La integración de la noción de espacio en el cuadro de las transformaciones pendientes en las ciudades y centros urbanos bajo la ofensiva de la clase dominante, es imprescindible para la elaboración de una estrategia y política anticapitalistas.
Cuando se describe desde un punto de vista crítico las relaciones capital/trabajo, las desigualdades económicas o la destrucción del planeta, a menudo se tiene la tendencia a reducir el espacio a un simple decorado. Ahora bien, traduciendo la forma en que una sociedad está estructurada y jerarquizada , el espacio se manifiesta según lógicas políticas y propias de cada país que dependen especialmente del lugar que ocupa en la división internacional del trabajo y de su historia específica (relaciones de clase, papel del Estado, estrategias de las empresas, etc.). Así pues, es necesario proponer un análisis y propuestas anticapitalistas sobre lo que constituye un frente de batalla decisivo en la lucha de clases.
La ciudad, un reto político
Productos de la historia, los territorios nacionales se transforman según las dinámicas de acumulación del capital y de las crisis capitalistas pero también en función de la lucha de clases y de la correlación de fuerzas que se deriva de ella. Las jerarquías y las desigualdades se inscriben en estos espacios bajo formas que varían de unas sociedades a otras: a los barrios obreros de los extrarradios franceses, equivalen los guetos negros de los centros urbanos de las ciudades estadounidenses o las favelas brasileñas. La producción, la planificación y el control de la ciudad representan otros tantos retos políticos decisivos y el posible soporte de movilizaciones que pueden unir ampliamente a las clases populares.
Por esto, los anticapitalistas deben tomarse en serio la cuestión urbana intentando comprender cómo el capitalismo conforma la ciudad a su imagen, especialmente, mediante las inversiones privadas y unos poderes públicos entregados a la valorización del capital pero igualmente cómo las luchas pueden surgir de la aspiración a una reapropiación del espacio: contra el aumento de los alquileres y la desaparición de los pisos asequibles en el centro de las ciudades, por la construcción de viviendas sociales destinadas verdaderamente a las clases populares, contra la violencia policial y la discriminación racista en el acceso al alquiler, contra la implantación de inmobiliarias de oficinas, de comercios y de servicios para ricos o de espacios culturales destinados únicamente a la pequeña burguesía intelectual.
Elegir la naturaleza y el alcance de estas luchas para estimularlas o involucrarse en ellas, es especialmente importante dado que salpican la historia reciente de las movilizaciones a nivel internacional (Brasil, Turquía, etc.) y francés (revueltas de los barrios populares en 2005), evidentemente unidas a luchas más generales contra las políticas neoliberales, a la arbitrariedad estatal o a la exclusión social. Pero una historia amplia del capitalismo nos proporciona otros ejemplos: pensemos especialmente en el formidable impulso popular que fue la Comuna de París, que se puede interpretar no solo como un enfrentamiento entre trabajadores y burguesía sino también como un intento de del pueblo parisino de retomar el control de una ciudad de la que, en parte, Napoleón III y el barón Haussmann les habían desposeído /1.
Cuando el capital configura el espacio
Las decisiones sobre inversiones de las empresas privadas constituyen una fuerza decisiva en la transformación del espacio mundial y de los espacios nacionales de forma cada vez más desenfrenada a medida que aumenta la influencia del capital por todo el mundo.
Evidentemente, las empresas siempre han tenido en cuenta la diferente rentabilidad entre los espacios nacionales debido a diferencias geofísicas o a factores políticos (legislación social, cualificación de la mano de obra, etc.). Pero la globalización neoliberal ha permitido a las multinacionales, bancos, fondos de inversión, etc., movilizar cada vez más rápidamente sus capitales o competir entre territorios -dentro de un país o entre países-para obtener ventajas de los poderes públicos (ayudas directas o indirectas, legislaciones favorables, dotaciones del espacio, etc.).
De ahí, la aceleración sin precedentes de las transformaciones urbanas a escala mundial desde hace una treintena de años que sufren tanto las y los proletarios del Norte como los del Sur. Con la desertización industrial de los países occidentales, observable desde el Michigan estadounidense, a los Midlands ingleses, pasando por la Lorraine siderúrgica o los barrios del norte parisino, entre otros ejemplos, territorios enteros se encuentran brutalmente devaluados. En consecuencia, sus poblaciones se ven sometidas a tiempos y gastos en transporte crecientes, o se ven impelidas a dejar los lugares donde viven para ir a donde ellos y sus hijos esperan encontrar trabajo casi siempre más precario que los empleos suprimidos en su región de origen.
En los países pobres, se observa durante este periodo de desenfreno neoliberal un gran aumento de la población que vive en barrios de chabolas (la formación de enormes favelas como en México, Caracas o Bogotá que reúnen a millones de individuos) /2. Concentrando en el mundo alrededor de mil millones de seres humanos que huyen de la miseria y están condenados en las ciudades a un trabajo informal y precario, estos barrios de chabolas son actualmente un componente crucial del desarrollo urbano y un símbolo entre tantos otros, de la injusticia radical pero también de la completa irracionalidad del capitalismo. A esto, hay que añadir la aberración ecológica que conlleva este modo de urbanización capitalista que contribuye ampliamente al cambio climático.
De manera más general, el capitalismo produce un espacio a su imagen y semejanza: sometido a las exigencias del capital, de los comerciantes y de los productivistas pero también jerarquizado y segregado. Si el capital homogeniza todo el mundo imponiendo el reino del comercio y los dictados del beneficio, también diferencia los territorios para responder mejor a las necesidades de la acumulación manteniendo una selección social y racial de las poblaciones. Este “desarrollo geográfico desigual”, como lo denomina el geógrafo marxista David Harvey /3 no es el resultado de una desgraciada casualidad o un vestigio abocado a desaparecer con la vuelta del crecimiento (por otra parte, muy improbable) sino una consecuencia del sistema capitalista.
Las clases populares expulsadas del centro de las ciudades
Por todas partes pero especialmente en las ciudades que constituyen los centros de poder del capitalismo globalizado (Nueva York, Londres, Tokio, París, etc.), las clases populares son expulsadas de los centros de las ciudades con más o menos brutalidad dependiendo de la correlación de fuerzas. Este proceso llamado “gentrificación” se realiza no solo en beneficio de empresas privadas que instalan los despachos de sus cuadros dirigentes, abren tiendas de lujo o especulan sobre los valores inmobiliarios, sino también de parejas ricas que aprovechan inmuebles de alto nivel y de un entorno urbano codiciado (buenas escuelas, proximidad de servicios de salud, prestigiosos museos, mobiliario urbano de calidad, etc.).
Este proceso no es el resultado de una maldición contra la que nada se puede hacer, ni el efecto de un complot fomentado por unos pocos sino que se deriva de una de las características esenciales del capitalismo, que necesita constantemente encontrar nuevos terrenos de acumulación para favorecer el máximo enriquecimiento de una minoría. En efecto, el régimen capitalista lleva a convertir todo en mercancía practicando según la necesidad, la especulación más sórdida sobre bienes que , sin embargo, son absolutamente vitales para la población. La vivienda no es una excepción y esto no es nada nuevo. Basta para verlo leer a Engels, que desde 1872 describía el mecanismo que sigue -y seguirá- produciendo efectos desastrosos mientras no se produzca una ruptura con el capitalismo:
“La extensión de las grandes ciudades modernas confiere al terreno en algunos barrios, sobre todo en los situados en el centro, un valor artificial que a veces alcanza enormes proporciones. Los edificios que están construidos allí, en lugar de realzar su valor, más bien lo rebajan porque no responden a las nuevas condiciones así que son demolidos y reemplazados por otros. Esto es cierto especialmente para las viviendas de la clase obrera que están situadas en el centro y cuyo alquiler, incluso en las viviendas superpobladas, no puede nunca o en cualquier caso, con extrema lentitud, sobrepasar un cierto máximo. Son demolidos y en su lugar se levantan tiendas, grandes almacenes, edificios públicos (…). de esta forma, los trabajadores son expulsados del centro de las ciudades hacia la periferia, las viviendas obreras y de forma general, los pequeños apartamentos se vuelven escasos y caros y, a menudo, imposibles de encontrar; en estas condiciones, las empresas constructoras para que los apartamentos de alquiler elevado ofrezcan un campo más amplio a la especulación, no construirán nunca o solo de forma excepcional, viviendas obreras” /4.
Lo que era cierto a mediados del siglo XIX sigue siéndolo hoy y quizás más que nunca. No hay nada de extraño en el hecho de que haya que buscar las raíces de la crisis abierta en el 2008 en el sector inmobiliario estadounidense. Efectivamente, este sector había sido objeto de montajes especulativos de lo más aventurado para permitir a los bancos,y más allá de estos, a las finanzas capitalistas, seguir aumentando sus beneficios en un contexto en el que la explosión de la burbuja de internet había desestabilizado brutalmente los mercados financieros. Que estos bancos hayan sido reflotados a golpe de dinero público mientras ponían en la calle a centenas de millares de familias pobres, no hace más que ilustrar de nuevo la necesidad de acabar con este sistema inhumano.
En Francia, lo mismo que en otros sitios, es importante recalcar que las condiciones de vida, de trabajo y de bienestar de la inmensa mayoría deben primar sobre los beneficios de una exigua minoría. ¡Nuestro derecho a la ciudad, no sus beneficios! Esta es la exigencia fundamental y el banderín de enganche que los anticapitalistas podrían contribuir a popularizar entre quienes la especulación inmobiliaria, el aumento de alquileres, la “renovación urbana”, etc., tienden a despojarles de la ciudad. Esto supone no aferrarse al ideal de la “diversidad social”, que ratifica las desigualdades y enmascara los procesos en curso de gentrificación. Por el “derecho a la ciudad”, hay que entender también el derecho colectivo de quienes habitan la ciudad y/o la hacen existir diariamente, mediante su trabajo pero también por todas las actividades no mercantilizadas que se inscriben en un territorio (servicios públicos, asociaciones, sindicatos, colectivos de artistas, etc.), controlar realmente lo que se construye, lo que se produce y lo que se hace en ella.
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