Hay un debate crónico, en la escena política
que parece difícil, sino imposible de resolver. Se trata de la aparente, a
veces real, oposición entre socialismo y
nacionalismo. En ocasiones, los esfuerzos teóricos y prácticos de la izquierda
parecen superarlo, incluso solucionarlo. Pero es un espejismo. Es cuestión de
tiempo, a veces años, que vuelva a presentarse, a separar y a confundir a
viejos y nuevos militantes. Entre nosotros, en los últimos tiempos se viene
empleando un argumento de prioridades, sobre este asunto. Según el cual no es
hora, no toca, ocuparse de los pueblos o de las naciones, sino de los problemas
económicos. Es hora de la crisis social, no de la nacional. Y en este aspecto, coinciden los tertulianos
oficiales del sistema con los Rajoy, Pere Navarro, Urkullu, algunos blogeros
izquierdosos y ciertos infiltrados de casa-cuartel.
Este asunto no tiene nada de nuevo. Desde que
uno empezó a leer y releer sobre estas cosas, recuerdo esta discusión como uno
de los principales puntos del orden del día, nada menos que en la V Asamblea de
ETA (1966-67). La misma convocatoria de la Asamblea se debió al sesgo
“excesivo” de clase, que estaban adoptando las posiciones de la dirección de
ETA, en perjuicio del nacionalismo o independentismo vasco. Uno de los
principales objetivos fundacionales de la organización, gracias al que todavía
se mantenían en la misma organización personas tan distintas como Txillardegi,
Bilbao, Etxabe, Krutwig,. Etxebarrieta, Eskubi, Onaindia etc..
Ya entonces unos eran partidarios de separar,
y relegar a un segundo plano en el tiempo y el espacio, las cuestiones
nacionales vascas, y hacer frente común con los movimientos sociales y
progresistas españoles, para derribar la dictadura y procurar la mejoría de la
situación política y social española. Como es sabido, había otro grupo,
empeñado en creer que ambas cosas podían hacerse a la vez. Mas aún, que no era
posible separarlas, sin perjuicio de la parte vasca. Y, en todo caso, si había
que pactar con alguien era con la propia burguesía nacionalista vasca. Siempre,
claro, que estuviese interesada en la misma cuestión de liberación nacional
vasca y que los intereses de los trabajadores estuvieran debidamente
representados en la hipotética coalición, que se llamaba Frente Nacional, a
semejanza de otros similares surgidos en diversas partes del mundo.
El asunto se resolvió de la única manera
posible entonces. Cada uno se fue por su lado. Y cada uno terminó, donde sus
ideas le llevaron. Pero quién tenía razón? Cuál era la estrategia mas adecuada
a las necesidades del “pueblo trabajador vasco”. Concepto, este, creado por
Txabi, con la inestimable ayuda de su hermano, para condensar en una idea la
solución al problema. Esta solución, todavía no sabemos si fue acertada, o si
retraso de alguna forma la revolución vasca, siempre pendiente. Lo cierto es
que, hoy, casi cincuenta años después, a pesar de las numerosas aportaciones
teórico-prácticas de aquella asamblea, o de los escritos contemporáneos de los
Krutwig, Txillardegi, Argala, Beltza, Eskubi y otros, este asunto recurrente
aparece una y otra vez. Se renueva en cada generación de vascos que pretenden
abordar al mismo tiempo el nacionalismo y el socialismo. Es decir, la
emancipación social y nacional de los trabajadores vascos. Que tienen problemas
sociales comunes y no comunes, con sus colegas hispanos, franceses, catalanes,
andaluces etc. Pero también con alemanes, italianos, cubanos o senegales. Es
decir, de vascos que son trabajadores, quieren acabar con el capitalismo y
aspiran a una sociedad socialista, comunista, anarquista etc. o como quiera que
se llame el recambio, sin por ello dejar de ser vascos. O sea, sin tener que
ser españoles, franceses etc.
Yo creo que siempre hemos estado en crisis.
Quiero decir, el capitalismo es un modo de producción en permanente crisis. No
es que esto no les pasara a los modos de producción anteriores, pero es ahora
cuando tenemos mas datos, mas instantáneos, y mas o mejor conciencia de lo que
pasa. Y de qué tenemos que hacer, para que no pase. Algunas crisis, o fases
críticas, del capitalismo son mas visibles y
dañinas que otras, pero siempre están latentes y siempre son negativas para los obreros y las clases mas
desfavorecidas. También sabemos, y sobre esto ningún listillo defensor del
capitalismo nos va a demostrar lo contrario,
que la única forma de acabar con las crisis y con sus nefastas
consecuencias, es acabar con el sistema mismo. El capitalismo debe ser
sustituido. Debe desaparecer, cuanto antes mejor. Y mucho nos tenemos que será
por las malas. Esto es bastante aceptado y demostrado empíricamente a través de
la sucesión en la historia y del estudio de los otros sistemas de producción. Y
todos tenemos, mas o menos idea, de lo que hay que hacer para acabar con el.
Pero resulta complicado ponerse de acuerdo, en ello. Lo cual no demuestra, como
quieren los becarios del sistema, que el capitalismo sea el fin de la historia,
que no haya forma de superalo, sino que tenemos que seguir discutiendo y
avanzando en su sustitución. Teórica, pero sobre todo práctica.
Hay muchos que piensan que una premisa
para acabar con el capitalismo es conseguir la unidad de los trabajadores. Y
que esa unión debe de hacerse en el marco de los actuales estados, mas o menos
reconocidos. Otros creen que la unidad y la cooperación de los trabajadores
puede hacerse en el plano de las relaciones internacionales de los
trabajadores. Es decir, según lo que llamamos internacionalismo proletario.
Estos últimos, creen que deben de ser respetadas las opciones nacionales
propias de cada grupo de trabajadores. Y no forzarles a perderlas y tener que
adoptar forzosamente otras procedentes del pais ocupante o colonial.
En el caso vasco, Argala escribió con
claridad sobre esto, mostrando su sorpresa por las exigencias mas o menos
solapadas, de los sindicatos y organizaciones obreras españolas, que creían que
las reivindicaciones nacionalistas de los obreros vascos, eran un obstáculo, en
el camino revolucionario de los años setenta. Argala, por el contrario, pensaba
que los obreros vascos, podían ejercer al mismo tiempo la lucha nacional propia
y la lucha social universal, coordinada con la clases obreras revolucionaria
del Estado. Siempre que los derechos nacionales de todos fuesen aceptados y
respetados.
Desde entonces, siempre que se plantea una
lucha social revolucionaria, entre nosotros, aparece al mismo tiempo el
problema del marco nacional. Es decir, el lugar donde se encuadra, o debe
encuadrarse para ser mas eficaz, la lucha de clases, la toma de decisiones,
incluso el idioma o la cultura en la que se deben escenificar las
reivindicaciones. Y, en los casos de estados multinacionales, como el de
España, la cuestión se decanta siempre del lado de la nacionalidad mayoritaria.
Del grupo mas fuerte. Esto equivale a la pérdida paulatina o desaparición de la
identidad de los obreros, de la nación
débil que no está reconocida como tal,
ni por el Estado, ni por el capitalismo del Estado dominante. Y solo a
regañadientes, por el movimiento obrero del mismo Estado.
El paso siguiente es identificar este deseo
de muchos trabajadores por conservar la identidad nacional propia (idioma,
cultura, costumbres...), o sea la que le han trasmitido sus padres, su familia,
su entorno social colectivo, con el mismo deseo manifestado por la burguesía, o
una parte de ella, de la nación oprimida. Sin advertir ni admitir que no son
precisamente los obreros los que no tienen patria, sino que es la burguesía la
que es apátrida y está dispuesta a venderse al mejor mercado y cambiar de
cultura, de costumbres incluso de lengua y hasta de apellidos, por el mejor
postor.
La culpabilidad histórica del capitalismo,
en su versión imperialista, en la configuración
de los actuales estados nacionalmente opresores, está fuera de duda. Es
la expansión del capitalismo industrial europeo, desde el s. XVIII en adelante,
la culpable de la unificación forzada del muchos estados, y específicamente del
territorio estatal español. En el caso vasco, este proceso fue mas tardío que
en otras partes y quizá mas confuso, por el interés de su oligarquía en formar
parte de España. Pero no hay ninguna discusión sobre los intereses de las
burguesías industriales, y su
connivencia con las oligarquías y linajes hispanos, en la formación unitaria y
obligada de España.
En este origen histórico del problema vasco
han coincidido cualquiera de los sectores del nacionalismo de izquierda y de la
izquierda estatalista. Pero donde no se han puesto nunca de acuerdo es en la
necesidad de una lucha conjunta socialista y nacionalista. La falsa cuestión de
prioridades y la no menos equivocada
actitud de poner por delante lo mismo el frente nacional, que el frente
de clase, según quien opine, ha impedido una visión de unión y de conjunto en
este problema. Salvo en los mejores años de la llamada izquierda abertzale.
Sin embargo, para mi este asunto que ya
se planteó en los años veinte y treinta con Aberri, Jagi-Jagi o ANV, está resuelto y bien resuelto, en el plano
teórico, desde finales de los sesenta. Los escritos de Txabi, Krutwig, Argala,
Beltza, Apalategi y otros, antes o después, han demostrado que no es necesario,
que no hay ningún motivo de peso, para marginar la lucha nacional por la
social. Ni al revés. Es todo lo contrario. Cuando se produce la toma de
conciencia conjunta, o acumulativa según Beltza), la capacidad dinámica de
lucha es asimismo doble. Los que sienten el peso objetivo de los dos problemas,
se sienten oprimidos en su condición social como trabajadores explotados y en
su identidad nacional, como vascos impedidos, han constituido durante medio
siglo una de las minorías nacionales mas reivindicativas de Europa. Y no ven ni
hay ninguna razón por la que tengan que
olvidarse, en su lucha revolucionaria independentistas, de uno de los dos aspectos
en favor del otro. Hay miles de ejemplos prácticos, de militancias personales y
colectivas, que así lo han hecho y siguen haciendo entre nosotros. Y la unió de
ambas cuestiones ha ejercido de poderoso motor de militancia.
Por otra parte, incluso desde el punto de
vista táctico, práctico o como se quiera, está demostrado que esta separación,
en cambio, conduce a una derrota segura de ambos objetivos de liberación
nacional y de emancipación social. Si creemos que con la desaparición del
capitalismo y el triunfo de una sociedad socialista, justa y solidaria,
desaparecerá también el problema de las nacionalidades reprimidas, no veo
ninguna razón para establecer diferencias, niveles y prioridades entre ambas.
No hay razón para hablar de estos problemas separándoles por orden de
importancia o de prioridad. La doble explotación, social y nacional, debe
resolverse conjuntamente. Porque son lo mismo. Y asi lo siente y lo ha sentido,
desde los años sesenta al menos, el pueblo trabajador vasco.
Resulta en este supuesto que, en una
hipotética alianza de clase internacional, si una de las nacionalidades aliada
prevalece sobre las otras, se estaría produciendo un problema de negación y
prohibición de identidades que afecta y perjudica no solo a las pequeñas burguesías
sino también a los trabajadores en cuestión. No hay ningún motivo estratégico
ni táctico que autorice a creer que los trabajadores, que no tienen “nada que
perder mas que sus cadenas”, en un proceso de emancipación social, deban perder
su nación, su territorio de origen, su pertenencia a un colectivo nacional y
sus rasgos familiares y étnicos mas personles. Es decir su lengua, cultura,
costumbres, historia y otros elementos. Tampoco, que esta renuncia garantice
una mayor velocidad o un atajo en la lucha universal contra del despotismo
capitalista.
Otra cosa es la necesaria y deseable
hermandad universal, por encima de razas y naciones, que sin duda traerá la
futura (y próxima) sociedad socialista con la desaparición de la propiedad de
los medios de producción, la explotación de seres humanos y no humanos, el
egoísmo irracional capitalista, el mercantilismo etc. Y otra que los obreros,
precisamente los que han sido despojados de todo, tengan que renunciar también
a sus principales y mas personales rasgos de identidad nacional.
Josemari
Lorenzo Espinosa
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