HOY GERNIKA SE LLAMA GAZA
Es imposible añadir nuevos datos a los
que ya circulan por los medios sobre el bombardeo de Gaza. Netanyahu ha
utilizado como pretexto el secuestro y asesinato de tres jóvenes judíos
para atacar Gaza, una estrecha franja donde se hacinan 1.700.000
palestinos.
Su maniobra responde al deseo de malograr la reconciliación
entre Hamás y Al Fatah, superar la crisis de gobierno desatada por la ruptura entre el Likud y el partido ultraderechista Israel Beitenu,
y frustrar el acuerdo entre Rusia y la Autoridad Nacional Palestina
para explotar las reservas de gas en las aguas territoriales de Gaza. Ya
han muerto 1.150 palestinos, la mayoría civiles. 192 eran niños. Las
redes sociales están inundadas de fotografías de menores (a veces bebés)
mutilados, carbonizados, agujereados. Las toneladas de bombas israelíes
han provocado toneladas de escombros, enterrando a familias enteras,
sin respetar escuelas, hospitales o ambulancias. Gaza se ha convertido
en un nuevo Gernika, con pavorosos incendios que pueden fotografiarse
desde una estación espacial situada a 200 kilómetros de la tierra. El
astronauta Alexander Gerst ha capturado una imagen que recuerda a un
volcán enfurecido, arrojando lenguas de fuego. Desgraciadamente, no se
trata de un fenómeno geológico, sino de una prueba más de la crueldad
humana, capaz de adquirir un relieve cósmico.
El trabajo de los voluntarios, los
fotógrafos y los periodistas nunca ha sido más necesario, pues se juegan
la vida para realizar tareas humanitarias y mostrar al mundo lo que
sucede. No estaría de más que poetas, músicos o pintores inmortalizaran
estas semanas de espanto. Cuando los habitantes de Leningrado (hoy San
Petersburgo) soportaron un cerco de la Wehrmacht, que duró casi 900 días y mató a 1.200.000 civiles (la mayoría de las veces por hambre y frío), Dmitri Shostakóvich compuso su 7ª Sinfonía en do mayor,
bautizándola con el nombre de la ciudad mártir. La obra, que se había
estrenado el 5 de marzo en Kuibyshev (capital provisional de la Unión
Soviética cuando la caída de Moscú parecía inminente), se interpretó en
Leningrado el 9 de agosto de 1942. Hitler había vaticinado en Hotel
Astoria de Berlín que en esa fecha se rendiría la ciudad, exhausta por
el implacable asedio, pero Leningrado no solo resistía, sino que
–además- retiró del frente a decenas de músicos para que se incorporaran
a la Orquesta de la Radio e interpretaran una sinfonía que requería
cien instrumentistas. Los músicos abandonaron las trincheras con el
espíritu de un combatiente que simplemente cambia de posición. Cuando
acudieron al estudio, comprobaron que sus trajes de gala colgaban como
sacos. Sus cuerpos desnutridos apenas conservaban la mitad de su peso
habitual. Sin embargo, eso no les impidió atacar la obra con pasión y
energía. Las bombas alemanas no dejaban de caer, pero el general Gogorov
respondía a los cañones con fuego de contrabatería para acallar el
estruendo y permitir que los ciudadanos pudieran escuchar los cientos de
altavoces ubicados en las calles para retransmitir la sinfonía.
Shostakóvich había sido evacuado en
octubre para que la Unión Soviética no perdiera a uno de sus grandes
compositores vivos, pero la poetisa Vera Inber seguía en Leningrado con
su marido, médico y director de un hospital. Los dos permanecían
voluntariamente en la ciudad para ayudar a sus conciudadanos. Vera
compuso un emotivo poema:
En tu ternura siempre persevera,
Arde, mi corazón acribillado,
Sé para los amigos una hoguera,
Y caliéntalos en el día helado.El tronar de derrumbes suena en vano No retrocederemos ni un segundo… Yo llevo mi corazón en la mano Para ofrendarlo a los hombres del mundo.
El martirio de Gaza merece sinfonías,
versos, cuadros, solidaridad, rezos, lágrimas. Solo hay que observar las
fotografías de la masacre para descubrir que su sufrimiento reúne casi
todos los elementos del célebre cuadro de Picasso: madres con sus hijos
muertos en los brazos, caballos agonizantes, cuerpos mutilados,
bombillas moribundas o rotas, palomas que aletean entre el polvo, brazos
alzados al cielo, cráneos destrozados, caras aterradas, manos que
intentan contener hemorragias, casas en llamas, hombres implorando. Tal
vez falta el toro, pero si recordamos las palabras de Picasso, que
asocian la imagen a “la brutalidad y la oscuridad”, podemos deducir que
representa la barbarie de cualquier ejército –en este caso, el Tzahal.
Hitler pretendía destruir Leningrado, matando a su población de hambre y
frío y demoliendo edificio por edificio. Varsovia sufrió ese destino.
La París del Norte perdió el 80% de sus construcciones y a 800.000
habitantes. Ardieron bibliotecas, museos, iglesias, palacios. En
Leningrado, también desapareció su biblioteca, donde se atesoraban
libros con más de 200 años de antigüedad. No fueron las bombas, sino el
frío. Se quemaron para producir calor y eludir la muerte por
congelación. El criminal ataque de Israel contra Gaza no es una medida
de seguridad, sino un escalón más en su objetivo de destruir o desplazar
al pueblo palestino, expulsándole de sus propias tierras. Cualquiera
que observe el actual mapa de Cisjordania, con sus colonias ilegales,
apreciará de inmediato una operación de limpieza étnica. En Gaza, solo
es posible hablar de un genocidio progresivo.
Estados Unidos y la UE observan los
bombardeos con indiferencia. Lamentan que hayan muerto 192 niños
palestinos, pero respaldan a Israel. El médico voluntario noruego Mads
Gilbert ha escrito una carta al Presidente Barack Obama desde el
hospital de Shifa en Gaza, invitándole a pasar una noche entre los
heridos: “Más de 100 casos llegaron a Shifa en las últimas 24
horas. Ya bastante para un gran hospital bien entrenado y equipado con
todo lo necesario, pero aquí… casi no hay nada: no hay electricidad, ni
agua, ni materiales desechables, ni medicamentos, ni mesas de operación,
ni instrumentos, ni monitores… es como si todo hubiera sido sacado de
museos de hospitales del pasado. Pero estos héroes no se quejan. Ponen
manos a la obra, como guerreros, de frente, inmensamente resueltos.
Y mientras les escribo estas palabras, solo, en una cama, derramo
lágrimas, cálidas pero inútiles lágrimas de dolor y de pena, de enojo y
de miedo. ¡Esto no puede estar pasando!
Y entonces, justo ahora, la orquesta de la máquina de guerra
israelí comienza de nuevo su espantosa sinfonía: salvas de artillería
desde los barcos de la marina en la costa, los rugientes F16, los drones
enfermantes (los “zennanis” árabes), los hummers y los molestos
Apaches. Todo, demasiado, hecho y pagado por los Estados Unidos. Señor
Obama: ¿tiene usted corazón?”
No sé cuándo acabarán los bombardeos. El
Tzahal ha perdido a 46 soldados. Nunca había sufrido tantas bajas en
una operación de castigo. El doctor noruego Erik Fosse, que también se
halla en Gaza como voluntario, denuncia que Israel está bombardeando con
DIME. Las bombas DIME (Dense Inert Metal Explosive) contienen
wolframio, un metal cancerígeno que ayuda a producir microexplosiones
que atraviesan la carne y penetran en el hueso, a menudo destruyendo por
completo las extremidades inferiores de las personas afectadas. También
denuncia que se están utilizando nuevos tipos de armamento cuyas
lesiones ni él ni sus compañeros, con experiencia en zonas de guerra,
reconocen. Israel en otros ataques a la población de Gaza ha utilizado
varias veces armas prohibidas, como uranio empobrecido y fósforo blanco.
La población palestina ha servido de laboratorio experimental a la
industria armamentística durante décadas. Israel se encarga de probar
sobre el pueblo palestino las armas que luego vende al mundo. Si esta
vez ha llegado tan lejos, no es por simple venganza. Gaza ya era la
mayor cárcel al aire libre del planeta, pero ahora su paisaje es
semejante al de Gernika después del salvaje bombardeo del 26 de abril de
1937. Wolfram von Richthofen, mariscal de campo de la Luftwaffe y
comandante de la Legión Cóndor, escribió en su diario:
“Guernica, villa de 5.000 habitantes, ha sido literalmente asolada. […]
Un completo éxito de nuestras bombas”.
No sé si el mentiroso y marrullero
Netanyahu escribe un diario, pero le sobran argumentos para realizar una
anotación semejante. Beit Hanún y Shuyaiya están tan devastadas que sus
habitantes no logran orientarse por las ruinas. Lejos de debilitar a
Hamás, Israel ha proporcionado nuevos argumentos para la resistencia y
el odio. No lo hace por torpeza, sino para mantener la tensión y
propiciar nuevas escaramuzas, que servirán de coartada para nuevas
operaciones supuestamente defensivas. Hoy en día Gaza es Gernika y los
gobiernos occidentales no dejan de avergonzar a sus ciudadanos con su
pasividad o abierta complicidad. Al observar los horrores de Camboya o
la dictadura de Pinochet, Jean Améry, judío austriaco que sobrevivió a
Auschwitz y Buchenwald, escribió: “A veces pienso que Hitler ganó la
guerra”. Incapaz de soportar el rumbo de los acontecimientos, Améry se
suicidó en Viena en 1978. Han transcurrido casi cuatro décadas y
lamentablemente la crueldad, la codicia y la insolidaridad siguen
gobernando el mundo.
RAFAEL NARBONA
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