lunes, 7 de julio de 2014

El Alcázar de Toledo: desmontado el franquismo

  La herencia del franquismo no empezará a disolverse hasta que el Reino de España se transforme en una República de Pueblos Soberanos.
El asedio del Alcázar de Toledo adquirió la condición de mito fascista cuando el general Franco decidió que el asalto de Madrid podía esperar, pues –pues por razones simbólicas- merecía la pena liberar antes a los cadetes, guardias civiles y falangistas que se habían refugiado en la Academia de Infantería de Toledo, después de fracasar en su sublevación contra el gobierno legítimo de la Segunda República.
La dictadura difundió una versión épica y con tintes religiosos de una presunta conversación telefónica entre el coronel José Moscardó y su hijo Luis, detenido por las autoridades. Se dijo que Cándido Abelló, jefe local de Izquierda Republicana y secretario del colegio de abogados de Toledo, instó al coronel a rendirse, amenazándole con fusilar a su hijo. Algunos afirman que en realidad hubo varios interlocutores o incluso que la conversación nunca llegó a producirse. La versión franquista sostiene que el coronel Moscardó se negó, pero antes intercambió unas palabras con su hijo, pidiéndole que muriera con entereza. La propaganda de la dictadura aseguró que la amenaza se materializó ese mismo día, pero ahora sabemos que el joven Luis no sería pasado por las armas hasta el 23 de agosto, cuando un grupo de milicianos asaltó la Prisión Provincial y fusiló a 40 presos como represalia por un bombardeo aéreo. Algunas fuentes sostienen que Abelló se limitó a informar a Moscardó de la detención de su hijo, sin formular ningún ultimátum. La mítica (y tal vez inexistente) conversación telefónica entre padre e hijo sirvió para ocultar durante años que el coronel Moscardó tomó un centenar de rehenes entre la población civil de Toledo, incluidos mujeres y niños. Según Luis Quintanilla, autor de Los rehenes del Alcázar de Toledo (París, 1967), todos fueron fusilados y sus cadáveres se utilizaron para taponar las brechas abiertas por los obuses.
El gobierno republicano, el comandante Rojo y el embajador de Chile realizaron gestiones para liberar a los rehenes y evacuar a las mujeres y niños de los sublevados, pero Moscardó se negó a negociar, sin la autorización del “Gobierno Nacional de Burgos”. Para el asalto final, Franco destituyó al coronel Yagüe y le asignó el mando de sus tropas al coronel Varela. Yagüe había recorrido 500 kilómetros en cuatro semanas, perpetrando horribles matanzas en Andalucía y Extremadura, lo cual había provocado que sus tropas fueran conocidas como “la columna de la muerte”. Las masacres de Badajoz, Mérida y Almendralejo son particularmente conocidas. De hecho, los corresponsales Jay Allen, Mário Neves y John T. Whitaker presenciaron los crímenes cometidos en Badajoz por los legionarios y los regulares. Mário Neves descubrió una enorme columna de humo blanco y, gracias a una conversación ocasional con un sacerdote, localizó su procedencia. Las tropas de Yagüe habían amontonado los cadáveres de sus víctimas en el cementerio e incineraban sus restos con gasolina. Horrorizado, Neves envió un despacho telefónico a su periódico, el Diário de Lisboa, comunicando su intención irrevocable de partir hacia otro lugar: “Me voy. Quiero salir de Badajoz, cueste lo que cueste, tan pronto como sea posible y con la firme promesa de no regresar”. No menos sobrecogido, Allen escribió para el Chicago Tribune: “Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir. […] La represión comenzó apenas se tomó la ciudad. En la plaza de toros, han fusilado con ametralladoras a más de 1.800 hombres y mujeres. Hay más sangre de la que uno pueda imaginar en 1.800 cuerpos”. John T. Whitaker interrogó al coronel Yagüe, preguntándole si era cierto que habían fusilado a 4.000 prisioneros. Sin avergonzarse, Yagüe contesto: “Claro que los fusilamos. ¿Qué esperaba? ¿Suponía que iba a llevar 4.000 rojos conmigo mientras mi columna avanzaba contrarreloj? ¿Suponía que iba a dejarles sueltos a mi espalda y dejar que volvieran a edificar una Badajoz roja?” En La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz (2003), el historiador Francisco Espinosa Maestre documenta la identidad de 1.518 personas fusiladas en Badajoz por las tropas del coronel Yagüe, rebajando el alcance de la represión, pero al mismo tiempo indica que en toda la provincia la cifra total de ejecuciones supera las 12.000. Espinosa, que realizó un minucioso trabajo de campo pueblo por pueblo, sostiene la represión “no fue una consecuencia de la guerra, sino una de sus razones explicativas fundamentales. […] La violencia formaba parte del proyecto inicial de los insurgentes, dispuestos a exterminar a todos los elementos de la sociedad española –políticos, sindicalistas, profesionales, maestros…- que habían contribuido a articular la alternativa reformista iniciada en 1931”. Para Espinosa, Badajoz es una prefiguración de Auschwitz.

Yagüe era partidario de continuar hacia Madrid, el objetivo primordial, sacrificando –si era necesario- el Alcázar, pues lo esencial era evitar cualquier demora que permitiera al gobierno de la República organizar y reforzar la defensa de la capital. Franco entendía que su objeción era razonable, pero atribuía un enorme valor simbólico a la liberación del Alcázar. De hecho, le confesaría más tarde al periodista portugués Armando Boaventura: “Cometimos un error militar y lo cometimos deliberadamente”. Por eso, reemplazó a Yagüe por Varela, que aceptó el cambio de planes, pero no se mostró menos brutal. Aunque Moscardó prometió respetar la vida de los milicianos y soldados de infantería capturados, no sobrevivió ninguno de los 200 combatientes heridos que se reponían en el Hospital de San Juan Bautista. Primero con bayonetas y, más tarde, con granadas, las tropas de Varela los mataron a todos, según el testimonio de Whitaker, que también cubrió la caída de Toledo. Veinte embarazadas que se hallaban en Maternidad fueron fusiladas contra las tapias del cementerio (Isabelo Herreros, El Alcázar de Toledo. Mitología de la cruzada de Franco, Madrid, Vosa, p. 75). Moscardó, visiblemente deteriorado y con el uniforme lleno de polvo, saludó a Varela con un lacónico: “Si novedad en el Alcázar”. Al día siguiente, repitió el gesto ante Franco con la presencia de periodistas que informaron al mundo de la supuesta epopeya. Se comparó al coronel Moscardó con Guzmán el Bueno, que según la leyenda arrojó su propio puñal a los benimerines (una dinastía bereber) cuando le ofrecieron la vida de su hijo a cambio de rendir Tarifa. La voluntad de convertir el asedio del Alcázar en un mito minimizó u ocultó ciertos detalles, como que solo había nuevo cadetes en la Academia –el resto disfrutaba del período vacacional- o que el teniente coronel de la Guardia Civil Pedro Romero Bassart fue el verdadero artífice de la resistencia. De hecho, sin los 800 agentes de la Benemérita que se sublevaron y refugiaron en el Alcázar no habría sido posible frenar el asalto de las fuerzas republicanas, pues el resto de la guarnición estaba compuesta por 110 civiles.

Hace unos años, el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia definía a Franco como “autoritario pero no totalitario” y destacaba su “frío valor” en el campo de batalla. En Alemania, nadie se atrevería a escribir algo semejante sobre Hitler, tal vez porque Hitler perdió la guerra y, en cambio, el espíritu de Franco sigue flotando en la España de 2014. Sus herederos ideológicos nos gobiernan y la jefatura del estado sigue en manos de la monarquía restaurada por el dictador. Una justicia teledirigida no cesa de oponer obstáculos a cualquier forma de reparación a las víctimas del franquismo y 150.000 hombres y mujeres siguen enterrados en fosas clandestinas. Ni siquiera se conoce el número exacto de desaparecidos, pero los datos obtenidos hasta ahora sólo nos sitúan por debajo de la Camboya de Pol-Pot. No parece casual que el gobierno del PP haya suspendido el principio de jurisdicción universal para impedir que la justicia española no encause a los responsables de crímenes contra la humanidad. Las programaciones oficiales de la enseñanza obligatoria conceden una atención superficial a la guerra civil y, en general, a la historia contemporánea, lo cual experiencia que las nuevas generaciones conozcan mejor la batalla de Lepanto que los hechos más recientes de nuestra historia. El fascismo crece en toda Europa y en España cada vez son más frecuentes las agresiones de bandas neonazis contra gais, inmigrantes o activistas de partidos de izquierdas. Aunque algunos consideren que el franquismo pertenece al pasado, muchos advertimos que sigue enredado en el presente, condicionando nuestro futuro. La herencia del franquismo no empezará a disolverse hasta que el Reino de España se transforme en una República de Pueblos Soberanos. Desgraciadamente, esa posibilidad, que refleja un sentir popular nada minoritario, aún parece tan remota como la demolición del Valle de los Caídos, una apología perpetua del terrorismo de estado contra los ciudadanos y una intolerable humillación para las víctimas del franquismo.

RAFAEL NARBONA

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