Un informe que de ser cierto debería constituir un "hasta aquí hemos llegado" para cualquier ciudadano
La publicación "El Espía Digital", publicó esta semana un explosivo dossier sobre aspectos de la vida privada y pública de Juan Carlos de Borbón. A lo largo este informe, que está avalado por los testimonios de importantes y reconocidos personajes de la vida institucional y política española, se van desgranando aspectos, algunos de ellos absolutamente inéditos de la vida del monarca, que de ser ciertos debería constituir un "hasta aquí hemos llegado" para cualquier ciudadano, independientemente de cuál sea su ideología . Canarias Semanal lo reproduce en su integridad
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“Me cuenta más cosas, las escenas tan horribles, yo no voy a contar ninguna intimidad, porque me contó cosas horribles de las relaciones entre el rey y la reina, no me prohibió que las contara, pero son tan duras, íntimas y violentas que yo mismo tengo el pudor de no decirlo. Después hubo una reconciliación, en años posteriores, pero en el momento en que le hizo esa faena, Sabino me contó todo”.
¿A quien le describió Sabino Fernández Campo esas cosas “íntimas y violentas” de la pareja regia? El jefe de la Casa Real fue despedido por Juan Carlos porque era el único alto funcionario que le afeaba sus irregulares conductas privadas y le advertía del peligro de que se aireasen sus continuos despropósitos, sobre todo sentimentales y económicos. Y ahora se sabe que también domésticos.
Cariacontecido, después de recoger sus enseres de Zarzuela, visitó a dos de los más reconocidos críticos del monarca: el diputado del PNV, Iñaki Anasagasti y el pensador repúblico, Antonio García Trevijano. También le confió parte de su memoria a su biógrafo, Javier Fernández López, y se vio con varios periodistas, entre ellos Carlos Dávila, que se atrevió a publicar ampliamente lo que oyó. Otros 5 aluden a esa turbia relación Juan Carlos-Sabino-Sofía: Pilar Eyre, Raúl del Pozo, Carmen Rigalt, José García Abad y Martín Prieto.
El digital “Espía en el Congreso” trata de reconstruir y documentar en esta crónica, más extensa de lo habitual, lo que los medios de comunicación no se atreven a investigar y publicar.
Al menos a dos de sus interlocutores Sabino les desveló los tres grandes secretos del rey, bajo promesa de que no se supieran hasta que todos muriesen: que había sido Juan Carlos, jugando a “aprendiz de brujo”, quien había “coqueteado” con los generales Armada, Milans del Bosch y el político socialista Enrique Múgica cuando preparaban el golpe de Estado del 23-F para derrocar a Adolfo Suárez; que la reina Sofía estaba al borde del divorcio, harta de los constantes devaneos de Juan Carlos con sus amantes, el principal de entonces con la decoradora mallorquina Marta Gayá. Y el secreto más desconocido: que había presenciado una terrible escena conyugal en Palacio: la agresión por parte de Juan Carlos a su esposa Sofía, un flagrante episodio de violencia doméstica que le había abochornado.
Solo los diputados del régimen más allegados a Zarzuela saben que, en el trato con sus subordinados, el rey tiene muy malas pulgas. Y hay que aguantarlo: Juan Carlos considera a toda la familia real, y particularmente a su esposa, como personal a sus órdenes. Y para salvaguardar su fidelidad y su silencio no se ha sonrojado al pedirle al presidente Mariano Rajoy, en pleno azote de la crisis, un sueldo millonario para las consortes. El presidente, que no le niega nada a nadie salvo a sus ciudadanos, ha dejado los salarios para 2014 así: Juan Carlos (292.000 euros), Felipe (146.000), Sofía (131.000) y Letizia (102.000). El resto son “extras”.
El carácter campechano y abusón de Juan Carlos no es ninguna novedad a sus 78 años: detrás de ese aparente buen humor, está acostumbrado a pagar silencios, agredió a su chófer, solo le gusta el dinero, las mujeres y los deportes, no lee libros, a los gays los llama “mariquitas”… De formación militar, tuvo una infancia sórdida: mató a su hermano Alfonso en un accidente doméstico, estuvo solo e internado en Suiza desde muy niño, sufrió penurias económicas y continuas novatadas de sus colegas militares cadetes que, hijos de franquistas y falangistas, no admitían la monarquía en España.
Tal cúmulo de desgracias hubiera dejado trastornado a cualquier ser humano. Por eso su entorno siempre juzgó como una temeridad que siguiera empuñando rifles y escopetas debido a su gusto por la caza. Y esa permanente afición por las armas de fuego a veces degenera psicológicamente en violencia: hasta ahora sólo había transcendido el momento en que golpeó a su conductor porque supuestamente se había equivocado en una maniobra de aparcamiento, estacionando cerca de las habituales manifestaciones de protesta que le acompañan: el rey no quería además que se supiera públicamente su enorme dificultad de movimientos. Pero además, esa mano larga también la empleó con su esposa y delante de un testigo de confianza, Sabino Fernández Campo, que se lo confió a otro para que el secreto no muriese en su tumba. Nadie lo hubiese creído y lo hubieran interpretado como un despecho por su despido.
Sabino conocía bien porqué. En esa época en España era tanto el temor reverencial al rey, –similar al que en Marruecos se profesaba antes a Hassan II y ahora a Mohamed VI– que ni siquiera las organizaciones feministas e institutos de la mujer –en España se cuentan por miles y todos ellos subvencionados con fondos públicos– han levantado la voz cuando el rey ha hecho valer un moderno “derecho de pernada”: fue denunciado por dos ciudadanos europeos que aseguran ser sus hijos, poseen testificales por parte de sus respectivas madres y piden una prueba de paternidad, algo que la ley española impide practicar al monarca.
Ellos sí se la han hecho y aún viviendo uno en Barcelona (Albert Solá) y otra en Bélgica (Ingrid Sartiau), sin conocerse previamente, han dado positivo: son hermanos. Pero los políticos españoles de la transición hicieron al rey “inviolable” y es inimputable por cualquier delito, tanto penal como civil. Es una interpretación muy restrictiva de su inmunidad que hace el Consejo General del Poder Judicial, sometido también a su influencia. Ningún juez en España se atrevería a decir lo contrario y de hecho las dos pruebas de paternidad fueron desestimadas por dos juezas (María Isabel Ferrer-Sama y Milagros Aparicio), para mayor escarnio del feminismo oficial y del principio europeo de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
El jefe de la Casa Real siempre fue un testigo incómodo en la Zarzuela y por eso Juan Carlos se lo quitó de encima. Son innumerables los testimonios que así lo acreditan, entre ellos los del propio Sabino. Todos figuran entre las fuentes de esta crónica, pero el episodio más relevante fue el que desencadenó su cese. Lo cuenta el banquero Mario Conde, urdidor de la trama:
“En el verano de 1992 lo que publicó “El Mundo” fue una vinculación del Rey con Marta Gayá, así, con nombres y apellidos. Era la primera vez que algo semejante sucedía en España. Yo hablé con Pedro Jota Ramírez y él me dio una información y yo dije: “No me la des a mí, se la das al Rey”. Y ahí, Pedro Jota Ramírez desveló sus fuentes [Sabino Fernández Campo] y el Rey se quedó tranquilo. ¿Hubiera sido posible que, a la vista de semejante información, el Rey hubiera podido hablar con Agnelli, que controlaba la mayoría del capital de “El Mundo”? Hubiera sido posible. ¿Hubiera sido posible que, después de hablar con Pedro Jota, el Rey le dijera a Agnelli que no hacía falta vender porque la culpa era de otra persona? Muy, muy posible”.
La decoradora mallorquina Marta Gayá ya era tan asidua en las estancias veraniegas del monarca en el Palacio de Marivent que los “paparazzis” podían provocar con sus fotos juntos la ruptura del matrimonio Juan Carlos-Sofía. De hecho, la reina ya había amenazado con el divorcio y su marcha a Londres, donde reside su familia exiliada de Grecia. La desavenencia conyugal hubiera supuesto un problema de Estado: no se sabía como reaccionaría la sociedad española ante su mitificado y protegido monarca. El posterior episodio de Bostwana parece que le dio la razón a Sabino quien, al corriente de la situación, decidió darle un “toque”. Lo cuenta el periodista Carlos Dávila, que lo frecuentó antes de morir:
“Eran momentos especialmente difíciles para los principales colaboradores del Rey, singularmente para el propio Sabino y, desde luego, para el director del departamento de Medios de Comunicación, una persona extremadamente educada, gentil, inteligente y bondadosa: Fernando Gutiérrez. La revista italiana Oggi había publicado un reportaje en el que, sin disimulos, se refería a una cierta dama española relacionada, en información de la revista, con el Rey. “El Mundo” se hizo eco del reportaje y el Rey, visiblemente molesto, llamó a Mario Conde y al director Pedro J. Ramírez. Éste, sin ambages, le dijo: “Esto se ha publicado por indicación del general Sabino”. Cuando, como hice yo, alguien preguntaba al general por este pasaje, él hacía gala de su sonrisa más templada, también la más sugestiva, y musitaba, casi en tono inaudible: “Bueno, es cierto que alguna vez he comentado de rondón con Alonso Manglano (el general Alonso Manglano, director general del CESID durante el felipismo) que, de vez en vez, no está mal darle un toquecito al Rey. Los dos estábamos de acuerdo”.
Lo cierto es que Juan Carlos culpó a Sabino de haber autorizado la difusión de las fotos de “Oggi” en “El Mundo”, nunca aceptó que sus irresponsables escapadas extraconyugales en pleno verano mallorquín y ante mil ojos fuesen la causa y no la consecuencia. Lejos de amilanarse, Juan Carlos prosiguió con sus aventuras amorosas, pues creía dominada a la prensa española, que era la que le importaba.
“La decoradora balear”, “la vedette”, “la estrella del destape de impresionantes ojos verdes”, “las dos Palomas” o “las aristócratas” son algunas de las mujeres con las que, tal y como relata Pilar Eyre, el Rey habría sido infiel a su esposa, según su libro “La soledad de la reina”. La princesa Corina Sayn-Wittgenstein, María Gabriella de Saboya, exmujer de Robert de Balkany, la condesa Olginha Nicolis de Robilant, o incluso la propia Sara Montiel aparecen en el libro como apasionadas amantes de Su Majestad, quien, según Eyre, decidió dar rienda suelta al gen Borbón:
“Ella se entera de la primera infidelidad de su marido poco después de que el Caudillo falleciera. Cuando ésta se produjo, pusieron dormitorios separados y no volvieron a funcionar como matrimonio nunca más. Tras ese episodio, se fue a la India con su madre y sus hijos con la intención de separarse. Luego volvió y aceptó su destino, a pesar de que desde entonces cada uno hace su vida”, prosigue la escritora y experta en Casa Real, a la que echaron de Tele 5 por desvelar estos episodios en antena.
¿Deben importar los devaneos extramatrimoniales del rey a la sociedad española? Si se producen con dinero público, sí. Y Juan Carlos no sólo ha usado a las fuerzas de seguridad del Estado que paga el erario público para cubrir sus infidelidades, sino que, en un gesto sin parangón entre las monarquías cristianas o islámicas, le construyó a la última de sus amantes una casa aneja en el Pardo.
Hablamos de la espléndida Corinna Sayn-Wittgenstein (50 años), que se instaló con su hijo Alexander en el coto privado de caza de Juan Carlos –también en terreno público– y desde allí le preparó las monterías con sus amigotes, la misma labor que había hecho en Bostwana. Y no fueron pocas: un contrato real ha desvelado que en la última temporada las partidas del rey que organizó Corinna en el Pardo mataron 1800 gamos, 800 ciervos y 900 jabalís. Ningún partido político del régimen, ningún diputado o senador, republicano, monárquico, de izquierda o de derecha, ha preguntado por esta cuestión para no importunar al monarca, pero las farras debieron ser de campeonato. Es la conocida “casta” española que está en trance de comenzar a ser sustituída el próximo 25-M.
Corinna provocó la última crisis conyugal tras descubrirse que el monarca le había habilitado ya esa casa propia en “La Angorrilla”, al lado de la Zarzuela, y suscitando con ello el enfado de la paciente o cínica Sofía: “como cualquier querida real de otros tiempos, tiene su propio chalet en el Palacio del Pardo, una de las sedes reales en Madrid y viejo coto de caza de los Austria y los Borbón. Allí, Corinna organiza las cacerías del Rey y además oficia como anfitriona de los convites, usurpando el lugar de la Reina, quien detesta ese deporte. Fue tal el lugar conquistado por la princesa, que hace unos meses él invitó a cenar a sus tres hijos, Elena, Cristina y Felipe para notificarles, de una vez por todas, la verdadera naturaleza de su relación con ella”, señaló un periodista que publicó algunos detalles. La situación de la pareja real ha seguido deteriorándose hasta tal punto que el periodista Raúl del Pozo llegó a escribir: “Acabo de saber de muy buena fuente que a principios de 2012, en el comienzo de la legislatura, el Rey planteó al presidente del Gobierno su intención de divorciarse”.
Los secretos de alcoba del rey, que ya no son tan confidenciales gracias a la valentía de todos estos periodistas, no son meros asuntos privados. Carlos Dávila asegura que el testaferro del rey, Manuel Prado y Colón de Carvajal, intentó comprar el silencio de Sabino. Y había muchos políticos en el ajo: “un enviado especial del financiero luego procesado, le ofreció una magnífica casa de 500 metros cuadrados, una casa antigua, decorada con todo lujo de detalles, en la zona más noble de Madrid. Sabino la rechazó así: “Yo vivo muy a gusto en mi pisito del Centro Colón”.
“Y es que a Sabino la época de la corrupción generalizada que estalló en España en tiempos socialistas le indignaba especialmente. Hasta la Casa llegó la deriva de aquella situación fétida insoportable. Sabino atribuía no sólo a Prado, sino incluso al rey Simeón (al que no tenía simpatía alguna) una influencia perniciosa sobre el Rey. Afirmaba que no había tenido empacho en “comunicar a quien procedía” que Simeón “se estaba forrando utilizando su nombre, creo, que en vano”.
“Algún momento más, tremendamente delicado, vivió Sabino en La Zarzuela. El Rey guardaba con Felipe González una relación muy peculiar: de afecto y camaradería, se puede decir. Cuando se preparaba la Exposición Universal de Sevilla, Felipe González era —a ello se refería Sabino— acosado por asesores y cómplices que querían hacer negocio a costa de la Expo. González, franco él, se dirigió una vez al jefe de la Casa y, enfadado, se expresó así: “Dile a Manolo Prado que del 20% nada, que se conforme con el 2%”. Igualmente enojado, replicó Sabino: “No se de qué me hablas y, en todo caso, ese recado no soy el más indicado para transmitirlo”. Según su testimonio, el Rey Constantino de Grecia también usaba su nombre para hacer negocios con Zarzuela y facilitar el acceso privilegiado a Juan Carlos”, concluye Dávila tras entrevistarse con Sabino.
El episodio de violencia doméstica de Juan Carlos contra Sofía se lo relató Sabino al abogado Antonio Garcia-Trevijano, que fue amigo del monarca durante su estancia como cadete militar en Zaragoza, donde él ejercía como notario. Sabino estaba dolido por su cese: “¿recuerda usted si hubo un complot detrás de su destitución como jefe de la Casa Real, en enero de 1993?, le pregunta Javier Fernández López, autor del libro “Sabino Fernández Campo. Un hombre de Estado”. “Hay cosas que conviene perdonar pero no olvidar, porque sirven de experiencia. Yo perdono la calumnia, la faena, y estoy dispuesto a darle la mano a todo el mundo: no quisiera tener enemigos. Sí, en su día soporté la urdimbre que me destituyó de La Zarzuela, y me demostró que soy fuerte. Fue injusto, pero Dios es muy generoso y a veces pone las cosas en su sitio. Estoy muy satisfecho de haber sufrido. Hablando francamente, personas que me empujaron fuera de La Zarzuela, porque les estorbaba, están en peor situación que yo, que ni estoy en el banquillo de los acusados ni en la cárcel ni pendiente de condena (habla de Mario Conde)”.
Sabino siempre se sintió traicionado simplemente por haber tenido la valentía de defender ante el rey criterios de sensatez y honradez. Con ese estado de ánimo fue a la entrega de unos premios de la Compañía de Seguros Pelayo y allí vio al que fuera amigo del rey cuando sólo era un príncipe campechano, algo torpe y atolondrado. Antonio García Trevijano se sorprendió al ver que alguien le tocaba la espalda y se presentaba para felicitarle por haber tenido el valor de acercarse a la verdad: Sabino se refería al artículo que había publicado en “El Mundo” señalando al Rey Juan Carlos como el instigador del golpe, a raíz de la frase de su mensaje a Milans del Bosch: “después de este mensaje ya no puedo volverme atrás”.
Sabino y Trevijano quedaron para más tarde y posteriormente, en un almuerzo a solas en el Club 31, el ya ex jefe de la Casa Real le confirmó nuevamente que Juan Carlos era el responsable último del golpe. En ese sentido le proporcionó varias pruebas: Alfonso Armada se presentó el 11 de febrero en Zarzuela sin tener audiencia y le dio la orden de que le llevara ante Juan Carlos. Y cuando Sabino le dijo que no era posible, consultó con el monarca, “y éste le dijo que Armada tenía prioridad”. Si no se ha destruido o manipulado, el registro de entrada de Palacio debe confirmar que, para dar paso a Armada, hubo que suprimir la visita de su primo, Alfonso de Borbón. Y el télex original de la Agencia Efe con esa primera declaración –“después de este mensaje ya no puedo volverme atrás”– fue destruido por un capitán enviado expresamente por Sabino desde Zarzuela a la calle Espronceda.
Los detalles del encuentro de Sabino con Trevijano se los proporcionó al periodista Enrique de Diego, al que le concedió una jugosa y larga entrevista disponible en internet: “Sabino Fernández Campo le confirmó que Juan Carlos había sido el organizador del golpe de Estado del 23-F que llevó a cabo Alfonso Armada”. Trevijano le aseguró a los periodistas coruñeses Isabel Bugalla y Daniel Prieto que “se sigue ocultando que el promotor del 23-F fue el Rey Juan Carlos I. Esto lo dije entonces”.
“Al poco de haber publicado esta opinión mía en un periódico (“El Mundo”), Sabino Fernández Campo –Secretario General de la Casa Real española– me dijo que yo había sido el único que había dicho la verdad sobre aquellos hechos. Además, me confirmó que mi interpretación había sido exacta y que el Rey había sido el responsable de todo. En vida, Sabino jamás lo desmintió”. Y añade que el alto cargo de la Casa Real proporcionó varios indicios que deberían ser investigados: “el socialista Enrique Múgica, con el acuerdo tácito de Felipe González, dio luz verde a la operación en la cena con el general Armada en Jaca, la propia reina Sofía cometió la maliciosa indiscreción de contar que el rey “engañó” a los generales diciéndoles que estaba de acuerdo con ellos (una forma de justificar su inicial apoyo) y después cumplió su promesa de que hablaría con los jueces para que no hubiera condenas a la mayoría de los militares del 23-F, por eso Armada entra en la Zarzuela y en el Congreso ofreciendo un Gobierno de concentración con 19 ministros y un avión para Tejero. Y por eso el rey cumple: fueron indultados”.
Es en el transcurso de esa conversación sobre el 23-F, Sabino le describe a Trevijano la situación, a veces intimidatoria, que supone trabajar codo con codo con el rey cuando se le contraría: “Me cuenta más cosas, las escenas tan horribles, yo no voy a contar ninguna intimidad, porque me contó cosas horribles de las relaciones entre el rey y la reina, no me prohibió que las contara, pero son tan duras, íntimas y violentas que yo mismo tengo el pudor de no decirlo. Después hubo una reconciliación, en años posteriores, pero en el momento en que le hizo esa faena, Sabino me contó todo”.
La “faena” en cuestión fue la citada agresión: en presencia del Sabino Fernández Campo, conde de Latores, y en un almuerzo en Palacio donde estaban solos los tres junto al servicio, el rey Juan Carlos le arrojó un plato a la cabeza a Sofía en plena discusión conyugal. “Le hizo daño, aquello fue una situación muy desagradable de presenciar”, le explicó el jefe de la Casa Real al abogado para ilustrar cómo el monarca tenía muy mal vino. Un secreto más que Juan Carlos no conseguirá llevarse a la tumba.
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