Tiene la palabra casta diferentes acepciones según culturas, pero en todas ellas aparece un elemento central: la endogamia, la capacidad y al tiempo la necesidad de protegerse a sí y entre sí y contra los demás. El episodio espasmódico de estos días del socialismo español empujando a Susana Díaz para que de un paso al frente y pilote el barco desnortado de su partido, no parece más que otro capítulo más de esta misma deriva donde la casta dirigente socialista emerge de nuevo para defenderse a sí misma al tiempo agranda la fosa entre el ellos y el nosotros.
Que el PP forma una casta aparte estaba aceptado por amplios sectores de la sociedad. Al menos, por los sectores que tradicionalmente no le han dado su apoyo. Esto no es novedad alguna, ellos mismos lo reconocen en privado (“Defendemos intereses”, dicen cuando se sinceran), la novedad ahora es que muchos ciudadanos han empezado a pensar, y muy seriamente, que el PSOE también está en el mismo lado del cuadro, y que estirando estirando otros incluso han podido llegar a creer que grupos políticos como IU y hasta los llamados sindicatos de clase, UGT y CCOO, también forman parte de esta casta. Esto es, posiblemente, lo novedoso.
Anda estos días el PSOE debatiendo sobre congreso o primarias, sobre Susana Díaz sí o Susana Díaz no, sobre si el voto debe ser de los delegados o de los militantes… sin percatarse que en todos y cada uno de estos debates casi solo hablan del ellos y se olvidan del nosotros. La fosa se sigue ampliando. Pareciera que están empeñados en darles la razón a quienes ya hace tiempo piensan que han acabado por convertirse ellos mismos en una casta. Que más que la solución pueden llegar a ser el problema.
Cada vez que un barón, cargo, excargo o dirigente socialista hace cola estos días para halagar y ponerse a las órdenes de la presidenta andaluza como única solución, como única salida, están, muy posiblemente, cavando su fosa política porque el debate que llega a los ciudadanos acaba reduciéndose a una cuestión de nombres y de mero cartel electoral. Casi se diría que tras la derrota electoral del 25M no han aprendido nada y siguen hablando del ellos pero se olvidan el nosotros. No escuchan. No ven. No entienden. O peor, se escuchan solo a sí mismos. Ya saben, una de las condiciones de la casta.
Y es que lo que ha sido bueno –eso creen muchos- en Andalucía para ganar unas elecciones y, posiblemente, retrasar la crisis partidaria puede no necesariamente serlo para el conjunto del país. Porque vamos a ver: ¿Alguien recuerda estos días que Díaz es puro aparato y que fue la mano derecha de José Antonio Griñán? ¿Alguien comenta que ésta se hizo con las riendas del partido en Andalucía con un simulacro de primarias? ¿Alguien recuerda que Díaz es el ejemplo perfecto de la funcionaria de partido que no ha hecho otra cosa que servir al partido? Enfrascados en su propia endogamia, el debate de la calle ni existe. Ni, peor, se le espera.
El nuevo líder emergente de la izquierda social heredera del 15M, Pablo Iglesias, lleva meses repitiendo la expresión casta, palabra que los portavoces de Podemos se encargan de remarcar en cada entrevista. A muchos, a buen seguro, la palabra les empezó por chirriar y les producía urticaria, pero con el paso del éxito la expresión está calando, quizás porque precisamente parte de su magia está ahí, en su capacidad de aglutinar a esta otra casta, la de quienes no se sienten escuchados, la gente golpeada por la crisis, los que cada se levantan pensando que las decisiones se toman sin tenerles en cuenta.
Puede que se no sea exagerado decir que entre el ellos y el nosotros hay una raya que divide, es la raya de la casta. Y el PSOE, o mejor sus dirigentes, generalizar no es bueno casi nunca, hace tiempo que no parece tener nada claro a qué lado de la línea quieren escuchar y atender. De ahí lo del principio, lo de Susana Díaz, lo de la casta, el ellos y el nosotros.
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