martes, 11 de noviembre de 2014

Debate sobre cuatro cuestiones urgentes

 
Cuando comenzó la descomposición del sistema de orden, la salida fué Podemos como años antes lo había sido el PSOE que surgió de la nada, salvando todas las distancias


LA OBJETIVIDAD Y LA SUBJETIVIDAD. EJEMPLOS PRÁCTICOS
1.1.- DESARROLLANDO UN EJEMPLO
CÓMO LA ESTRUCTURA ECONÓMICA DEFINE LA IDEOLOGIA
           2.1.- DETERIORO SOCIOECONÓMICO E IDEOLOGÍA
2.2.- PODEMOS COMO IDEOLOGÍA
LA TÁCTICA Y LA ESTRATEGIA. PROFUNDIZAR ESTOS CONCEPTOS PARA SABER ANALIZAR CORRECTAMENTE
3.1.- INTERACCION ENTRE ESTRATEGIA Y TÁCTICA
¿FRENTE POPULAR? ¿UNIDAD POPULAR? ¿EN QUÉ SE PARECEN Y EN QUÉ SE DIFERENCIAN?
4.1.- INTERNACIONAL COMUNISTA Y FRENTE ÚNICO
4.2.- INTERNACIONAL COMUNISTA Y FRENTE POPULAR
4.3.- KOMINFORM Y FRENTEPOPULISMO
4.4.- OBJETIVO HISTORICO, REVOLUCIÓN O REFORMA
Los puntos de reflexión arriba expuestos han sido elegidos mediante una consulta abierta a varios grupos de militantes de Andalucía que van a participar en las terceras jornadas de discusión teórico-política que se celebrarán el 28, 29 y 30 de este mes de noviembre en Puerto Real, Cádiz. Han sido los grupos quienes en base a las lecciones extraídas de las dos anteriores jornadas de debate, más los aportes realizados por quienes van sumándose o participando desde fuera mediante los textos utilizados, han elegido los cuatro temas para que se añadan al programa ya establecido. Como vemos, se trata de un método que facilita la ampliación y profundización de los temas a investigar gracias a que las y los participantes pueden proponerlos con anterioridad aunque estuvieran fuera del programa inicial.
1.- LA OBJETIVIDAD Y LA SUBJETIVIDAD. EJEMPLOS PRÁCTICOS

Lo primero que debemos tener en cuenta es que existe una estrecha relación entre la objetividad, lo objetivo y el objetivismo, relación que ahora debemos explicar sólo en lo necesario para nuestro curso, sin mayores precisiones que nos exigen más tiempo y espacio del que disponemos. La objetividad consiste en saber que nuestra vida, nuestra práctica y por tanto nuestra subjetividad, nuestras emociones, etc., están siempre relacionadas con realidades objetivas que existen fuera de nosotros, sobre las que podemos influir mucho, poco o nada. Por ejemplo, la altísima tasa de paro y de empobrecimiento social que golpea al pueblo andaluz está objetivamente relacionada con la explotación capitalista que padece en beneficio de la burguesía española, de la que forma parte la andaluza.
Lo objetivo consiste en asumir que existe una realidad externa a nosotros, al margen de lo que deseemos o necesitemos: la objetividad de la opresión del pueblo andaluz está reforzada desde el hecho objetivo de las brutales matanzas españolas realizadas desde 1936 y la represión posterior, que ahora se materializa de múltiples formas adecuadas a las necesidades de la dominación de la burguesía. Aquellos crímenes masivos del pasado son un hecho objetivo aún presente mediante sus terribles consecuencias de largo alcance, al margen de que sean conocidos más o menos exactamente, o incluso desconocidos. Y el objetivismo consiste en el hábito de pensar racionalmente partiendo de la objetividad de lo objetivo, es decir, de que las penosas condiciones de mal vivencia del pueblo trabajador andaluz existen porque existe la historia objetiva de la explotación capitalista española.
La subjetividad tiene un triple sentido: uno, la subjetividad como la otra parte de la objetividad, como la conciencia colectiva e individual de que lo objetivo existe y debemos transformarlo mediante la praxis científica, teórica, filosófica, ética, etc., es decir, la subjetividad voluntaria y libre, crítica, que va unida a la comprensión y transformación de lo exterior a nosotros, de lo objetivo. En este sentido lo subjetivo es una parte de lo objetivo, es más, la subjetividad crítica es una fuerza revolucionaria cuando prende entre las masas explotadas o entre sectores importantes. Si profundizamos un poco más, vemos que la subjetividad, la mente humana en general, tiene ciertas cualidades aún poco estudiadas que facilitan la siempre necesaria capacidad heurística de inventar, innovar e imaginar soluciones a los problemas superando los dogmas y paradigmas obsoletos.
Pero la heurística no tiene nada que ver con la subjetividad y el subjetivismo, sino todo lo contrario, depende de la cantidad y calidad de los conceptos empleados mediante el método dialéctico de pensamiento crítico y creativo, y con la capacidad de creación artística.
En la praxis revolucionaria, en la militancia cotidiana, en lo que debemos llamar subversión del sistema establecido, debemos intentar una fusión del objetivismo materialista con el subjetivismo consciente entendido desde la capacidad heurística, la capacidad de imaginar y soñar crítica y creativamente siempre a partir de realidades incuestionables, y observando con minuciosidad las tendencias evolutivas nuevas, brotes germinales cuyo desarrollo debemos seguir atentamente.
Desde este método, lo subjetivo es a la vez objetivo pero en una forma específica, porque interviene como una fuerza de dirección consciente en la dialéctica de las contradicciones objetivas, como una forma específica de esas contradicciones, que no como algo absolutamente exterior y ajeno a la realidad objetiva.
El segundo sentido de la subjetividad es el que refiere a las emociones, sentimientos, afectos, querencias, odios, fobias, filias, anhelos y deseos no conscientes, o sea ese llamado «mundo subjetivo» que pretende ser estudiado por la psicología, la psiquiatría, el psicoanálisis, etc.; este mundo subjetivo es más complejo de lo que se cree habitualmente y todos los poderes opresores han sabido utilizarlo para reforzar su dominación manipulando la personalidad con el sistema educativo, con la propaganda, con la religión, con el miedo y el temor en todas sus formas, con promesas basadas en cosas imposibles, con sobornos y corrupciones, reforzando los contenidos reaccionarios de la cultura popular y reprimiendo sus contenidos progresistas, etc. Sobre esta larga experiencia histórica previa, el capitalismo ha montado una muy efectiva manipulación de la subjetividad alienada sobre todo con el consumismo y con la adoración fetichista del dinero y de la mercancía.
Y el tercer sentido de la subjetividad es el de la corriente idealista de pensamiento subjetivo que cree que la realidad se conoce no mediante el materialismo de la realidad objetiva en movimiento causado por sus contradicciones internas, sino mediante las creencias, percepciones, criterios, estados emocionales del sujeto que le permiten activar supuestas «facultades sensoriales» desconocidas capaces de descubrirle la «verdad». Aunque la vida depende de actos y pensamientos racionales basados en la obviedad de lo objetivo, son muchas las personas que interpretan la realidad de forma idealista, en la segunda acepción de subjetivismo aquí expuesta, creyendo que su vida depende de fuerzas inmateriales, esotéricas, de «energías espirituales» sólo cognoscibles mediante las «ciencias ocultas», la teología, la mística, la revelación, la intuición, e incluso mediante el uso de drogas alucinógenas que te permiten un «viaje a otras dimensiones» de la realidad.
En la vida cotidiana desgraciada pero significativamente es harto frecuente que las personas mezclen en diversas dosis los dos métodos, el objetivista y el subjetivista en la segunda y tercera acepción. Aunque cada vez menos, todavía muchos científicos y personas que por su trabajo deben aplicar el materialismo racionalista –y el método dialéctico de manera empírica aunque lo rechacen oficialmente–, sin embargo se declaran religiosas, leen los horóscopos, creen más en sus «intuiciones» o en las de otras personas que en la formación teórica y en el debate colectivo democrática y críticamente realizado, etc
1.-1.- DESARROLLANDO UN EJEMPLO:
Aún así, existe en la práctica una compleja y contradictoria unidad y lucha permanente entre objetividad y subjetividad en la que, por lo general e históricamente hablando, la primera, la objetividad, termina imponiéndose mal que bien y superando muchísimas presiones sobre la subjetividad. Veamos un ejemplo de esta interacción: una fábrica cerrada en nuestro barrio, sin obreras y obreros y en silencio. Es una realidad objetiva que impacta a diario en la vida de decenas y centenas de familias empobrecidas. Pero si investigamos un poco mediante el objetivismo materialista y la objetividad que nos previene contra el subjetivismo y la subjetividad, vemos que la fábrica está formada por otras realidades más pequeñas: ladrillos, máquinas oxidadas, cristales rotos y habitáculos sucios que sirven para que jóvenes se inyecte la droga que infecta el barrio y que aniquila a una juventud obrera condenada a la miseria, realidades ciertas e innegables conocidas por la gente, pero permitidas por el poder y su policía, y silenciadas por la prensa.
Si seguimos buceando, descubrimos que los ladrillos, las máquinas, etc., compactos al tacto sin embargo son también inmensos espacios vacíos entre sus partículas y los núcleos de los átomos que componen lo que denominamos la «materia» que forma la fábrica. Pero este conocimiento objetivo avalado por los avances científicos sólo se adquiere mediante el esfuerzo de estudiar la realidad con el objetivismo materialista superando el subjetivismo idealista. Este simple ejemplo nos explica que lo objetivo, que existe en la realidad, es visto desde diversos ángulos: uno, el de la realidad obrera golpeada por la explotación capitalista; otro, el de la física clásica que explica la materialidad de la fábrica; y por último, el de la física atómica que explica la composición interna de la «materia», por no extendernos en el análisis de lo más pequeño de lo pequeño o física cuántica, y de lo más grande de lo grande o leyes y contradicciones del modo de producción capitalista. Y eso que sólo nos movemos en dos planos del problema: el social y el físico, porque si entramos en otros cinco más, la salud, la política, el patriarcal, el conocimiento, y la ética, las cosas se complican:
Desde la perspectiva de la salud vemos que la fábrica cerrada ha empeorado la salud y la calidad de vida del pueblo trabajador por los efectos nefastos del desempleo y del empobrecimiento, ha incrementado el consumo de alcohol y de otras drogas legales e ilegales, ha incrementado los problemas psicológicos y «subjetivos» en el sentido segundo arriba expuesto, con el incremento de la tasa de suicidios efectivos y frustrados, el deterioro general que fuerza el consiguiente aumento del consumo de ansiolíticos y antidepresivos; y presiona sobre el aumento de la llamada «delincuencia social», etc. Incluso ha reforzado el subjetivismo idealista en el tercer sentido al reforzar las creencias religiosas de algunas personas que rezan para que los dioses y diosas les ayuden, o que recurren a videntes para saber qué futuro les aguarda. Son cada una de ellas realidades objetivas reflejadas en estadísticas y estudios que generalmente no sirven para nada si las luchas populares no presionan para que se mejoren las condiciones sociales.
Desde la perspectiva política vemos que los obreros recuperaron la fábrica cerrada por la patronal poniéndola en funcionamiento mediante la autogestión socialista hasta que fueron desalojados por la policía de la misma forma que poco antes esta también desalojó a los campesinos y campesinas que habían recuperado los campos abandonados del señor conde; vemos que esa misma policía apaleó y expulsó de los locales de la fábrica a los movimientos juveniles y populares que los habían vuelto a liberar y a socializar; vemos cómo las manifestaciones de protesta fueron disueltas con multas y a palos, mientras que se hacía público que en los terrenos de la fábrica cerrada se iba a construir un campo de gol con un hotel de lujo directamente conectado con el aeropuerto más cercano para traer a grandes capitalistas y restante escoria. El campo de golf y el hotel de lujo será una realidad objetiva cuando se construya, si es que la represión burguesa aplasta la resistencia popular en contra y a favor de la reindustrialización de la zona. Pero la manipulación burguesa de la subjetividad alienada y atemorizada logra hacer creer a muchas personas que ese hotel y ese golf «traerán el progreso» al pueblo.
Desde el patriarcado y poder adulto, vemos que son las mujeres y las/los jóvenes quienes más sufren las consecuencias del cierre de la fábrica por el aumento de las tensiones intrafamiliares al reducirse la entrada de dinero y aumentar la pobreza, al obligar a las mujeres a realizar más trabajos en la economía sumergida con las peores condiciones de explotación que ello acarrea, al reducir las posibilidades de la juventud para salir de casa e independizarse en su vida personal, al obligar a las familias a convivir sin esperanzas e ilusiones, teniendo que asumir en silencio el desplome de la autoestima que supone aceptar la caridad exterior ya que las ayudas sociales se están reduciendo con rapidez.
Desde la teoría del conocimiento vemos que se han hundido las creencias sobre el futuro seguro, eterno, del salario en la fábrica garantizado pasa siempre, impacto objetivo y hasta sorpresivo que obliga a nuestro pensamiento a asumir el cambio, la interacción y la contradicción: la fábrica funcionaba y ha dejado de hacerlo en medio del desconcierto y el miedo por el futuro de los trabajadores. Lo que se creía seguro y eterno ha desaparecido de repente apareciendo la realidad cruda y cruel. Muchos trabajadores se hunden en el pesimismo derrotista pero otros se conciencian, dándose cuenta que deben abandonar toda irrealidad subjetiva para enfrentarse a la feroz objetividad del empobrecimiento y de la precarización. Las viejas formas subjetivas no sirven ante la fría desnudez de lo objetivo que se materializa también en las represiones, en las mentiras de la prensa, en los silencios cómplices de la Iglesia para los desorientados trabajadores creyentes.
De pronto descubren a palos que todo está relacionado entre sí y que en el centro de lo que les sucede aparece el Estado de la burguesía como lo objetivo en su quinta esencia, ante lo que no valen para nada las ilusiones subjetivistas del reformismo sino la práctica también objetiva de la lucha revolucionaria.
Desde la ética vemos que mientras que para el pueblo es malo e injusto el cierre, para la burguesía es bueno y necesario; que mientras muchos trabajadores condenados al desempleo, al subempleo y a la precariedad empobrecida, se preguntan sobre qué justicia existe en este mundo de desconsuelo, otros trabajadores les responden que domina la justicia del capital, y que la justicia del obrero debe actuar ilegalmente, pero actuar: dos justicias y dos éticas enemigas mortales.
Vemos que cualquier defensa de los derechos populares que desborde los muy escuálidos límites de la ley y de la ética de la propiedad privada es inmediatamente condenada y perseguida mientras que la clase dominante puede hacer prácticamente todo lo que se le venga en gana.
En todas estas formas de acercarse al problema del cierre de la fábrica la objetividad va funcionando de maneras diferentes para adecuarse al objeto preciso que estudia: la primera imagen de la empresa cerrada, su materialidad externa y sus diversos niveles de composición interna, lo salud popular golpeada, la política burguesa en acción, las mujeres y la juventud machacada, el método idealista humillado y la impunidad de la ética burguesa: estas y otras manifestaciones de la totalidad objetiva que es una fábrica desmantelada son otras tantas realidades objetivas, que están ahí pero también con sentidos antagónicos en los cuerpos y en las mentes de las clases en lucha, de la burguesía y del proletariado. Comprender esta objetividad de lo objetivo exige el método objetivista y de la subjetividad revolucionaria que forma parte sustantiva de él.
La subjetividad alienada e idealista por el contrario, se limita a creer que todo lo que sucede en ese pueblo es efecto de la casualidad, del azar: la mano invisible del mercado que funciona en base a las apetencias subjetivas de los consumidores individuales, egoístas y fríamente racionales en la toma de sus decisiones de compra y de venta.
Esta subjetividad cree que no existen regularidades de fondo en el capitalismo que explican por qué surge el paro y el por qué y para qué de las huelgas y de las cárceles en las que se pudren los huelguistas detenidos: cree el subjetivista que son las apetencias, caprichos, ideas y delirios dopados sobre diosas y dioses de las personas individuales las que dictan las reglas de funcionamiento a la sociedad. Y del mismo modo en que cree que no existen causas objetivas, también cree que sólo basta con la subjetividad para arreglar el mundo. Semejante idealismo reformista siempre ha fracasado.
2.- CÓMO LA ESTRUCTURA ECONÓMICA DEFINE LA IDEOLOGIA
En lo que podemos definir como pensamiento burgués, existen tantas definiciones de ideología como escritores quieran ganarse unos euros creando modas intelectuales de usar y tirar en el mercado de la cultura industrializada. Pero en lo que entendemos por marxismo existen dos grandes acepciones que se refieren a dos momentos de la praxis revolucionaria: uno, el más inmediato y fácil de entender, es el que define la ideología como el conjunto de ideas, conocimientos, teorías, etc., que tienen las clases en lucha, el proletariado y la burguesía fundamentalmente. La ideología del proletariado es el socialismo, aunque por muchas razones, algunas de las cuales hemos expuesto sucintamente arriba, el socialismo penetra con dificultad en las clases explotadas.
Una razón de peso que lo impide es el hecho de que la ideología burguesa, la forma de ver el mundo de esta clase explotadora, es la que domina abrumadoramente en la sociedad capitalista en situaciones de «normalidad», cuando aún no hay muchas fábricas cerradas, ni mucho desempleo y empobrecimiento, ni mucha lucha de clases.
La ideología burguesa es la ideología dominante porque el capitalismo, sobre todo el Estado burgués, dedican ingentes recursos de toda índole para marginar la ideología obrera, atacando al socialismo, falsificando la historia y reprimiendo cualquier lucha obrera y popular que pueda vencer y así demostrar que el socialismo es factible. Pero, además, la ideología burguesa cuenta con el inestimable apoyo de su versión pequeño burguesa, o si se quiere de la ideología pequeño burguesa que es una versión de la de su hermana mayor, la burguesía, pero adaptada a las condiciones de la hermana menor. En los períodos de crisis, sectores de la clase obrera alienada son más receptivos a la cháchara pequeño burguesa con su enfurecido mal genio democraticista, que ladra pero no muerde, que al socialismo por un lado, y por otro a la estricta ideología burguesa abiertamente reaccionaria, por lo que se comprende así que la clase capitalista acepte como mal menor que partidos pequeño burgueses jueguen un papel importante durante un tiempo. En estos momentos, en el Estado español Podemos juega ese papel de radicalismo pequeño burgués, como se verá.
La otra acepción marxista de ideología se refiere a la falsa conciencia, es decir, al hecho de que, en el fondo, la ideología refleja de manera invertida la realidad, cree que las causas son los efectos y viceversa, ve el mundo boca abajo. Es una falsa conciencia que surge del hecho de que el capitalismo oculta su naturaleza explotadora, sus contradicciones y su lógica interna, basada en la explotación creciente y brutal de la mayoría por la minoría, mientras que ofrece una imagen externa falsa según la cual todas las personas somos iguales, tenemos los mismos derechos y las mismas posibilidades, dependiendo nuestra vida de nuestros «meritos individuales», de nuestra suerte, de nuestro «instinto ganador y competitivo». De este modo, la burguesía oculta al proletariado la realidad objetiva: la opresión de clase, la explotación asalariada que enriquece a la minoría y empobrece a la mayoría, la dominación cultural, la explotación patriarcal y nacional, etc.
El sentido marxista profundo de ideología concierne a esta verdad oculta: tenemos que dar la vuelta a nuestro pensamiento, ponerlo de pie, no limitarnos a la apariencia externa sino descubrir las contradicciones internas, la esencia real pero difícil de ver a simple vista de la objetividad de la explotación asalariada, patriarcal y nacional. Desde esta definición profunda y crítica de la ideología burguesa en cualquiera de sus formas como conciencia equivocada, falsa, miope, comprendemos que la ideología socialista que refleja parcial y limitadamente cosas ciertas, verdaderas en algunos de sus contenidos, debe enriquecerse radicalmente hasta llegar al nudo del problema: la propiedad privada.
Si nos fijamos, desde hace muchos años, casi ningún programa que se denomine socialista plantea abiertamente la necesidad perentoria de la socialización de las fuerzas productivas, de acabar con la propiedad burguesa para hacerla propiedad socialista controlada por el pueblo trabajador mediante la democracia de los soviets, de los consejos obreros y populares, de las asambleas barriales y vecinales, con el apoyo del Estado obrero y la garantía del pueblo en armas. Con las actuales tecnologías de la información al instante, horizontal y libre -mientras lo permita el imperialismo que es quien controla las redes sociales e Internet– es mucho más fácil que en el pasado crear y practicar la democracia socialista basada en la propiedad comunal de las fuerzas productivas. Y prácticamente ningún programa «socialista», excepto honrosas excepciones, defiende la necesidad del comunismo, única alternativa viable para el futuro de la humanidad.
2.1.- DETERIORO SOCIOECONÓMICO E IDEOLOGÍA
¿Por qué la mayoría inmensa de los actuales «programas socialistas» evitan esta cuestión crítica, decisiva, necesaria y urgente? Pues porque unos se han pasado abiertamente al reformismo interclasista que propugna acabar con lo «malo» del capitalismo quedándose con lo «bueno», y otros, sin retroceder tanto, se quedan a medio camino, entre dos aguas. Ambas posturas tienen en común que interpretan la realidad según el concepto superficial de ideología antes citado: la ideología como conjunto de ideas de una clase, de la clase trabajadora que, en este caso, se plasmaría en su ideología socialista. Analicemos la evolución reciente de esta «izquierda socialista» bajo los impactos demoledores de la crisis oficialmente estallada en 2007. Analicemos Podemos como expresión máxima del relativo valor del concepto de ideología en el sentido de conjunto de ideas.
La estructura económica del Estado español, como se dice en la pregunta, está cuarteada en trozos, con quiebras estructurales en su base industrial, la que produce valor; dicho de otro modo, el capitalismo español se está desindustrializando y envejeciendo tecnológicamente, lo que le aboca a aumentar más aún su dependencia del exterior: el Estado español es una especie de protectorado bajo control externo, dependiente de las decisiones estratégicas tomadas por el imperialismo, pero esto en modo alguno anula la fuerza del nacionalismo imperialista español sino que le enfurece aún más. La desindustrialización no empezó en 2007 sino mucho antes y ha pasado por fases de mayor o menor velocidad e intensidad, e incluso ha habido tímidos y fugaces intentos fracasados de reindustrialización estructural, que no parcial o sectorial, pero fracasados a la larga porque el bloque de clases dominante en el Estado apenas ha apoyado decididamente una larga estrategia industrial por razones que no podemos explicar ahora.
Esta es una de las razones fundamentales del empobrecimiento programado que actualmente se padece, siendo otras la propia crisis financiero-industrial europea y el estancamiento mundial, la ferocidad de la burguesía representada por el PP y el PSOE, y de CiU, PNV, UPN, etc. Estas dinámicas son objetivas, como decíamos antes, existen realmente al margen de nuestra subjetividad. Lo que ocurre es que el concepto dominante en la «izquierda socialista» de ideología como conjunto de ideas, siendo valido para los momentos tranquilos, sin aceleraciones de complejidad y contradicción, le fue útil de alguna manera para ir tirando hasta antes de la crisis de 2007 siempre que no pretendiera atacar radicalmente al capitalismo; pero esta concepción limitada de la ideología fue perdiendo el grueso de su utilidad conforme aparece de manera incuestionable la crudeza objetiva del capitalismo.
Sin mayor rigor expositivo ahora, hasta esa fecha fueron sólo los marxistas en cuanto tales, los comunistas que dominan la dialéctica y el materialismo histórico, los únicos que llevaban tiempo advirtiendo no sólo de que se agudizaban las contradicciones del sistema, sino que además se demostraba la incapacidad de la «izquierda» para prepararse cara a la lo que se avecinaba.
En la realidad, la clase trabajadora del Estado español venía sufriendo reducciones salariales y retrocesos en sus condiciones de vida y trabajo desde mucho años antes, empeoramiento ocultado en parte por el endeudamiento creciente debido a unas bajas tasas de interés, al dinero barato en suma, debido también al boom del ladrillo que permitió más horas de trabajo asalariado en la familia lo que silenciaba el creciente crujir de la situación familiar real, objetiva, cada vez más endeuda para mantener un nivel ficticio de consumo barato imposible de mantenerse durante mucho tiempo por el debilitamiento del salario familiar. A estas y otras causas que explican la poca resistencia consciente y activa, –hubo luchas gloriosas desconocidas por el silencio mediático–, hay que sumarle otras más entre las que destacan el colaboracionismo descarado del sindicalismo y de la izquierda oficiales, o sea, de la «leal oposición de Su Majestad», la economía sumergida que puede rondar entre un cuarto y un tercio del total en los meses de verano con el turismo al alza, y la ingente corrupción económico-política. Pero desde 2007 y en especial desde 2010-11, esta situación de limitada resistencia empezó a dar paso a una serie creciente de movimientos sectoriales y de masas.
2.2.- PODEMOS COMO IDEOLOGÍA
Y fue a partir de aquí, de este período, cuando comenzó la descomposición del sistema de orden, represión e integración del capitalismo español en zonas en las que hasta entonces había sido bastante efectivo, pero no la descomposición del capitalismo y de su Estado en sí. Fue el sistema de integración, represión y orden el que empezó a debilitarse y el que está llegando ahora a una debilidad peligrosa. La «oposición de Su Majestad» –no incluyo aquí a las organizaciones revolucionarias por contadas y reducidas que sean–, fue quedándose perpleja y muda ante la irrupción de masas trabajadoras en las que se integraban cada vez más sectores de las llamadas «clases medias», es decir, trabajadores con altos salarios y condiciones de explotación laboral menos malas que la media. Pero asalariados al fin y al cabo que en muy poco tiempo despertaron sobresaltados de su profundo letargo subjetivista durante el que se habían creído la mentira del «ascenso social». Las «mareas» de sanidad y educación son un ejemplo entre varios más.
La visión de la ideología como conjunto de opiniones e ideas sobre la realidad demostró en este momento su acierto y su límite. Lo primero porque cientos de miles de personas oprimidas y enfadadas radicalizaron parcialmente sus ideas sociopolíticas, democráticas, culturales, etc., su ideología en suma; pero lo segundo, su límite, porque no fueron más allá, no profundizaron más allá de las meras ideas progresistas, no llegaron a una praxis revolucionaria con objetivos históricos, estrategia general y tácticas concretas, es decir, no dieron el salto de la ideología progresista a la teoría revolucionaria. Y no lo dieron porque de repente se les ofreció como salida a su rabia el camino más fácil: el electoral desde una visión totalmente «nueva», no contaminada por las corrupciones y ataduras del resto de alternativas electorales.
Esta salida fue Podemos como años antes lo había sido el PSOE que surgió de la nada, salvando todas las distancias.
Sobre el magma del malestar social complejo apareció la propuesta vertical, ambigua, polisémica, abstracta y de política-espectáculo, televisiva, de Podemos, la expresión más plena del concepto de ideología como bloque de ideas, pero sólo de ideas que no de teorías. La diferencia entre idea progresista y teoría revolucionaria radica en que la primera se mueve en el ámbito de lo deliberadamente impreciso, mientras que la segunda, la teoría revolucionaria, lo hace deliberadamente en la radicalidad más concreta. Las ideas ambiguas son cómodamente reducidas a eslóganes sencillos que se repiten en TV, Internet, radios, prensa en general, pero la teoría requiere de esfuerzo intelectual crítico realizado en colectivo y en base a métodos democráticos-radicales de debate y contrastación. La idea progresista reducida a eslogan reiterado, a frase hecha que sirve para responder a cualquier pregunta, puede atraer a mucha gente cabreada e indignada pero no puede ofrecer un objetivo histórico, una estrategia y una táctica colectivas, sino grandes sueños imprecisos.
Peor aún, las ideas generales reducidas a tópicos, a muletillas repetidas durante pocos segundos en programas televisivos pensados para anular toda sistematicidad expositiva, hacer mucho ruido y aspaviento que impida toda reflexión bajo luces multicolores que dirigen la atención a la imagen y no al contenido, estas ideas huecas se rellenan fácilmente con contenidos reformistas blandos como ya lo está haciendo Podemos; del mismo modo que el espectáculo de luz y sonido en tiempo real de unas supuestas «votaciones democráticas» individualizadas en extremo con el voto-electrónico, sirve para legitimar el verticalismo burocrático previamente impuesto a la vez que anular todo debate interno riguroso y serio.
La crisis que azota al capitalismo español ha terminado forzando una primera y relativa toma de conciencia de amplias masas populares, como no podía ser menos. Pero por ahora sólo relativo y primer paso en el largo proceso de radicalización teóricamente asentada. Uno de los mayores obstáculos a vencer no es otro que el de superar el subjetivismo y la reducción del pensar a la simple amalgama de ideas generales; dicho de otro modo, el movimiento ha de dar el paso a una crítica radical del orden existente. Mientras no lo logre y tienda a estancarse en la esperanza electoralista y parlamentarista, como parece que está ya ocurriendo porque Podemos no hace ningún llamamiento a la movilización en la calle para reconquistar derechos y condiciones de vida y trabajo destrozados por la represión, si así ocurriera se tendrá que empezar de nuevo. No hace falta decir que uno de los problemas decisivos a los que ya debe responder no sólo Podemos sino el movimiento obrero y popular, la «gente», la «sociedad civil» como dice ambigua e interesadamente Podemos, es el de cómo acelerar desde el internacionalismo el proceso independentista de las naciones oprimidas por su Estado, ese al que apenas nunca citan y menos aún llaman por su nombre verdadero echando la culpa de todo a una «casta» que nunca definen con un mínimo de rigor teórico y político.
3.- LA TÁCTICA Y LA ESTRATEGIA. PROFUNDIZAR ESTOS CONCEPTOS PARA SABER ANALIZAR CORRECTAMENTE
Como hemos dicho, la segunda acepción de ideología que tiene el marxismo es la de conciencia falsa, engañosa, invertida, siendo la segunda porque a pesar de ser la más profunda, rica y radical, es decir, la que llega a la raíz del problema, por ello mismo es la más difícil de entender y practicar. Para responder a esta tercera pregunta esta segunda acepción es bastante más efectiva que la primera, que dice que la ideología es el conjunto de ideas, la concepción del mundo de una clase, etc. Y la segunda es más conveniente porque nos alerta de la trampa que se oculta en el interior de esta pregunta que ahora contestamos, realizada al faltar en ella la cuestión clave, la de los objetivos históricos: no se puede hablar de estrategia y de táctica si previamente no se han definido los objetivos históricos.
Los objetivos son los fines últimos, las soluciones definitivas e irreversibles para resolver los problemas que nos aplastan. Los que fueren en cada situación concreta, problemas objetivos, reales, materiales como el cierre de la fábrica, como el terror machista, como el desempleo y el subempleo, la opresión nacional, etc., que nos destrozan la felicidad y la alegría. La estrategia es el plan diseñado para avanzar hacia esos objetivos, para resolver esos problemas de la mejor forma posible, lo más rápidamente y con el menor dolor y daño posible. Y la táctica son los medios puntuales, específicos, concretados en cada situación y necesidad particular, que se emplean para desarrollar la estrategia en vista a los objetivos necesarios. La relación entre objetivo, estrategia y táctica se define más sucintamente como relación entre los fines y los medios, dándose por sentado que la estrategia es la que conecta los fines con los medios, y viceversa.
La cuestión crucial de la respuesta a la pregunta que ahora contestamos radica en designar correctamente los fines y los objetivos porque de ello dependerá la elaboración de la estrategia y de las tácticas. Si necesitamos subir una dura montaña en un desierto desolado y reseco, abrasador, haremos una estrategia y unas tácticas muy diferentes a si tenemos que recorrer un sombreado y llano prado con fuentes de agua. Si necesitamos hacer la revolución comunista elaboraremos una estrategia para la toma del poder del Estado y desarme de la burguesía, mediante tácticas diversas adecuadas a cada fase de la lucha pero siempre dentro de la estrategia y con la mirada puesta en la socialización de las fuerzas productivas. Esto que parece tan obvio sin embargo ha sido «olvidado» o solemnemente rechazado por la «oposición de Su Majestad».
Decimos que el problema verdadero a resolver radica en la fijación del objetivo y del fin, y no tanto en la estrategia y en la táctica, porque, como venimos insistiendo, el capitalismo oculta muy astutamente su esencia explotadora interna e imprescindible para su supervivencia. A diferencia de otros modos de producción en los que aparece totalmente claro el papel de la violencia en la explotación de las clases dominadas, en el capitalismo la violencia inherente de la explotación asalariada es invisible por el efecto narcótico del fetichismo de la mercancía, de la ideología de la libertad individual y del mito de la igualdad de los ciudadanos, apareciendo la violencia opresora sólo cuando han fracasado los otros medios de consenso, integración, control y dominación que se aplican con tantas tácticas diferentes que no vamos resumirlas aquí.
En el capitalismo, la violencia brutal y terrorista, contrarrevolucionaria, va siendo aplicada progresivamente de manera cada vez más salvaje y dura conforme la clase trabajadora pierde el miedo y supera el engaño, avanza en su unidad, decisión y organización, y concreta materialmente los objetivos por los que lucha mediante programas reivindicativos aglutinadores, en la medida en que la clase trabajadora desea, quiere y puede acabar con la propiedad privada, socializándola; con la propiedad burguesa del Estado, tomándolo, destruyendo muchas de sus burocracias y creando otro instrumento estatal opuesto; y con la propiedad burguesa del Ejército, disolviéndolo y armando al pueblo. Como vemos, ya en la fijación de los objetivos aparecen desarrolladas las estrategias y las tácticas para llegar a ellos y para asegurar su continuidad en el tiempo. Pero aún así, aquí hemos tocado sólo una parte del problema, la de la violencia contrarrevolucionaria, citando rápidamente el problema decisivo, y por tanto el objetivo decisivo: a la vez que se socializan las fuerzas productivas y la propiedad burguesa, se avanza rápidamente a la extinción del trabajo explotado, asalariado, aumentando lo más posible el tiempo verdaderamente libre teniendo en cuenta que siempre quedará una cantidad de tiempo de trabajo necesario socialmente, pero no explotador. La extinción del salario supone la extinción de la mercancía, del valor de cambio y de la ley valor, entrando la sociedad en una civilización totalmente diferente, la comunista.
La humanidad explotada necesitó de bastante tiempo para descubrir teóricamente qué era el capitalismo y cómo acabar con él. Muchas utopías rebeldes, milenaristas e igualitaristas, todo el radicalismo popular de las revoluciones burguesas masacrado luego por la burguesía victoriosa, el socialismo utópico en cualquiera de sus expresiones, semejante esfuerzo colectivo fue necesario para sentar las bases del marxismo, del descubrimiento del concepto de trabajo abstracto, de la ley del valor, de la plusvalía, de la dictadura del proletariado, etc. Una vez descubiertos se pudo avanzar con cautela a la fijación práctica de los objetivos elementales, y únicamente gracias a la experiencia práctica de las masas mediante luchas revolucionarias, nunca antes: 1789, 1830, 1848, 1871, 1905, 1910, 1917, 1949, 1959, 1972, 1975, 1998, son algunas fechas en este proceso de victorias y derrotas que han ido llenando de contenido los objetivos históricos comunes y elementales, mediante diversas estrategias y tácticas adecuadas a cada fase histórica del capitalismo y a las necesidades concretas de las naciones trabajadoras que los han realizado.
En cada uno de estos pasos el subjetivismo, el sentido común, la lógica formal, y la ideología dominante, la burguesa y su corriente pequeño burguesa, han sido poderosos frenos que la humanidad explotada ha tenido que superar; también la primera acepción de ideología que tiene el marxismo, la de concepción del mundo, ha supuesto en su momento un freno relativo no antagónico que se ha superado con la experiencia práctica sintetizada en la teoría que ha superado las anquilosadas concepciones de la realidad que tenía la izquierda envejecida.
3.1.- INTERACCION ENTRE ESTRATEGIA Y TÁCTICA
Dicho lo anterior, podemos ya decir cinco cosas sobre las relaciones entre estrategia y táctica: una es que se condicionan mutuamente, es decir, que no se puede aplicar durante mucho tiempo una táctica que contradiga a la estrategia porque dependiendo de los casos, esa mala táctica termina arruinando la estrategia, ejemplo: la lucha contra el sistema patriarco-burgués exige la estrategia de la unión de fuerzas mediante la conquista de derechos elementales y básicos como el derecho al trabajo e igualdad salarial, derechos sexuales y amorosos, derecho al aborto, derecho de autodefensa, derechos culturales, sociales y democráticos, derecho al divorcio y separación unilateral, etc., que al conquistarse aumentan la autoconfianza y conciencia feminista de la mujer trabajadora. Pero si las tácticas empleadas empiezan a restringir o limitar su divulgación, organización y movilización sistemática por oportunismos, miedos o debilidades, entonces la estrategia empezará a hacer aguas, y otro tanto sucederá si del oportunismo reformista se pasa al sectarismo ultrarradical que impide la necesaria flexibilidad incluyente e integradora, y la necesaria concienciación mediante la práctica colectiva. Con ambos errores se resiente la estrategia, que fracasará. Pero también sucede a la inversa: si la estrategia no tiene en cuenta la situación objetiva de la conciencia media de la mujer trabajadora, y la fuerza fanática del patriarcado, si es subjetivista y no objetivista, entonces ninguna táctica acertada rendirá frutos.
La segunda, las tácticas han de prefigurar de algún modo el objetivo por el que luchan, mostrándolo mediante la explicación paciente de la estrategia y de las reivindicaciones que desarrollan. Cualquier lucha popular, estudiantil, obrera, vecinal, la que fuere, ha relacionar de la manera más pedagógica y directa posible lo que reivindica en ese momento preciso con el objetivo a largo alcance que ilumina su caminar.
La recuperación de un campo, local, parque, escuela o fábrica abandonada por parte del colectivo afectado debe superar la inmediatez urgente en sí misma para conectar con el proceso general de avance a la socialización de la propiedad privada y de las fuerzas productivas.
Cualquier lucha táctica ha de reflejar y representar de algún modo los objetivos que le dan sentido. Lograrlo exige de una formación teórica y política que va más allá de la simple «lucha ideológica» porque debe argumentarse con seriedad histórica y con anclajes en el presente.
En este sentido, la tarea por realizar es inmensa porque se ha producido un gran retroceso en la tradición revolucionaria de conectar el medio con el fin, la táctica con el objetivo mediante la estrategia. Y gran parte de la responsabilidad radica en que se ha abandonado el objetivo en sí mismo, lo que hace que muchas reivindicaciones tácticas estén exclusivamente ceñidas a la solución de los problemas presentes, disolviéndose la organización popular y la reivindicación, con sus lecciones positivas, una vez logrado el objetivo concreto, si es que se ha logrado. Si ha fracasado, una derrota más multiplicará la sensación de inutilidad de toda lucha al no existir ni una estrategia que estudie las razones del fracaso ni una organización que realice todo ese esfuerzo ingente pero imprescindible.
La tercera, si bien cada táctica concreta ha de prefigurar el objetivo particular en un futuro, todas ellas han de prefigurar los objetivos históricos en general desde esa estrategia revolucionaria centralizadora y dirigente. Más en concreto, se trata del problema de las pequeñas conquistas reformistas-radicales insertas en una política revolucionaria nítidamente orientada a la revolución; dicho de otro modo: desde la estrategia revolucionaria general, la pequeña táctica particular puede incluso avanzar más allá de la simple prefiguración del objetivo futuro en su campo de intervención –sanidad pública en un barrio obrero, leyes contra el terrorismo patronal en forma de «accidentes de trabajo», lucha en defensa del tejido vecinal y contra los hipermercados y grandes espacios mercantiles, transporte público barato y de calidad y restricciones al uso del tráfico privado, aumento salarial y reducción de las horas extras, y un largo etc.–, para pasar a ser parte de una estrategia revolucionaria global en la que la táctica no es sólo la prefiguración del futuro concreto, sino también del futuro general en sí mismo. La victoria táctica como muestra de la vida revolucionaria emancipada posterior.
La cuarta trata sobre la autonomía que han de tener los cuadros militantes para aplicar las tácticas con la suficiente libertad como para que sea efectiva. Los objetivos y la estrategia que dirigen la táctica no pueden ser introducidos a golpes, dogmáticamente, en la compleja y variada realidad social, con sus diversidades, ritmos y características específicas tan acusadas. La efectividad de una estrategia depende en grado sumo de la libertad responsable y de la capacidad práctica de la militancia para saber adaptarla de lo general a los cambios múltiples de lo particular, moldeando la táctica a las necesidades de su entorno y no a la inversa. Sin esta adaptabilidad creativa e imaginativa de la militancia en el momento de llevar el programa único a las realidades dispares, la estrategia y ese programa se precipitan al fracaso. Del mismo modo, la organización ha de estar preparada para recibir, calibrar e introducir en las tácticas en la medida de lo necesario las mejoras e innovaciones propuestas por la militancia que conoce mejor que nadie la realidad en la que milita.
Y la quinta es que una estrategia debe cambiarse por otra sólo cuando se haya demostrado su ineficacia porque la burguesía ha encontrado los antídotos que anulan la estrategia mantenida hasta entonces. Pero el cambio de estrategia corre el riesgo de terminar en un fracaso o semifracaso si no se realiza convenientemente, es decir, con la participación de las fundamentales fuerzas revolucionarias, de la amplia mayoría de la militancia tras un proceso de debate lo más democrático posible en las condiciones dadas. Abundan los casos en los que el «cambio de estrategia» es una escusa para girar al reformismo, depurar más o menos descaradamente a los sectores revolucionarios y revisar negativamente el pasado de lucha para fabricar una justificación que sea aceptable por el poder capitalista.
4.- ¿FRENTE POPULAR? ¿UNIDAD POPULAR? ¿EN QUÉ SE PARECEN Y EN QUÉ SE DIFERENCIAN?
Esta cuarta y última pregunta nos sirve para comprender mejor las relaciones entre el objetivo histórico, la estrategia y las tácticas. El Frente Popular fue una estrategia que la Internacional Comunista desarrolló después de otras anteriores, como la del Frente Único, la de Clase contra Clase, etc., como veremos. Antes de seguir, debemos evitar caer en la adoración de los nombres dados a las estrategias, descontextualizadas de su época y de los problemas a los que se enfrentaban. Todavía existe en las izquierdas de todo pelaje un mayor o menor apego hacia la visión sectaria y unilateral del pasado: bueno o malo, blanco o negro, una forma subjetivista y dogmática de partir la realidad objetiva compleja y polifacética, multicolor, en dos bloques pétreos e inmóviles enfrentados entre sí por toda la eternidad.
Sin mayores pretensiones de exhaustividad: uno de los primeros debates sobre estrategia revolucionaria a nivel internacional fue el que tuvo lugar inmediatamente después de la feroz derrota de la revolución de 1848, con los análisis de Marx y Engels de 1850 sobre qué relaciones debía mantener el movimiento obrero con la pequeña burguesía democrático-radical. A partir de aquí en mayor o menor medida todos los debates en la izquierda han tenido un contenido estratégico directo o indirecto porque, por su propia naturaleza, cualquier debate sobre política táctica local afecta de un modo u otro a la estrategia política. Viviendo Marx y Engels sucedió así en los debates sobre la I y II Internacionales, sobre la cuestión nacional, sobre el colonialismo, sobre los Programas de Gotha en 1875 y de Erfurt en 1891, sobre si la ilegalizada socialdemocracia alemana debía renunciar al derecho a la revolución y aceptar el pacifismo como único método estratégico de avance al socialismo como le exigía el Estado alemán para ser de nuevo legalizada.
En la II Internacional posterior a la muerte de Engels en 1895 se libraron sucesivos debates que cada vez impactaban más sobre cuestiones estratégicas debido a los cambios en el capitalismo, que pasaba de su fase colonialista a su fase imperialista y que, por tanto, generaba internamente las contradicciones que estallaron en 1914. Hay que decir que muchas veces las líneas estratégicas que más tarde se debatirían intensamente venían ya condicionadas de algún modo por previos debates «menores» en su tiempo que sin embargo tenían carga teórica y política suficiente como para abrir problemáticas de reflexión que luego serían generales. Por ejemplo: los debates que el «joven» Lenin provocaba en las específicas condiciones rusas de finales del siglo XIX y comienzos del XX sobre la diferencia entre sociología y marxismo, sobre el populismo, sobre el partido de vanguardia, sobre las relaciones entre la minoritaria clase obrera y la muy mayoritaria clase campesina –o sea, el debate siempre actual sobre el concepto bolchevique de hegemonía y sus relaciones con los dos conceptos existentes en Gramsci, y con la versión reformista de hegemonía de la sociedad civil–, estas discusiones se retomarían más adelante en condiciones más agudas y tensas.
Un debate internacional de hondo calado estratégico surgió a raíz de la revolución de 1905 sobre el método de la huelga de masas dentro de una perspectiva de revolución permanente, debate que desarrolló en aquellas condiciones de 1905 las primeras tesis de Marx y Engels realizadas en 1850. Otro debate también estratégico fue el de las tácticas de la violencia revolucionaria a partir de las experiencias de 1905, y así una larga lista de discusiones que aparentemente eran tácticas pero que incidían directamente en la estrategia socialista para hacer frente, paralizar y derrotar a las fuerzas militaristas que crecían y que buscaban el estallido de una devastadora guerra para solucionar los problemas del capitalismo imperialista, como sucedió en 1914. Las discusiones en la II Internacional sobre el colonialismo y sobre la guerra fueron de crucial importancia estratégica para su época y para la historia posterior de la humanidad.
4.1.- INTERNACIONAL COMUNISTA Y FRENTE ÚNICO
La revolución bolchevique de 1917 abre un capítulo «nuevo» en este proceso de permanentes discusiones táctico-estratégicas: la visión de Lenin de la alianza con el campesinado bajo la hegemonía obrera, el derecho de las naciones a la autodeterminación, la democracia socialista y la dictadura del proletariado, la liberación de la mujer trabajadora, la fase de «comunismo de guerra» previa a la NEP, la necesidad de la revolución cultural, la política internacional del Estado soviético y sus relaciones con los procesos revolucionarios, y por no alargarnos, la creación de la Internacional Comunista o III Internacional en 1919 con sus debates hasta elaborar la estrategia del Frente Único en verano de 1921 después del duro fracaso de la estrategia insurreccionalista de la «teoría de la ofensiva» materializada en la llamada «Acción de Marzo» de 1921 fundamentalmente en Alemania.
La estrategia del Frente Único fue resultado de una severa autocrítica en la IC ante la necesidad de generar potentes y unidas fuerzas de lucha entre las grandes bases simpatizantes de la socialdemocracia y sus sectores de izquierda, y las reducidas bases comunistas, en un contexto de crisis demoledora y envalentonamiento de las fuerzas paramilitares de extrema derecha apoyadas por la burguesía, la derecha socialdemócrata y el Ejército. Se trataba de crear una potente fuerza de masas que impidiera otra reacción militar como la que asesinó a Rosa Luxemburgo, Karl Liebenecht y a varios miles de revolucionarios en enero de 1919. La autocrítica de la IC consistía en aprender que la insurrección de marzo de 1921 y que la derrota de enero de 1919 tenían dos errores comunes: uno, creer que la lucha de clases en la Alemania industrializada de entonces era idéntica a la de la Rusia campesina de 1917, y otro, minusvalorar la importancia crucial de la organización revolucionaria formada por militantes preparados, con arraigo y legitimidad en el pueblo trabajador.
Conocer la realidad clasista del capitalismo industrializado como el alemán, crear un partido revolucionario adecuado a esa realidad tan distinta a la rusa, y estrechar lazos políticos conscientes con las más amplias masas explotadas pero aún fieles al reformismo, estos tres eran los retos decisivos a los que se enfrentó la estrategia del Frente Único. La muy severa crisis socioeconómica alemana no activaba la conciencia revolucionaria con la misma rapidez que lo había hecho en Rusia por razones específicas del capitalismo industrial, en el que existía una arraigada fuerza reformista, la socialdemocracia, que mantenía su ascendencia social, política y emocional entre las clases explotadas, entre otras cosas por el error de los comunistas alemanes en retrasar su aparición pública efectiva como partido cualitativamente diferente de la socialdemocracia. Un ejemplo de la compleja subjetividad confusa de las clases trabajadoras cuando todavía no han tomado conciencia política de-sí y para-si, lo encontramos en el hecho de que la revolución bolchevique era admirada por la mayoría inmensa mientras que, a la vez, seguían obedeciendo a la burocracia reformista.
Básicamente, fueron estas debilidades las que limitaron la efectividad del Frente Único en aquellos años decisivos en los que se jugaba la suerte del la revolución en Europa. La tardanza en crearse un partido comunista alemán dificultó sobremanera la toma de conciencia política del proletariado, dando tiempo a la burocracia reformista y a la burguesía para reconducir la crisis hacia sus objetivos básicos: afianzar la República democrático-burguesa autoritaria de Weimar tan insegura en 1919 y que se sostuvo hasta suicidarse frente al nazismo en 1933. Mientras tanto, sus fuerzas armadas y la composición industrial del capitalismo alemán, que los comunistas inexpertos apenas entendieron por su subjetivismo dogmático obcecado en una interpretación formal de la experiencia rusa, aplastaron una a una las intentonas revolucionarias. Lo mismo sucedió en el resto de Europa.
4.2.- INTERNACIONAL COMUNISTA Y FRENTE POPULAR
Una cualidad del Frente Único consistía en su visión de la complejidad de las fuerzas clasistas, sociales y políticas en el capitalismo industrial de aquel entonces, huyendo de todo maniqueísmo entre buenos y malos, pero aún así no tuvo tiempo para lograr que la clase obrera en concreto y el pueblo trabajador en general superaran la dependencia política reformista y adquirieran la conciencia teórica de la necesidad de la toma del poder político, como se demostró en la fracasada revolución de 1923. En noviembre de ese año, los comunistas alemanes hablan por primera vez del socialfascismo, echando la culpa exclusiva de la derrota a la socialdemocracia e iniciando el camino desastroso hacia la estrategia de Clase contra Clase o del Tercer Período desarrollada por la Internacional Comunista en 1928, según la cual para derrotar al fascismo al alza había de derrotar primero a la socialdemocracia. El fascismo era definido como una cosa pasajera, sin futuro y de fácil derrota una vez que el movimiento revolucionario hubiera acabado con la socialdemocracia.
No es este el sitio para hacer una crítica de tamaño error estratégico cuyas consecuencias las padeció la humanidad hasta 1945 en una primera fase, y las sigue sufriendo ahora de manera parcial e indirecta. Lo cierto es que la tesis del socialfascismo es típicamente subjetivista en el peor sentido de la acepción vista al comienzo de este texto: en vez de hacer un estudio objetivo de la realidad social capitalista del momento, con la necesaria autocrítica por la superficialidad en los análisis, se echó la culpa al reformismo y en menos medida al fascismo. Pero la Internacional Comunista corrigió un error con otro, con el de girarse al lado opuesto, ahora mediante la estrategia del Frente Popular decidida en 1935 consistente en buscar alianzas con las llamadas «burguesías democráticas» para vencer al fascismo, aun a costa de hacerle concesiones significativas. Un anuncio de lo que sería el Frente Popular a partir de 1935 fue la política de alianza estratégica de los comunistas chinos con la «burguesía nacional» para expulsar a los japoneses: el PCCH cumplió las órdenes de Moscú de aliarse con Chiang Kai-chek renunciando a toda política independiente de clase, lo que le llevó a ponerse en manos de la «burguesía nacional» que, llegado el momento en 1927, desencadenó una masacre inhumana en ciudades industriales como Cantón, Shangai y otras, aniquilando al PCCH hasta su raíz industrial, exterminio del que tardaría muchos años en recuperarse.
El avance arrollador del nazifascismo, del militarismo y de las fuerzas reaccionarias en general en grandes áreas europeas exigía un estudio en profundidad del impacto de la crisis de 1929 en la clase obrera del continente, y del comportamiento de sus diversas fuerzas sociales y políticas, pero tal estudio no se realizó con objetividad fundamentalmente porque en la URSS se libraba desde mediados de la década de 1920 una dura pugna interna cuyos resultados son conocidos por todos y todas. Fue la corriente victoriosa la que en 1935 impuso la estrategia del Frente Popular gracias a su poder en la IC. La necesidad de pactar con las «burguesías democráticas antifascistas» justificaba cualquier concesión a sus intereses, como la exigencia hecha al Partido Comunista de Indochina de que retirara su reivindicación de la independencia de Francia, exigencia hecha a raíz del pacto entre la URSS y Francia en 1936.
El Frente Popular francés llegó al gobierno en ese 1936 sin la presencia del PCF, con una ligera mayoría parlamentaria y un programa muy suave en lo socioeconómico y democrático. De inmediato se agudizó la lucha de clases lo que obligó al gobierno a legalizar conquistas sociales de gran calado pero sin tocar para nada las estructuras capitalistas, la propiedad privada, el poder de clase en suma, que siguió intacto en manos de la burguesía porque una cosa es el gobierno y otra el Estado. Envalentonada, la burguesía contraatacó reduciendo las conquistas, forzando al gobierno a tomar medidas procapitalistas, desmoralizando a la clase obrera lo que aceleró el giro al centro del Frente Popular que perdió las elecciones de 1938 a manos de una coalición de derechas que, al poco, pactaría con los invasores nazis la participación del Estado francés.
El Frente Popular español llegó al gobierno en febrero de 1936 también con poca ventaja parlamentaria, lo que azuzó la lucha de clases y las reivindicaciones de las naciones oprimidas. El comportamiento del Frente Popular ante los crecientes rumores e informes sobre la inminente sublevación fascista –que se produjo en julio de 1936– fue muy débil e indecisa; también puso muchas pegas para repartir armas al pueblo antifascista, y sobre todo a partir de mayo de 1937 empezó a recomponer decididamente el orden burgués en las fábricas y en la vida social, reprimiendo a la izquierda revolucionaria y asesinando a varios de sus dirigentes, así como a reforzar el nacionalismo español de «izquierdas».
Este giro dramático al centro desmoralizó a las clases y pueblos explotados debilitando el esfuerzo de guerra frente a un ejército fascista internacional armado hasta los dientes. Pese a todo, fue heroica la resistencia las naciones y clases explotadas, que sólo contaron con la ayuda condicionada de la URSS. La derrota definitiva se produjo en 1939.
4.3.- KOMINFORM Y FRENTEPOPULISMO
En 1943, cuando la II GM giraba de bando gracias a la gigantesca batalla de Kursk en la que el Ejército Rojo pulverizó a las fuerzas acorazadas nazis, la URSS liquidaba la Internacional Comunista sin consultar prácticamente a ninguna de las organizaciones y partidos que la componían. Transcurrieron siete decisivos años en la lucha de clases mundial sin una dirección revolucionaria internacional, hasta que en 1947 en respuesta al Plan Marshall la URSS creó la Kominform u Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros, que fue disuelta en 1956, una vez que la URSS oficializó definitivamente la estrategia de la «coexistencia pacífica entre capitalismo y socialismo».
La agudización extrema de las agresiones del imperialismo contra la URSS y contra cualquier lucha obrera y popular, especialmente contra los pueblos que buscaban su independencia nacional fuera de las garras colonialistas e independentistas, esta realidad innegable que se materializó en la creación de la OTAN y de otras estructuras político-militares, presionaba cada vez más a una agotada URSS para buscar alianzas con las burguesías dispuestas a debilitar de algún modo el poder omnívoro de EEUU y sus aliados. Atraerse a esas burguesías era fundamental, por un lado, y por otro también lo era apoyar y ayudar las guerras de liberación nacional que debilitaran económica y militarmente el imperialismo, pero nunca buscando una confrontación revolucionaria a escala mundial.
Es así como se explica que, en aquél largo contexto mundial equívocamente definido como «guerra fría», se llevasen a cabo prácticas sostenidas de una estrategia frentepopulista en los hechos, aunque no en el nombre oficial. Pero al igual que en China en 1925-27, y en los Estados francés y español entre 1936-39, estas estrategias causaron sistemáticamente la derrota política de la izquierda cuando no a su debilitamiento por la represión o incluso a su exterminio sangriento. En 1953 el imperialismo derrocó mediante un golpe al presidente iraní Mossadegh que había nacionalizado el petróleo, realizado reformas sociales con el apoyo de la izquierda. En 1954 fue derrocado por el imperialismo en presidente guatemalteco Arbenz que había realizado reformas sociales en beneficio del pueblo. En la segunda mitad de la década de 1950 Nasser comenzó a reprimir a la izquierda revolucionaria que le había ayudado en la toma del poder, lo mismo que hizo Mohamed V en Marruecos en esa época, y también Nehru en la India. En 1962 el presidente argentino Frondizi fue derrocado por un golpe militar a pesar del severo control que hacía el Ejército sobre su política socioeconómica e internacional. En 1963 el presidente irakí Qasim fue derrocado por un golpe militar dirigido por nasseristas para cortar de cuajo el auge de los comunistas. El presidente indonesio Sukarno fue echado del poder en 1965 por un golpe militar que tenía como objetivo aplastar las reformas sociales y la creciente fuerza comunista.
Formalmente estas y otras experiencias no fueron calificadas de Frente Popular pero sí tenían sus mismas características definitorias: las izquierdas apoyaban a la llamada «burguesía nacional» para avanzar en reformas sociales, proteger la economía del país de las presiones imperialistas y asegurar la soberanía pero no pretendiendo ir más allá de lo deseado por esa «burguesía nacional» lo que obligaba a la izquierda a frenar al movimiento obrero y popular, a dejar en segundo o tercer plano la defensa y exposición pública de sus objetivos históricos para centrarse fundamentalmente en la justificación de la «alianza interclasista» que, según los casos, podía ser meramente táctica, táctico-estratégica o incluso estratégica. Al margen de las justificaciones, este frentepopulismo exigía a la izquierda abandonar o relegar la imprescindible independencia política de clase del pueblo y su supeditación a los intereses de la burguesía. Por lo general, con este frentepopulismo la clase dominante conseguía un vital tiempo de recuperación y de reorganización para pasar luego a la ofensiva, mientras que, por el lado del pueblo, tras la euforia inicial, comenzaba la desorientación, la desilusión y la división. Así, llegado el momento oportuno, la burguesía podía atacar con seguridad de victoria.
Una de las expresiones más trágicas del frentepopulismo fue la Unidad Popular chilena que llevó a Allende al gobierno en el Chile de finales de 1970 con una estrategia pacifista y no violenta de avance al socialismo mediante la «hegemonía social» que convencería a la burguesía «democrática» y arrinconaría a la «no democrática». Siguiendo esta estrategia, Allende puso al general Pinochet al mando del ejército, negoció a la baja con la burguesía, no quiso movilizar al pueblo de forma radical cuando la extrema derecha boicoteaba la economía y se negó a armar a las milicias populares que se formaban en las barriadas empobrecidas cuando todo indicaba la proximidad del golpe dirigido por Pinochet a las órdenes de los EEUU. La estrategia del «pacifismo civil» costó varios miles de vida al pueblo aplastado en 1973.
Además de estas y otras experiencias frentepopulistas hay que hacer referencia a la estrategia interclasista idéntica en el fondo en cuestiones esenciales del eurocomunismo de los PC oficiales europeos de la década de 1970: pacifismo, no-violencia, alianzas con la «burguesía democrática» desde la estrategia de la «hegemonía de la sociedad civil» que irá forzando a la «sociedad política» a ampliar la democracia, abrir el Estado a la sociedad, democratizar las fuerzas armadas o «trabajadores del orden», etc. La misma estrategia con nombres diferentes pero con efectos devastadores en los Estados portugués, español, francés e italiano, por citar casos en los que –con alguna peculiaridad en Portugal- el eurocomunismo supeditó las necesidades obreras y populares a las necesidades capitalistas: en los cuatro casos la lucha obrera y popular no se ha recuperado aún, después de un tercio de siglo, de aquella debacle. No tenemos ahora espacio para analizar con el debido detalle las identidades y diferencias de estas estrategias con las del Frente Amplio uruguayo, o, con otros nombres, en la Grecia de Syriza o la de Sudáfrica con la sobreexplotación obrera que se mantiene, etc.; o incluso las alianzas de varios partidos establecidas en el Norte de Europa.
4.4.- OBJETIVO HISTORICO, REVOLUCIÓN O REFORMA
A estas alturas de la historia, el problema no radica tanto en el nombre –Frente Único, Frente Popular, Unidad Popular, Frente Amplio, etc.–, como en la independencia política del pueblo para avanzar hacia los objetivos históricos con una estrategia y unas tácticas no supeditadas a la burguesía pero capaz de atraer a la pequeña burguesía, a las «clases medias» y a las franjas sociales menos concienciadas. El problema radica en lograr y mantener la hegemonía política del trabajo sobre y a costa de la dominación ideológica del capital. El debate en las izquierdas sobre alianzas más o menos profundas con la pequeña burguesía viene planteándose desde 1850 porque es consustancial al devenir de la lucha de clases en el capitalismo, y más aún para el devenir de las luchas de liberación nacional de clase de los pueblos oprimidos. Durante estos muchos años se ha visto que es fundamental precisar y distinguir las diferencias entre la hegemonía política de clase del pueblo, y la simple «hegemonía de la sociedad civil» como dice el reformismo. Dado que la política es la economía concentrada, la hegemonía política del pueblo no es otra cosa que la dirección estratégica que éste impone diariamente a la pequeña burguesía en pos del objetivo histórico del socialismo; mientras que la ambigua y hueca «hegemonía de la sociedad civil» es la expresión de los intereses burgueses con la demagogia ideológica interclasista.
Para concluir: ¿cómo podemos diferenciar una estrategia y unas tácticas revolucionarias de otras reformistas? Muy sencillo, mediante el estudio de las constantes históricas que se repiten en las luchas, victorias y derrotas de las clases y de los pueblos explotados desde mediados del siglo XIX en adelante. Las sintetizamos en tres:
Una, la lucha contra la explotación asalariada, contra la dictadura del salario, de la ley del valor y del valor de cambio, contra la propiedad privada de los medios de producción, y no sólo las reformas en pos de una «justicia social», «salario justo», «mejora de las condiciones de vida y trabajo», etc. Estas segundas son imprescindibles para aumentar la conciencia y capacidad de lucha del pueblo trabajador, pero son siempre inseguras e insuficientes porque la clase dominante hará lo imposible por aplastar esas y otras conquistas volviendo a la situación anterior, o, si no puede, hará lo imposible por no permitir ningún avance más, estabilizando la situación hasta que pueda pasar al contraataque. Cada lucha popular y obrera por la mejora de las condiciones de vida y trabajo debe ir acompañada y guiada por una explicación pedagógica de que ese logro es sólo un paso adelante hacia el socialismo. Si para no asustar a la pequeña burguesía se deja de reivindicar el socialismo en la vida cotidiana, si se silencian los objetivos históricos, ocurrida que más temprano que tarde la ideología burguesa infectará la médula espinal de la izquierda. Y si para no asustar a la burguesía se llega al extremo de abandonar conceptos y principios básicos del la teoría revolucionaria como el de la necesidad imperiosa de la socialización de las fuerzas productivas, empleando otros reformistas como el de «reparto de la riqueza», entonces se acelerará el viaje sin retorno al centro reformista.
Dos, la lucha contra el Estado burgués que no es sino la forma política del capital, el aparato burocrático especializado en centralizar estratégicamente los sistemas de explotación, opresión y dominación en dirección al objetivo fundamental de garantizar la acumulación ampliada del capital. Este y no otro son el objetivo, la esencia y la base nuclear del Estado del capital. La burguesía jamás olvida ni pierde de vista su único objetivo en la vida: reforzar su poder, ampliar su ganancia y asegurar la pasividad obrera. La democracia parlamentaria, el gobierno, muchos ministerios del Estado, etc., son relativamente secundarios para sus objetivos, pudiendo ceder transitoriamente su uso a la pequeña burguesía y al reformismo, pero nunca al movimiento revolucionario. Creer que la burguesía va a tolerar que le quiten su Estado y su ejército –formas políticas del capital, no lo olvidemos nunca– por medios pacíficos, es puro subjetivismo idealista que desprecia toda objetividad histórica. El reformismo no sólo oculta la esencia objetiva del Estado, sino que niega el método objetivista basado en el conocimiento de las leyes y contradicciones del capitalismo.
Y tres, la lucha contra la ideología y el subjetivismo tal cual los hemos definido arriba, que forman parte de la forma burguesa de interpretar el mundo en base a sus necesidades de clase. El choque entre dialéctica y metafísica, y materialismo e idealismo está hoy más agudizado que nunca antes porque el capital está hoy enfrentado a una crisis global como nunca antes lo ha estado. La política reformista tiene un contenido metafísico e idealista que debe ser demolido mediante la objetividad materialista y dialéctica de la unidad y lucha de contrarios en el seno de esa materialidad en movimiento permanente.
Cualquier táctica, la misma estrategia y en especial los objetivos históricos deben ser pensados y realizados en base a la lucha teórico-política y ética permanente con el subjetivismo y la ideología burguesa. Sin embargo eso no se hace; por el contrario la izquierda huye espantada evitando la intransigente y radical confrontación diaria con el idealismo y el subjetivismo, dejando así en manos de la dominación ideológica burguesa decisivas áreas vivenciales y emotivas de las naciones y clases explotadas.
Como se ha expuestos en otros textos, estas tres constantes básicas ya elevadas al rango de síntesis teórica del antagonismo irreconciliable entre trabajo y capital, son las que sustentan la naturaleza del marxismo como teoría matriz que estructura dialécticamente todas las críticas parciales, sectoriales, puntuales, que se hacen al capitalismo desde sus diversas opresiones, explotaciones y dominaciones. El marxismo como teoría matriz se sustenta en el hecho objetivo de que esa triple característica se reitera en su esencia siempre que la lucha de clases llega a un grado de agudización que pone en peligro los objetivos últimos de la clase burguesa, cualesquiera que sean sus múltiples formas específicas de manifestación. En este sentido, los objetivos históricos representan lo común y obligado a toda luchas, las estrategias reflejan con mayor variedad los planes de largo alcance diseñados para llegar a estos objetivos, mientras que las tácticas, múltiples, variadas y cambiantes según las necesidades, muestran la flexibilidad de la teoría matriz para adaptarse a creciente complejidad objetiva.
 x Iñaki Gil de San Vicente

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