[Nota de
ODC: la siguiente es una colaboración recibida del compañero e
historiador vasco Josemari Lorenzo Espinosa, la cual le agradecemos.
Además la consideramos muy oportuna para que contribuya al debate sobre
este tema. Por otra parte los artículos de opinión, colaboraciones y
convocatorias para publicar que recibimos no tienen que coincidir
completa o parcialmente con nuestras posiciones. Solemos publicar lo que
consideramos oportuno y amigo aunque no coincida totalmente con
nuestras posiciones]
Autor: Josemari Lorenzo Espinosa
Si
hay algo en lo que estamos de acuerdo con los partidos comunistas,
las izquierdas mas o menos unidas y otras socialdemocracias hispanas,
es que existe una cosa que se llama derecho de autodeterminación.
Esta cosa, o derecho, se adjudica a los pueblos, o pueblos-nación,
que tienen algún tipo de conciencia nacional. Que se sienten
impedidos como tales. Y que la piden con buenos modales.
Si
partimos de esto, tenemos que aceptar también que donde hay una
reivindicación nacionalista de este tipo, hay una previa imposición
extra-nacional. Sin la cual no existiría nacionalismo ni partidos
nacionalistas.
También
estamos de acuerdo, los comunistas y nosotros, en que no hay ninguna
razón que justifique la imposición territorial y la negación de
otros pueblos, salvo el interés mercantil que pueda tener la
burguesía apátrida, por mantener la imposición-negación. Cuyo
precedentes remotos son las conquistas territoriales de los feudales
y sus adquisiciones patrimoniales. Y los próximos, el ascenso de la
burguesía y su necesidad de mercados amplios, unificados y
protegidos por un mismo ejército, una misma ley, una única lengua,
una misma historia etc..
En
la reclamación nacional no hay nada que impida que el proletariado
participe y protagonice su propia forma de clase nacional, con un
modelo independentista propio, que no coincide con el la burguesía.
No hay nada definitivo que demuestre que “los obreros no tienen
patria”. Es todo lo contrario. Los obreros tienen pocas cosas. Pero
entre ellas hay una que se llama nación, patria, pueblo etc. Claro
que no es una patria mercantil o de negocios. No la patria de la
burguesía, que en realidad no tiene patria.
Además
de su fuerza de trabajo, los trabajadores tienen un lugar que
reconocen como propio. Una nación-pueblo que no tiene porqué dejar
en manos de ninguna burguesía ni de ningún Estado. Sean estos
“propios” o extraños. Los obreros se identifican con ese lugar
llamado lengua, cultura, costumbres, leyes, historia propia etc. Y
les cuesta renunciar a lo que algunos llaman señas de identidad,
solo porque el interés mercantil de la burguesía las haya perdido.
Los
partidos comunistas españoles, con toda la buena voluntad que se les
quiera suponer, siempre han estado preocupados porque un movimiento
social radical como el vasco, antes, y el catalán ahora, en su
reivindicación nacional pudieran llegar a alejarse de la lucha
general contra el capitalismo. Las discusiones sobre esto son
eternas. Vienen de hace muchos años. Aunque sea un temor infundado,
porque es radicalmente imposible que los trabajadores con conciencia
de clase, tal como los ven los movimientos comunistas a que me
refiero, suspendan la lucha social o la abandonen, en favor exclusivo
de la lucha nacional.
Por
eso los comunistas españoles, bienintencionados, prefieren que los
trabajadores vascos, catalanes, gallegos, andaluces, etc. no
abandonen el imperio. Cuando lo que no deben abandonar son las
reivindicaciones de clase, ni ahora ni después de la independencia.
Temen que esto sea una deserción de clase. Y una merma en la lucha
que ellos mismos llevan a cabo contra el capitalismo. Su posición es
conocida. Otros la han discutido mucho mejor que yo. Pero en lo
esencial sigue siendo la misma, desde hace muchos años.
Esta
posición, sin embargo, parte de un núcleo vicioso. Tal vez suponen
que los trabajadores de las nacionalidades oprimidas tienen menos
conciencia social que nacional. No creen, tampoco, en un único
colectivo (la clase obrera) que pueda ser sujeto, al mismo tiempo, de
la revolución social y la nacional. O temen que la clase
revolucionaria, de la periferia de la revolución, pueda ser
deslumbrada y absorbida por las burguesías “propias”. Es lo
habitual en quien no ha experimentado, como colectivo y como
individuo, al mismo tiempo la doble opresión nacional y social, que
han soportado vascos, catalanes, gallegos etc. desde los siglos XVIII
y XIX.
En
este aspecto, los comunistas españoles, suelen ser escasamente
autocríticos. No suelen decir nada de su propia vulnerabilidad, ante
la burguesía imperialista española. No dicen que estar en contra de
las independencias de los territorios ocupados y los pueblos negados,
en el marco constitucional español, les coloca objetivamente en el
lado de los intereses de las burguesía española, aliada a la vasca,
catalana etc. Que son los mas interesados en mantener el imperialismo
capitalista actual.
Las
izquierdas españolas suponen que los obreros no deben o no tienen
que apoyar las independencias de sus pueblos. Pero no dicen que los
españoles deberían negar enérgicamente las ocupaciones
territoriales de su Estado. Consumadas en los siglos anteriores, en
favor de las casas reales y de los intereses de la burguesía. Que
deberían discutirlas y pedir la independencia de los territorios
ocupados, y pasados por las armas, sin tener que afrontar un incierto
referéndum. Porque para decidir su incorporación forzosa y violenta
a España, no fueron consultados en ningún momento. Razón por la
cual los verdaderos independentistas se oponen a una
autodeterminación, en la que se juegan la libertad los pueblos que
la han perdido por la fuerza.
En
esta contradicción, en que incurren los comunistas españoles, no
podemos saber de qué forma el mantenimiento del actual Estado,
ocupando una serie de territorios que reclaman la independencia, y
donde no hace otra cosa que proteger a la burguesía y su
expropiación de plusvalía, puede beneficiar o contribuir a la
revolución social y a la emancipación obrera.
Los
amigos comunistas españoles, junto a otras izquierdas y diversas
socialdemocracias, están seguros que defienden y siempre han
defendido el derecho de los pueblos oprimidos, por el capitalismo, a
su autodeterminación. Es lo mas que se les ocurre. Y con ello,
creen lavar su mala conciencia. Pero inmediatamente,
instantáneamente, después de decir o escribir esto, como si
quisieran corregir en el acto un pecado de lexa patria, o como si
temieran un bastonazo de su “propia” burguesía, aseguran que
ellos no son independentistas y que votarían a favor de mantener la
“unión”. O sea, de lo que nosotros llamamos ocupación. Por
mucho que esta “unión” sea falsa, antinatural y se haya
conseguido por las armas, en contra la voluntad del territorio en
cuestión. Sobre todo de su clase obrera. Y lo mas curioso es que
dicen, sin convencer a los interesados, que el mantenimiento de esa
unión involuntaria, violenta y burguesa...beneficia a los obreros.
La
contradicciones en que incurren los buenos amigos comunistas
españoles, cuando abordan “nuestro” problema nacional, son
bastante gruesas. Para terminar, una entre otras, es también la
favorita del gran Rajoy. Y es que mientras haya muchos catalanes o
vascos, que no quieran la independencia, hay que respetar la
ocupación. Rajoy, y nuestros amigos comunistas, evidentemente, no
utilizan este lenguaje. Pero tampoco tienen en cuenta los millones de
la parte contraria. Solo en Catalunya hay dos millones de
independentistas confesos. Según ha dejado claro el 9-N. Pero es que
también hay españoles concienciados y revolucionarios, que llegan a
decir que, en tanto haya “algunos” (catalanes, vascos, etc,) que
quieren seguir unidos a España, ellos se opondrán a la separación.
Esto
quiere decir, que con una docena de catalanes o vascos unionistas o
españolistas, el derecho de autodeterminación se convierte en una
caricatura. Por lo que volvemos al comienzo...Para qué reivindicar
algo que no sirve mas que para demostrar que hay “algunos” que no
quieren la independencia. Y que por lo tanto, el Estado no la
aceptará nunca.
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