Hace tiempo que la ciencia sabe que la información grabada en los
genes no es inmutable. En mayor o menor medida, el ambiente la modifica.
Uno de esos factores ambientales parece ser la pobreza. Investigadores
estadounidenses han comprobado que los niños criados en un entorno
desfavorable ven alterado su ADN sufriendo un acelerado envejecimiento
celular que no sufren los que han tenido mejor suerte.
Durante la replicación del ADN, la parte final de los cromosomas se
va acortando con cada nueva replicación y división celular. Estos
extremos se llaman telómeros. Formados por un secuencia repetitiva, los
científicos aún andan averiguando qué son y para qué sirven. En los
últimos años se le descubrieron dos roles esenciales. Por un lado,
evitan la fusión entre los cromosomas contiguos. Por el otro, funcionan
como una especie de reloj biológico. En cada división de la célula,
parte de aquella secuencia repetitiva se pierde. Determina así el
momento en que ésta muere.
Este proceso natural, sin embargo, se puede ver acelerado por
factores ambientales. Se ha señalado al tabaquismo, la vida sedentaria,
la obesidad… Pero, las últimas investigaciones ven al estrés como el
gran enemigo de los telómeros. Y las malas condiciones de vida son
fuente de un intenso estrés.
Con ese punto de partida, investigadores de varias universidades de
Estados Unidos y el Reino Unido analizaron el ADN de la saliva de unos
cuarenta niños de raza negra para medir la longitud de sus telómeros. La
mitad de ellos se estaban criando en un buen entorno socioeconómico y
el resto en un ambiente deprimido: desde una familia desestructurada a
hijos de madre soltera, pasando por un bajo nivel de ingresos familiar o
educativo.
El estudio, recién publicado en PNAS,
mostró un acortamiento de hasta un 19% en la longitud de los telómeros
de los niños desfavorecidos. No solo eso, la variación predecía bastante
bien el estatus social o económico al que pertenecía el chico. Así, un
incremento de un 5% de la extensión de los telómeros se correspondía con
un aumento del 100% en los ingresos familiares.
La correlación se mantenía con otras condiciones sociales o
económicas desventajosas. Comparados con los niños cuya madre no tenía
más allá de estudios primarios, por ejemplo, los hijos de madres con
estudios universitarios o de secundaria presentaban un alargamiento del
32% en esta porción de los cromosomas. Es decir no sufrían de un
envejecimiento celular prematuro.
“Nuestro análisis ofrece pruebas de que la exposición a un entorno
desventajoso en la infancia está asociado con un acortamiento de la
longitud de los telómeros”, explican los autores del estudio en sus
conclusiones. Aunque la muestra no es muy grande, sus conclusiones van
en la misma línea que otros estudios que se han centrado en este
fenómeno.
Hace unos meses, investigadores finlandeses publicaron un estudio en
el que mostraban cómo los parados sufrían un acelerado envejecimiento
celular provocado por la reducción de sus telómeros. Y cuanto más tiempo en el paro, mayor era el recorte de esta parte del ADN no codificante.
Otros trabajos han relacionado esta contracción con mayores niveles de hostilidad y menor autoestima.
Recientemente, científicos estadounidenses mostraron cómo sufrir
actitudes racistas o discriminación acorta esta porción de los
cromosomas de una muestra de hombres de raza negra.
Pero ahora se trata de niños de nueve años. La ciencia no sabe
todavía qué pasará con ellos, con sus células, con su ADN, cuando sean
mayores. Pero un estudio de la Universidad Carnegie Mellon
(EEUU) no anticipa nada bueno. Aunque su muestra era muy reducida y
formada por adultos, comprobaron que aquellos que recordaban haber
tenido una infancia difícil, se resfriaban con mayor facilidad. Si el
acortamiento de los telómeros interviene en un simple refriado, ¿qué
otros efectos no tendrá?
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