El giro de la llamada, casi en chiste, “izquierda francesa” responde a los imperativos fijados por la Unión Europea en materia de reducción del déficit. El 40 por ciento del recorte será asumido por el sistema de protección social.
Eduardo Febbro. Página12
Un esqueleto más en el mausoleo socialista de las promesas sin mañana: un plan de economías de 50 mil millones de euros, cuyo 40 por ciento será asumido por el sistema de protección social, puso la última rosa marchita en las escasas ilusiones que quedaban. El giro de lo que se llama casi como un chiste o un eufemismo “la izquierda francesa” responde a los imperativos fijados por la Unión Europea en materia de reducción de déficit. Este plan, que también incluye el congelamiento de los salarios de los funcionarios y las jubilaciones, fracturó a la mayoría socialista en la Asamblea. Unos cien parlamentarios socialistas escribieron al primer ministro Manuel Valls para denunciar lo que consideran un “plan económicamente peligroso”, que “acarreará retrocesos sociales y perturbaciones en los servicios públicos ineluctables”. El sablazo socialista es histórico, a la medida del engaño del que son víctimas quienes votaron hace dos años por una política totalmente diferente a la que se aplica hoy. El presidente, François Hollande, navegó por dos mares distintos: empezó 2012 su mandato con un paquetazo impositivo y conservando casi intacto el gasto social. Dos años más tarde, buscó la diferencia que le hace falta para cumplir con el límite del déficit impuesto por la Comisión Europea (3 por ciento) en la caja social.
Cuando presentó su plan, el jefe del Ejecutivo señaló que había que decirles la verdad a los franceses: “No es Europa la que nos impone sus elecciones, sino nuestro gasto público, que equivale el 57 por ciento del PIB”. El primer ministro dijo que la austeridad era una cuestión de “soberanía”, pero la frase suena como una burla más hacia los electores. En momentos en que Manuel Valls se atrevía a esa comparación, o sea, la austeridad equivale a la soberanía, París se encontraba bajo la amenaza del gran padre rector liberal que es la Comisión Europea. Bruselas presiona a Francia para que apure el paso de las reformas y respete los plazos negociados con el fin de cumplir con la agenda de un déficit tope del 3 por ciento en 2015. Francia concluyó 2013 con un déficit del 4,3 por ciento del PIB, un desempleo del 11 por ciento y una deuda del 98 por ciento del PIB. La herencia dejada por tres presidencias consecutivas de la derecha ha sido abismal, sobre todo la última, la de Nicolas Sarkozy. Sin embargo, el socialismo francés desdibujó todo el andamio de expectativas que había consolidado y que lo llevó a la victoria en 2012. François Hollande se presentó como el Caballero Rojo de Europa, el hombre que iba a renovar la socialdemocracia mundial, hacerle frente a la canciller alemana Angela Merkel y combatir a capa y espada los dogmatismos bíblicos de la Unión Europea, que sólo jura por la Diosa Austeridad. El gran reformador acabó siendo un continuista que, en apenas dos años, tocó el fondo de la impopularidad, perdió estrepitosamente las elecciones municipales, vio el desempleo crecer como mareas rebeldes y tuvo que cambiar de primer ministro.
El congelamiento de la jubilación y las llamadas prestaciones sociales es una pesadilla para la izquierda parlamentaria, que se siente pura y llanamente estafada. Esos 50 mil millones de euros ahorrados seguramente irán a financiar otra medida, el Pacto de Responsabilidad destinado a las empresas. Este mecanismo prevé reducir el costo de los gravámenes sociales a las empresas a cambio de que éstas contraten personal. La perspectiva parece de un idealismo desmedido. Lo primero que hizo el responsable del patronato francés, Pierre Gattaz, consistió en proponer que se rebaje o suspenda el salario mínimo para los jóvenes. La derecha no tiene mucho que decir ante la nueva carta socialista. Más bien se quedó muda con el espectáculo del giro liberal adoptado por los socialistas. Sin embargo, en la izquierda del PS la música es otra, tanto más cuanto que los parlamentarios recién descubrieron en la televisión la ruta fijada por Manuel Valls. A nadie se le escapa la sutileza: un plan como el de los 50 mil millones de economías no se traza en una semana. El paquete ya estaba en la mesa y sólo faltaba armar el montaje para comunicarlo. El Ejecutivo había prometido un “contrato” con los parlamentarios socialistas, pero tampoco cumplió. Una vez que intervino el voto de confianza, el “contrato” se esfumó. El parlamentario socialista Arnaud Leroy lo dice sin vueltas: “Fue un engaño para conseguir la confianza”. Otro parlamentario, Christian Pol, confiesa estar “aterrado por el fondo y por la forma”. Un gran sector del PS se siente expoliado, sin derecho a decir nada y con la sola obligación de votar lo que fije la presidencia. Algunos medios se preguntan con cierta ironía si además de querer cumplir a toda costa con la austeridad europea, François Hollande no se ha propuesto también destruir al PS y a la izquierda en su conjunto. La ironía es más extensa. Como España, Grecia, Italia y Portugal, Francia, una de las potencias de la UE, vitrina de muchas conquistas sociales y de una capacidad innata de negociación, está siendo gobernada por ese trío que se conoce como la Troika: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI. Se trata del mismo pulpo que impuso a España, Grecia, Italia y Portugal su plan para salvar al capitalismo y hundir a la sociedad. En resumen, la hasta ahora breve experiencia socialista ha sido el camino más corto para llegar... al club liberal y sus recetas universales de austeridad, reformas, ajustes y regresión social.
El Socialismo Frances inicia su viaje hacia el basurero de la historia. Con el auge de la reacción negros nubarrones se aproximan.
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