¿Quién debe ser el sujeto revolucionario, los movimientos sociales, la ciudadanía o el pueblo trabajador?
Los movimientos sociales surgen, generalmente de manera
espontánea, para hacer frente a problemáticas
específicas, a necesidades concretas,
que afectan, de una u otra forma, a determinados sectores de la sociedad
(especialmente a las clases populares) o al conjunto de ella. Por tanto, el ámbito de su actuación no tiene un
carácter general, sino que siempre es limitado y parcial.
Así, por ejemplo, frente a la
creciente uniformización y homogeneización de la sociedad, los fenómenos de aculturación
y de desarraigo sociocultural, la discriminación lingüística, la pérdida de
nuestra propia identidad nacional; en definitiva, ante las distintas
manifestaciones de la situación de opresión nacional-cultural que sufre nuestro pueblo, surgen colectivos y
plataformas de todo tipo que configuran el movimiento
cultural-nacional.
Frente
a la sistemática destrucción de nuestro entorno natural, la degradación del
medio ambiente, y la consiguiente ruptura del equilibrio ecológico, así como a
las diversas actuaciones que provocan el agotamiento de los recursos y la
escasez alimenticia, al cada día más evidente cambio climático, etc., surge una
serie de colectivos que dan lugar al movimiento
ecologista.
La toma de conciencia sobre la
situación de discriminación que sufren las mujeres en la sociedad vasca, así
como de la necesidad de dar una respuesta a la opresión patriarcal y la
ideología en la que esta se sustenta, al mismo tiempo que enfrentarse a la
creciente violencia machista, dan lugar al desarrollo del movimiento feminista.
La restricción y/o eliminación de
derechos y libertades democráticas; el incremento de la represión social y
política; las leyes de excepción; el endurecimiento de las condiciones de los
presos, que añaden un rigor innecesario al cumplimiento de sus condenas (presos
enfermos, dispersión, etc.) y que afectan directamente a su entorno (familia,
amigos-as, etc.), están en el origen de diversos colectivos y plataformas de apoyo a
presos-as, pro-amnistía, etc., que configuran un movimiento democrático y anti-represivo.
La cada día más profunda
desregulación laboral, la precarización del empleo (salarios de miseria, largas
jornadas de trabajo, etc.), el paro, la marginación y exclusión social
(situaciones por debajo del umbral de la pobreza, desahucios, etc.); están en
el origen de todo tipo de organizaciones, colectivos y plataformas que van
desde los sindicatos, al movimiento de parados-as, plataformas anti-desahucios, etc.
La creciente elitización de la Universidad, a causa
de la restricción cada vez mayor del acceso a los estudios superiores para el
alumnado de las clases populares (debido, fundamentalmente, al encarecimiento
de matrículas, la escasez de becas y la necesidad de continuar la formación
académica vía privada una vez acabado el grado); el alto coste de los libros,
del transporte, etc.; los planes de estudio hechos de acuerdo con las necesidades
de las grandes empresas (la llamada “relación universidad empresa”) pero sin
tener en cuenta las necesidades sociales reales, unos planes de los que se van
reduciendo y/o eliminando las materias consideradas “poco prácticas” (historia,
filosofía, etc.); son algunos de los problemas que favorecen el desarrollo del movimiento estudiantil.
La privatización de una serie de
servicios públicos básicos, mediante las prácticas de “externalización”, en
ámbitos como la sanidad, la enseñanza, los transportes, la limpieza, etc., todo
lo cual ha dado lugar a la aparición de diversos tipos de colectivos y plataformas en
defensa de los servicios públicos.
En las ciudades y zonas urbanas, y
recordemos que Euskal Herria es una nación eminentemente urbana, se dan los
fenómenos de migración y gentrificación. Simultáneamente con ellos, y en una
estrecha relación dialéctica de interdependencia, la especulación del suelo y
el desarrollo del capital inmobiliario, así como la falta y/o deficiencia de
infraestructuras urbanas: viviendas sociales, centros de salud, escuelas,
transporte público, guarderías, parques, saneamientos, residencias de ancianos,
etc. Todos estos factores se sitúan entre las causas que dan origen al movimiento ciudadano.
Por su parte, los y las jóvenes se
organizan en base a sus problemas específicos: enseñanza, trabajo, vivienda,
sexualidad, ocio, participación política, actividades culturales, etc., dando
origen a colectivos muy variados que configuran el movimiento juvenil.
Para terminar, nos referiremos a la situación concreta de
la agricultura y ganadería vascas; a los problemas que debe afrontar como
consecuencia del desarrollo de la agroindustria, de la existencia de monopolios
de demanda, de las limitaciones impuestas por la UE; así como de los hábitos de alimentación
impuestos por las grandes empresas capitalistas que hacen necesario el plantear
un consumo responsable y una soberanía alimentaria. En definitiva, una serie de
problemas concretos que contribuyen al desarrollo de sindicatos de agricultores
y ganaderos, cooperativas de producción, etc., que configuran el movimiento agrario.
Como hemos dicho más arriba, todos los movimientos
sociales han surgido en torno a problemas específicos y a necesidades concretas. De ahí
que cada uno de ellos tenga un ámbito de intervención concreto, limitado y
parcial. Pero la realidad es muy compleja y en ella se desarrollan múltiples
aspectos que actúan entre sí de forma interdependiente, que se relacionan
dialécticamente. Es como si entre unas situaciones (parciales) y otras, hubiese
un “hilo conductor”, un nexo de unión. Y ese nexo de unión es que todos estos problemas son manifestaciones
concretas, en distintos ámbitos, de la acción irracional del capitalismo,
de las contradicciones que este genera.
Y es que el modo de producción capitalista, en su actual estadio
de desarrollo, la “globalización” (basada en la transnacionalización del
capital, la generalización del mercado, la hegemonía de las empresas
multinacionales y la incorporación de las nuevas tecnologías al proceso
productivo, así como en la aplicación de políticas económicas neoliberales) ha
exacerbado enormemente las contradicciones y antagonismos de todo tipo,
afectando a todos los ámbitos de la vida social, económica, política y cultural
de la humanidad. Y esto ocurre tanto en los países atrasados (comúnmente
denominados como “tercer mundo”) como en los países capitalistas desarrollados,
entre los que se encuentra Euskal Herria.
En su incesante y frenética búsqueda del beneficio, el
capitalismo no ha reparado nunca en los costes sociales, económicos y
ecológicos de su acción. El capitalismo, para preservar su mercado y garantizar
la máxima obtención de beneficios, nunca ha sentido el menor respeto por la
vida, por la diversidad biológica y cultural. Así, nunca le ha importado
destruir o desestructurar cualquier tipo de comunidad humana.
El capitalismo, en su actuación irracional, sometido
únicamente a las ciegas “leyes del mercado”, ha generado paro, hambre y
miseria, analfabetismo, todo tipo de desigualdades (por razón de edad, de sexo,
de raza, de religión, etc.); así como de marginación y exclusión social.
La actuación ciega y criminal del capitalismo también es
causa de los crecientes movimientos migratorios internos, en los países del
Tercer Mundo, desde las zonas rurales hacia las ciudades, que experimentan un
proceso de urbanización acelerado, produciéndose en ellas el hacinamiento de
grandes masas de población, sin que se hayan resuelto mínimamente los problemas
básicos de infraestructuras; así como de la creciente oleada migratoria que
también está teniendo lugar, desde los países atrasados hacia los
desarrollados, a la que hay que añadir el gran incremento del número de
refugiados, como consecuencia del aumento de los conflictos armados en un buen
número de países, principalmente en África y en la región de Oriente Medio; y
que en estos momentos está afectando a buena parte de Europa.
La depredación
de la naturaleza por parte de las empresas multinacionales, tiene como
consecuencia la sistemática destrucción de nuestro hábitat natural y la
consiguiente ruptura del equilibrio ecológico; el abandono de los cultivos
tradicionales en muchos países de la periferia (que garantizaban su autonomía
alimentaria), para dar paso a nuevos cultivos orientados a la exportación o a
la elaboración de biocombustibles, junto a la especulación que todo esto
conlleva, provocan el agotamiento de los recursos agrícolas y ganaderos y
acentúan una cada vez mayor escasez alimenticia, provocando la infra-alimentación
de una gran parte de la población del planeta.
Por
todo esto, si carecemos de una visión global de cuáles son las causas de los
problemas que nos afectan, difícilmente podremos darles solución. Y es que “los
árboles nos impiden ver el bosque”. De ahí que sólo teniendo una visión de
conjunto, podremos enfrentarnos a esos problemas con garantías de éxito, pues
únicamente con una visión global podremos transformar la realidad de forma
“radical”, es decir, yendo a su raíz.
Reconociendo todo lo que de positivo tienen los movimientos sociales,
y siendo conscientes de la necesidad de impulsarlos en todos los ámbitos, sin
embargo hay que decir rotundamente que ellos no pueden constituir el sujeto de
la transformación social. Y, el pretenderlo así, supone un intento deliberado de desviar
nuestra atención del problema central, hacer la revolución y acabar para
siempre con un sistema depredador y asesino como es el capitalismo.
Por último, es preciso añadir que
en otro intento deliberado por generar confusión ideológica y de tratar de desorientarnos,
hay quien también defiende que el “sujeto” del cambio revolucionario es la
“ciudadanía”. En este caso se utiliza un término ambiguo, propio de la
concepción burguesa de la democracia, que favorece la disgregación del cuerpo
social, la atomización de las personas, que convierte a la sociedad en un mero
agregado de entes individuales, en el que por “arte de magia” se olvidan de
nuestra esencia colectiva, de nuestros vínculos comunitarios.
Bajo el ambiguo concepto de
“ciudadanía”, se disuelven los valores humanos y la ética revolucionaria. Con
él se hacen desaparecer, se ocultan (por su peligrosidad) los lazos sociales
entre las personas, los vínculos comunitarios, ya sean de pertenencia a un
pueblo o a una clase social.
Sólo queda por decir que, todas estas tentativas apuntan en una misma
dirección: negar la necesidad de que sea el propio Pueblo Trabajador Vasco, con
la clase obrera al frente, quien desempeñe el papel de sujeto activo, en el
proceso revolucionario de transformación social, en la Revolución Vasca.
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