Juan Manuel Olarieta
Quizá sea posible explicar cómo es la
filosofía marxista, el materialismo dialéctico, por comparación con las
demás filosofías que ha conocido la historia, poniendo el ejemplo de un
partido comunista, que no es otro partido más, de los varios que
existen, sino que es un partido distinto. Si tomamos a cualquier otro
partido como referencia, un partido comunista no es un partido. Pero lo
que diferencia a un partido comunista de cualquier otro no es sólo el
hecho de ser comunista, su ideología, sino que como tal partido, como
organización, también es diferente, aunque se llame de la misma manera: “partido”.
Lo mismo ocurre con el materialismo dialéctico, que no es una
filosofía más de las varias que se han propuesto a lo largo de la
historia. En ese sentido no es una filosofía sino que es la superación
de la filosofía, de todas ellas, del concepto mismo de filosofía. Eso es
exactamente lo que dice la Tesis número 11 que Marx escribió sobre
Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de distintos modos, de lo que se trata es de transformarlo”.
En “La ideología alemana” Marx y Engles añadieron, además, algo desconcertante para los filósofos: “La filosofía es al estudio del mundo real lo que el onanismo es al amor sexual”. La burguesía cree que ahí Marx y Engles anuciaban el fin de la filosofía, de toda la filosofía, de cualquier clase de filosofía o, al menos, que expresaban desprecio hacia ella. Lo nuevo sería la práctica, la política, la lucha. Es como decir: ya vale de hablar, pongámonos manos a la obra.
El rechazo a la filosofía se refuerza con otra frase de Engels igualmente tergiversada hasta el aburrimiento: “El marxismo no es un dogma muerto, no es una doctrina acabada, terminada, inmutable, sino una guía viva para la acción” (1). Llegaban momentos de menosprecio para la filosofía, de la que habría que despedirse por completo.
Se pueden recordar varias frases de Marx y Engels que conducen a ese tipo de conclusiones opuestas a la filosofía. Resucitando viejos fantasmas Marx dijo en “El Capital” que a Hegel le trataban como a un “perro muerto” (2). Pues muerto el perro se acabó la rabia. ¿Para qué continuar?
El rechazo a la filosofía fue -sigue siendo- característico del revisionismo, de la socialdemocracia alemana de finales del siglo XIX. Bernstein separó la teoría de la práctica afirmando que el movimiento obrero era “independiente del destino de las teorías que se han elaborado sobre él [...] Lo que el movimiento obrero existente debe a las teorías no pesa más que lo que le deben a él las teorías socialistas. Más que producto, el movimiento es actualmente creador de teorías. Hoy, cuando la lucha de los trabajadores en el campo político y económico es más real y efectiva que nunca, no es realmente necesario ponerse nervioso porque el dogma de la lucha de clases pueda sufrir algún daño”. El propio Bernstein resumía su concepción en la tesis de que “el movimiento lo es todo, y nada lo que comúnmente se denomina meta final del socialismo” (3).
Entre otras taras, el revisionismo es puro pragmatismo burgués, que se expresa como tal en afirmaciones que hemos escuchado muchas veces, tales como “la revolución se puede llevar a cabo con cualquier teoría”, “todas ellas son válidas”, “todas caben en las filas del proletariado”, “las teorías dividen y la acción unifica”… Lo contrario era (y es) dogmatismo. El marxismo puede hacer tabla rasa, borrón y cuenta nueva; a cada momento la acción empieza de cero, o lo que es lo mismo: el movimiento se repite, no avanza. Es lo que pretendían (y siguen pretendiendo) los revisionistas.
Bernstein y los suyos se convirtieron en la gangrena del movimiento obrero. Durante un congreso de la socialdemocracia alemana celebrado en 1902 un militante tomó la palabra y, en medio del aplauso generalizado de los asistentes, arremetió contra “las cavilaciones de algunos camaradas que no encuentran resonancia entre la amplia masa”. Proponía encerrar a todos los teóricos juntos “hasta que se hayan devorado unos a otros”.
A veces la Tesis 11 sobre Feuerbach se reproduce de la manera siguiente: los filósofos se dedican a interpretar el mundo, mientras que nosotros lo que queremos es transformarlo y por eso somos algo distinto a ellos, e incluso opuesto: no somos filósofos. Esto es erróneo y tratándose de algo que está grabado en la lápida mortuoria de Marx, el error es muy importante porque la Tesis número 11 lo que sostiene es exactamente lo contrario: para transformar el mundo hay que interpretarlo, es decir, hay que ser un filósofo, entre otras cosas. Lo que ocurre es que un filósofo que quiere transformar el mundo no es exactamente un filósofo tal y como lo hemos conocido hasta hoy (y como lo seguimos conociendo).
“Transformar el mundo” es a lo que los marxistas llaman “práctica”, lo cual facilita un poco la compresión de las cosas. Sin embargo, ¿qué es la práctica?, ¿a qué llamamos práctica? Cuando a un marxista le mencionas la palabra “práctica” inmediatamente la asocia a la teoría y piensa en la unidad entre ambas, e incluso en la contradicción entre una y otra. En este sentido se puede decir que la práctica es todo aquello que no es teoría, es decir, que el marxismo está “mezclando” (uniendo) cosas que son muy distintas, e incluso contrapuestas, algo capaz de sacar de quicio al profesor universitario más asentado.
En efecto, la práctica son muchas cosas distintas aparentemente, y ésa es una de ellas: los filósofos marxistas han sacado (y sacan) su filosofía de las bibliotecas apolilladas, las aulas silenciosas y las lecciones tediosas. La filosofía marxista, a diferencia de la filosofía, se escribe por y para los obreros, los explotados y los hambrientos. Una exposición ejemplar de la filosofía marxista es la de Politzer. Hoy ese tipo de exposiciones se lleva a cabo, por ejemplo, entre los trabajadores de cualquier barrio de cualquier ciudad del mundo, que toman contacto con ella en un local inmundo, húmedo y sin luz. Como manual de iniciación a la lectura utiliza el mismo que todos los revolucionarios del mundo: el “Materialismo histórico y materialismo dialéctico” de Stalin.
Por eso a Stalin los profesionales de la filosofía, los que viven de ella, le consideran dogmático, vulgar y superficial: a diferencia de otros, a Stalin los explotados le entienden. Gracias a Stalin y a otros escritos filosóficos parecidos, y no gracias a las facultades de filosofía del mundo, ni a los filósofos, los explotados conocen lo que es una contradicción, quién fue Hegel, que todo está en movimiento… incluso saben que tienen mucho que aprender, que hay algo que se llama filosofía y que no es tan difícil de entender como los filósofos quieren hacer creer. ¿Por qué? Porque quieren mantenernos en nuestra ignorancia.
“El movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana”, sentenció Engels. Lo mismo podría haber dicho de cualquier clase de filosofía de cualquier otra parte del mundo: que no pertenece a los filósofos sino al proletariado. En eso consiste la superación de todas las filosofías. Lenin lo llamó “partidismo”, otra paradoja chocante con la que se superan todas las filosofías: a diferencia de las demás, la filosofía marxista es un asunto “de partido”, no de universidad, ni de aulas, ni de masters. Por si alguien está pensando en que la filosofía está fuera, o es ajena, o está en contra de ese tipo de sitios, lo vuelvo a repetir: la filosofía sólo la confinan ahí quienes no quieren que se supere a sí misma.
Pero eso es también sólo una parte del asunto, al que se le debe dar la vuelta: a los herederos, es decir, al proletariado (y muy especialmente a su vanguardia) le corresponde cuidar de esa herencia, lo mismo que de otras herencias que también recibimos y estamos dilapidando. El marxismo no liquida la filosofía sino que la supera. ¿Cómo lo hace? Con filosofía. Pero una filosofía que se ha superado a sí misma es filosofía y no lo es al mismo tiempo…
En “La ideología alemana” Marx y Engles añadieron, además, algo desconcertante para los filósofos: “La filosofía es al estudio del mundo real lo que el onanismo es al amor sexual”. La burguesía cree que ahí Marx y Engles anuciaban el fin de la filosofía, de toda la filosofía, de cualquier clase de filosofía o, al menos, que expresaban desprecio hacia ella. Lo nuevo sería la práctica, la política, la lucha. Es como decir: ya vale de hablar, pongámonos manos a la obra.
El rechazo a la filosofía se refuerza con otra frase de Engels igualmente tergiversada hasta el aburrimiento: “El marxismo no es un dogma muerto, no es una doctrina acabada, terminada, inmutable, sino una guía viva para la acción” (1). Llegaban momentos de menosprecio para la filosofía, de la que habría que despedirse por completo.
Se pueden recordar varias frases de Marx y Engels que conducen a ese tipo de conclusiones opuestas a la filosofía. Resucitando viejos fantasmas Marx dijo en “El Capital” que a Hegel le trataban como a un “perro muerto” (2). Pues muerto el perro se acabó la rabia. ¿Para qué continuar?
El rechazo a la filosofía fue -sigue siendo- característico del revisionismo, de la socialdemocracia alemana de finales del siglo XIX. Bernstein separó la teoría de la práctica afirmando que el movimiento obrero era “independiente del destino de las teorías que se han elaborado sobre él [...] Lo que el movimiento obrero existente debe a las teorías no pesa más que lo que le deben a él las teorías socialistas. Más que producto, el movimiento es actualmente creador de teorías. Hoy, cuando la lucha de los trabajadores en el campo político y económico es más real y efectiva que nunca, no es realmente necesario ponerse nervioso porque el dogma de la lucha de clases pueda sufrir algún daño”. El propio Bernstein resumía su concepción en la tesis de que “el movimiento lo es todo, y nada lo que comúnmente se denomina meta final del socialismo” (3).
Entre otras taras, el revisionismo es puro pragmatismo burgués, que se expresa como tal en afirmaciones que hemos escuchado muchas veces, tales como “la revolución se puede llevar a cabo con cualquier teoría”, “todas ellas son válidas”, “todas caben en las filas del proletariado”, “las teorías dividen y la acción unifica”… Lo contrario era (y es) dogmatismo. El marxismo puede hacer tabla rasa, borrón y cuenta nueva; a cada momento la acción empieza de cero, o lo que es lo mismo: el movimiento se repite, no avanza. Es lo que pretendían (y siguen pretendiendo) los revisionistas.
Bernstein y los suyos se convirtieron en la gangrena del movimiento obrero. Durante un congreso de la socialdemocracia alemana celebrado en 1902 un militante tomó la palabra y, en medio del aplauso generalizado de los asistentes, arremetió contra “las cavilaciones de algunos camaradas que no encuentran resonancia entre la amplia masa”. Proponía encerrar a todos los teóricos juntos “hasta que se hayan devorado unos a otros”.
A veces la Tesis 11 sobre Feuerbach se reproduce de la manera siguiente: los filósofos se dedican a interpretar el mundo, mientras que nosotros lo que queremos es transformarlo y por eso somos algo distinto a ellos, e incluso opuesto: no somos filósofos. Esto es erróneo y tratándose de algo que está grabado en la lápida mortuoria de Marx, el error es muy importante porque la Tesis número 11 lo que sostiene es exactamente lo contrario: para transformar el mundo hay que interpretarlo, es decir, hay que ser un filósofo, entre otras cosas. Lo que ocurre es que un filósofo que quiere transformar el mundo no es exactamente un filósofo tal y como lo hemos conocido hasta hoy (y como lo seguimos conociendo).
“Transformar el mundo” es a lo que los marxistas llaman “práctica”, lo cual facilita un poco la compresión de las cosas. Sin embargo, ¿qué es la práctica?, ¿a qué llamamos práctica? Cuando a un marxista le mencionas la palabra “práctica” inmediatamente la asocia a la teoría y piensa en la unidad entre ambas, e incluso en la contradicción entre una y otra. En este sentido se puede decir que la práctica es todo aquello que no es teoría, es decir, que el marxismo está “mezclando” (uniendo) cosas que son muy distintas, e incluso contrapuestas, algo capaz de sacar de quicio al profesor universitario más asentado.
En efecto, la práctica son muchas cosas distintas aparentemente, y ésa es una de ellas: los filósofos marxistas han sacado (y sacan) su filosofía de las bibliotecas apolilladas, las aulas silenciosas y las lecciones tediosas. La filosofía marxista, a diferencia de la filosofía, se escribe por y para los obreros, los explotados y los hambrientos. Una exposición ejemplar de la filosofía marxista es la de Politzer. Hoy ese tipo de exposiciones se lleva a cabo, por ejemplo, entre los trabajadores de cualquier barrio de cualquier ciudad del mundo, que toman contacto con ella en un local inmundo, húmedo y sin luz. Como manual de iniciación a la lectura utiliza el mismo que todos los revolucionarios del mundo: el “Materialismo histórico y materialismo dialéctico” de Stalin.
Por eso a Stalin los profesionales de la filosofía, los que viven de ella, le consideran dogmático, vulgar y superficial: a diferencia de otros, a Stalin los explotados le entienden. Gracias a Stalin y a otros escritos filosóficos parecidos, y no gracias a las facultades de filosofía del mundo, ni a los filósofos, los explotados conocen lo que es una contradicción, quién fue Hegel, que todo está en movimiento… incluso saben que tienen mucho que aprender, que hay algo que se llama filosofía y que no es tan difícil de entender como los filósofos quieren hacer creer. ¿Por qué? Porque quieren mantenernos en nuestra ignorancia.
“El movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana”, sentenció Engels. Lo mismo podría haber dicho de cualquier clase de filosofía de cualquier otra parte del mundo: que no pertenece a los filósofos sino al proletariado. En eso consiste la superación de todas las filosofías. Lenin lo llamó “partidismo”, otra paradoja chocante con la que se superan todas las filosofías: a diferencia de las demás, la filosofía marxista es un asunto “de partido”, no de universidad, ni de aulas, ni de masters. Por si alguien está pensando en que la filosofía está fuera, o es ajena, o está en contra de ese tipo de sitios, lo vuelvo a repetir: la filosofía sólo la confinan ahí quienes no quieren que se supere a sí misma.
Pero eso es también sólo una parte del asunto, al que se le debe dar la vuelta: a los herederos, es decir, al proletariado (y muy especialmente a su vanguardia) le corresponde cuidar de esa herencia, lo mismo que de otras herencias que también recibimos y estamos dilapidando. El marxismo no liquida la filosofía sino que la supera. ¿Cómo lo hace? Con filosofía. Pero una filosofía que se ha superado a sí misma es filosofía y no lo es al mismo tiempo…
(1) Engels, carta a Sorge, 29 de noviembre de 1886.
(2) Marx, El Capital, tomo I, Postfacio a la segunda edición, pg.XXIII.
(3) Horst Heimann, Textos sobre el revisionismo. La actualidad de Eduard Bernstein, México, pgs.87, 113, 127, 151 y 152.
(2) Marx, El Capital, tomo I, Postfacio a la segunda edición, pg.XXIII.
(3) Horst Heimann, Textos sobre el revisionismo. La actualidad de Eduard Bernstein, México, pgs.87, 113, 127, 151 y 152.
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