El 22 de julio sale de prisión Enrique Kuadra. ¡Bienvenido!
Enrique ha comunicado que tras notificarle que tenía ganada una semana en el recuento de pena, parece que por fin el martes 22 de julio, a las 9 de la mañana, será puesto en libertad desde la cárcel de Daroca, en Zaragoza. Militante de los GRAPO e histórico militante comunista, vecino de Barakaldo (Bizkaia) saldrá tras 19 años de cárcel en esta su tercera etapa en prisión.
Salida tras 19 años de prisión
Tras un cáncer de próstata. Dos encarcelaciones anteriores.
Preso político en Francia y España...
Martes 22 de Julio 2014, 9 horas
El comienzo de
mi andadura política es casi parejo al laboral. En el año 1964 ingreso
en la Escuela de Aprendices de Altos Hornos de Vizcaya y en el año 1967
paso a formar parte de la plantilla de soldadores del departamento de
Reparaciones Mecánicas, por entonces ubicado en el municipio de
Barakaldo, en el que, por cierto, había venido al mundo allá por el año
1950. A escasos 100 metros se encontraba el departamento de los hornos
de fundición Martín Siemens que luego se convertiría en el Horno
Eléctrico, donde trabajaban mi padre y su propio padre.
Es,
precisamente, bajo la influencia de mi padre y junto con él, como recibo
mi primer bautismo de fuego en la lucha sindical en la huelga que
iniciamos todos los trabajadores de la empresa en el año 1969, la más
significativa de toda su historia. Su carácter prolongado, asambleario y
radical, de enfrentamiento con las fuerzas represivas, fueron sus
rasgos más generales. A nadie se le podía escapar que a las
reivindicaciones laborales y sociales que la impulsaron, se unía el
trasfondo político de la época, marcado por una fuerte oposición al
régimen que acabaría por acorralarlo y arrancarle importantes derechos
laborales, sociales y políticos.
Todo ello
conformaba un estado de efervescencia. La década del 69-79 fue de una
gran intensidad y actividad política, donde la lucha de clases alcanzó
cotas de participación de masas y de conciencia política nunca vistas
hasta entonces en nuestro país. Mi participación en casi todas las
luchas de esa década, desde las sindicales hasta las movilizaciones
pro-Amnistía, marcaron para siempre el rumbo de mi vida.
En 1973 toma
contacto con la Organización de Marxistas Leninistas de España. A partir
de ese momento, a mi labor sindical independiente en la fábrica se va a
unir la labor política que esa organización llevaba a cabo. Pronto voy a
formar un círculo de simpatizantes que alternábamos las labores de
trabajo y lucha en el seno de nuestro taller y el conjunto de la
empresa, con las tareas políticas de la OMLE.
En las
asambleas departamentales y generales que continuamente se forman ante
cualquier problema, se va manifestando dos formas de entender la lucha
reivindicativa: la de las componendas con la dirección de la empresa, y
quienes apostábamos por arrancar nuestras reivindicaciones a través de
la lucha más decidida. Era el reflejo, en el plano sindical, de las
concepciones que se estaban enfrentando en el plano político entre las
posiciones reformistas y las revolucionarias.
En el plano
sindical, a la batalla contra las posiciones de la dirección de la
empresa se va a unir otra que se entabla entre quienes concebíamos la
asamblea y la elección directa y revocable de nuestros delegados, como
órgano supremo de los trabajadores y los que proponían el esbozo de lo
que después sería los comités de empresa y los sindicatos integrados en
el sistema, apéndices del capital en su enfrentamiento con los
trabajadores. Esta fue la labor principal de los Corcuera y cia, de los
comisioneros y demás ‘izquierdosos’, en su objetivo de buscarse un lugar
al sol a costa de la lucha y el sacrificio de los trabajadores. Unos y
otros, me propusieron en diversas ocasiones -y al mismo tiempo que a
ellos- ‘fichar’ por uno u otro futuro sindical o político (quien sabe,
si a estas horas hubiese podido llegar a jefe de los represores o a
cualquier otro puestecito que me hubiese dado una vida placentera a
costa de engañar una y otra vez a mis compañeros de trabajo y de clase),
cosa que rechacé en todo momento, prosiguiendo con mi labor sindical
independiente y mi acercamiento ideológico y político a las posiciones
que mantenía la OMLE.
La celebración,
en junio de 1975, del Congreso reconstitutivo del Partido Comunista de
España va a dar un impulso importante a la labor que veníamos realizando
el círculo de simpatizantes y militantes en la fábrica. Esa labor se
refuerza con la entrada de otros militantes procedentes de otras
empresas, especialmente de las contratas del naval, y que pasan a formar
parte de la plantilla de fijos de Altos Hornos de Vizcaya. Se forma así
un comité del Partido en la empresa, apoyado por un círculo de
simpatizantes que realizan una gran diversidad de tareas. Nuestra
influencia en el departamento de Reparaciones Mecánicas es decisiva, y, a
través de las asambleas generales, en el conjunto de la empresa. Si
bien nuestra labor es abierta entre nuestros compañeros, nuestra
militancia es mantenida en secreto a nivel general, para poder eludir
así la labor de la policía y de sus confidentes que pululaban en los
sindicatos oficiosos y que nos denunciaban ante ella.
Tras la
creación del partido revolucionario de la clase obrera que había sido
degenerado por la banda carrillista, la mayoría de sus militantes y
simpatizantes nos proponemos un paso más en nuestro compromiso.
Ciertamente, hubo -como siempre ocurre en estos casos- a quienes ese
plus de compromiso les vino ya grande para sus aspiraciones personales y
abandonaron el partido y la lucha, unos con la franqueza de reconocer
que sus fuerzas ya no aban más de sí para el compromiso revolucionario;
otros can la marrullería y la ‘justificación’ de diferencias políticas a
lo que no era más que ausencia de energías revolucionarias y de
conciencia de clase.
En medio del
permanente estado de combate en que se encontraban las masas
trabajadoras por aquella época, llegamos al año 1979 en que tengo que
tomar una decisión importante para el futuro de mi vida y compromiso
político: ante el requerimiento del Partido para realizar otras labores,
y toda vez que la policía y sus colaboradores ya nos venían pisando los
talones, decido abandonar el trabajo en la fábrica -después de 16 años
en la misma-, mi familia y amistades, para pasar a la clandestinidad.
Atrás dejaba un intenso trabajo sindical y político. A pesar de haber
tenido que pasar por todos los puestos de responsabilidad y a todos los
niveles en el Partido en Euskal Herria, mis cualidades y experiencia
hace que la dirección del Partido considere que es en la Comisión de
Organización del Comité Central donde mejor puedo desarrollar esas
cualidades y hacer más efectiva mi labor partidista. Acaba pues una
etapa de mi vida personal y política y comienza otra que va a tener para
mí una gran trascendencia.
Primer paso a la clandestinidad
Poco más de un
año va a durar mi trabajo clandestino antes de ser detenido por primera
vez. Esto ocurre en noviembre del año 80 en Barcelona. La fuga de cinco
militantes de la cárcel de Zamora, en unos momentos en que las
organizaciones de nuestro movimiento habían sufrido fuertes golpes
represivos, encolerizó al Estado y puso a todos sus perros de presa tras
nuestras huellas. Los detenidos de esta época -donde lo habitual era
ser ejecutados allí donde te pillaban- sufrimos las peores torturas que
se recordaban desde la época franquista del régimen. Mi detención y
posterior interrogatorio no iba a ser una excepción en esos momentos.
Sabedores la policía de que yo había sido uno de los que había recogido a
los fugados y mi estrecha ligazón con algunos de ellos por mi trabajo y
responsabilidad, fui sometido a siete días de torturas sin parar en la
comisaría de la Vía Layetana en Barcelona. Con los pies reventados tras
ser golpeados con porras y cables durante esos días de detención, el
rostro desfigurado, orinando sangre, fui presentado ante el juez Bueren,
titular del Juzgado de Instrucción número 1 de la Audiencia Nacional.
Sin inmutarse lo más mínimo por mi estado y sin más pruebas que la de mi
pertenencia al PCE(r), me envió a la prisión de Carabanchel. A mi
llegada a la misma y visto el estado en que me encontraba, el director
no quiso hacerse cargo de mí y me envió al Hospital Penitenciario y
posteriormente a la enfermería hasta que me fui recuperando y pasé a la
galería de los presos políticos junto a mis camaradas y los compañeros
de ETA. Este fui mi primer contacto con la tortura de la que salía con
lesiones de las que nunca me he llegado a recuperar, pero con el orgullo
de que nunca entregué a ninguno de mis camaradas con los que tenía
contactos, que en aquellos momentos era con casi todos por mi puesto de
responsable de la Comisión de Organización del Comité Central.
También fue mi
primer contacto con quien a lo largo de 27 años viene ejerciendo mi
defensa: Juan Manuel Olarieta Alberdi. Un abogado de mi pueblo, hijo de
una conocida familia del mismo, al igual que la mía, y quien junto a
otros abogados han venido ejerciendo la defensa de los detenidos de
nuestras organizaciones y movimiento sin pedirnos jamás riada a cambio.
Especialmente recordada en esta labor lo será Francisca Villalba Merino,
nuestra querida Paca, fallecida hace unos años de una enfermedad
cancerígena y auténtica alma mater de esos desinteresados letrados que
han dedicado toda su vida a defender a los represaliados de toda
condición sin ningún ánimo de lucro. Nunca tendremos suficientes
palabras de agradecimiento hacia ellos por parte de todos los
represaliados.
Mi ingreso en la Universidad
Así calificaba
la propia policía nuestra integración en las Comunas que teníamos
formadas en las prisiones. Y lo decían con conocimiento de causa. La
Comuna, o las Comunas, que se formaban en las prisiones eran auténticas
universidades donde se practicaba el desarrollo integral de nuestra
personalidad. La organización colectiva y solidaria era un reflejo de
nuestra concepción de la sociedad que queremos construir. Todo el
colectivo participa en las labores de mantenimiento de la Comuna y todo
se organizaba en función de las necesidades de ese colectivo y su
servicio a la causa de nuestro movimiento. El único privilegio que se
consentía era el que tenían los responsables de las diversas áreas del
trabajo que por su responsabilidad en el mismo, trabajaban doble. Por
las mañanas se organiza el trabajo intelectual e ir así llenando las
lagunas teóricas de la ciencia marxista y dotar a los militantes de una
base teórica e ideológica, al mismo tiempo que se colabora en las tareas
generales del Partido en ese campo. Por las tardes tocaba trabajo
práctico. Elaborábamos todo tipo de manualidades que sirviesen a nuestro
movimiento, incluida su venta, para autofinanciar parte del gasto
comunal y paliar así el desembolso de nuestras humildes familias.
Comenzaba así
mi aprendizaje militante en el medio carcelario: una trinchera más de
nuestra lucha. Los cinco años y medio que permanecí en prisión me tocó
conocer y sufrir lo mejor y lo peor de este medio. Nuestro aterrizaje en
Herrera de la Mancha venía a ser la respuesta del Estado a nuestra vida
ordenada y digna en prisión. Querían destrozar toda esperanza y
organización colectiva en ese medio y consideraron que era el momento de
ponernos a prueba en ese centro de exterminio físico y moral.
Sólo nos
quedaba la resistencia más firme ante el envite, de lo contrario,
acabarían con nosotros. Y sólo nos quedaba, aparte del enfrentamiento
diario a las palizas y trato vejatorio, la huelga de hambre como último
recurso frente a la sinrazón y bestialidad de aquel centro de tortura
colectiva enclavado en medio de un campo desértico de la Mancha. Quién
le iba a decir a Cervantes que su obra se haría realidad en la lucha
numantina contra los gigantes del sistema represivo carcelario en
nuestras figuras.
De los dos
primeros años de prisión, junto a mis camaradas, acumulé un total de año
y medio en huelgas de hambre intermitentes. La última, de 67 días,
culminó con nuestra victoria sobre los planes de exterminio del Estado
fascista español. Atrás dejábamos un muerto y varios lisiados de todo
tipo y condición.
Los que
teníamos juicios pendientes íbamos y veníamos a la cárcel de
Carabanchel, donde se concentraban los presos que nos encontrábamos a la
espera de la instrucción o de juicio. Allí nos concentrábamos
habitualmente unos 120 presos de ETA y una treintena de nuestras
organizaciones. Y también allí, conocí a hombres como Yurrebaso
(recientemente detenido por la policía francesa y considerado un
interlocutor de la organización revolucionaria vasca con el gobierno de
Zapatero. Curioso dato éste que habla por sí mismo de las intenciones de
los diferentes gobiernos: todas las interlocuciones de la organización
han sido perseguidas o detenidas), su compañero de comando Joseba
Asensio -que moriría después en Herrera de la Mancha por desatención
médica-, a Juanito Trecet y tantos otros paisanos ejemplos de lucha y
resistencia por nuestros derechos nacionales y sociales.
Pero sin duda,
de todos los camaradas que allí conocí el de más trascendencia fue el
que sería nuestro primer mártir muerto en huelga de hambre: el
inolvidable y siempre recordado Juan José Crespo Galende Kepa.
Ya encabezaba la huelga de hambre por días cumplidos cuando se tomó la
decisión de proponerle su continuación o su cese. El elevado número de
días hacía que a partir de entonces la vida corriese peligro y
preveíamos que el Estado no iba a ceder en mucho tiempo, si es que lo
hacía. Alguien tenía que recordar este extremo a los huelguistas más
adelantados así como la voluntariedad de las decisiones que tomasen y
del peligro que corrían de continuar. El encargado de hacerlo fue Hierro
Chomón que a su vez me llamó a mí y juntos fuimos a hablar con Kepa y
el resto de camaradas que estaban allí y llevaban ya muchos días en
huelga de hambre. Le hicimos consciente -aunque no era necesario- del
peligro que corría si continuaba con la huelga y que era el momento de
tomar la decisión de dejarla si no se encontraba con fuerzas para
continuar. Tumbado en la cama de aquellas destartaladas y gélidas celdas
de la cárcel de Carabanchel nos contestó a nuestros requerimientos: No hemos llegado hasta aquí para nada, y si hay que morir para sobrevivir, se muere.
Me encontraba en la cárcel de Zamora, estaba en la celda con Txomin Muiños,
encerrados 23 horas al día y nos comunicábamos de una celda a otra a
través del tubo del agua del lavabo, cuando oímos que nos tocaban en el
tubo con unos golpecitos, señal que los camaradas de la celda contigua
querían decirnos algo: Askatu, Txomin, la radio acaba de anunciar la muerte de Kepa.
Yo llevaba en ese momento 40 días de huelga y continúe hasta los 67
ingresado en el Hospital Penitenciario de Carabanchel donde finalizó con
nuestra victoria sobre aquel primer intento de exterminio por parte del
Estado fascista español. Kepa se
convirtió a partir de aquel momento en el símbolo de esa victoria y
nunca más volvió a morir: vive siempre en nuestro recuerdo junto a otros
mártires de la causa.
Mi salida de la
cárcel, en el verano del 85, puso fin a esa primera etapa de mi paso
por la Universidad carcelaria. Y a buen seguro que lo aprendido durante
ese tiempo -en todos los planos, pero sobre todo, en el de la
resistencia en un medio tan hostil como la cárcel y el espíritu de
camaradería- fue tan provechoso que quedaría marcado para siempre en mí
como una experiencia que reforzaba la convicción de proseguir la lucha,
desbrozando el camino que algún día, aunque yo no lo vea, llevará a la
liberación de la explotación a la clase obrera y a los pueblos,
construyendo la sociedad socialista.
Nuevo paso a la clandestinidad: una necesidad objetiva
Tras salir de
la cárcel aprovecho para estar con mi familia, los amigos y compañeros
de trabajo, conocer cómo está el ánimo de los trabajadores, su nivel de
conciencia política y dejar algo organizado antes de volver a pasar a la
clandestinidad. Así estoy aproximadamente un año y me incorporo de
nuevo a la actividad partidista fuera del control de la policía. Corre
el año 1986.
Para la
organización del proletariado revolucionario, la clandestinidad es una
necesidad que nos viene impuesta por el carácter reaccionario del
régimen político que impera en nuestro país. La clase dominante, la
oligarquía financiera, y el Estado del que se sirve, nunca va a permitir
a la clase obrera organizarse de forma abierta, haciendo uso de los
medios legales que se han dado para ejercer su dominio. Esto, hacer uso
de esa legalidad para poder organizar a los obreros, es algo que sólo se
podrá alcanzar -y, previsiblemente, por cortos espacios de tiempo- a
través de una prolongada lucha de resistencia que les obligue a ello.
Esta es una característica general de la época en que nos toca vivir,
donde la tendencia que se impone en todos los países capitalistas es a
la fascistización y no a la ampliación de (os derechos democráticos.
Al poco tiempo
de incorporarme -apenas dos meses- soy de nuevo detenido en París,
ciudad en la que había fijado mi residencia de manera clandestina para
poder ejercer mejor el trabajo de dirección de las labores partidistas.
Una infiltración en nuestras filas de un supuesto colaborador
internacionalista nos delató a la policía francesa dando, de nuevo, con
mis huesos en la cárcel.
Soy condenado a
dos años de cárcel firmes y dos en condicional. Cumplo un total de año y
medio en la cárcel de Fresnes, en las afueras de París. Una macrocárcel
donde el hacinamiento y la disciplina de tipo militar es el medio
natural, teniendo que estar cuatro personas en una celda las 23 horas
del día. En sus subsuelos todavía se conservaban las guillotinas donde
los nazis ejecutaban a los resistentes franceses tras la ocupación en la
II Guerra Mundial, y en los ladrillos de los patios los nombres de
muchos de esos ejecutados y prisioneros. Cuando salgo de la cárcel hago
el mismo recorrido que la vez anterior y en el año 89 me incorporo de
nuevo a la clandestinidad.
Desde ese año
hasta el 92 vuelvo a mi antiguo puesto de responsable de la Comisión de
Organización del Comité Central. Las condiciones en las que tenemos que
realizar el trabajo de dirección desde Francia durante esa época son
extremas. Al desconocimiento de las costumbres y la lengua de un país
extranjero se unen la represión policial y la escasez de medios
económicos que complican aún más las labores de dirección y organización
ya de por sí desesperadamente lentas, como no puede ser de otra forma
en la etapa en que nos encontramos. En estas condiciones nos convertimos
en expertos en alquileres de las famosas Chambre de bonne, las
habitaciones de las criadas que van quedando para su alquiler. Éstas,
consisten en una simple habitación sin cocina, ducha o retrete, que hay
que utilizar de forma colectiva con otros vecinos en cada rellano de los
pisos.
Pero ni estas
ni otras dificultades hacen mella en nuestro ánimo y poco a poco vamos
levantando la organización en el interior de España y creando así
mejores condiciones para extender nuestra influencia entre los
trabajadores y otros sectores de la sociedad. Aún con todo y como no
puede ser de otra forma, insisto, un trabajo de organización
desesperadamente lento.
A finales del
año 91, principios del 92, la represión ha hecho mella en la
organización guerrillera de los GRAPO. Se necesita gente en todos los
frentes y me presento voluntario para integrarme en ella. Mi labor en la
organización guerrillera pasa por todos sus eslabones: desde la
dirección hasta los comandos de acción, pasando por logística o
falsificación. Y, como militante de la misma, soy detenido el 1 de
noviembre de 1995 en Barcelona, la misma ciudad en que había sido
detenido la primera vez. Pero no iba a ser ésta la única coincidencia.
Cuando de
madrugada la policía irrumpe en la casa donde vivía desde hacía dos
años, en el popular barrio de El Carmel, soy arrancado de la cama por
los GEOS y encapuchado, un policía de paisano me levanta la capucha y me
dice: Nos volvemos a ver Quique. Eran los dos policías que más
me torturaron en la detención de hacía quince años. Allí estaban, ahora
ocupando un puesto de mayor rango a pesar de que en su día fueron
denunciados por aquellas torturas. Una buena imagen para reflejar la
esencia del tránsito democrático de nuestro país.
Nada más
sacarme de la cama y semidesnudo, me subieron al monte del Carmel y allí
me pusieron una pistola en la cabeza y me preguntaron dónde estaba el
dinero cobrado a Publio Cordón, el resto de militantes, etc. Ante mi
negativa a articular palabra hicieron varios simulacros de disparar.
Sin embargo, la
lucha sí había cambiado algunas cosas. En esta ocasión en vez de 7 días
sólo estuve 3 en dependencias policiales. La tortura no fue tan salvaje
como la vez anterior, aunque sí más sofisticada. Al segundo día sufrí
una deficiencia coronaria y lo primero que me trajeron fue un médico de
su confianza. Cuando el policía me lo presentó, me dijo: Aquí tienes a un viejo amigo.
Era el mismo médico que cuando me torturaron la primera vez y me habían
reventado las plantas de los pies me vino a curar para que siguieran
torturándome. Me dio unas pastillas para la garganta, pues también me
había quedado sin voz y como la cosa no mejoraba, evidentemente,
tuvieron que llamar al juzgado de guardia y a un equipo médico. Allí
mismo, sobre una mesa del despacho policial me sometieron a un
electrocardiograma y me diagnosticaron una taquicardia sin más.
Tras el paso de
rigor ante el juez de la Audiencia Nacional para el burocrático mandato
de mi ingreso en prisión, recalé en el módulo de aislamiento de la
cárcel de Alcalá Meco. Un módulo entero prácticamente para mí sólo y los
presos que enviaban allí castigados. Al cabo de un mes metieron a otro
preso político con el que luego coincidiría varias, veces en la cárcel
de Valdemoro -cuando me llevaban allí para acudir a los juicios a la
Audiencia Nacional- y con el que he seguido manteniendo esa relación de
amistad en nuestro periplo carcelario: Iñaki de Juana Chaos.
A los seis
meses de estar en esa cárcel soy trasladado a la de Almería para
reunirme con los camaradas Brotons y Hierro. Las direcciones de nuestras
organizaciones nos habían elegido para representarles en las
conversaciones que el gobierno de Aznar quería mantener con nosotros.
Atrás quedaba una nueva huelga de hambre (he perdido ya el número que
hacía de todo mi recorrido carcelario) de 30 días que hicimos todos los
camaradas por las condiciones carcelarias en que nos encontrábamos.
De Almería
somos trasladados a Córdoba y de allí a Sevilla, cárcel ésta, que el
gobierno de Aznar había elegido para llevar a cabo los contactos con
nosotros durante ese proceso de conversaciones. Allí, volví a coincidir
con un grupo de camaradas a los que no veía desde hacía muchos años.
Como se puede suponer la alegría fue indescriptible, no exenta de
discusiones de todo tipo entre trabajo y trabajo y partida de dominó.
Este período de
conversaciones acabó cuando a punto de llegarse a un acuerdo el
gobierno de Aznar se echó para atrás. El motivo no era otro que su
negativa a ceder ante las reivindicaciones que le exigíamos y que
afectaban a la mejora de las condiciones políticas, económicas y
sociales de los trabajadores y los pueblos, y que se nos permitiese
poder realizar nuestro trabajo político sin ser perseguidos por ello.
Desde entonces
-hace ahora 11 años- he permanecido en esta prisión. La mayoría de los
camaradas con los que estaba salieron en libertad una vez cumplidas sus
condenas, con sus 20 años a cuestas e incluso, alguno, con 25 años de
cárcel.
En estos casi
12 años de cárcel que llevo (19, si contabilizamos el total) en esta
tercera, y supongo que definitiva, entrada en prisión, el tiempo y las
condiciones carcelarias me han propiciado proseguir el proceso de
conocimiento de la teoría marxista, atender la correspondencia con otros
camaradas que se encuentran en condiciones de un mayor aislamiento y
proporcionarles así noticias y un soplo de camaradería.
Sin embargo,
esta labor se ha visto entorpecida por la intervención de las
comunicaciones que se nos ha impuesto. Toda la correspondencia que entra
o sale es sistemáticamente retenida y enviada a Coordinación de
Seguridad de Instituciones Penitenciarias. Allí se examina y te
devuelven al cabo de un mes o dos meses lo que ellos consideren
oportuno. Un ejemplo reciente. Hace quince días me metieron un paquete
que contenía un libro e Pablo Neruda, el tomo 23 de las obras completas
de Lenin y una tarjeta de felicitación por mi cumpleaños de mi mujer y
mi hijo. Pues bien, todo ha sido requisado y enviado a Madrid.
Una vida al servicio del verdadero progreso social
Casi 40 años de
actividad sindical, política y militar (repartidos entre los 10
primeros años de trabajo legal, los 11 siguientes de clandestinidad y,
entre medias, 19 de cárcel) dan para muchas reflexiones. Cuando uno
acaba de cumplir 57 años con ese bagaje a cuestas se pregunta muchas
cosas. La primera de ellas es si habrá merecido la pena tanto sacrificio
para la consecución de un objetivo hipotético que acaba de sufrir una
derrota histórica: la construcción de la sociedad socialista; que,
además, a buen seguro, no lograré ver.
La militancia
revolucionaria, comunista, nunca ha sido un camino de rosas. La época
que nos ha tocado vivir parece que va a contracorriente de la necesidad
histórica. Cuanto más se manifiestan las causas que objetivamente
empujan hacia un cambio radical en la organización económica y social de
la humanidad, que supere la irracionalidad y la barbarie en que la
tiene sumida el sistema capitalista, más radicales se muestran, en su
reacción contra esa necesidad objetivamente histórica, las clases
dominantes: la tendencia hacia la fascistización de los regímenes
políticos que se erigen sobre ese modo de producción capitalista es
universal, y, por tanto, la más clara manifestación del agotamiento al
que ha llegado en el plano histórico.
El sacrifico
del revolucionario que lucha junto a las masas obreras y populares
-auténticas protagonistas del desarrollo de la historia de la
humanidad-, para facilitar ese cambio progresista de la sociedad
capitalista a la sociedad comunista, es una ínfima aportación, aunque
decisiva, a ese proceso. Tener conciencia de ello es fa mayor
satisfacción para un comunista. Sin esta convicción en lograr ese
objetivo humanitario -el más grandioso y efectivo de todos- no podríamos
soportar tanto sacrificio y tanta renuncia.
Pero es que
también en el plano personal las satisfacciones de la militancia
revolucionaria son muchas y muy intensas; por ejemplo, el conocimiento
de las leyes que rigen los fenómenos sociales nos posibilita una gran
libertad de pensamiento, opinión y conocimiento de esa realidad social; o
el alto grado de conciencia colectiva, ética y solidaria que da sentido
a nuestra práctica y vida diaria.
Esta biografía
no estaría completa sin reconocer las debilidades que de continuo nos
acechan: las dudas con que nos levantamos todos los días, el cansancio
que a veces nos invade, la rutina que amenaza corroernos, la impotencia
de lo no realizado, la frustración de lo que podía haber sido y no
fue... Todo esto, también forma parte de la biografía del revolucionario
y de su combate diario. De este obrero que un día, en su adolescencia,
comenzó a tomar conciencia de la existencia de otros muchos como él que
padecían sus mismos sufrimientos y desdichas, sus mismas luchas y
alegrías y que, aún hoy, sigue fortaleciendo su conciencia de pertenecer
a esa clase de iguales: los proletarios de todo el mundo.
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