Pedro Costa Morata *
Convencido de que no damos la adecuada importancia a Javier Solana
(JS), el más destacado personaje de la reciente política internacional
que haya dado nuestro país, esperaba conocer su opinión sobre la crisis
de Ucrania para aprovechar la oportunidad de reflexionar sobre los
interrogantes que siguen para mí identificando al personaje: los méritos
que hicieron a Estados Unidos designarlo secretario general de la OTAN
(cargo que desempeñó en 1995-99) y su significación general en un PSOE
que no ha dejado de soltar lastre desde Suresnes (1974, con JS
presente).Desde luego, la importancia a la que me refiero es política, que por lo que toca a consejos directivos de fundaciones, empresas e instituciones de muy variada índole, españolas y extranjeras, el reconocimiento que se le hace es bien palpable, y nadie duda de que sobre sus actividades y, más todavía, sobre su pasado otanista se cierne la sombra protectora del Imperio. También se atribuyó en su día a la confianza que Washington le deparaba la vistosa “colocación” de que fue objeto en la UE tras su paso por la OTAN, como, por una parte, Alto Representante de la Política Exterior y de Seguridad Común, cargo creado expresamente para él, y también como secretario General del Consejo (2000-09); atentos analistas atribuyeron ambos cargos a la imposición por Estados Unidos de un procónsul de absoluta confianza que siguiera desde dentro la política exterior europea, que Washington siempre ha considerado necesitada de vigilancia y padrinazgo.
¿Cuáles serían los méritos y facultades que en 1995 los norteamericanos apreciaron en aquel socialista que a la sazón era el ministro de Exteriores de España? Los comentaristas del momento, entre la ironía y el escándalo, adujeron que a los Estados Unidos debía de complacerles especialmente que un destacado miembro del PSOE se distinguiera, primero, redactando un popular folleto con las 50 razones para decir no a la OTAN y, una vez en el poder y como ministro, promoviera con ardor el sí a la Alianza en una operación (1986) que todo el Gobierno, con el partido y el célebre coro de “intelectuales orgánicos”, desarrolló con éxito espectacular, culminando felizmente una traición de libro. Esto, por supuesto, constituye un mérito de peso y eficacia incontestables, que Washington habría de compensar. Pero JS también supo mostrar maneras cuando, como ministro de Exteriores avaló, con sus compañeros de la UE, el golpe de Estado de los militares argelinos para evitar el triunfo electoral de los islamistas (1992); iniciativa que generó una espantosa guerra civil con miles de víctimas.
Nuestro hombre, por su parte, reconoció que se había postulado directa y personalmente para el cargo de secretario general de la OTAN tanto ante el secretario de Estado norteamericano Warren Christopher, con el que mantenía lazos cordiales, como con el propio presidente Clinton, con el que compartía, al menos, la sonrisa permanente. Las hagiografías del momento abundaron sobre méritos diversos del estudiante inquieto antifranquista que, expedientado y represaliado, tuvo que terminar la carrera en universidades inglesas y norteamericanas, llevando su progresismo incluso a expresarse en esas estancias contra la guerra de Vietnam… Relatos con signos un tanto mitologizantes, aunque es verdad que ese inconformismo ha abundado entre los alevines de la burguesía madrileña, a los que afectó un sarampión progre, sin riesgo, que compensaba el tedio vital al que conducía la estética antifranquista; porque de la fortaleza de las ideas progresistas y antiyanquis de JS la historia daría cumplida cuenta en su momento. Un indicador que ilustra lo mal que trató el franquismo al socialista prometedor fue que consiguiera una cátedra universitaria a los 32 años y en vida del dictador.
Quiero decir que el hecho de que un socialista español que es ministro de Exteriores, aunque físico de carrera, ascienda a la cabeza política de la OTAN mereció ser explicado, justificado y demostrado con méritos específicos, mucho más determinantes que los aireados en su día; pero estos siguen sin aportarse. Aunque vemos cómo la OTAN repite una y otra vez el nombramiento de su figura prominente entre socialistas europeos, sin que a los agraciados se les ocurra, claro, reconocer la indecencia histórico-ideológica en la que incurren.
Sobre la crisis de Ucrania, con el resultado de la secesión de Crimea (por el momento, ya vemos que ciertas regiones orientales del país pueden optar también por unirse a Rusia), JS expresa comprensión hacia las frustraciones de Rusia tras la desintegración de las URSS, pero subrayando que “este no es camino adecuado… ya que el referéndum de anexión de Rusia es a todas luces ilegal y por eso no puede ser aceptado por la comunidad internacional”; y alude muy de pasada, y sin querer quemarse (actitud, por cierto, que muchos consideran consustancial con su personalidad), a que el nuevo primer ministro ucraniano “ya ha dicho que no tiene intención de adherirse a la OTAN”. Esto nos recuerda que fue durante el “mandato” (término que pocas veces ha resultado más exacto) de JS en la OTAN cuando esta consiguió meterse, integrando a siete países del antiguo bloque soviético, en las costuras de la acosada Rusia.
Eran opiniones de este jaez las cabía esperar, por supuesto. En primer lugar, porque había que descartar que reconociera que lo que él y la OTAN hicieron al bombardear Yugoslavia en marzo de 1999 para acabar segregando Kosovo de Serbia por motivos étnicos venía a ser lo mismo, aunque por medio de una agresión armada a un Estado soberano y saltándose a la torera lo único que merece la pena ser calificado de “comunidad internacional”, las Naciones Unidas: es decir, violando como piratas el Derecho internacional con la adición, quizás como compensación, del inmoral y oportunista “derecho a la injerencia humanitaria”. Quien es calificado por quienes lo conocen como inseguro y ambiguo, siempre contemporizador y maestro del compromiso, no duda al echar mano del doble lenguaje en el que brilla Occidente, especialmente cuando de acosar a los Estados que le hacen frente se trata, por ejemplo la Rusia actual. A este respecto, no se conoce la opinión de JS sobre el rechazo de numerosos países, incluida España, hacia la independencia de Kosovo, hazaña que figura en lugar muy destacado en su currículum internacional.
Del comportamiento de JS, que ahora se prodiga como columnista opinante de muy variadas y graves cuestiones (aunque con destacable ligereza, marca de la casa, que a veces evita recurriendo a intelectuales cofirmantes que parecen no tener nada mejor que hacer ni nadie más meritorio a quien apoyar) no hay que descartar que en uno de sus artículos periódicos acometa el asunto catalán, aprovechando para recordarnos que no tiene nada que ver con el de Kosovo. A este respecto, viene bien recordar cuando Fidel Castro, claro y clarividente, le acusó de torpeza en el asunto Kossovo porque “cualquiera se da cuenta de que con esos antecedentes el País Vasco y Cataluña se podrían acoger a tal principio dentro de la Comunidad Europea”; años después de que, con motivo del bombardeo de Serbia, exhortara al mundo a juzgar a JS como criminal de guerra, con el derecho internacional en la mano.
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