“El brutal ataque a Pablo Iglesias hay que verlo en este contexto. Los poderes no escatimarán medios para conseguir sus objetivos; nada los frenará y usarán todas las armas disponibles para imponer una Restauración que signifique regresión social, involución democrática e incremento sustancial de las desigualdades”.Manolo Monereo
Se veía venir, quizás, sorprende la rapidez y la ferocidad del ataque. Todo es bueno para denigrar y demonizar a Pablo Iglesias. El formato es muy conocido; como dicen en el Perú, es un psico-social, que conecta servicios de información, medios de comunicación seleccionados y estructuras gubernamentales conocidas.
La idea es simple y se repetirá, junto con otras que saldrán muy pronto, una y mil veces: Pablo (Podemos) colaboró y colabora con el entorno de ETA, luego es partidario de la violencia armada, consecuencia natural de su filiación bolivariana-chavista.
Para demonizar al personaje se genera odio y se espera que de él surja la violencia reparadora y salvífica que aísle socialmente a las bases de Podemos. Atemorizar, asociar Podemos y violencia, denigrar a sus dirigentes, criminalizarlos desde los medios de comunicación y convertir cada acto o presencia pública de Pablo en lío, en tumulto y en desorden público. Lo dicho, crear un imaginario que engarce Podemos y violencia.
El objetivo es claro: impedir que Podemos se convierta en alternativa de gobierno generando desconfianza y temor en los sectores más moderados de sus votantes, precisamente aquellos donde el movimiento de Pablo Iglesias, más afecta al electorado de las fuerzas bipartidistas.
Nada es casual y se ha ensayado decenas de veces. Es una vieja página, puesta al día, del manual de estilo de La Escuela de las Américas que los norteamericanos regentaban y donde se forman avezados torturadores y demás especialistas en contrainsurgencia.
A lo que hay que añadir los siempre bien engrasados mecanismos contra terroristas de los diversos servicios del Estado español y sus conexiones con los medios de desinformación y calumnias varias.
Ahora bien, hay que ir más lejos. El contexto es conocido y conviene subrayarlo: crisis del Régimen del 78 y proceso de transición hacia otra forma de gobierno. Aparecen dos salidas: enésima restauración borbónica o ruptura democrática. La restauración implicará la institucionalización de una correlación de fuerzas (un nuevo Régimen) que consagre una democracia “limitada” y “oligárquica” al servicio de los poderes económicos garantizada, en último término, por la Europa Alemana del euro.
El dato de fondo, que se olvida con frecuencia, es que esta transición expresa un acuerdo básico entre las diversas burguesías del Estado español y los poderes fuertes de la Unión Europea para configurar un nuevo modelo de acumulación capitalista que haga de España un país subalterno y dependiente del “núcleo” rico y poderoso, sin derechos sociales, laborales y sindicales.
La ruptura implica fortalecer al sujeto popular y convertirlo en poder constituyente. La clave es esta: que el soberano lo sea y que se abra un proceso donde la ciudadanía defina qué tipo de país quiere, sus fundamentos sociales y económicos, sus relaciones con la UE y con los países del Sur, el catálogo de libertades y los mecanismos jurídico-políticos que garanticen los derechos sociales.
Una nueva constitución convertida en la “hoja de ruta” para la transformación social, que genere una nueva unidad entre los diversos pueblos, desde el acuerdo voluntario, para construir una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales, que subordine a los diversos poderes (económicos, mediáticos, financieros) a la soberanía popular.
Sin este enfrentamiento, sin esta lucha por y desde el poder no entenderemos lo que está pasando. La huida de Juan Carlos y la entronización de Felipe es una señal clara de la crisis del Régimen y que los que mandan se preparan para una nueva transición. Que aparezcan gentes como Felipe González, Cebrián; fundaciones como FEDEA, FUCAS, FAES o el selecto mundo del Ibex35, cada vez más entrelazados con los grandes medios de comunicación, dicen mucho del “momento” político que vivimos y del sesgo de clase que lo define.
Si tuviéramos que señalar el dato más significativo de nuestra realidad político-social, diría que es la enorme concentración de renta, riqueza y poder en manos de una minoría que se sabe incompatible con los derechos básicos de las personas y que hace de la regresión social el fundamento de su estrategia política. Cuando se escuchan las declaraciones de los grandes empresarios, de las diversas patronales y de los intelectuales orgánicos de los poderosos, no se puede dejar de pensar que estamos ante una sublevación de la oligarquía contra los derechos sociales, laborales y sindicales de los trabajadores.
La mayorías sociales, los comunes y corrientes, las gentes, tienen demasiados derechos, las democracias demasiado poder y las personas demasiadas libertades. Cómo no ver el odio de una clase ante un orden, un desorden, que no reconoce jerarquía sociales y que ha hecho a las personas de abajo sujetos de unos derechos que limitan su poder e influencia social.
Ahora es el momento de la vuelta atrás, al verdadero orden, que ponga a cada uno en su sitio y que ponga fin al poder de la chusma. La Restauración, con mayúsculas, es sobre todo esto: regresión, involución social y política.
Esta concentración de poder está marcando decisivamente la fase política. El Estado retorna en su centralidad: monopolio de la violencia legítima y de la otra, de las otras, que él organiza y dirige.
Cuando la excepción es la regla, el Estado pierde autonomía relativa y se hacen más visibles sus conexiones con los poderes de hecho, con los que mandan realmente. Es también el momento del “doble Estado”, del legal y del otro. La crisis del Régimen tensiona la fuerza del Estado y tiende a centralizarlo y a desplegar todos sus poderes. El autoritarismo crece y las medidas legales represivas se refuerzan. El objetivo: limitar la fuerza de los movimientos sociales, impedir la movilización y la auto organización ciudadana.
El “otro Estado” siempre está ahí y se activa, aún más si cabe, cuando llegan las crisis. Su característica es la carencia de reglas y normas. Es el reino del “Estado de naturaleza”, de la “guerra de todos contra todos” con la diferencia, sustancial, que este “otro Estado” tiene la cobertura, el apoyo y la legitimidad del Estado legalmente existente.
Su presencia cada vez se nota y se notará más: se mezclan poderes legales, servicios de inteligencia e información, públicos y privados, “nacionales” y “extranjeros”, medios de comunicación y los múltiples mecanismos “del complejo corporativo-estatal-mediático”. No es ninguna casualidad que este proceso de centralización y concentración del poder se dé con mucha fuerza en los llamados medios de comunicación y específicamente en las televisiones.
El brutal ataque a Pablo Iglesias hay que verlo en este contexto. Los poderes no escatimarán medios para conseguir sus objetivos; nada los frenará y usarán todas las armas disponibles para imponer una Restauración que signifique regresión social, involución democrática e incremento sustancial de las desigualdades económicas, sociales y de poder en la sociedad. No nos podemos permitir el lujo de la inocencia.
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