La ciencia no es una fe
Y
aquí reside lo importante por lo que respecta a mí y a quienes piensan
como yo. Nuestra “creencia” no es una fe. Nuestros principios no son una
fe.
No confiamos exclusivamente en la ciencia y en la razón, ya que
estos son elementos necesarios en lugar de suficientes, pero desconfiamos de todo aquello que contradiga la ciencia o atente contra la razón.
Podemos discrepar en muchas cosas, pero lo que respetamos es la libre
indagación, la actitud abierta y la búsqueda de las ideas por lo que
valen en sí mismas.
No mantenemos nuestras convicciones de forma dogmática. No somos inmunes al reclamo de lo maravilloso, del misterio y el sobrecogimiento: tenemos la música, el arte y la literatura, y nos parece que Shakespeare, Tolstoi, Schiller, Dostoievski y George Eliot
plantean mejor los dilemas éticos importantes que los cuentos morales
mitológicos de los libros sagrados. Es la literatura, y no las sagradas
escrituras, lo que nutre la mente y (ya que no disponemos de ninguna
metáfora) también el alma.
No creemos en el cielo ni en el infierno,
y ninguna estadística demostrará jamás que sin este tipo de lisonjas y
amenazas cometeremos más delitos de codicia o violencia que los
creyentes. (De hecho, si se pudiera realizar alguna vez el estudio
estadístico, estoy seguro de que la evidencia sería a la inversa.) Nos
conformamos con vivir sólo una vez, salvo a través de nuestros hijos, a los que nos alegramos absolutamente de sentir que debemos abrir camino y dejar sitio.
Especulamos con la idea de que al menos
es posible que, una vez que las personas acepten el hecho de que sus
vidas son cortas y penosas, tal vez se comporten mejor unos con otros, y no peor. Estamos seguros de que se puede vivir una vida ética sin religión.
Y de hecho sabemos que el reverso es cierto: que la religión ha
ocasionado que innumerables personas no sólo no se comporten mejor que
otras, sino que concedan licencias para comportarse de formas que
dejarían estupefacto al regente de un burdel o a un genocida.
Y lo que tal vez sea más importante: nosotros, los infieles, no necesitamos ningún mecanismo de refuerzo. Somos aquellos a los que se refería Blaise Pascal cuando afirmaba “estoy hecho de tal manera que no puedo creer”.
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