Donde había un hombre desprendido a quien nunca le interesó el dinero, hay ahora un asesor de los millonarios del planeta. Donde había un presidente que no asistía a inauguraciones porque no quería pasar a la posteridad inscrito en ninguna primera piedra -le daba mal fario- ahora hay un ex presidente que le ha puesto su nombre al Estado. Felipe González ha visto al Estado en peligro y quiere salvarlo. Es uno de esos hombres de Estado que han llevado al Estado a la situación comatosa en la que se encuentra y ahora quieren preservar lo que queda.
González no para. Trabaja más que cuando era presidente en ejercicio. Y tiene muy diversificadas sus actividades. Por la mañana resuelve una crisis en cualquier país centroamericano, a mediodía salva la Monarquía española después de tomar el aperitivo con cualquier banquero o empresario, a la hora de la merienda dispara contra Pablo Iglesias por bolivariano, después se da un garbeo por Gas Natural -donde se aburre aunque cobra 126.000 euros al año- y por la noche se sube a un púlpito donde los demás cenan, mientras él pone a parir al PSOE, que es su partido. Todo ello lo ejecuta con gran brillantez dialéctica y asombro de sus interlocutores. Un ejemplo. En una reunión con empresarios dijo que el próximo secretario general del PSOE nacerá muerto. Sea Eduardo Madina o Pedro Sánchez. Siempre ayudando.
González ya quiso salvar al PSOE de la ruina apoyando a Rubalcaba en el congreso de Sevilla con el resultado de todos conocido. Esta semana lo ha vuelto a hacer. Los diputados socialistas se abstuvieron en el aforamiento del Rey Juan Carlos I -una auténtica chapuza- y él salió para advertirles de que no tenían sentido de Estado. De momento, ningún socialista se ha atrevido a decirle que se calle. Mientras contempla horrorizado cómo Pablo Iglesias se compara con Isidoro y Juan Carlos Monedero con Alfonso Guerra, cualquier día le invitarán a dar una conferencia en la FAES, que también está muy preocupada por el Estado.
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