Los pueblos deben tener la última palabra. América Latina algún día dejará de ser el patio trasero del imperio norteamericano.
No es ningún secreto que Estados Unidos siempre ha considerado a América Latina su patio trasero. De hecho, ha intervenido militarmente o ha promovido golpes de estado en casi todos los países del subcontinente, aliándose con las oligarquías locales para defender sus intereses.
En nombre de la libertad y la democracia, ha pisoteado y expoliado a los pueblos, entregando el poder a déspotas tan abyectos como Pinochet, Videla, Hugo Banzer, Batista, Trujillo o Anastasio Somoza, cuyas atrocidades aún perduran en la memoria colectiva como un ejemplo de terror, corrupción y perversidad. El triunfo de la Revolución Cubana encendió un faro de esperanza y animó a otros pueblos a luchar por la libertad, pero la Doctrina de la Seguridad Nacional se movilizó de inmediato, calificando a los insurgentes de terroristas y desatando una política de exterminio contra la población civil de las zonas rurales. En Guatemala, al menos 200.000 personas desaparecieron entre 1960 y 1996. El pueblo maya sufrió un verdadero genocidio, que se ensañó especialmente con los niños. El objetivo era aislar a los guerrilleros de los campesinos, “quitarle al pez el agua”, según la jerga de los paramilitares. Actualmente, Estados Unidos ha cambiado de táctica. En México, se pretende aplicar la misma estrategia que en Libia, Siria o Ucrania. Destruir el país desde dentro, avivando los conflictos internos hasta desembocar en un Estado fallido, lo cual justificaría una “injerencia humanitaria” y el establecimiento de bases militares permanentes. Es la situación en la que se hallan Irak, Afganistán o Colombia.
LA ESCUELA DE LAS AMÉRICAS
La Doctrina de la Seguridad Nacional es un eufemismo para designar una política exterior basada en el terrorismo de Estado. Hasta 1984, Estados Unidos utilizó la Escuela de las Américas ubicada en Panamá para instruir en técnicas de contrainsurgencia a militares que más tarde se harían famosos por sus crímenes: el salvadoreño Roberto D’Aubuisson (responsable del asesinato de Óscar Romero y de los escuadrones de la muerte que mataron a 75.000 civiles entre 1980 y 1992); los argentinos Roberto Eduardo Viola y Leopoldo Fortunato Galtieri (ambos responsables de crímenes de lesa humanidad durante el infame Proceso de Reorganización Nacional, que costó la vida a 30.000 personas); el chileno Manuel Contreras (jefe de la siniestra DINA durante la dictadura de Pinochet, que hizo desaparecer a más de 12.000 opositores); el dictador panameño Manuel Antonio Noriega (agente de la CIA y conocido narcotraficante que –por razones desconocidas- rechazó la petición de Colin Powell de utilizar su país para lanzar una invasión militar contra la triunfante Revolución Sandinista ); Ollanta Humala (actual Presidente de Perú, pese a su implicación en crímenes contra la humanidad); Heriberto Lazcano Lazcano, alias el Verdugo y jefe del violento cartel mexicano de Los Zetas (supuestamente, murió en 2012 en un tiroteo). Se dice que Klaus Barbie, el famoso criminal de guerra nazi, impartió clases en la Escuela de las Américas. La Escuela de las Américas elaboró siete manuales de tortura especialmente enfocados a militares latinoamericanos, que explicaban cómo destruir psíquica y físicamente a los secuestrados. El primer manual se llamaba KUBARK y, al igual que los otros seis, se distribuyó entre los servicios de inteligencia militar de casi todos los países de América Latina. En sus páginas, se recomienda realizar los arrestos (o secuestros) a horas intempestivas, desnudar la víctima, taparle los ojos, incomunicarla en calabozos oscuros e insonorizados, privarla de sueño, alimento y estímulos sensoriales, exponerla al frío y al calor, jugar con su miedo e impotencia. Si estos métodos no producen el efecto deseado, se detallan diferentes grados de presión física: electrocución, golpes, asfixia, suspensión, vejaciones sexuales. Por último, se aconseja ejecutar a la víctima y hacerla desaparecer, lo cual agrava el sufrimiento de las familias y de las personas de su entorno, implicadas o no en sus actividades políticas, propagando de este modo una sensación general del miedo y la inseguridad. Algunas de las técnicas descritas han sido empleadas por el Estado español durante el régimen de incomunicación contemplado por la legislación antiterrorista. Varias sentencias del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo así lo avalan.
MÉXICO Y COLOMBIA
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El fin de las asonadas militares de las pasadas décadas no significa que ya no se torture o se mate en proporciones terroríficas. Durante los seis años de gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), 132.000 personas fueron asesinadas, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Supuestamente, la violencia que aún sacude a México, obedeció al propósito de acabar con los carteles de la droga. Algunos periodistas afirman que en realidad Felipe Calderón se alió con el cartel de Sinaloa, rompiendo el equilibrio de legislaturas anteriores, donde el negocio de los estupefacientes se dividía equitativamente entre las diferentes organizaciones criminales existentes. El escritor y periodista norteamericano James D. Cockcroft sostiene que Estados Unidos y el gobierno de Calderón organizaron conjuntamente la batalla contra el narcotráfico para frenar el avance de la izquierda en México. Después del levantamiento zapatista en Chiapas en 1994 y los fraudes electorales de 1998 y 2006, que impidieron llegar a la Presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, Estados Unidos sintió que el pueblo mexicano cada vez rechazaba con más firmeza su pretensión de controlar su destino. El 18 de marzo de 1938, el Presidente Lázaro Cárdenas decretó la expropiación de las compañías petroleras norteamericanas, consiguiendo la independencia económica y la apertura a los mercados internacionales. Cuarenta años después, el Presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) comenzó a desmantelar esa conquista, privatizando la banca, las telecomunicaciones, la electricidad, el agua, las riquezas minerales, las zonas marítimas, los puertos y los aeropuertos. Todos estos sectores pasaron a manos de empresas norteamericanas. El golpe maestro de este saqueo se consumó con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un verdadero instrumento de dominación que –según Noam Chomsky- “ha resultado más dañino para México que el colonialismo español”. De hecho, era evidente que la agricultura y la industria mexicanas no podrían competir en pie de igualdad con las exportaciones agroindustriales altamente subsidiadas de Estados Unidos ni con sus enormes corporaciones. Sin ninguna clase de medida arancelaria, los agricultores mexicanos no tuvieron otra alternativa que emigrar o cultivar marihuana y adormidera o “planta del opio”.
Desde entonces, la inmigración ilegal ha abastecido a las empresas norteamericanas de mano de obra barata, sin ninguna clase de derecho laboral o sanitario. Cuando el flujo se ha incrementado más allá de lo necesario, se ha militarizado la frontera para abrir o cerrar la esclusa. El TLCAN ha mejorado el comercio y la inversión extranjera, pero no ha incidido en la creación de empleos ni en la mejora de los salarios. Por el contrario, ha aumentado la concentración de riqueza en unas pocas manos. A finales de 2013, el gobierno de Enrique Peña Nieto aprobó una reforma energética que ponía fin al monopolio del Estado sobre los hidrocarburos y garantizaba el ingreso de capitales privados y extranjeros. Con esta medida, Estados Unidos vencía el último obstáculo para convertir el TLCAN, que incluye también a Canadá, en un bloque regional controlado por las grandes compañías norteamericanas. La creación en 2010 de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que excluye a Estados Unidos y Canadá, encarna la posibilidad de un nuevo espacio de independencia y dignidad, pero las grandes compañías petrolíferas norteamericanas ya se están preparando para desembarcar en México y, si es posible, en Caracas, liquidando el sueño del socialismo del siglo XXI, que ha conseguido aglutinar a Ecuador, Bolivia y Venezuela. ¿Quiénes son esas compañías? Entre otras, Exxon, Chevron, Schlumberger o Halliburton. La familia Bush, Dick Cheney y Donald Rumsfeld son sus principales accionistas y los creadores de la “guerra preventiva”, que ha permitido a Estados Unidos penetrar en Oriente Medio y apropiarse de sus riquezas, instalando bases militares permanentes y desestabilizando a los países de la región, con maniobras terroristas disfrazadas de querellas internas.
James D. Cockcroft sostiene que Estados Unidos nunca ha pretendido ganar la guerra contra las drogas: “Desde los años sesenta comenzó la globalización del narcotráfico. […] Si un país no colabora con el cuartel general del narcotráfico, que está en Washington, otro puede sustituirlo, porque todo el mundo está involucrado. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) señaló que en 2008 se inyectaron 3.000 millones de dólares del narcotráfico a los mayores bancos estadounidenses, lo cual les salvó del colapso. Si pensamos en la cantidad de dinero que se lava cada año desde por lo menos hace tres décadas, queda claro que el epicentro de esa economía de casino, especulativa, se halla en Washington. […] Estados Unidos se queda con el ochenta y cinco por ciento de las ganancias del tráfico de cocaína generado en Sudamérica. Por eso, los capitalistas no tienen ningún interés en resolver el problema de la droga, pues constituye una fuente inagotable de lucro. […] Los beneficios obtenidos con el narcotráfico se reciclan y reinvierten en los mercados internacionales de armas. Estados Unidos vende más armas que la suma de todos los países del planeta implicados en la producción y comercialización de armamento. Es el arsenal de la muerte del mundo”. Cockcroft afirma que Estados Unidos está tejiendo una alianza con los gobiernos neoliberales de la costa del Pacífico: Chile, Perú, Colombia, Centroamérica –con la excepción de Nicaragua, “donde Washington está fomentando un Estado fallido”- y, por supuesto, México. Es su apuesta para frenar a la CELAC y afianzar su dominio en la región. Dentro de este plan, Colombia desempeña un papel esencial.
Las protestas en Venezuela no cesan de ocupar portadas, pero Colombia raramente aparece en las noticias, pese a que sufre los estragos de una interminable guerra civil, cuyo inicio se remonta a 1964. Según el Informe ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, del Grupo Nacional de Memoria Histórica, han muerto al menos 220.000 personas y se han producido casi 2.000 masacres. El 67% de esas matanzas han sido perpetradas por el ejército y por los grupos paramilitares. Los grupos paramilitares no son unidades autónomas, sino escuadrones de la muerte instruidos por el gobierno bajo el asesoramiento de Estados Unidos. Se estima que hay dos mil fosas clandestinas en Colombia. Periodismo Humano ha recogido el testimonio de un paramilitar, relatando cómo a veces se optaba por descuartizar los cadáveres e incinerar los restos en hornos crematorios ocultos en la selva. En 2009, en el pequeño pueblo de La Macarena, región del Meta, 200 kilómetros al sur de Bogotá, se descubrió una fosa con 2.000 cadáveres. Al parecer, “falsos positivos” del Ejército Nacional, civiles asesinados y contabilizados como guerrilleros caídos en combate. De este modo, las unidades implicadas conseguían buenos porcentajes en sus presuntas operaciones contra la insurgencia y cobraban un complemento salarial por cada baja. En 2005, el ejército y los paramilitares cometieron una masacre en San José de Apartadó, vereda del municipio de Apartadó (Antioquía) como represalia por la muerte de un oficial y dieciocho soldados en una emboscada de las FARC. Tres niños fueron degollados y descuartizados. La matanza fue dirigida por el capitán Armando Gordillo. Aunque se le juzgó y se le impuso una pena de diez años de prisión, la ONU denunció que existía “un patrón de ejecuciones extrajudiciales” y que la impunidad abarcaba al 98’5% de los casos.
EL CASO MITRIONE
¿Qué sucedería si en Venezuela o Cuba se produjeran hechos semejantes, que solo encuentran un precedente en la Shoah o en matanzas similares en Guatemala, El Salvador, Argentina, Uruguay, México o Chile? Detrás de estos crímenes, siempre se halla Estados Unidos, impulsando golpes de estado, organizando ejecuciones extrajudiciales y enviando a agentes de la CIA o el FBI para instruir en técnicas de tortura. El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros ha pasado a la historia como una organización terrorista, pero lo cierto es que luchó contra criminales como Daniel Anthony Mitrione, destinado a Brasil, República Dominicana y Uruguay por la Casa Blanca como alto funcionario del United States Agency for International Development. En 1969, Mitrione llegó a Uruguay para transformar la tortura en un procedimiento rutinario de la policía. Su lema era: “El dolor exacto en el lugar exacto en la cantidad exacta para lograr el efecto deseado”. Mitrione utilizó el sótano de su propia casa en Montevideo para adiestrar sobre el uso de la electricidad en los interrogatorios. Cantrell, agente de la CIA, ha relatado que Mitrione ordenó secuestrar a cuatro indigentes (tres hombres y una mujer) y los torturó personalmente, aplicando diversos voltajes en las zonas más sensibles del cuerpo (ojos, encías, genitales). Los cuatro murieron. Mitrione apuntó que el asesinato y la desaparición del torturado era la fase final del proceso, pero mientras se utilizaba el interrogatorio, convenía mantener la expectativa de sobrevivir: “Siempre hay que dejarles una esperanza, una remota luz”. De lo contrario, el interrogado podría morir sin proporcionar ninguna información. Mitrione nunca experimentó problemas de conciencia: “Esta es una guerra a muerte. Esa gente es mi enemiga. Este es un trabajo duro, alguien tiene que hacerlo, es necesario. Ya que me tocó a mí, voy a hacerlo a la perfección. Si fuera boxeador, trataría de ser campeón del mundo, pero no lo soy. No obstante en esta profesión, mi profesión, soy el mejor”. El 31 de julio de 1970 los Tupamaros secuestraron a Mitrione, pidiendo la liberación de 150 presos políticos. El gobierno uruguayo se negó, después de consultar con Estados Unidos. El 9 de agosto Mitrione fue ejecutado y su cadáver abandonado en un Buick estacionado el barrio de la Unión de Montevideo. El gobierno uruguayo condenó los hechos, afirmando que Mitrione era “un héroe silencioso que había actuado con la mayor dignidad en cometidos en pro de la pacífica convivencia de hombres y naciones”. Ronald Ziegler, secretario de Prensa de la Casa Blanca, afirmó que el pueblo americano “se unía al Presidente Nixon para condenar este crimen a sangre fría contra un ser humano indefenso. La dedicación de Mitrione a la causa del progreso pacífico en un mundo ordenado, permanece como ejemplo para los hombres libres”. Fank Sinatra y Jerry Lewis organizaron un concierto de homenaje en Richmond, recaudando fondos para la familia. El director de cine Costa Gavras recreó el secuestro y la ejecución en Estado de sitio (1972), logrando un brillante análisis de la injerencia estadounidense en América Latina.
¿ES POSIBLE UN MUNDO DIFERENTE?
Noam Chomsky ha citado muchas veces la famosa máxima de Tucídides: “Los fuertes hacen lo que desean y los débiles sufren sus abusos”. El crudo realismo de esta frase está lejos de las grandes especulaciones filosóficas, que explican la historia humana como el despliegue de la Razón, el Espíritu o las leyes de la Dialéctica. Estados Unidos no actúa con más crueldad que Roma, España, Inglaterra o Francia, cuando eran imperios y pisoteaban a otros pueblos. El nazismo alemán constituyó una aberración moral, pero no representó una anomalía, salvo en su eficacia letal. La matanza de los hugonotes en la Francia de 1572 costó la vida a 5.000 protestantes. Se mató indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños durante la famosa Noche de San Bartolomé y los meses siguientes. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) costó cinco millones de vidas, de las cuales solo 300.000 se correspondían a soldados. Entre 1915 y 1923, el Imperio turco exterminó a casi dos millones de armenios. La Alemania nazi utilizó los avances industriales para perpetrar un pogromo gigantesco. Hasta que el Estado de Israel no se convirtió en un aliado incondicional de Estados Unidos, apenas se habló de la Shoah. Sería una frivolidad inexcusable afirmar que se ha exagerado el sufrimiento del pueblo judío, pero es indiscutible que Estados Unidos ha rentabilizado su papel como liberador de los campos de exterminio, minimizando el sacrifico del Ejército Rojo, que hizo un esfuerzo infinitamente mayor. De hecho, Estados Unidos protegió a oficiales, médicos y científicos nazis para explotar su experiencia. La Gestapo desempeñó un papel pionero en el uso de la electricidad como instrumento de tortura y los servicios de inteligencia estadounidenses asimilaron la lección, no sin la ayuda de los militares franceses que habían empleado el mismo método para diezmar a los independentistas argelinos. La presencia de Klaus Barbie en la Escuela de las Américas revela que el “amigo alemán” mantiene una estrecha relación con “la bestia rubia germánica”. Los hornos usados en Colombia para deshacerse de los restos de sindicalistas, líderes campesinos o activistas sociales reflejan la misma inhumanidad que los crematorios de Auschwitz. ¿Se puede afirmar categóricamente que la fosa de La Magdalena es moralmente distinta de las fosas excavadas por los Einsatzgrüppen en el Este de Europa? En ambos casos, hay que hablar de políticas de exterminio. España no se quedó atrás en América Latina con su agresiva colonización y Francia mató a un millón de argelinos para intentar conservar su antigua colonia. En cualquier caso, está claro que el problema son los imperios y la solución la autodeterminación de los pueblos. Dicho de otra manera, hay que invertir la máxima de Tucídides. Como dijo Pakito Arriaran, internacionalista vasco que murió en El Salvador, luchando en las filas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional: “Que manden los obreros, los campesinos, todos a los que han querido pisotear, humillar”. No hay muchos motivos para contemplar el futuro con optimismo, pero el ejemplo de Pakito Arriaran o el Che nos permiten conservar la esperanza. Los pueblos deben tener la última palabra. América Latina algún día dejará de ser el patio trasero del imperio norteamericano.
RAFAEL NARBONA
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