Breve análisis de una movilizacion inédita en las tres últimas décadas
Primero comenzaron tratando de hacer fracasar las marchas del 22 M sobre Madrid.
Los medios de comunicación enmudecieron en la mención de todo aquello
que se relacionara con las múltiples movilizaciones que habían partido
desde diferentes puntos del Estado español en dirección a su capital.
Ni una información, ni un solo dato, nada que pudiera poner en
conocimiento de la ciudadanía que para el 22 de marzo había prevista una
concentración que se esperaba multitudinaria. La sordina sobre la
movilización fue total, absoluta y sospechosamente unánime.
Pero una vez que las marchas empezaron a tomar cuerpo se hizo preciso para los que administran el aparato del Estado intentar difundir el miedo, inyectar el pánico entre aquellos a los que continuar encerrados en sus casas les hace escocer el alma.
Cuando se generalizó la
sensación de que la iniciativa iba a constituir un éxito, los
alquimistas del miedo recurrieron a procedimientos más coercitivos. El
fin de semana comprendido entre los días 20 y 22 de marzo, el
Ministerio del Interior, instigado por su temor a la magnitud del
evento silenciado, comenzó a mover sus fichas. En una operación pocas
veces vista, interceptaron a los autobuses que repletos de marchistas se acercaban a Madrid.
Obligaban a los pasajeros a descender de los vehículos procediendo a su
interrogatorio y registro. Establecieron, asimismo, un fuerte cordón de
vigilancia en las estaciones de trenes y autobuses. Retomaban así los
viejos tics policiales de la dictadura intentando provocar una sicosis
de inquietud e inseguridad entre quienes acudían a la manifestación.
Había que ahogar a aquella criatura antes de que pudiera nacer.
Simultáneamente a estas operaciones "preventivas", la inefable Delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, atrapada por una crisis de histerismo macartista,
se dedicó a lanzar soflamas incendiarias a través de los medios de
comunicación, amenazando con los peores pronósticos a aquellos que
tuvieran la tentación de sumarse en los últimos momentos a las
manifestaciones.
Pero la eficacia de todo
aquel despliegue no le sirvió al Ejecutivo ultraconservador para mucho.
El desgaste de la credibilidad gubernamental alcanza ya, incluso, a los
sectores que le prestaron hace dos años su voto.
UN FENÓMENO INÉDITO EN LOS ÚLTIMOS 30 AÑOS
La verdad es que al poder no le faltaba razón en lo que hacía. El 22 M era un fenómeno nuevo, inédito, sin un historial que proporcionara pistas a quienes manejan las clavijas del aparato represivo. En primer lugar porque la movilización no era el resultado de una convocatoria formal realizada por las organizaciones habituales que gozan de la confianza del establisment. El toque a rebato había partido de organizaciones sociales de base, algunas de ellas experimentadas en batirse el cobre en la movilización callejera. Aquello no parecía responder a los parámetros de lo que hasta entonces habíamos conocido en la parte del Estado español que aceptó los preceptos de las "reglas de juego" impuestas por la Transición.
DESMARQUE DE LA INSTITUCIONALIDAD "DE IZQUIERDAS"
Por otra parte, las dos grandes palancas del control social, UGT y Comisiones Obreras, se habían mantenido prudentemente al margen de la iniciativa movilizadora. Ambas organizaciones sindicales se encontraban muy ajetreadas aquel fin de semana en negociaciones con la patronal y el gobierno, a la espera de que estos les concedieran unas cuantas migajas del gran festín de la crisis.
Por su parte, la "izquierda institucional" acogió con prudente timidez los enunciados del llamamiento del 22M.
Era preferible mantenerse entre dos aguas, navegando como siempre en
el mar tranquilo y seguro de la ambigüedad. Eso de aceptar "no pagar la deuda" que esgrimía el llamamiento del 22M era un lance muy arriesgado. ¿Y si en un próximo futuro tenemos que compartir mantel y Consejo de Ministros con el PSOE?
¿Cómo atrevernos a decir después "Diego" donde dije "digo"? Es cierto
que estas calculadas indefiniciones pueden enajenar algunos votos,
pero hoy por hoy la "izquierda" del sistema prefiere un "contigo pero sin ti" que embarcarse en "aventuras revolucionarias" que puedan asustar al torrente de votos que como agua de mayo esperan conquistarle al PSOE. Además, esto es Europa, un continente donde el "estado del bienestar" supo encarrilar las confrontaciones sociales sobre los rieles de la negociación y el consenso.
¿QUÉ DEMOSTRÓ EL 22M?
El 22M ha demostrado,
por el momento, algunas cosas. En primer lugar que hay un sector de la
sociedad que empieza a comprender dónde está la clave que permite
detectar al enemigo. Ya no son aquellas concentraciones abstractas -
pero también comprensibles- de descontento que emergieron al calor del
movimiento 15M. Se ha producido el tantas veces impropiamente recurrido "salto cualitativo". El mapa social de la lucha de clases ha
empezado a redefinirse con claridad para mucha gente. Posiblemente en
este camino quede mucho por avanzar y las próximas etapas continúen
siendo todavía muy inciertas. De la visión y habilidad de los sectores
de la vanguardia política - concepto que se hace preciso recuperar
rápidamente - dependerá que el proceso se acelere o, por el contrario,
pueda terminar encallado.
Un segundo aspecto ha quedado
patentemente demostrado. Por poco que se den pasos en la organización
popular, las muletas de las organizaciones afines al sistema - sindicatos e izquierda institucional
- no solo son prescindibles por pura profilaxis ideológica, sino
porque su alejamiento de la cabecera de las convocatorias
contribuiría a que los trabajadores pudieran descubrir con mayor
rapidez y claridad en qué campo se encuentra cada cual.
El 22 M, pese a quien pese, ha sido un éxito y, a su vez, un peligro incipiente para el sistema. Pero con un solo éxito no se gana la guerra. Queda todavía por recorrer el largo camino de la organización popular.
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