Cada vez que un periodista deja de informar sobre ello, en la franja de Gaza muere no ya un gatito, sino un niño. Cada vez que un político
deja de condenar la barbarie genocida que está perpetrando el Estado
terrorista de Israel, una familia palestina se queda sin hijos, sin
padres, sin casa o sin todo lo anterior. Cada vez que asistimos
en silencio a las atrocidades que el Ejército israelí está cometiendo
contra un pueblo que no tiene ni Estado, ni Ejército, ni lugar donde
esconderse, nos convertimos en cómplices de la masacre.
Van cuatro días de ataques, y el saldo es
desgarrador. Un centenar de muertos por ahora; casi todos, civiles
desarmados –hay que insistir: Palestina no tiene Ejército–. De ellos,
dos docenas son niños. Al menos otra docena, ancianos. Más de medio
millar de heridos. Hospitales colapsados. Médicos desesperados. Puestos
de la Media Luna Roja que no son refugio, sino objetivo militar.
Hospitales como el de El-Wafa sobre los que se disparan misiles “de
aviso” para obligar a evacuarlos. Vehículos identificados como prensa
atacados por el fósforo. Periodistas como Hamdy Shebab asesinados en su
coche, a pesar de lucir el distintivo de corresponsal. Bombardeos
constantes. Humo y cascotes. Carreras, gritos y llantos. Sangre y olor a
carne quemada. Cuerpos abrasados y miembros amputados. Dolor y rabia. Y
terror; mucho terror. «Operación Margen Protector» es el obsceno nombre
con que Israel ha bautizado esta locura criminal. En su bando también
hay heridos: víctimas de ataques de ansiedad.
Y por encima de todo esto, unos medios de desinformación
que ocultan, trivializan o ignoran la barbarie. Los telediarios abren
con el último encierro de San Fermín, y los diarios más próximos al régimen ilustran en primera plana sobre el miedo de la población israelí. «Pánico en Israel por los diez mil cohetes de Hamas», titula La Razón en su portada de ayer. «Israel y Hamás intercambian cohetes», según la de El País.
«Un 80% de la población de Israel, bajo el alcance de los cohetes»,
cuenta un artículo en el interior. Los terroristas de Hamás «atacan»;
Israel «responde» a los ataques. Unos «aterrorizan» con cohetes que
provocan estrés; los otros «se defienden» con misiles que siegan vidas.
Eso era ayer. Hoy, Gaza ha desaparecido de las portadas. Para nuestra
prensa escrita, un centenar de muertos y más de medio millar de heridos
no pueden competir con la agenda real ni con el culebrón del
independentismo catalán. En los informativos audiovisuales, más de lo
mismo. El fútbol y los toros no son menos importantes que el genocidio;
son más importantes. A menos, claro está, que el agresor se llame Corea
del Norte, Cuba, Irán o Venezuela.
No es un «conflicto», por mucho que se empeñen los medios oficiales. Tampoco es una guerra. Son asesinatos. Crímenes contra la Humanidad que en algún momento y lugar alguien deberá juzgar y condenar. Son actos terroristas en el más estricto sentido de la palabra, pues lo que buscan es sembrar el terror y perpetuar el odio que alimentará futuras atrocidades. Es el choque desigual entre una población desarmada sin vías de escape
y uno de los ejércitos más poderosos y mejor entrenados del mundo. Y
cuando el infanticidio se vuelve demasiado evidente, el Estado israelí
habla de «error».
Según los militares israelíes, la familia Kaware (que perdió hace poco a
ocho de sus miembros; todos ellos, no combatientes), fue advertida del
ataque aéreo para que abandonaran su casa, pero «regresaron demasiado
pronto».
Ninguno de estos detalles aparece en los divertimedia.
No hay fotos de bebés asesinados ni de niños abrasados con sus miembros
amputados. No hay madres con el alma destrozada abrazando el cadáver de
su hijo, ni padres tratando de ahogar su rabia y sus lágrimas durante
el entierro. No hay más que silencio y mentira. No hay
nada, salvo los «ataques de los extremistas palestinos» y la «legítima
defensa» de un «Estado soberano». Los medios, al menos los oficiales,
callan, esconden o tergiversan. Y cada vez que lo hacen, pierden otro
poco de la escasa humanidad que les queda. Y cada vez, aumentan mi asco y mi desprecio hacia ellos. Hacia ellos y hacia quienes rehúsan hacer una condena oficial y pública que obligue a Israel a detener la matanza. Esta misma semana, los grupos popular y socialdemócrata del Parlamento Europeo impusieron su veto mayoritario
para bloquear una declaración de condena. Y con ese veto crecen mi
rabia y mi bochorno. Los silencios de Monago, Rajoy y Barroso hacen que
me avergüence de ser extremeño, español y europeo. Viendo lo que se ve
en las fotos que llegan a mi Twitter y que acompañan este texto, me avergüenzo hasta de pertenecer a la especie humana.
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