Por
una cosa o por otra, Rusia está en el candelero, y parece ser que decir
“Rusia” es decir varias cosas a la vez.
Recuerdo que no hace mucho, un
colega brasileño me decía que él no debía ser un buen brasileño, pues
cuando decía su nacionalidad, automáticamente le saltaban con carnaval y
samba, cosas de las que no gustaba. Y bueno, es universal que todo país
cargue con determinados tópicos, hasta ahí de acuerdo.
Pero en Rusia hay “algo más”, y puede tener su explicación: La caída
del muro de Berlín, presagiando la última década de un siglo XX que se
fue muy rápidamente, supuso una especie de aura optimista en muchos
rincones del Occidente. Con razón, muchos pueblos del Este pensaban que
por fin se liberaban de tan oprobiosa tiranía. Sin embargo, desde
Washington se pensaba de otra manera: Por fin el terreno estaba allanado
para dominar el mundo occidental a placer, y de ahí desembarcar a lo
largo y ancho del Pacífico como quien se va de vacaciones. Pero resulta
que la historia no fue así, y Rusia, iniciando una última década de
siglo desastrosa, comienza a revolverse cuando ni propios ni extraños se
lo esperan; y cuando Estados Unidos intentó meter sus zarpas en el
Cáucaso a través del golpista Saakashvili, Rusia demostró que estaba
viva y coleando, y en cuestión de una semana finiquitó el que podría
haber sido un grave problema geopolítico, a la par que advirtió que no
iba a haber más Kosovos. Y desde entonces, Rusia volvió a la política
internacional por la puerta grande, y en Occidente, “Putin” era y es (y
probablemente será) el hombre y el nombre [1].
Teniendo este cuadro por banda, nos
situamos ante los dos planos que salen a la palestra cuando nos
referimos a Rusia: Anticomunismo y rusofobia. Y aunque pueda parecer
paradójico, están bastante relacionados: El anticomunismo [2],
lejos de haberse enterado que el muro de Berlín ya cayó, sigue anclado
en una trampa ideológica que le vino (y le viene) muy bien al
imperialismo anglosajón, y en verdad no es nada paradójico, puesto que
el anticomunismo no tiene más ideología que una suerte de miedo
paranoide a que hoces y martillos salgan de todos lados para
fastidiarles la tranquila vida. La pregunta del millón sería qué
alternativa real ofrecen ellos a esa supuesto sempiterno y redivivo
comunismo que va a acabar con todos, porque no parecen salir de una
histérica dialéctica que, en forma de altisonantes diatribas, emplean a
distancia contra todo aquello que les pueda oler a “izquierda”,
demostrando así una actitud eminentemente burguesa, la clásica actitud
del meter miedo y esperar a que alguien/otro haga algo, y resulta que
ese “alguien” suele ser el liberalismo, el máximo y hegemónico
beneficiario de nuestro tiempo.
Otrosí, el anticomunismo se relaciona
mucho con la rusofobia, porque para todo anticomunista que se precie,
Rusia es la carne y la sangre del comunismo. Ser ruso equivale a ser un
rabioso comunista. Y como Putin estuvo en la KGB, Putin es comunista y
Rusia está restaurando la Unión Soviética, y colorín colorado, este
cuento se ha acabado. Y es que si adquiriéramos la lógica de los
anticomunistas, colegiríamos que España es un país franquista y que
Alemania está lista para el IV Reich. O quién sabe, tal vez De Gaulle se
va a levantar de su tumba y va a volver a ¿salvarnos de la izquierda?
dejando a los pieds-noirs a su suerte. Nada, nada, Putin ya está
calado. No importa que en Rusia se haya prohibido la propaganda de la
pornografía, la homosexualidad y el aborto; no importa que en Rusia, por
cada ruso nacido, el gobierno dé 9.300 euros; no importa que el
gobierno de Moscú haya establecido un impuesto único del 13%; no importa
que en Rusia estén prohibidas las manifestaciones homosexualistas
promovidas y financiadas por Hollywood y la Unión Europea… Es más: No
importa que en Rusia, si quieres educar a tus hijos de una forma
tradicional, el Estado no sólo no es que no te ponga trabas, sino que te
da todas las facilidades del mundo. Existen multitud de comunidades y
colegios que ya quisieran muchos que se hacen llamar tradicionalistas
para sus vástagos [3].
Y es que en parte el patriotismo, así como otros muchos valores, es
algo real, tangible; se respira en muchos ambientes, y va calando desde
la infancia. Un anticomunista prototípico dirá que eso lo hace Putin
para despistar, y acto seguido, será capaz de alabar a magníficos
teóricos (especialmente ingleses…) que jamás pondrán en práctica.
A esta especie de identificación genética de Rusia con el comunismo, le podemos oponer las palabras de Alexander Solzhenitsyn: “Tienes
que entender. Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran
rusos. Ellos odiaban a los rusos. Ellos odiaban a los cristianos.
Impulsado por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos,
sin una pizca de remordimiento humano… Con sus manos manchadas de
sangre, muchos de mis compatriotas sufrieron más horrendos crímenes que
cualquier pueblo o nación alguna vez haya sufrido en la totalidad de la
historia humana. No estoy exagerando. El bolchevismo ha llevado a cabo
la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor
parte del mundo sea ignorante e indiferente sobre este enorme crimen es
prueba de que la media mundial está en manos de sus autores.” En sus
ensayos más modernos sobre Rusia, hablaba cómo muchos exiliados
ucranianos, irresponsablemente y en contra de la constitución histórica y
etnocultural de su país, inyectaban la rusofobia en Estados Unidos, y
la propaganda oficial angloamericana no cargaba contra el comunismo,
sino contra los “rusos”, omitiendo que Stalin era georgiano y Jruschev
ucraniano, y eso por no hablar de la responsabilidad de muchos líderes
judíos o bálticos. Fue una tiranía internacional que se sirvió de Rusia,
y que de hecho provocó el sufrimiento y la división del pueblo ruso,
que aún padece una diáspora que alcanza a millones de personas desde la
Europa Central al Extremo Oriente. Con todo, cuando hubo quien le
reprochó a Solzhenitsyn el haber recogido un premio que le entregó
Putin, quien había pertenecido a la KGB, él espetó que acaso Bush no
había pertenecido a la CIA. Y se lo podíamos seguir preguntando a todos
aquellos que siguen con el miedo de una KGB rediviva: ¿Es que acaso la
CIA es mucho mejor?
Algunos incluso alertan con el
paneslavismo… Y es que de verdad, que nos alerten con esto tras tres
siglos de hegemonía angloprotestante barnizada de sionismo, ya provoca
risa.
De todas formas, no entendemos por qué
Putin habría de ser “fascista”, “tradicionalista”, “progresista”,
“comunista”, o de cualquier tendencia de quien pretende comparar a su
imagen y semejanza un mundo eslavo oriental que tiene unas
características muy propias, Y muy surrealistas, que todo hay que
decirlo. Hay quien lo critica por ensalzar el pasado histórico de Rusia,
por introducir el Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn en las
escuelas, por habilitar la figura del zar Nicolás II; y también hay
quien lo critica por ensalzar la “Gran Guerra Patriótica” con banderas
rojas. Sobre lo último, yo desde luego tengo una opinión muy parecida a
la de Solzhenitsyn, que no en vano es acaso el intelectual que más
admiro de los que he “conocido”, y creo que “patriotismo” y “sovietismo”
son términos que se repelen, y que en efecto,
la tiranía roja era tan extraña para el pueblo ruso como la llegada de
los nacionalsocialistas alemanes. Sin embargo, ¿qué tendría que hacer
Putin para gobernar el país más grande del mundo? ¿Llamar a los sabios
occidentales de las más diversas tendencias que coronan terapias de
autoayuda presididas por cafés, copas y puros? Por supuesto que en Rusia
habrá cosas que gusten y cosas que disgusten, eso es lógico; empezando
porque Rusia no deja de ser un país inmerso en el sistema capitalista y
donde todavía no se ha prohibido por ley el abominable crimen del
aborto. Con todo, también es lógico que Putin, si quiere revitalizar a
su país como potencia, hostilizado constantemente por Yanquilandia y su
colonia la Unión Europea, aúne voluntades de grupos dispares, pero que
por lo menos están dispuestos a entregar su vida por su patria. Por eso
necesita una sociedad fuerte y por eso en Rusia se promocionan valores
de verdad sin miedo a lo políticamente correcto, con todos los terribles
problemas y contradicciones que haya; que no son menores que en los
países occidentales. Y es que como dice el politólogo Alexander Duguin [4],
al fin y al cabo Putin no tiene ideología porque en el espacio
post-soviético esto se vino abajo. Con todo, por encima de sus
convicciones, Putin es lo suficientemente listo para saber que si quiere
levantar un país que es el puente entre Europa y Asia, no ha de hacer
lo mismo que un Occidente que reniega de sus tradiciones y esencias,
financiando desfiles del orgullo gay, extinguiendo las familias y
abriéndose de par en par ante propios y extraños, y los extraños cada
vez son más… Y Rusia para nosotros no es un extraño, y esto es una
realidad histórica, cultural y hasta espiritual, por más que
anticomunistas y rusófobos varios sigan empeñados en agitar el miedo y
la paranoia. Y no olvidemos que todavía hay muchos ídolos de estos
(franceses e ingleses principalmente) rusófobos de tres al cuarto, que
dicen que Europa acaba en los Pirineos…
Para terminar, un desafío: A ver cuánto
tardan los de siempre en decir que somos agentes de Putin o algo por el
estilo. ¡Se admiten apuestas!
* Antonio Moreno Ruiz es historiador y escritor.
NOTAS:
[2]
Espero que al utilizar el término “anticomunista” no se confunda la
postura de un servidor, que está en contra del marxismo y a mucha honra.
Con todo, muchos han aprovechado el teórico estar contra el marxismo
para otros fines. No es casualidad que el marxismo cultural de Gramsci y
la Escuela de Frankfurt, cristalizado en Mayo del 68, haya calado más
en Occidente que en Oriente. Al final, el anticomunismo no hace sino
desanimar y agalvanar, ayudando a destruir; puesto que más allá de
llevar la contra, se muestra incapaz de crear y luchar. Es por ello que
para entendernos uso el término “anticomunismo”.
No obstante, viendo lo que fue y lo que
está siendo el “anticomunismo”, y viendo a los progres de nuestro
tiempo, al final va a acabar uno hasta nostálgico del bolchevismo.
[4] Aclaro que en absoluto soy “duguinista”, ni “evoliano”, ni nada que se le parezca. Algo he escrito al respecto: Apuntes hispánicos para Alexander Duguin
Fuente: Raigambre.
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