Podemos ha rentabilizado el 15-M, pero ahora descubre que el modelo asambleario es “radicalmente inoperativo”, según palabras de Monedero.
La sobreexposición mediática de Podemos produce perplejidad y
desconfianza, pues casi nadie ignora que los grandes periódicos y las
cadenas televisivas pertenecen a poderosos grupos empresariales, sin
otra inquietud que proteger sus intereses. Podemos ha nacido bajo el
signo del 15-M, que repudiaba a los partidos y reivindicaba el modelo
asambleario. Anunció que sería una plataforma concebida para aglutinar a
la izquierda, pero ha acabado constituyéndose como partido y ha
obtenido cinco inesperados escaños en las elecciones europeas. Desde
entonces, se ha situado en el centro de la vida política española,
levantando las iras de neoliberales y socialdemócratas. Podemos intenta
sumar fuerzas para impulsar un cambio político, pero su tibieza y su
miedo a perder votos le resta credibilidad. Su discurso exhibe una
insoportable levedad que siembra dudas y suspicacias. Para construir una
alternativa convincente, hay que arriesgarse y colocarse en primera
línea. No es suficiente soportar los ataques del bipartidismo, que no
escatima mentiras, argucias y malicias para sostener el régimen del 78.
Es necesario dar un paso más allá y mostrar un inequívoco compromiso con
las víctimas del gobierno del PP, cuyas medidas antisociales y
antidemocráticas evocan el clima represivo del bienio negro de la
Segunda República española.
El ascenso de Pablo Iglesias ha provocado un pequeño terremoto. La prensa del régimen (ABC, El País, El Mundo, La Razón y La Vanguardia) ha olvidado sus pequeñas diferencias para crear un frente común contra Podemos, “partido de chavistas, castristas, comunistas reciclados, rojo-separatistas, perro-flautas y filo-terroristas”. Esperanza Aguirre, ex presidenta de la Comunidad de Madrid, advierte en un artículo sobre el peligro que representan “los chavistas de Podemos” (ABC, "Republicanos", 9 de junio de 2014). Con su agresividad habitual, señala que las huestes de Pablo Iglesias quieren acabar con la Constitución de 1978 para implantar una de esas “repúblicas tiranas, como las de Corea del Norte y Cuba”, donde “meterían en la cárcel a los que se manifiestan a favor de la Monarquía o a cualquier ciudadano que lleve, por ejemplo, una camiseta con la imagen del Rey”. Aguirre pide al PSOE que conserve su lealtad a la corona y no se sume a “la onda de comunistas y chavistas”. No es difícil adivinar que la audaz lideresa apila argumentos para justificar un pacto entre el PP y el PSOE en las próximas elecciones generales. Esa alianza revelaría definitivamente que el bipartidismo solo representa al mundo del capital y su prioridad es contener o reprimir las protestas y reivindicaciones de la clase obrera. Las invectivas de Esperanza Aguirre, una liberal que no esconde su pasión por las leyes represivas –salvo cuando le afectan personalmente por una trastada irrelevante, como intentar arrollar a un agente de movilidad en la Gran Vía de Madrid-, conviven con la ofensiva lanzada por el diario El País, que exige transparencia a Podemos y cuestiona su democracia interna, afirmando que los conflictos entre sus líderes y los círculos constituyen “una bomba de relojería”. Las tensiones se han agudizado cuando el comité de campaña de Pablo Iglesias ha anunciado la celebración de unas elecciones internas para elegir un equipo de 25 personas, cuya función sería definir el próximo otoño las coordenadas principales de Podemos. Los círculos han exteriorizado su malestar, pues se ha establecido un plazo ridículo –seis días- para constituir equipos alternativos y la votación se realizará por internet, con listas cerradas y sin posibilidad de integración. Pablo Iglesias presenta una lista con 25 personas de su confianza, que previsiblemente obtendrá los apoyos necesarios para constituir una cúpula organizativa. Las elecciones internas se han convocado sin consultar a las bases y representan el fin de los debates previstos para decidir el futuro de Podemos. El País sostiene que Juan Carlos Monedero justificó la urgencia de convocar elecciones internas con listas cerradas para frenar a fuerzas políticas externas que pretenden apropiarse de Podemos. Cierto o no, este giro significa la liquidación del poder asambleario y la emergencia de un pragmatismo donde prima la eficacia sobre los principios. Una vez más, la “ética de la responsabilidad” derrota a la “ética de las convicciones”.
La izquierda radical hace mucho que le retiró su confianza a Pablo Iglesias. Es una minoría, pero una minoría que desconfía de una iniciativa organizada desde arriba, con una estrategia que recuerda al PSOE de 1982, cuyas promesas de salir de la OTAN y favorecer a la clase trabajadora se convirtieron finalmente en la plena integración militar en la alianza atlántica y en políticas de ajuste dictadas por la UE. En un pasado reciente, Pablo Iglesias declaró antes las cámaras los objetivos irrenunciables de un partido de izquierdas que ganara las elecciones generales en un país del Sur de Europa: “salir del euro, devaluar la moneda para favorecer las exportaciones, suspender el pago de la deuda, nacionalizar la banca para garantizar la inversión y el crédito para las familias y las pequeñas y medianas empresas, establecer sistemas de control para evitar la fuga de capitales y para proteger las condiciones de trabajo dignas, ampliar la titularidad pública a las áreas clave de la economía como la energía, el transporte, los servicios públicos y todos los demás sectores estratégicos, iniciar un proceso de reindustrialización mediante inversión pública, apostando por formas de economía verde y alta tecnología, reformar la fiscalidad con un criterio altamente progresivo para combatir fraude fiscal”. En un alarde de realismo, Pablo Iglesias reconocía que estas medidas podrían incitar un golpe de estado y, además, resultarían inviables en un solo país, por lo cual sería imprescindible que los países del Sur de Europa se unieran para llevar a cabo una transformación tan profunda y radical. Estoy completamente de acuerdo con los objetivos enunciados por Pablo Iglesias, pero me pregunto por qué el programa electoral de Podemos en las elecciones europeas no menciona ni una sola vez la palabra euro ni plantea salir de la moneda común. ¿Cuál es entonces el verdadero programa de Podemos? ¿Podemos nos miente o hace populismo? ¿Es una alternativa real o una maniobra gatopardista del régimen del 78, que se renueva como lo hizo en 1982 con promesas destinadas a ser minuciosamente incumplidas? ¿Está traicionando a sus bases? ¿Se han convertido los círculos en un problema para su estrategia de partido? Invitar a los que disienten a salir por la puerta, no me parece ético ni democrático. Podemos ha rentabilizado el 15-M, pero ahora descubre que el modelo asambleario es “radicalmente inoperativo”, según palabras de Monedero. El discurso de Podemos se ha vuelto blando, difuso, insoportablemente leve. Sin transparencia ni coraje, despertará más pronto o más tarde un profundo desencanto, que alimentará la ira, la rabia y el sentimiento de desamparo. François Hollande generó esperanza, pero continuó con los recortes y desengañó a sus electores, abriendo la puerta a Marine Le Pen, populista, xenófoba y partidaria de la pena de muerte. Finalizaré con una pequeña historia. Cuando el gobierno de Rajoy lanzó la infame Operación Araña, deteniendo a 21 internautas con un ostentoso despliegue de la Guardia Civil, escribí un artículo denunciando que se pretendía intimidar a los usuarios de las redes sociales, con el pretexto de combatir el enaltecimiento del terrorismo. A través de Twitter solicité el apoyo de Alberto Garzón y Pablo Iglesias. Alberto Garzón se solidarizó enseguida, retwitteando mi artículo. Pablo Iglesias, tal vez demasiado ocupado prestando su rostro a las papeletas electorales de Podemos, respondió con un elocuente silencio, pese a que en una ocasión se había dirigido a mí para excusar su reyerta callejera con unos individuos a los que calificó de “lumpen y gentuza”. Que cada uno extraiga sus conclusiones. Me temo que una vez más pierden los ciudadanos.
El ascenso de Pablo Iglesias ha provocado un pequeño terremoto. La prensa del régimen (ABC, El País, El Mundo, La Razón y La Vanguardia) ha olvidado sus pequeñas diferencias para crear un frente común contra Podemos, “partido de chavistas, castristas, comunistas reciclados, rojo-separatistas, perro-flautas y filo-terroristas”. Esperanza Aguirre, ex presidenta de la Comunidad de Madrid, advierte en un artículo sobre el peligro que representan “los chavistas de Podemos” (ABC, "Republicanos", 9 de junio de 2014). Con su agresividad habitual, señala que las huestes de Pablo Iglesias quieren acabar con la Constitución de 1978 para implantar una de esas “repúblicas tiranas, como las de Corea del Norte y Cuba”, donde “meterían en la cárcel a los que se manifiestan a favor de la Monarquía o a cualquier ciudadano que lleve, por ejemplo, una camiseta con la imagen del Rey”. Aguirre pide al PSOE que conserve su lealtad a la corona y no se sume a “la onda de comunistas y chavistas”. No es difícil adivinar que la audaz lideresa apila argumentos para justificar un pacto entre el PP y el PSOE en las próximas elecciones generales. Esa alianza revelaría definitivamente que el bipartidismo solo representa al mundo del capital y su prioridad es contener o reprimir las protestas y reivindicaciones de la clase obrera. Las invectivas de Esperanza Aguirre, una liberal que no esconde su pasión por las leyes represivas –salvo cuando le afectan personalmente por una trastada irrelevante, como intentar arrollar a un agente de movilidad en la Gran Vía de Madrid-, conviven con la ofensiva lanzada por el diario El País, que exige transparencia a Podemos y cuestiona su democracia interna, afirmando que los conflictos entre sus líderes y los círculos constituyen “una bomba de relojería”. Las tensiones se han agudizado cuando el comité de campaña de Pablo Iglesias ha anunciado la celebración de unas elecciones internas para elegir un equipo de 25 personas, cuya función sería definir el próximo otoño las coordenadas principales de Podemos. Los círculos han exteriorizado su malestar, pues se ha establecido un plazo ridículo –seis días- para constituir equipos alternativos y la votación se realizará por internet, con listas cerradas y sin posibilidad de integración. Pablo Iglesias presenta una lista con 25 personas de su confianza, que previsiblemente obtendrá los apoyos necesarios para constituir una cúpula organizativa. Las elecciones internas se han convocado sin consultar a las bases y representan el fin de los debates previstos para decidir el futuro de Podemos. El País sostiene que Juan Carlos Monedero justificó la urgencia de convocar elecciones internas con listas cerradas para frenar a fuerzas políticas externas que pretenden apropiarse de Podemos. Cierto o no, este giro significa la liquidación del poder asambleario y la emergencia de un pragmatismo donde prima la eficacia sobre los principios. Una vez más, la “ética de la responsabilidad” derrota a la “ética de las convicciones”.
La izquierda radical hace mucho que le retiró su confianza a Pablo Iglesias. Es una minoría, pero una minoría que desconfía de una iniciativa organizada desde arriba, con una estrategia que recuerda al PSOE de 1982, cuyas promesas de salir de la OTAN y favorecer a la clase trabajadora se convirtieron finalmente en la plena integración militar en la alianza atlántica y en políticas de ajuste dictadas por la UE. En un pasado reciente, Pablo Iglesias declaró antes las cámaras los objetivos irrenunciables de un partido de izquierdas que ganara las elecciones generales en un país del Sur de Europa: “salir del euro, devaluar la moneda para favorecer las exportaciones, suspender el pago de la deuda, nacionalizar la banca para garantizar la inversión y el crédito para las familias y las pequeñas y medianas empresas, establecer sistemas de control para evitar la fuga de capitales y para proteger las condiciones de trabajo dignas, ampliar la titularidad pública a las áreas clave de la economía como la energía, el transporte, los servicios públicos y todos los demás sectores estratégicos, iniciar un proceso de reindustrialización mediante inversión pública, apostando por formas de economía verde y alta tecnología, reformar la fiscalidad con un criterio altamente progresivo para combatir fraude fiscal”. En un alarde de realismo, Pablo Iglesias reconocía que estas medidas podrían incitar un golpe de estado y, además, resultarían inviables en un solo país, por lo cual sería imprescindible que los países del Sur de Europa se unieran para llevar a cabo una transformación tan profunda y radical. Estoy completamente de acuerdo con los objetivos enunciados por Pablo Iglesias, pero me pregunto por qué el programa electoral de Podemos en las elecciones europeas no menciona ni una sola vez la palabra euro ni plantea salir de la moneda común. ¿Cuál es entonces el verdadero programa de Podemos? ¿Podemos nos miente o hace populismo? ¿Es una alternativa real o una maniobra gatopardista del régimen del 78, que se renueva como lo hizo en 1982 con promesas destinadas a ser minuciosamente incumplidas? ¿Está traicionando a sus bases? ¿Se han convertido los círculos en un problema para su estrategia de partido? Invitar a los que disienten a salir por la puerta, no me parece ético ni democrático. Podemos ha rentabilizado el 15-M, pero ahora descubre que el modelo asambleario es “radicalmente inoperativo”, según palabras de Monedero. El discurso de Podemos se ha vuelto blando, difuso, insoportablemente leve. Sin transparencia ni coraje, despertará más pronto o más tarde un profundo desencanto, que alimentará la ira, la rabia y el sentimiento de desamparo. François Hollande generó esperanza, pero continuó con los recortes y desengañó a sus electores, abriendo la puerta a Marine Le Pen, populista, xenófoba y partidaria de la pena de muerte. Finalizaré con una pequeña historia. Cuando el gobierno de Rajoy lanzó la infame Operación Araña, deteniendo a 21 internautas con un ostentoso despliegue de la Guardia Civil, escribí un artículo denunciando que se pretendía intimidar a los usuarios de las redes sociales, con el pretexto de combatir el enaltecimiento del terrorismo. A través de Twitter solicité el apoyo de Alberto Garzón y Pablo Iglesias. Alberto Garzón se solidarizó enseguida, retwitteando mi artículo. Pablo Iglesias, tal vez demasiado ocupado prestando su rostro a las papeletas electorales de Podemos, respondió con un elocuente silencio, pese a que en una ocasión se había dirigido a mí para excusar su reyerta callejera con unos individuos a los que calificó de “lumpen y gentuza”. Que cada uno extraiga sus conclusiones. Me temo que una vez más pierden los ciudadanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario