Por Antonio Mora Plaza
| Mi opinión es que la llamada Transición ha sido un fracaso para la
izquierda de este país y, por tanto, para la democracia, porque esta
sólo la sostiene la izquierda, para la derecha es un mal a veces
inevitable...
Si queremos que este
país avance hacia una democracia plena, en pie de igualdad con el resto
de las europeas, una de las primeras cosas que han de hacerse es
desmontar algunos pero importantes tópicos del pasado que están
lastrando ese avance. Uno de ellos es lo de la ejemplaridad de la
llamada Transición, dicho también con la tópica mayúscula.
Mi opinión es que la llamada Transición ha sido un fracaso para la izquierda de este país y, por tanto, para la democracia, porque esta sólo la sostiene la izquierda, para la derecha es un mal a veces inevitable. Sólo tenemos que ver la labor destructiva de los derechos civiles y constitucionales que está perpetrando –o que tiene ese propósito el PP: la ley del aborto, la amnistía fiscal, la reforma laboral, las leyes que atentan contra los derechos de huelga y manifestación, la imposibilidad de re-enterrar por los familiares a sus deudos asesinados por los franquistas en la mal llamada Guerra Civil, la corrupción impune aún del PP, la oposición a cambiar la ley electoral que permita una justa representación electoral, los atentados contra los inmigrantes por parte de las llamadas Fuerzas de Seguridad del Estado, la utilización de ETA por parte del PP para ganar votos, incluso cuando ya no asesina ni secuestra, etc. Y seguro que me dejo algunas cosas. Hasta la muerte de Fraga teníamos a este colaborar del dictador y genocida Franco como presidente de la autonomía gallega con el voto de una gran parte de los gallegos, hecho insólito, algo así como si los Goering, Goebbels o Himmler fueran a las alturas del siglo XXI representantes de un länder alemán en Alemania. Aún el franquismo no ha sido condenado en sesión plenaria en el Parlamento español por oposición del PP. Hemos tenido un presidente español de 1996 al 2004 que, en sus escritos de juventud en el diario “La Rioja” se consideraba “falangista independiente”. Y eso es lo que ha sido, un falangista tardío, provisto de una chulería indecente y anacrónica, que aún nos debe la explicación de dónde estaban las armas de destrucción masiva que tenía supuestamente Sadan Hussein, otro dictador y asesino como Franco. Quería decir que ha bastado una mayoría absoluta de los herederos del franquismo para que la labor del anterior presidente, el Sr. Zapatero, sobre los derechos civiles se vea en extraordinario peligro. Y eso es grave, porque si la labor de este representante del PSOE, que confundió socialismo con la mera consecución de derechos civiles, se viene abajo, las dos legislaturas del último representante del socialismo en la gobernabilidad no sirvieron para nada. Todo esto viene a cuento para hacer comprensible la afirmación de que la transición a la democracia está pendiente. Esta no es un mero sistema electoral –cosa que cree o pretende hacer creer el PP-, sino son dos cosas más: un Estado de Derecho con todas las consecuencias y un Estado de Bienestar que asegure un mínimo a los ciudadanos desde la cuna hasta la sepultura. El PP pretende acabar o herir de muerte a las dos. Por eso pretende tener poder decisivo sobre el Tribunal Supremo, Constitucional, Consejo del Poder Judicial, TVE –cambiando en este caso la ley anterior para nombrar un comisario político-, dejar sin derechos y capacidad para ejercitar derechos a los trabajadores con la reforma laboral, rebajar las pensiones a perpetuidad, liquidar la ley de la dependencia por la vía legal y presupuestaria, privatizar la sanidad, etc. La tarea pendiente de la izquierda es construir una mayoría social hegemónica que impida tales atentados contra la democracia en el siglo XXI, porque sin estos componentes la democracia son meras elecciones. No es una dictadura, pero tampoco una democracia plena. Y esa mayoría hegemónica debe plasmarse en instituciones y leyes que impidan la marcha atrás.
A la muerte de Suárez se está montando el tópico de que fue el constructor de la democracia cuando fue nada más –pero nada menos- que el desmontador de la dictadura franquista. Y casi en solitario, con algún otro como Torcuato Fernández Miranda y pocos más. Pero desmontar, deconstruir, no es destruir. Su labor fue una osadía inusitada, no por la supuesta y terrible oposición del PSOE –otro tópico-, sino porque tuvo que enfrentarse con un ejército franquista, una iglesia nacional-católica que aún perdura y unos supuestos amigos dentro de su corral franquista que hicieron lo posible y casi lo imposible para matarlo políticamente, con ganas de hacerlo físicamente en algunos casos. He leído las loas y laudatios de algunos representantes del PP y de algunos periodistas sobre Suárez cuando este partido es el heredero de los franquistas que tanto hicieron desde que fuera nombrando presidente de Gobierno desde la terna real de junio de 1976 para acabar con él. Un ejercicio de cinismo repugnante, con Rajoy como máximo oficiante. Nadie como Suárez conocía el franquismo puesto que había sido Secretario del Movimiento. Se ha destacado dos hitos en su carrera política: la legalización del PC el 9 de abril de 1977 y su actitud gallarda el 23 de febrero de 1981 frente a Tejero y sus secuaces. Lo segundo le honra personalmente pero no tiene más consecuencia política; la legalización de los comunistas era imprescindible para construir una democracia formal vendible en el exterior y poder entrar en las instituciones como la OTAN y el Mercado Común de entonces; fue una osadía extraordinaria, pero ahí se acaba. En mi opinión –quizá poco compartida- el hito político mayor de Suárez es la ley para la reforma política y su votación el 18 de noviembre de 1976 –el famoso harakiri- que permitía salir con visos de legalidad desde el franquismo a la democracia. Digo con visos porque ninguna dictadura puede legitimar una democracia –y viceversa-. Por eso a las dictaduras se las ha derribado con fuerza y sangre. Aquí inauguramos una farsa, pero esta farsa era por un bien, una farsa que nos permitía pasar al menos desde el Infierno político al Purgatorio democrático formal, aunque para el Cielo laico y democrático aún quedaban –y quedan- muchas esferas por recorrer. Otro tópico es que esa Transición fue obra exclusiva de los políticos, pero el motor de ello fueron las varias decenas de muertos que pusieron los ciudadanos, la izquierda de la calle y las movilizaciones contra la dictadura. Cuando hay muertos ya nada puede ser igual. Visto con más perspectiva, también habían jugado su papel de zapa en las décadas precedentes a la muerte del dictador dos fenómenos sociológicos ausentes en otros siglos: el turismo y la televisión, pero eso es otra historia aún pendiente de evaluar.
No se podía exigir más a un hombre. Como dice Shakespeare en Macbeth “me atrevo a todo lo que se atreve un hombre”. Para Suárez parecen escritas las palabras del genial bardo, pero su atrevimiento se paró en el desmontaje del franquismo, lo cual no dejaba de ser una tarea titánica. El fracaso ha estado después en la izquierda, principalmente en el PSOE, pero también en el PCE. Existe el tópico de que el golpe de Estado de Tejero fracasó, pero no es así. Es verdad que el Parlamento siguió y al año siguiente el PSOE se alzó con la mayoría absoluta, pero fue tal el miedo que sobrevino en los políticos de izquierda que adulteraron sus programas, lo rebajaron, lo menguaron de tal modo que una zanja se abrió entre lo prometido y lo que hicieron y/o defendieron. El PCE aceptó la monarquía y al monarca nombrado por Franco; también la bandera franquista; El PSOE no nos sacó de la OTAN –que nos metió el sosaino de Leopoldo Calvo Sotelo-, Felipe se inventó lo de la enseñanza concertada –terrible decisión para el futuro- que permitía la influencia del nacional-catolicismo en los colegios, se elaboró un rebajado Estatuto de los Trabajadores comparado al menos con los derechos laborales en Europa, se hizo una necesaria pero tibia reforma fiscal que suponía también una amnistía fiscal para los ricos, se aprobó una ley del aborto casuística y no de plazos –que luego enmendó Zapatero pasados varios lustros- y se hicieron unos Pactos de la Moncloa sesgados que suponían la claudicación de la izquierda y la entronización hegemónica de la derecha. Y así hasta ahora, ahora con el PP privatizando lo público, socializando pérdidas de bancos, cajas, autopistas de peaje –es cuestión de tiempo-, sistema eléctrico, etc., rebajando pensiones, quitando derechos laborales aparentemente consolidados, derechos de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, aumentando deliberadamente la desigualdad, propiciando por acción y/o omisión los desahucios, y todo con casi 6 millones de parados, con una parte de ellos agotadas todas las prestaciones.
Otro tópico son los consensos. Es discutible que fueran necesarios para construir la democracia formal a partir de la dictadura real franquista, pero desde la izquierda es siempre un error. La izquierda cuando llega al poder debe hacer una política de izquierdas. La razón es evidente: cuando la derecha llega al poder no consensúa nada: ¿por qué ha de hacerlo la izquierda? No se pide al PSOE que asalte la Bastilla, sino que haga las reformas que crea convenientes sin consenso con la derecha –aunque al menos lo intente con su izquierda parlamentaria- sin buscarse coartadas de concesiones llamados consensos, y que luego los ciudadanos lo juzguen y decidan en las urnas. La otra tarea es desmontar el franquismo aún latente, tanto el residente aún en los aparatos del Estado como el sociológico. El método es forzosamente diferente. El primero mediante leyes y depuraciones; el segundo de forma indirecta, haciendo ver mediante actos concretos y explicaciones que el franquismo, los franquistas atentaron contra un régimen legítimo y que se perpetuaron durante 40 años en una dictadura asesina; que los ciudadanos cuyos padres y abuelos participaron en él y en élla cometieron una indignidad que no lava ninguna amnistía política; que deben llevar como una carga y no con orgullo el pasado de sus ancestros. Mientras no se haga algo al respecto aún saldrán Fragas, Aznares, Orejas, Trillos, Gallardones, Fabras, etc. que se sientan orgullos de sus antepasados y que haya aún gente que les vote sin sentir vergüenza por ello. La lección de Suárez para la Historia y para la izquierda -¡oh paradoja!- es que lo que hay que hacer ha de hacerse, aunque sea en soledad, incluso aún cuando veas blandir amenazante por el rabillo del ojo el puñal de los tuyos, el puñal más lacerante.
Mi opinión es que la llamada Transición ha sido un fracaso para la izquierda de este país y, por tanto, para la democracia, porque esta sólo la sostiene la izquierda, para la derecha es un mal a veces inevitable. Sólo tenemos que ver la labor destructiva de los derechos civiles y constitucionales que está perpetrando –o que tiene ese propósito el PP: la ley del aborto, la amnistía fiscal, la reforma laboral, las leyes que atentan contra los derechos de huelga y manifestación, la imposibilidad de re-enterrar por los familiares a sus deudos asesinados por los franquistas en la mal llamada Guerra Civil, la corrupción impune aún del PP, la oposición a cambiar la ley electoral que permita una justa representación electoral, los atentados contra los inmigrantes por parte de las llamadas Fuerzas de Seguridad del Estado, la utilización de ETA por parte del PP para ganar votos, incluso cuando ya no asesina ni secuestra, etc. Y seguro que me dejo algunas cosas. Hasta la muerte de Fraga teníamos a este colaborar del dictador y genocida Franco como presidente de la autonomía gallega con el voto de una gran parte de los gallegos, hecho insólito, algo así como si los Goering, Goebbels o Himmler fueran a las alturas del siglo XXI representantes de un länder alemán en Alemania. Aún el franquismo no ha sido condenado en sesión plenaria en el Parlamento español por oposición del PP. Hemos tenido un presidente español de 1996 al 2004 que, en sus escritos de juventud en el diario “La Rioja” se consideraba “falangista independiente”. Y eso es lo que ha sido, un falangista tardío, provisto de una chulería indecente y anacrónica, que aún nos debe la explicación de dónde estaban las armas de destrucción masiva que tenía supuestamente Sadan Hussein, otro dictador y asesino como Franco. Quería decir que ha bastado una mayoría absoluta de los herederos del franquismo para que la labor del anterior presidente, el Sr. Zapatero, sobre los derechos civiles se vea en extraordinario peligro. Y eso es grave, porque si la labor de este representante del PSOE, que confundió socialismo con la mera consecución de derechos civiles, se viene abajo, las dos legislaturas del último representante del socialismo en la gobernabilidad no sirvieron para nada. Todo esto viene a cuento para hacer comprensible la afirmación de que la transición a la democracia está pendiente. Esta no es un mero sistema electoral –cosa que cree o pretende hacer creer el PP-, sino son dos cosas más: un Estado de Derecho con todas las consecuencias y un Estado de Bienestar que asegure un mínimo a los ciudadanos desde la cuna hasta la sepultura. El PP pretende acabar o herir de muerte a las dos. Por eso pretende tener poder decisivo sobre el Tribunal Supremo, Constitucional, Consejo del Poder Judicial, TVE –cambiando en este caso la ley anterior para nombrar un comisario político-, dejar sin derechos y capacidad para ejercitar derechos a los trabajadores con la reforma laboral, rebajar las pensiones a perpetuidad, liquidar la ley de la dependencia por la vía legal y presupuestaria, privatizar la sanidad, etc. La tarea pendiente de la izquierda es construir una mayoría social hegemónica que impida tales atentados contra la democracia en el siglo XXI, porque sin estos componentes la democracia son meras elecciones. No es una dictadura, pero tampoco una democracia plena. Y esa mayoría hegemónica debe plasmarse en instituciones y leyes que impidan la marcha atrás.
A la muerte de Suárez se está montando el tópico de que fue el constructor de la democracia cuando fue nada más –pero nada menos- que el desmontador de la dictadura franquista. Y casi en solitario, con algún otro como Torcuato Fernández Miranda y pocos más. Pero desmontar, deconstruir, no es destruir. Su labor fue una osadía inusitada, no por la supuesta y terrible oposición del PSOE –otro tópico-, sino porque tuvo que enfrentarse con un ejército franquista, una iglesia nacional-católica que aún perdura y unos supuestos amigos dentro de su corral franquista que hicieron lo posible y casi lo imposible para matarlo políticamente, con ganas de hacerlo físicamente en algunos casos. He leído las loas y laudatios de algunos representantes del PP y de algunos periodistas sobre Suárez cuando este partido es el heredero de los franquistas que tanto hicieron desde que fuera nombrando presidente de Gobierno desde la terna real de junio de 1976 para acabar con él. Un ejercicio de cinismo repugnante, con Rajoy como máximo oficiante. Nadie como Suárez conocía el franquismo puesto que había sido Secretario del Movimiento. Se ha destacado dos hitos en su carrera política: la legalización del PC el 9 de abril de 1977 y su actitud gallarda el 23 de febrero de 1981 frente a Tejero y sus secuaces. Lo segundo le honra personalmente pero no tiene más consecuencia política; la legalización de los comunistas era imprescindible para construir una democracia formal vendible en el exterior y poder entrar en las instituciones como la OTAN y el Mercado Común de entonces; fue una osadía extraordinaria, pero ahí se acaba. En mi opinión –quizá poco compartida- el hito político mayor de Suárez es la ley para la reforma política y su votación el 18 de noviembre de 1976 –el famoso harakiri- que permitía salir con visos de legalidad desde el franquismo a la democracia. Digo con visos porque ninguna dictadura puede legitimar una democracia –y viceversa-. Por eso a las dictaduras se las ha derribado con fuerza y sangre. Aquí inauguramos una farsa, pero esta farsa era por un bien, una farsa que nos permitía pasar al menos desde el Infierno político al Purgatorio democrático formal, aunque para el Cielo laico y democrático aún quedaban –y quedan- muchas esferas por recorrer. Otro tópico es que esa Transición fue obra exclusiva de los políticos, pero el motor de ello fueron las varias decenas de muertos que pusieron los ciudadanos, la izquierda de la calle y las movilizaciones contra la dictadura. Cuando hay muertos ya nada puede ser igual. Visto con más perspectiva, también habían jugado su papel de zapa en las décadas precedentes a la muerte del dictador dos fenómenos sociológicos ausentes en otros siglos: el turismo y la televisión, pero eso es otra historia aún pendiente de evaluar.
No se podía exigir más a un hombre. Como dice Shakespeare en Macbeth “me atrevo a todo lo que se atreve un hombre”. Para Suárez parecen escritas las palabras del genial bardo, pero su atrevimiento se paró en el desmontaje del franquismo, lo cual no dejaba de ser una tarea titánica. El fracaso ha estado después en la izquierda, principalmente en el PSOE, pero también en el PCE. Existe el tópico de que el golpe de Estado de Tejero fracasó, pero no es así. Es verdad que el Parlamento siguió y al año siguiente el PSOE se alzó con la mayoría absoluta, pero fue tal el miedo que sobrevino en los políticos de izquierda que adulteraron sus programas, lo rebajaron, lo menguaron de tal modo que una zanja se abrió entre lo prometido y lo que hicieron y/o defendieron. El PCE aceptó la monarquía y al monarca nombrado por Franco; también la bandera franquista; El PSOE no nos sacó de la OTAN –que nos metió el sosaino de Leopoldo Calvo Sotelo-, Felipe se inventó lo de la enseñanza concertada –terrible decisión para el futuro- que permitía la influencia del nacional-catolicismo en los colegios, se elaboró un rebajado Estatuto de los Trabajadores comparado al menos con los derechos laborales en Europa, se hizo una necesaria pero tibia reforma fiscal que suponía también una amnistía fiscal para los ricos, se aprobó una ley del aborto casuística y no de plazos –que luego enmendó Zapatero pasados varios lustros- y se hicieron unos Pactos de la Moncloa sesgados que suponían la claudicación de la izquierda y la entronización hegemónica de la derecha. Y así hasta ahora, ahora con el PP privatizando lo público, socializando pérdidas de bancos, cajas, autopistas de peaje –es cuestión de tiempo-, sistema eléctrico, etc., rebajando pensiones, quitando derechos laborales aparentemente consolidados, derechos de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, aumentando deliberadamente la desigualdad, propiciando por acción y/o omisión los desahucios, y todo con casi 6 millones de parados, con una parte de ellos agotadas todas las prestaciones.
Otro tópico son los consensos. Es discutible que fueran necesarios para construir la democracia formal a partir de la dictadura real franquista, pero desde la izquierda es siempre un error. La izquierda cuando llega al poder debe hacer una política de izquierdas. La razón es evidente: cuando la derecha llega al poder no consensúa nada: ¿por qué ha de hacerlo la izquierda? No se pide al PSOE que asalte la Bastilla, sino que haga las reformas que crea convenientes sin consenso con la derecha –aunque al menos lo intente con su izquierda parlamentaria- sin buscarse coartadas de concesiones llamados consensos, y que luego los ciudadanos lo juzguen y decidan en las urnas. La otra tarea es desmontar el franquismo aún latente, tanto el residente aún en los aparatos del Estado como el sociológico. El método es forzosamente diferente. El primero mediante leyes y depuraciones; el segundo de forma indirecta, haciendo ver mediante actos concretos y explicaciones que el franquismo, los franquistas atentaron contra un régimen legítimo y que se perpetuaron durante 40 años en una dictadura asesina; que los ciudadanos cuyos padres y abuelos participaron en él y en élla cometieron una indignidad que no lava ninguna amnistía política; que deben llevar como una carga y no con orgullo el pasado de sus ancestros. Mientras no se haga algo al respecto aún saldrán Fragas, Aznares, Orejas, Trillos, Gallardones, Fabras, etc. que se sientan orgullos de sus antepasados y que haya aún gente que les vote sin sentir vergüenza por ello. La lección de Suárez para la Historia y para la izquierda -¡oh paradoja!- es que lo que hay que hacer ha de hacerse, aunque sea en soledad, incluso aún cuando veas blandir amenazante por el rabillo del ojo el puñal de los tuyos, el puñal más lacerante.
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