«En un primer momento creía que la libertad era uno de los valores fundamentales de la democracia, pero con el tiempo me di cuenta de que determinados usos de la libertad pueden suponer un peligro para la democracia. ¿Será un indicio el hecho de que las amenazas que pesan hoy en día sobre la democracia proceden no de fuera, de los que se presentan abiertamente como sus enemigos, sino de dentro, de ideologías, movimientos y actuaciones que dicen defender sus valores? ¿O incluso un indicio de que los valores en cuestión no siempre son buenos?» (re)Lecturas de la actualidad
La democracia. Esa de la que dicen se instaló poco a poco a finales del 75 en nuestras casas, en nuestras calles, en nuestras administraciones. Esa es a la que Tzvetan Todorov dedicó el libro que también titula este escrito. Bien, para ser exactos, la obra habla de los enemigos de la democracia. Pero no habla de los externos —terrorismo islamista, extremismo religioso, regímenes dictatoriales—, sino de los internos: los que responden al mesianismo, al ultraliberalismo y al populismo y la xenofobia. Son enemigos que han dañado profundamente al mundo occidental. Aunque algunos jamás lo verán así. George Bush respondió al ataque de las Torres Gemelas rebasando escandalosa e impunemente cualquier principio de proporcionalidad. Y no tan solo por las incontables víctimas que su guerra provocó. La discriminación de las minorías, las restricciones a las libertades civiles y la aceptación legal de la tortura fueron algunas de las consecuencias de la operación de democratización americana.En democracia, el poder pertenece al pueblo; un poder que solo ejercen aquellos que pertenecen a determinadas familias. Todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y son iguales ante la ley, esa que resta al exclusivo diseño de unas pocas familias. El pluralismo democrático establece la independencia de los poderes del Estado, esos que se reparten entre esas pocas familias, dueñas del poder. El progreso es la base de la democracia; la libertad y la independencia son inherentes y constitutivas de democracia. Los habitantes de la democracia gozan de libertad e independencia de la misma manera que lo hacen los medios de comunicación. Es algo muy simple de entender. Muy simple. Y ese es también uno de los íntimos enemigos de la democracia: la simplificación. Es simple: se reduce lo plural a único. Adiós democracia.
La libertad que simplifica a la democracia se manifiesta también en el humanitario derecho de injerencia. Es necesario que las progresistas e independientes democracias occidentales velen por los derechos humanos de aquellos que están siendo explotados, masacrados, bajo líderes que antes fueron educados en la libertad que ofrece a algunos la democracia. Siempre y cuando esos explotados no decidan llegar como buenamente puedan a una democrática costa: en ese caso, la democracia se reviste de la potestad de defenderse eliminando al enemigo externo. El empleo de la fuerza estará absolutamente justificado. Y el principio de proporcionalidad vuelve a ser dinamitado. En contadas ocasiones, la suerte quiere que las mismas democráticas cámaras que nos vigilan para controlar que nada malo nos sucede graben también a los salvaguardas de la democracia en sus heroicos actos de defensa. La suerte. Que no existe.
Los demócratas dirigentes se ungen en guerreros justicieros por razones humanitarias. Son responsables de garantizar la seguridad mundial, y lo hacen porque el poder que les ha otorgado su herencia también les ha educado en su obligación para asumir la carga. Hay que asumir responsabilidades, matar sin miramientos y explicar que los cadáveres no son más que los mínimos destrozos para preservar la seguridad del estado del bienestar.
El democrático camino del progreso solamente puede ser andado si la voluntad de hacerlo es colectiva. Para cuando la colectividad es consciente de la patraña que en realidad se ocultaba tras ese objetivo universal —bombas humanitarias, guerras misericordiosas y otras lindezas del lenguaje política y democráticamente correcto—, para las víctimas de la democratización ya es tarde. Siempre es tarde. O porque su jefe de Estado no tiene los suficientes protectores que impidan la explosión democrática, o porque lo es y seguirán bajo sus propios explosivos.
Los medios de comunicación, en su gran mayoría, han pasado a ser efectivos instrumentos del poder democrático. Y entre que el poder democrático simplifica, y el poder mediático es primo hermano del anterior, la pluralidad informativa también acaba siendo otro mínimo destrozo, un moribundo que trata de llegar a una orilla que le recibe con escopeteras que disparan leyes absolutamente ilegítimas.
Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa. Ley de Seguridad Ciudadana. Reforma del Aborto. Nuevo Código Penal. Ley de Enjuiciamiento Civil. Reforma Laboral. Ley General de la Seguridad Social. Tasas judiciales. Reforma de la Administración Local. Nuevo Sistema Nacional de Salud. Ley de Extranjería. Planes de lucha contra el fraude. Ley Orgánica del Poder Judicial y la modificación exprés del principio de Justicia Universal.
Los enemigos íntimos de la democracia.
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