A Coca-Cola le ha faltado el canto de un duro para convertirse en un
tentáculo de ETA. Se ha salvado por la eficiente reacción de su
departamento de marketing, y menos mal.
El detonante, ya lo sabrás, ha sido un anuncio casi tan edulcorado como el popular refresco, si es que tal cosa es posible.
En él, un niño español aparentemente normal le dice a su padre que se ha
hecho del Atlético de Madrid cuando, se supone, la sensibilidad
familiar anda más próxima al madridismo.
Si bien el chiquillo oculta sus motivos, el padre descubre, con solo un
vistazo, que la traición es fruto del incipiente ardor amoroso que su
vástago profesa hacia una zagala, de aspecto más bien pijo, que se
mantiene a una cierta distancia, ataviada, he ahí la prueba, con una
camiseta colchonera.
Nada de lo narrado hasta ahora es constitutivo de delito (aunque quizá
debería serlo, pero ése es otro asunto). Lo polémico del anuncio es el
actor que interpreta al padre, un mozo barbudo allá por la cuarentena,
que ha sido visto en marchas abertzales con inusitada frecuencia.
Inusitada, se entiende, salvo que seas abertzale.
Al conocido club de tiempo libre Dignidad y Justicia esto lo ha parecido
un atropello. ¿Cómo se atreve el edulcorado refresco a contratar a un
sinvergüenza filoterrorista? Véase que el personaje no solo interpreta a
un padre de familia, cosa ya inadecuada para cualquier abertzale, ¡es
que, además, hace de madridista! ¿Acaso no hay nada sagrado para estos
etarras?
Coca-Cola, que bastante tiene con matarnos a todos de diabetes, no
quiere más polémicas, y ha retirado el anuncio de un plumazo. Dicen que
ellos ni saben ni contestan, que esas cosas las lleva la productora y
que la chispa de la vida ya tal.
A partir de ahora, supongo, todas las grandes productoras de este país
se andarán con pies de plomo a la hora de contratar actores vascos.
Porque lo peor de esta endiablada gente abertzale es que casi nunca se
les nota. Parecen personas normales, como usted y como yo. Con sus
familias y sus trabajos y sus hipotecas. Pero a la hora de la verdad,
los muy cabrones, votan distinto a nosotros.
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