«Cómo alcanzar los sueños de tu infancia», «Cómo ganar amigos e
influir en las personas», «Reinventarse», «Viaje al optimismo», «El arte
de no amargarse en la vida». Estos y otros similares son títulos de
libros que pueblan los principales espacios de las más concurridas
librererías mundial, vendiéndose por miles y miles. Son libros en los
que, nada más y nada menos, se nos pretende enseñar a vivir. Libros con
los que tratar de guiarnos por la vida huyendo del sufrimiento
existencial y caminando directos hacia la anhelada felicidad. Libros en
los que decirnos como debe ser nuestro yo, cómo debe pensar, cómo debe
actuar, qué debe conocer, para poder ser feliz. Son los conocidos libros
de autoayuda. Una forma sutil de convertir el sinsentido en el que
viven millones de personas en estas sociedades ricas y opulentas
nuestras, el consecuente sufrimiento existencial que tal sinsentido
genera, en un lucrativo negocio que, a una misma vez, llena los
bolsillos de autores y editores, así como permite que tal sinsentido,
tal sufrimiento, se pueda perpetuar, para así poder seguir engordando el
negocio. Lo normal en el capitalismo, vaya.
La autoayuda es mucho más que el mero hecho de leer algunos libros de superación personal, nos dicen. Es un modo de ser y estar en el mundo, de encarar la vida y de afrontar los problemas, la enfermedad o los sinsabores de la vida, aseguran. Autoayuda significa hacerte responsable de ti y de tu vida a todos los niveles (tanto físico como mental o emocional) y dejar de esperar que otras personas curen tu cuerpo, resuelvan tu malestar emocional o te hagan sentir bien, argumentan. Como si las causas de nuestros males existenciales fueran ajenos a la realidad que nos rodea y la solución a ellos no pasara por un acto colectivo, sino simplemente individual. Como si todo se pudiera reducir a un mero acto de interpretación subjetivo de la vida, a un mero cambio en la forma que nuestro “yo” tiene de afrontar la vida. Como si cada uno de nosotros tuviese la obligación de ser aquel sujeto ideal que le han dicho que tiene que ser, pues así podrá alcanzar la felicidad prometida. Cuanta basura.
Los seres humanos somos muchas personas en una. Dependiendo de la edad, el contexto, la situación, la compañía, la actividad que realicemos, y tantas otras cosas, asumimos diferentes roles –sociales y personales-. Se supone que existe un “yo”, un algo abstracto que nos individualiza, que unifica a todas esas personas en una misma persona. Pero, ¿no es eso igual que creer que existe un Dios que nos ha creado y que por ello mismo debemos hacer lo que ÉL nos mande hacer?
No somos un “yo”, somos seres anclados en una pluralidad de “yoes”, a veces incluso contradictorios entre sí. Esa es la esencia de la vida. Esa es nuestra lucha cotidiana contra nosotros mismos. Luchamos por integrar todas esas facetas de nuestra personalidad en un mismo marco de sentido, algo que refleje una unidad. Y es palpable que continuamente fracasamos. ¿No debería eso hacernos reflexionar?
Igual no debemos aspirar a unificar en un mismo marco de sentido a nuestros diferentes “yoes”, sino a saber integrar tales “yoes” en diferentes marcos de sentido que sirvan para afrontar las diferentes situaciones que vamos viviendo en la construcción de nuestro destino. Podemos hacer una misma cosa en dos espacios diferentes de nuestras vidas y asumir sin problemas que tienen diferente sentido en uno que en el otro. No es necesario que todo tenga que medirse siempre con los mismos criterios. Es, de hecho, algo que solemos hacer, de manera natural, continuamente. Los sistemas de sentido hegemónicos tratan de romper con ello. Quieren un “yo” que les sirva y se someta a ellos, no una pluralidad de “yoes” que puedan crear su propio destino, sobre la base de otorgar diferentes sentidos a sus diferentes acciones dependiendo del contexto, la situación, la compañía, la finalidad de la acción, y tantas otras cosas del estilo.
Por supuesto, deberíamos ser fieles a nuestra naturaleza existencial primaria. Ser una pluralidad de “yoes” y no un único “yo”, tener diferentes códigos de sentido para interpretar la existencia de esa pluralidad de “yoes” y no un único código de sentido, absoluto, desde el cual interpretar toda nuestra existencia como un único “yo”. Un sentido “a la carta”, donde se refleje una elección individual entre diferentes alternativas de sentido, donde no todo venga impuesto como absoluto, esa debería ser nuestra elección de sentido en esta vida, si realmente aspiramos a ser libres. La existencia precede a la esencia, que dirían los existencialistas.
Pero es tan peligroso para el orden establecido que jamás nos dejarán tenerlo desde aquellos códigos de sentido que se nos imponen como absolutos. O salimos de ellos… o adiós a nuestra libertad, a nuestra autonomía y a nuestra capacidad creativa. El poder necesita sujetos que se piensen a sí mismo como unificados y que, por ende, se dejen someter, como sujetos, a los establecido por la moral, la estética y la ideología simbólica dominante. Seres incapaces de asumir sus propias contradicciones, que necesiten constantemente recurrir a algo que se encuentre “situado por encima de sí mismos” para dotar de sentido a sus vidas, y esos “algos”, claro está, no son “algos” que hayan nacido de la nada, sino consecuencia de un proceso histórico condicionado y determinado por las relaciones de poder y la lucha de clases.
Cuando nos pensamos a nosotros mismos como unidades de sentido homogéneas, incapaces de asumir nuestras contradicciones, tratar de explicarlas desde diferentes puntos de vista y no desde una única mirada prestablecida, abrimos las puertas de par en par a la sumisión. Los libros de autoayuda, tan de moda en la actualidad, forman parte de esa sumisión.
Hemos renunciado a dar sentido a la vida por nosotros mismos, y, sin embargo, no hemos conseguido desterrar el sinsentido, es más, cada día son más las personas que, pese a haber asumido el consumismo/capitalismo como forma de vida, pese a haber aceptado sus códigos de sentido inherentes como camino de sentido para la vida, se sienten insatisfechos, vacíos, y no logran dar a su vida un sentido global que les haga sentirse bien con ellos mismos.
Eso pasa porque al tratar de integrar sus diferentes roles personales en un mismo marco de sentido, el marco consumista/capitalista como globalidad, se ven incapaces de sentirse reflejados de forma satisfactoria en él. Diferente sería si aprendieran a dar sentido a sus vidas desde una pluralidad de roles para su natural pluralidad de “yoes”, se darían cuenta de que si bien hay cosas en las que no están a la altura que creen que deben estar para sentirse satisfechos con ellos mismos –según lo que dicho código de sentido les marca como mecanismo de valoración para la satisfacción personal-, habrá otras en las que sí lo están, y el peso que se le quiera dar a cada cual ya no dependería de ningún marco de sentido impuesto, sino del marco propio construido desde uno mismo con la finalidad de sentirse bien y satisfecho con uno mismo.
Pero hacemos justo lo contrario. Y eso no se va a solucionar con ninguna “autayuda”, eso solo se soluciona siendo capaces de conocernos a nosotros mismos al estilo del “autoconocimiento” promulgado por Gramsci: conociendo la sociedad que nos rodea y su influencia directa sobre nosotros, asumir nuestras contradicciones, y analizarlas, cada una de ellas, desde sus propios marcos de sentido inherentes.
Que una persona de izquierdas, por ejemplo, tenga actitudes patriarcales, o un activista por la liberación sexual tenga actitudes clasistas, no se va a solucionar con la reafirmación de una idea por encima de la otra, sino por el análisis, por separado, de las causas que la han llevado a pensar y/o actuar de una manera para unas cosas y de otra para otras.
Lo mismo ocurre cuando tenemos problemas existenciales. No se solucionarán tratando de cambiar el conjunto, y tratando de reafirmar una parte del conjunto sobre las demás, recurriendo a la autoayuda, sino analizando ese conjunto desde diferentes perspectivas, separando los diferentes “yoes” que forman partes de nuestras vidas, asumiendo las contradicciones entre ellos, y, finalmente, actuando de manera parcializada en la búsqueda de una resolución de aquellas contradicciones que nos generan dolor y sufrimiento. No nos tenemos que salvar, nos tenemos que aceptar como seres en proceso de construcción. Dar más importancia a aquello que nos hace libres y menos a aquello que nos convierte en esclavos de nosotros mismos. Es decir, cambiando las causas que generan ese sufrimiento. Especialmente las sociales y culturales.
La autoayuda es, efectivamente, una industria capitalista que explota el sufrimiento de las personas, que se lucra de él y que lo perpetúa para poder seguir lucrándose.
En su mayor parte un sufrimiento causado por las propias exigencias morales, sociales, estéticas y económicas, impuestas por la hegemonía dominante como marcos de sentido absoluto.
Primero te dicen cómo tienes que ser. Luego te inducen a que te compares mentalmente con esa imagen “ideal” que has construido de ti mismo. Finalmente, como en muchas ocasiones esa comparación no sale bien parada, y eso te genera sufrimiento existencial, te mandan al mercado a por una solución mágica: el producto de moda que te hará sumar valor a tu persona y así poder sentirte más cerca de ese modelo “ideal”… o el último libro de autoayuda betseller, que ejerce exactamente la misma función.
Pero no, no. No hay que cambiarse a uno mismo. Hay que cambiar el sistema, hay que cambiar los valores éticos, estéticos, políticos y económicos dominantes. No eres tú quién falla, es ese modelo ideal, que te han impuesto como absoluto, y en el cual no cabe una pluralidad de yoes, sino un único “yo” que debe tender a reproducir ese modelo ideal impuesto, el que es una farsa, inalcanzable por norma para la inmensa mayoría. No eres tú quien falla, ese ese sistema ideológico que sustenta el patriarcado, el clasismo, el racismo, la explotación económica y tantas otras cosas por el estilo, con toda su consecuente simbología y sus repartos de roles sociales sado-masoquistas asociados. Conoce a la sociedad para conocerte a ti mismo. Cambia la sociedad la sociedad para que los demás puedan cambiar contigo.
La autoayuda es una estafa. La contradicción es vida.
La autoayuda es mucho más que el mero hecho de leer algunos libros de superación personal, nos dicen. Es un modo de ser y estar en el mundo, de encarar la vida y de afrontar los problemas, la enfermedad o los sinsabores de la vida, aseguran. Autoayuda significa hacerte responsable de ti y de tu vida a todos los niveles (tanto físico como mental o emocional) y dejar de esperar que otras personas curen tu cuerpo, resuelvan tu malestar emocional o te hagan sentir bien, argumentan. Como si las causas de nuestros males existenciales fueran ajenos a la realidad que nos rodea y la solución a ellos no pasara por un acto colectivo, sino simplemente individual. Como si todo se pudiera reducir a un mero acto de interpretación subjetivo de la vida, a un mero cambio en la forma que nuestro “yo” tiene de afrontar la vida. Como si cada uno de nosotros tuviese la obligación de ser aquel sujeto ideal que le han dicho que tiene que ser, pues así podrá alcanzar la felicidad prometida. Cuanta basura.
Los seres humanos somos muchas personas en una. Dependiendo de la edad, el contexto, la situación, la compañía, la actividad que realicemos, y tantas otras cosas, asumimos diferentes roles –sociales y personales-. Se supone que existe un “yo”, un algo abstracto que nos individualiza, que unifica a todas esas personas en una misma persona. Pero, ¿no es eso igual que creer que existe un Dios que nos ha creado y que por ello mismo debemos hacer lo que ÉL nos mande hacer?
No somos un “yo”, somos seres anclados en una pluralidad de “yoes”, a veces incluso contradictorios entre sí. Esa es la esencia de la vida. Esa es nuestra lucha cotidiana contra nosotros mismos. Luchamos por integrar todas esas facetas de nuestra personalidad en un mismo marco de sentido, algo que refleje una unidad. Y es palpable que continuamente fracasamos. ¿No debería eso hacernos reflexionar?
Igual no debemos aspirar a unificar en un mismo marco de sentido a nuestros diferentes “yoes”, sino a saber integrar tales “yoes” en diferentes marcos de sentido que sirvan para afrontar las diferentes situaciones que vamos viviendo en la construcción de nuestro destino. Podemos hacer una misma cosa en dos espacios diferentes de nuestras vidas y asumir sin problemas que tienen diferente sentido en uno que en el otro. No es necesario que todo tenga que medirse siempre con los mismos criterios. Es, de hecho, algo que solemos hacer, de manera natural, continuamente. Los sistemas de sentido hegemónicos tratan de romper con ello. Quieren un “yo” que les sirva y se someta a ellos, no una pluralidad de “yoes” que puedan crear su propio destino, sobre la base de otorgar diferentes sentidos a sus diferentes acciones dependiendo del contexto, la situación, la compañía, la finalidad de la acción, y tantas otras cosas del estilo.
Por supuesto, deberíamos ser fieles a nuestra naturaleza existencial primaria. Ser una pluralidad de “yoes” y no un único “yo”, tener diferentes códigos de sentido para interpretar la existencia de esa pluralidad de “yoes” y no un único código de sentido, absoluto, desde el cual interpretar toda nuestra existencia como un único “yo”. Un sentido “a la carta”, donde se refleje una elección individual entre diferentes alternativas de sentido, donde no todo venga impuesto como absoluto, esa debería ser nuestra elección de sentido en esta vida, si realmente aspiramos a ser libres. La existencia precede a la esencia, que dirían los existencialistas.
Pero es tan peligroso para el orden establecido que jamás nos dejarán tenerlo desde aquellos códigos de sentido que se nos imponen como absolutos. O salimos de ellos… o adiós a nuestra libertad, a nuestra autonomía y a nuestra capacidad creativa. El poder necesita sujetos que se piensen a sí mismo como unificados y que, por ende, se dejen someter, como sujetos, a los establecido por la moral, la estética y la ideología simbólica dominante. Seres incapaces de asumir sus propias contradicciones, que necesiten constantemente recurrir a algo que se encuentre “situado por encima de sí mismos” para dotar de sentido a sus vidas, y esos “algos”, claro está, no son “algos” que hayan nacido de la nada, sino consecuencia de un proceso histórico condicionado y determinado por las relaciones de poder y la lucha de clases.
Cuando nos pensamos a nosotros mismos como unidades de sentido homogéneas, incapaces de asumir nuestras contradicciones, tratar de explicarlas desde diferentes puntos de vista y no desde una única mirada prestablecida, abrimos las puertas de par en par a la sumisión. Los libros de autoayuda, tan de moda en la actualidad, forman parte de esa sumisión.
Hemos renunciado a dar sentido a la vida por nosotros mismos, y, sin embargo, no hemos conseguido desterrar el sinsentido, es más, cada día son más las personas que, pese a haber asumido el consumismo/capitalismo como forma de vida, pese a haber aceptado sus códigos de sentido inherentes como camino de sentido para la vida, se sienten insatisfechos, vacíos, y no logran dar a su vida un sentido global que les haga sentirse bien con ellos mismos.
Eso pasa porque al tratar de integrar sus diferentes roles personales en un mismo marco de sentido, el marco consumista/capitalista como globalidad, se ven incapaces de sentirse reflejados de forma satisfactoria en él. Diferente sería si aprendieran a dar sentido a sus vidas desde una pluralidad de roles para su natural pluralidad de “yoes”, se darían cuenta de que si bien hay cosas en las que no están a la altura que creen que deben estar para sentirse satisfechos con ellos mismos –según lo que dicho código de sentido les marca como mecanismo de valoración para la satisfacción personal-, habrá otras en las que sí lo están, y el peso que se le quiera dar a cada cual ya no dependería de ningún marco de sentido impuesto, sino del marco propio construido desde uno mismo con la finalidad de sentirse bien y satisfecho con uno mismo.
Pero hacemos justo lo contrario. Y eso no se va a solucionar con ninguna “autayuda”, eso solo se soluciona siendo capaces de conocernos a nosotros mismos al estilo del “autoconocimiento” promulgado por Gramsci: conociendo la sociedad que nos rodea y su influencia directa sobre nosotros, asumir nuestras contradicciones, y analizarlas, cada una de ellas, desde sus propios marcos de sentido inherentes.
Que una persona de izquierdas, por ejemplo, tenga actitudes patriarcales, o un activista por la liberación sexual tenga actitudes clasistas, no se va a solucionar con la reafirmación de una idea por encima de la otra, sino por el análisis, por separado, de las causas que la han llevado a pensar y/o actuar de una manera para unas cosas y de otra para otras.
Lo mismo ocurre cuando tenemos problemas existenciales. No se solucionarán tratando de cambiar el conjunto, y tratando de reafirmar una parte del conjunto sobre las demás, recurriendo a la autoayuda, sino analizando ese conjunto desde diferentes perspectivas, separando los diferentes “yoes” que forman partes de nuestras vidas, asumiendo las contradicciones entre ellos, y, finalmente, actuando de manera parcializada en la búsqueda de una resolución de aquellas contradicciones que nos generan dolor y sufrimiento. No nos tenemos que salvar, nos tenemos que aceptar como seres en proceso de construcción. Dar más importancia a aquello que nos hace libres y menos a aquello que nos convierte en esclavos de nosotros mismos. Es decir, cambiando las causas que generan ese sufrimiento. Especialmente las sociales y culturales.
La autoayuda es, efectivamente, una industria capitalista que explota el sufrimiento de las personas, que se lucra de él y que lo perpetúa para poder seguir lucrándose.
En su mayor parte un sufrimiento causado por las propias exigencias morales, sociales, estéticas y económicas, impuestas por la hegemonía dominante como marcos de sentido absoluto.
Primero te dicen cómo tienes que ser. Luego te inducen a que te compares mentalmente con esa imagen “ideal” que has construido de ti mismo. Finalmente, como en muchas ocasiones esa comparación no sale bien parada, y eso te genera sufrimiento existencial, te mandan al mercado a por una solución mágica: el producto de moda que te hará sumar valor a tu persona y así poder sentirte más cerca de ese modelo “ideal”… o el último libro de autoayuda betseller, que ejerce exactamente la misma función.
Pero no, no. No hay que cambiarse a uno mismo. Hay que cambiar el sistema, hay que cambiar los valores éticos, estéticos, políticos y económicos dominantes. No eres tú quién falla, es ese modelo ideal, que te han impuesto como absoluto, y en el cual no cabe una pluralidad de yoes, sino un único “yo” que debe tender a reproducir ese modelo ideal impuesto, el que es una farsa, inalcanzable por norma para la inmensa mayoría. No eres tú quien falla, ese ese sistema ideológico que sustenta el patriarcado, el clasismo, el racismo, la explotación económica y tantas otras cosas por el estilo, con toda su consecuente simbología y sus repartos de roles sociales sado-masoquistas asociados. Conoce a la sociedad para conocerte a ti mismo. Cambia la sociedad la sociedad para que los demás puedan cambiar contigo.
La autoayuda es una estafa. La contradicción es vida.
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