elementos reaccionarios y patrióticos puso en marcha la intentona golpista del
23F, en aquel ya lejano 1981, es sólo un tipo de golpe de estado..
No
podemos olvidar que no todos los golpes de estado que han llegado a buen
término en la historia de la humanidad han sido tan burdos como el de Tejero.
Los ha habido mucho más sutiles, más refinados, menos evidentes y bruscos,
aunque al final, esa sutileza y refinamiento no han enmascarado el objetivo
final, que siempre suele ser el mismo, evitar que un político concreto o un
determinado partido político lleguen al poder, o en el caso de que ya hubiera llegado,
que lo abandone a la mayor brevedad posible. Esto ocurrió, por ejemplo, en 1963,
en los Estados Unidos, con el asesinato de JFK. Esto ocurrió, por ejemplo,
durante muchos años en Italia y otros países europeos, donde la CIA evitó a
toda costa que los partidos comunistas ganasen las elecciones supuestamente
democráticas. Y en América Latina. Y en Asia. Y esto también ocurrió en 2003 en
la Asamblea de Madrid, cuando empresarios cercanos al PP compraron a Tamayo y a
su compañera de partido y al final, Esperanza Aguirre se hizo con el control
del gobierno de la Comunidad de Madrid.
Y si nada
ni nadie lo remedia, mucho me temo que esto está a punto de ocurrir, una vez
más, en Grecia, y en menor medida —o tal vez, en la misma medida, quién sabe—
en España. A finales de enero, se celebrarán elecciones en Grecia. Todas las
encuestas apuntan en la dirección de un único ganador: Syriza. Estoy
absolutamente convencido de que al final, la coalición de izquierdas no ganará
las elecciones. Desde el mismo instante en que se supo que habría elecciones en
el mes de enero, las fuerzas reaccionarias se lanzaron a la yugular,
presagiando todo tipo de males si Syriza se hace con el poder. Desde la
Comisión Europea al BCE, pasando por el FMI y, por supuesto, todos los
gobiernos de la UE, han pronosticado la hecatombe que supondría para Grecia y
sus habitantes que Syriza sea el partido del gobierno. No sé qué opinaréis pero yo lo tengo claro.
Para mí, eso es un golpe de estado. Durante un mes no van a parar de lanzar
amenazas contra todo un país, haciéndoles ver lo malo que sería para el pueblo griego
y para sus intereses económicos que los gobiernen los de Syriza, cuando todos
sabemos que un gobierno de Syriza sólo perjudicaría los intereses del
ultraliberalismo europeo y mundial.
Y algo
similar empieza a moverse en nuestro país. No hay una sola comparecencia
pública de algún destacado miembro del Partido Popular en la que no nos
prevenga de lo malo que sería para todos que los radicales de Podemos lleguen
al poder. Estoy seguro que en las alcantarillas del sistema ya se está
preparando el golpe de estado. Tiempo al tiempo. Ya queda menos para verlo.
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