Abengoa y la burbuja de la internacionalización
Alejandro Inurrieta *
LA QUIEBRA DE LA EMPRESA DEJARÍA SIN EMPLEO A MÁS DE 29.000 TRABAJADORES
La
historia de Abengoa, cuyo inicio data de 1941, puede estar escribiendo
sus últimos renglones si no hay un giro significativo en las
negociaciones con la banca acreedora para refinanciar una deuda financiera
de 8.900 millones de euros y un pasivo exigible de más de 25.000 millones de euros.
La entrada en un preconcurso de acreedores podría conllevar la mayor quiebra en la historia económica reciente,
dejando en la calle a más de 29.000 trabajadores, gran parte fuera de
España, y una deuda para el estado español de más de 700 millones de
euros, que como siempre acabaríamos por pagar a escote entre todos los
españoles. La operación financiera
que estaba en curso, la entrada de un socio inversor, en este caso la
empresa vasca Gestamp, con una inyección de 350 millones de euros, se
abortó al no aceptar la banca acreedora la refinanciación de 1.800
millones de euros de la deuda que tiene la multinacional de origen
andaluz.
El anuncio de este preconcurso, superior incluso al de
Martinsa-Fadesa, desencadenó un movimiento de pánico en los mercados
financieros alrededor de los activos cotizados de la compañía. Para ver
lo que realmente piensa el mercado del futuro de la empresa basta
fijarse en la cotización de los bonos, y no tanto en la de las acciones
.
La emisión de 500 millones en bonos que vence en marzo ha caído de 51
centavos el euro a 12 centavos el euro. Es decir, los bonistas están descontando
que no van a recuperar ni el 12% de lo que valen los bonos. Los bonos
con vencimiento en febrero 2018 han caído de 43 centavos el euro a 9,8
centavos el euro. Dado el carácter de deuda senior de los
bonos, si estos valen cero, obviamente las acciones carecen de valor.
Esto se irá clarificando en los próximos días cuando vaya saliendo, si
es que son transparentes, toda la información sobre la caja negra de la
compañía, ya que puede haber sorpresas que todavía no son conocidas ni
por los accionistas, ni por los trabajadores.
Con estas premisas, ¿cuál es la verdadera situación de la empresa?
Pare verlo mejor, no basta con mirar al balance o la cuenta de pérdidas y
ganancias, sino que hay que diseccionar los flujos de caja, que
permiten evaluar si con dichos flujos la empresa puede hacer frente a
los pagos inmediatos que tiene que acometer. La fotografía es dramática
si nos fijamos en este particular. La empresa consume, operaciones de
seguros de cambio al margen, más de 564 millones de euros a nivel de
operaciones, lo que invalida la capacidad de inversión sin más
endeudamiento, ni por supuesto repagar su abultada deuda que suma más de
8.900 millones de euros. Esto implica que la empresa solo tiene tres
opciones:
- Trocear la empresa y venderla por partes, rezando para que lo que obtenga sirva para poder hacer frente al pasivo.
- Una huida hacia adelante, lo que se está intentando hacer, refinanciando la deuda y hacer la bola más grande a futuro.
- Una quita significativa del pasivo y redimensionar la empresa para centrarse en los negocios rentables
y en los países donde tiene futuro.
El informe de auditoría, ahora, también es demoledor y abre los ojos
sobre las serias dificultades de financiación de la empresa en los
mercados internaciones de deuda y acciones. Solo los bancos pueden
salvar, parcialmente, lo que parece puede ser una de las quiebras más
sonadas de los últimos años, pero dicha operación entraña un riesgo
elevadísimo en un momento muy delicado para la banca europea, y la
española en particular. De hecho, la letra pequeña del acuerdo con
Gestamp deja entrever que a cambio de aportar 350 millones de euros,
obliga la banca a inyectar 1.800, lo que sin duda es una señal de la
mala situación financiera
en la que se encuentra la compañía.
Pero más allá de los números, la historia de Abengoa es la de una
empresa imbricada con el poder político, desde su fundación hasta
nuestros días, que ha vivido de dos factores que han reventado: los
mercados regulados y la alegría de la financiación para la
internacionalización. La lista de consejeros es amplia y plural, y va
desde los Aza, pasando por Aznar, Borrell, Escuredo, en la parte nacional, y otros ilustres internacionales, como Alan García (exresidente de Perú), Bill Richardson (EEUU) o Noemí Sanin (Colombia). La apuesta
por las energías renovables les llevó a acometer inversiones aquí y en
EEUU, siempre con la inestimable ayuda del poder político y financiero,
que ahora tras el vuelco regulatorio en España les ha dejado en cuadro.
Esta obsesión por salir al exterior apoyado en un grado de
apalancamiento desmesurado ha explotado tras pincharse las burbujas de
crédito y de las energías renovables que tantos consejeros ayudaron a
que se les abriesen las puertas y el grifo no se cerrase.
Las consecuencias de esta pésima planificación, el juego permanente
de la utilización del BOE, interno y externo, para la expansión de una
empresa y la orgía de la financiación barata y politizada, ha sido
determinante para llegar a donde está la empresa hoy. Qué importa que
más de 29.000 trabajadores se puedan ir al desempleo, o que se esfumen
tantos fondos invertidos
,
dinero prestado, en innovación ahora puedan volatilizarse. Como
siempre, es el erario público el que seguirá sosteniendo artificialmente
este monstruo que se les ha ido de las manos a la familia Benjumea,
pero cuyos responsables últimos son todos los gobiernos, nacionales y
extranjeros, que no han sabido leer un balance que ya hace tiempo hacía
agua.
En suma, la gran burbuja de la internacionalización con
apalancamiento desmesurado es la historia de muchas empresas de las que
España presume dentro y fuera. Cuando el dinero fácil
y las concesiones políticas se acaban, se acaba también la fiesta y
parece que la fiesta de Abengoa está próxima a su final. Trabajadores e
inversores pueden empezar a temblar, porque si no lo remedia una gran
quita de deuda, esta empresa es inviable. Los que nunca perderán serán
todos esos consejeros conseguidores que han sido cómplices en esta
aventura cuyo final estaba preescrito.
(*) Alejandro Inurrieta es economista y director de Inurrieta Consultoría Integral.
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