sábado, 8 de noviembre de 2014

La mafia contra el movimiento obrero

A través del cine la ideología dominante ha hecho creer que la mafia tenía comprados y sobornados a los policías, jueces, fiscales y políticos de Estados Unidos en los años veinte, cuando en realidad sucedía todo lo contrario: la mafia es un instrumento de los grandes capitalistas para impedir la organización sindical y política del proletariado. Una de las facetas más conocidas de los mafiosos ha sido siempre el asesinato de los dirigentes obreros, la disolución de manifestaciones y reuniones sindicales, la organización del esquirolaje, etc.

La multinacional Ford utilizó hasta 1940 un ejército de 3.000 pistoleros con la misión de impedir que sus trabajadores organizaran sindicatos. De él formaba parte el lumpen, ex-policías, ex-boxeadores, gangsters y gran número de presidiarios, que la empresa sacaba de la cárcel, previo pago de fuertes fianzas, para contratarlos como matones. En una extraordinaria obra de investigación el danés Henrik Krüger ha demostrado los estrechos vínculos que siempre han existido entre la mafia y el fascismo, aliados en la lucha contra el movimiento obrero y comunista internacional (1).

En la Segunda Guerra Mundial el Ejército norteamericano reorganizó y reforzó la mafia siciliana para preparar el desembarco en aquella isla. Su objetivo era impedir que los comunistas tomaran el poder en Italia tras la liberación y situar a los mafiosos en los cargos públicos. En esta función colaboró Vito Genovese, gángster conocido y fascista apenas disimulado, de modo que tras la guerra pudo regresar a Estados Unidos, donde se le exculparon los asesinatos que había cometido, reconociendo expresamente el Ejército en el juicio "los servicios prestados a la nación". Al respecto escribe Catanzaro:

"El Gobierno aliado, que necesitaba apoyarse en las fuerzas locales para gobernar, no encontró nada mejor que terratenientes, separatistas y mafiosos. La reconquistada autonomía de acción de los grupos mafiosos fue otro elemento que contribuyó a dar importancia a los conflictos políticos y sociales en Sicilia. En este proceso la mafia tendría también amplios espacios para reafirmarse con prepotencia [...]

"Así, muchos mafiosos se convirtieron en alcaldes de los municipios de la Sicilia ocupada [...] Como alcaldes, los mafiosos reanudaron sus antiguas funciones de 'brokers' entre gobierno aliado y población. Pero no volvieron a ejercer sus funciones tradicionales sólo con este puesto; hacen de intérpretes para los mandos militares, ocupan cargos importantes, como Vito Genovese en Nola y desempeñan funciones relevantes que los sitúan de nuevo en los enlaces críticos de las relaciones entre autoridades políticas y población [...]

"Esta posición les permitió asumir otra vez funciones de mediación que se extendían del sector político al económico. La economía de guerra había abierto increíbles oportunidades para los cohechos y el mercado negro, al que se dedicaron plenamente los elementos mafiosos aprovechando su situación privilegiada ante el gobierno aliado de ocupación.

"La impunidad y la protección de las que gozaban los mafiosos se demuestra en episodio de las investigaciones llevadas a cabo por un agente del ejército norteamerica­no en relación con Vito Genovese. Genovese había vuelto a Italia para huir de las imputaciones que se le hacían en Estados Unidos y se había convertido en uno de los jefes indiscutibles del hampa desde el periodo fascista hasta 1944 año en el que fue arrestado. Tras su detención hubo una serie de presiones y episodios poco claros que demostraron que Genovese, pese a ser responsable de robos en los almacenes del ejército norteamericano, disfrutaba de apoyos importantes... El asunto acabó nueve meses después con su embarque para Norteamérica, donde más tarde conseguiría nuevamente la libertad"
(2).

Lo mismo puede decirse de Lucky Luciano, a quien la Casa Blanca agradeció su contribución al esfuerzo bélico de la Segunda Guerra Mundial en pleno juicio en 1954, pese a haber sido el principal organizador de la importación de heroína a los Estados Unidos en la posguerra.

Aquella heroína procedía de Marsella, donde la mafia tenía el mismo origen mediterráneo, corso en este caso, y el mismo objetivo. Desde 1930 en Marsella los diferentes clanes mafiosos se repartieron sabiamente las afinidades políticas. Mientras la relación de los hermanos Guerini con el partido socialista francés siempre fue muy estrecha, la rama de Spirito y Carbone se arrimó a los fascistas, aportando las hordas de matones que se dedicaban a tirotear las manifestaciones obreras y antifascistas.

La división se mantuvo durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras los Guerini optaron por la resistencia, los otros dos fueron colaboracionistas. Pero en 1943 la guerrilla antifascista voló por los aires el tren en el que viajaba Carbone y Spirito tuvo que huir a España tras la Liberación. Los Guerini se quedaron con el monopolio del crimen organizado, especialmente de la prostitución, que siempre fue su gran especialidad. Ellos controlaban los garitos, clubes de alterne, hoteles, salas de baile y bares.

Según el historiador Alfred McCoy, el pacto de la mafia marsellesa con el Estado francés incluía una condición básica: la heroína no se podía quedar en el interior de Francia. McCoy también ha descrito muy gráficamente la instrumentalización política de los mafiosos corsos en Marsella:

"Los fascistas franceses los utilizaron para combatir a los manifestantes comunistas en la década de 1930; la Gestapo los utilizó para espiar a la resistencia comunista durante la Segunda Guerra mundial; y la CIA les pagó para romper las huelgas de los comunistas en 1947 y 1950. La última de estas alianzas demostró ser la más importante porque es la que dio a los corsos una posición suficientemente fuerte como para hacer de Marsella después de la guerra, la capital de la heroína del hemisferio occidental y el cimiento de una asociación de largo plazo con los traficantes de drogas de la mafia"(3).

En 1945 el comisario de policía Robert Blemant llegó a un acuerdo con los Guerini para ampliar el negocio: les pasó los expedientes de los colaboracionistas para chantajearles, apoderarse de las apuestas y el contrabando de tabaco, y extender los tentáculos a lo largo de la Costa Azul. De esa manera los hermanos corsos amasaron una fortuna gigantesca y su asociación con los socialistas se estrechó aún más: fueron los más fieles colaboradores de Gaston Defferre, alcalde casi eterno de Marsella y patrón de la socialdemocracia francesa. El servilismo del hampa era total. Los mafiosos no sólo ejercían de guardaespaldas de Defferre en los actos públicos sino que pegaban los carteles de los socialistas por las calles.

Marsella es una ciudad con fama de radicalismo político desde los tiempos de la Revolución Francesa. En el mundo entero La Marsellesa es el himno revolucionario por antonomasia. En los años cuarenta era la segunda ciudad de Francia, después de París, y tenía el núcleo obrero más importante. En la posguerra el ayuntamiento lo dirigieron los comunistas hasta la llegada de Defferre en 1947. Una de las tareas encomendadas a la mafia corsa consistió en aniquilar al Partido Comunista que, con casi el 40 por ciento de los votos, era la primera fuerza política de Francia.

Pero Marsella también es la Chicago francesa. El 10 por ciento de la población marsellesa es de origen corso. No obstante, detrás de los corsos y de la socialdemocracia, era la recién creada CIA la que movía los hilos. El interés del imperialismo estadounidense derivaba de la situación estratégica del puerto de Marsella que, además de la vía de comunicación con el norte de África, servía de enlace con Indochina, en plena guerra de descolonización. A Marsella se la conocía como la "Puerta de Oriente". Eran los tiempos en los que las fronteras de Francia llegaban hasta el sudeste asiático, la fábrica de la heroína, que tanto de los colonialistas franceses como luego Estados Unidos siempre utilizaron como instrumento de guerra.

Al mismo tiempo la CIA promovió una escisión de la CGT, creando el sindicato amarillo Fuerza Obrera, que puso a disposición de los socialistas, que carecían de influencia entre los trabajadores franceses. En un artículo publicado en 1967 en el Saturday Evening Post, el antiguo director del Departamento de Asuntos Internacionales de la CIA, Thomas W. Braden, reconoció que sin la intervención del imperialismo estadounidense la historia de la posguerra en Europa hubiera sido muy diferente. La estrategia del imperialismo, escribió Braden, consistió en "utilizar a la izquierda para derrotar a la izquierda".

A través de Lucky Luciano, la CIA encomendó a los hermanos Guerini la organización de la denominada "French connection", el transporte de la heroína que llegaba a Marsella desde Indochina con destino a Estados Unidos y escala en Cuba. Durante años el puerto de Marsella fue el centro mundial más importante del transporte de heroína. Era un recorrido de doble dirección: la heroína circulaba en un sentido y las armas en el sentido contrario. Una parte de las armas acabaron en Palestina en manos de los sionistas, que entonces empezaban a organizar sus primeras matanzas. Una parte del dinero se utilizó para financiar a la socialdemocracia francesa, a su periódico Le Populaire y al "sindicato" Fuerza Obrera. Cualquier cosa que no oliera a comunismo, pero sobre todo el anticomunismo más feroz.

Hasta 1981 la CIA no creó un banco, el Banco de Crédito y Comercio Internacional, dedicado específicamente a lavar el dinero procedente del tráfico internacional de drogas. Cuatro décadas antes todo era mucho más sencillo: el dinero de la heroína francesa pasaba por una cuenta bancaria abierta en Suiza a nombre de Pierre Ferri-Pisani, socialista, dirigente portuario de Fuerza Obrera, corso y conocido rompe-huelgas.

Pero la organización de aquel dipositivo político mafioso, además de los nombres franceses, los tenía también estadounidenses porque desde entonces en todos estos asuntos empezó a mandar la CIA, que no sólo actuaba directamente sobre el movimiento obrero, sino también a través de los sindicatos AFOL y CIO (4). De ahí que intervinieran figuras, hoy desconocidas, a medio camino entre el sindicalismo y el espionaje, como Jay Lovestone, James Jesus Angleton y, sobre todo, Irwing Brown. La coordinación corría a cargo de John Phillipsborn, agregado sindical de la embajada de Estados Unidos en París.

También estaba un joven William Colby, quien llegaría a la cúspide de la CIA participando en estos enredos. Al cabo de los años, recordando aquellos tiempos, Colby equiparó a la CIA con la Orden de los Templarios: aunque hubiera que vender drogas, lo más importante era salvar la libertad de occidente de las tinieblas comunistas. El fin justifica los medios.

En la posguerra la CIA llenó Marsella de espías con varias tareas sobre el terreno. Pero en 1947 una de ellas, la aniquilación del Partido Comunista, se volvió perentoria al estallar el Otoño Rojo. Cuando los comunistas perdieron la alcaldía, los burdeles de la mafia se reabrieron, sacaron a los matones de la cárcel y subieron los precios de los tranvías, desencadenando una movilización popular que se prolongó durante un mes, paralizando el tráfico portuario e interrumpiendo el gran negocio de la heroína y el contrabando de tabaco.

En Marsella la diferencia entre un policía y un mafioso era sutil. El gobierno había depurado a los antidisturbios de antifascistas para reclutarlos entre los pistoleros de los bajos fondos. Como recuerda McCoy:

"Merced a sus relaciones con el Partido Socialista, la CIA envió agentes a Marsella y a un equipo de especialistas en guerra psicológica que trató directamente con los jefes de las organizaciones corsas a través de Guerini. La CIA suministró armas y dinero a los corsos para que atacaran a los piquetes y hostigaran a los principales dirigentes sindicales comunistas. Durante el mes de la huelga, los gángsteres de la CIA y los CRS [antidisturbios] depurados maltrataron a los piquetes y asesinaron a varios huelguistas".

En la mañana del 12 de noviembre, siguiendo órdenes de los socialistas, los hampones apalearon a los concejales comunistas dentro del propio ayuntamiento. La noticia corrió como la pólvora y una multitud de 40.000 personas se concentró delante del consistorio. Entonces los matones de la mafia se pusieron en primera línea a apalear y aterrorizar a los manifestantes por las calles.

Por la tarde, los piquetes respondieron de la misma manera: se fueron al barrio de Ópera, donde los hermanos Guerini tenían sus burdeles, con el objetivo de clausurarlos. Uno de ellos era Vincent Voulant, un joven obrero del metal, militante de las juventudes comunistas y antiguo miembro de la resistencia antifascista durante la ocupación de Francia por los nazis. Desde uno de los garitos uno de los Guerini disparó contra él un certero tiro mortal. Muy pocos días después el sumario se archivó, exculpando a los mafiosos del crimen.

La indignación se adueñó de toda la ciudad y la huelga se generalizó. La ciudad quedó paralizada. Al día siguiente el diario comunista La Marseillaise afirmó que actuando de acuerdo con la mafia, los concejales socialistas habían restablecido los viejos métodos fascistas en la alcaldía. Se produjo un cruce de acusaciones. Defferre mintió y dijo que no conocía a los Guerini, pero un primo de los corsos era redactor del diario Le Provençal que él dirigía...

La CGT convocó una huelga general que alcanzó a tres millones de trabajadores en toda Francia. La CIA organizó el traslado de esquiroles italianos para que trabajaran en el puerto de Marsella, escoltados por los pistoleros de la mafia. Los piquetes sindicales no pudieron paralizar la actividad portuaria por completo. A pesar de la huelga la mafia siguió cargando armas y descargando heroína. La represión hizo el resto. A primeros de diciembre fue asesinado Sylvain Bettini, un obrero portuario, antiguo resistente y deportado en el campo de concentración de Dachau, que fue asesinado por la policía de un disparo por la espalda.

La huelga acabó con una dura derrota del movimiento obrero marsellés. El Estado francés y, sobre todo, su ministro del Interior, el socialista Jules Moch, supo a quién le debía un favor. Los hermanos Guerini estuvieron las décadas siguientes cobrándose aquella factura de 1947. Es la política de la "vista gorda": la policía había que lanzarla contra los trabajadores, no contra la mafia.

La consecuencia de aquello fue que, tras la Revolución China de 1949 y la descolonización del sudeste asiático, Marsella dejó de ser sólo un punto del tránsito de la heroína para convertirse en la fábrica mundial de la heroína, que adquirió justa fama dentro del comercio internacional por su elevada pureza. Hasta que los químicos corsos entraron en acción, la heroína sólo alcanzaba un 70 por ciento de pureza; los laboratorios marselleses patentaron la fusión de la pasta a 229 grados centígrados para elevar la pureza más allá 95 por ciento. Un prodigio de perfección técnica de los hermanos Guerini para envenenar al mundo entero con el visto bueno del Estado francés, de los socialistas, de la CIA y de...
 
Juan Manuel Olarieta
(1) The Great Heroin Coup: Drugs, Intelligence & International Fascism, South End Press, 1980, http://es.scribd.com/doc/43675049/The-Great-Heroin-Coup
(2) El delito como empresa. Historia social de la mafia, Taurus, Madrid, 1992, pgs.184 a 186.
(3) The Politics of Heroin in Southeast Asia. CIA complicity in the global drug trade, Harper & Row, 2003, pg.25, http://knizky.mahdi.cz/52_Alfred_McCoy___The_politics_of_heroin_in_Southeast_Asia.pdf
(4) Cfr. George Morris: La CIA y el movimiento obrero, México, 1967.

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