miércoles, 5 de marzo de 2014

Stalin, los torreznos y la muerte de José Díaz


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Por Alejandro Sánchez
A veces la mentira se esconde detrás de afirmaciones que, de tanto haberse repetido, se consideran incuestionables. El padre Feijoo contaba que de niño, siempre le habían dicho que comer cualquier cosa después del chocolate era dañino para la salud y por eso, dispuesto a comprobarlo, un día decidió hincharse a torreznos después del desayuno. No pasó nada, pero el monje demostró con ello que las leyendas pueden convertirse en verdad.

En una de las últimas presentaciones que hice de mi biografía sobre José Díaz Ramos, al terminar la firma de ejemplares, un muchacho se acercó a donde yo estaba. Era un chico muy joven, con grandes gafas, y vestido de una manera casi anacrónica, impropia de su edad. Se presentó tímidamente sin mirarme a los ojos y yo, para tratar de tranquilizarlo, le extendí la mano y le sonreí, dejándole claro que no estaba molestando. Me dijo que tenía que hacerme una pregunta que no se había atrevido a hacer durante la charla.
-¿Usted es stalinista verdad?
-¿Perdón?-la pregunta me dejó perplejo- ¿En qué te basas para hacer esa afirmación?
-No… –dudó- es que, como no ha demostrado que a José Díaz no lo mató Stalin…
Una vez más salía la eterna cuestión. Yo que creía que ese día no iba a tener que meterme en ese fregado y que ya me sentía a salvo.
-¿Y qué es lo que quieres que demuestre?
-Umm. No sé… ¿No ha encontrado ningún documento que diga que a José Díaz no lo mataron?
El desconocido hablaba de la cuestionada muerte de Pepe Díaz en Tbilisi y apuntaba a la posibilidad, tantas veces repetida, de que en vez de suicidarse, Díaz hubiese sido asesinado a manos de agentes soviéticos al servicio de Stalin. Sobre ese hecho no existía ninguna prueba pero aun así, la mentira se había remachado tanto que casi había logrado convertirse en verdad. Yo afirmé en mi libro que mientras que para defender la teoría del homicidio sólo teníamos las sospechas de El Campesino –que no estuvo allí-, pero que, para contradecirla, disponíamos de los diarios de Dimitrov que describieron su suicidio, además de documentos que confirmaban la querencia de Díaz por Stalin. ¿Por qué iba a querer asesinarlo? Mi contertulio tenía la respuesta a la pregunta:
-Porque Stalin ya había asesinado a otros altos cargos del comunismo.
En el momento le hice ver al chico la debilidad de su argumento. Le pregunté qué había desayunado ese día y me contestó que tostadas. Le pregunté nuevamente si había desayunado alguna vez churros, y al responder afirmativamente le dije:
-Ves, habrías podido comer churros hoy pero has desayunado tostadas. El hecho de que alguna vez hayas comido churros no significa que lo vayas a hacer siempre ¿no?
Daba igual lo que dijese, la mentira había sido repetida hasta el infinito y ningún argumento iba a ser capaz de convencer a ese muchacho, que ya había decidido seguir el principio goebbeliano de que una mentira repetida mil veces se transforma siempre en verdad. Poco importaba lo que demostrasen los documentos de Stalin o Dimitrov, ya que tenía más credibilidad lo que hubiese dicho El Campesino, a pesar de que probablemente esa teoría no hubiese sido formulada siquiera por él, sino por el trotskista Julián Gorkin, que era el que escribía los libros que firmaba el comunista renegado con la financiación de la CIA en el contexto de la Guerra Fría. Desde luego no ayudó a acabar con el mito del asesinato el que el partido y la propia familia negasen durante décadas el suicidio, pero defender a estas alturas de la historia que José Díaz fue asesinado me parece un despropósito. Lamentablemente presiento que queda mucho camino por andar para que en la historiografía comunista podamos comer torreznos y chocolate.

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