Concebir
la naturaleza como un manual práctico-poético de existencia podría
reducir notablemente nuestra ansiedad y ayudarnos a encontrar más
respuestas de las que hoy imaginamos.
La naturaleza y los libros pertenecen a aquel que los mira.
Ralph W. Emerson
La naturaleza, como símbolo de
sabiduría, es un concepto que se ha honrado, en práctica y teoría,
dentro de múltiples tradiciones y cosmogonías. Su contemplación, la de
sus ritmos, sus gestos y sus esencias, ha sido propuesta por algunos de
los más notables sabios de la historia como máximo proveedor, que el
hombre tenga a su disposición, del verdadero conocimiento. Desde el
budismo Zen y el taoísmo, hasta el credo de grupos étnicos, como los
Hopi, los Raramuris o los Sioux, y pasando por innumerables tradiciones
chamánicas y escuelas místicas, la naturaleza se ha venerado como un
mapa impecable para guiar nuestra existencia.
¿Te imaginas tener a tu disposición, de
forma gratuita, y sin requerimientos académicos o méritos
socioculturales, un libro infinito en el cual pudieras sumergirte y
encontrar la respuesta a absolutamente todas las interrogantes que jamás
se hayan planteado? ¿Qué harías con él? ¿Lo aprovecharías? ¿Seguro?
Curiosamente todos tenemos acceso a esa flor de conocimiento perenne
pero, absurdamente, cada vez menos personas nos tomamos el tiempo para
leerlo.
Concebir la naturaleza como un libro del
cual fluye toda la información que necesitas puede hacer una diferencia
determinante en la vida. Uno en donde la prosa es poesía y se
sintetizan elegantemente todas las metáforas posibles. Un texto sagrado,
pero que es a la vez el instructivo más práctico de todos. Una edición
de bolsillo que no cabría en la más grande biblioteca. Una versión
multimedia, siempre actualizada, del Aleph, de Borges. Un libro de Paulo
Coelho que, en un acto de gentileza, se autodestruye cada vez que
alguien intenta abrirlo. Una Biblia que cita al Corán y está escrita en
sánscrito. En fin, la naturaleza como el manual de agricultura astral o
el libro de cabecera del corazón, como el bestseller que no necesita
vender una sola copia. Como el espejo.
Hoy estamos inundados de protocolos y
técnicas de autoayuda, con millones de libros y cientos de gurús que
ofrecen, a cambio de una módica suma o una pequeña porción de dignidad,
los secretos hacia una vida mejor, con miles de personas acudiendo a
sesiones de coaching, y otros tantos buscando la respuesta en fármacos, fiestas o fellatios,
resulta genial darnos cuenta que el instructivo está siempre ahí, a
disposición de todos, gratis y reluciente, perfecto –pero preferimos
embarrarnos en la frívola comodidad de una búsqueda pseudo-trascendental
condenada al loop.
Más allá del romanticismo ecológico, de
visceralidad contracultural, o de optimismo neo-medioambiental, lo
cierto es que a lo largo de miles de años todas las culturas encontraron
en la naturaleza sus más grandes respuestas. Sé que tal vez parezca
cómodo, quizá hasta iluso, proponer que todas las respuestas probables
están ahí inscritas, en el libro natural. Pero me temo que desde aquí no
podría demostrar está hipótesis –pues eso solo puede hacerse allá
afuera y no por medio de un teclado o una pantalla. Y este es finalmente
el momento de enfrentar las dos preguntas que dan sentido a este texto y
a su lectura ¿qué haces leyendo esta nota en lugar de estar descifrando
las nubes, las hormigas, o las ramas? y ¿qué hago yo escribiéndola en
lugar de platicar con un búho o contemplar una vaca?
La naturaleza es siempre coherente. Nosotros, por ahora, no.
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